En una entrevista íntima, el Ministro del Interior habla sobre el trastorno del habla, conocido como tartamudez o disfluencia, que marcó su vida: “Ya es muy difícil que no haga algo por la tartamudez”, dice
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Chocolate y banana. Eduardo “Wado” de Pedro pidió los dos mismos gustos de helado durante gran parte de su infancia. No porque le gustaran especialmente, sino porque eran los que podía pronunciar con mayor facilidad. Cuando a los 18 dejó Mercedes para estudiar abogacía en Buenos Aires, la pregunta más desafiante se volvió la del colectivero: “¿A dónde vas?”. La fila detrás casi siempre era larga y la posibilidad de articular rápidamente “A Scalabrini Ortiz” era tan remota que el actual ministro del Interior, posible candidato presidencial, prefería bajarse un par de cuadras antes y caminar hasta su departamento. “A Bulnes”, respondía.
“Era diario. Para ir a la universidad, para ir a trabajar. Todos los días, cuatro bondis, cuatro veces esa misma situación -recuerda de Pedro, durante una entrevista con LA NACION-. No hay peor frustración que no hacer lo que tenés ganas, es más frustrante incluso que la frustración de que te burlen, o que el kiosquero te diga: ‘Dale, flaco, ¿qué querés?’, o que te corra la mirada y diga: ‘Bueno, ¿quién sigue?”.
No hace mucho que comenzó a hablar abiertamente sobre el trastorno del habla que lo acompaña desde su niñez. Pero, antes de que lo hiciera, y a medida que aumentaba su visibilidad mediática, el público general sí empezó a comentarlo, incluso en modo burlón. El episodio desencadenante fue cuando el 14 de noviembre de 2021 salió a anunciar los resultados de las elecciones legislativas nacionales. En las redes muchos usuarios le atribuyeron estar nervioso e incluso borracho. Y entonces finalmente lo habló, pero de manera escueta: “Les comento que tengo disfluencia (o tartamudez) y todos los días trabajo para mejorar y superarme”, se defendió en un tuit.
Desde entonces, LA NACION ha tratado de tener esta entrevista que, por diferentes razones, se concreta recién ahora. Pero en medio de la precampaña electoral los horarios de Wado están más ajustados que nunca. Y es por eso que la charla tiene lugar en la ruta, en viaje de regreso a CABA tras un acto por el día del Bombero Voluntario, en Merlo. De traje, pero sin corbata, sentado sobre el asiento de cuero de la nueva camioneta del Ministerio, dice que ya no le cuesta hablar sobre su modo de hablar, especialmente desde que empezó con Argentina Contra el Bullying, campaña que fundó a principios de año y que lo interpela personalmente.
- ¿Cómo empezó la tartamudez?
-Desde que yo tengo uso de razón se me traban las palabras. Mi primer recuerdo de tartamudez es cuando vivía con mis tíos, la hermana de mi madre y su esposo, a quienes hoy les digo madre y padre, y sus hijos.
- ¿Los especialistas lo atribuyen directamente con la escena del secuestro de tu madre, durante la dictadura?
-Todo el que analiza mi historia dice eso. Si un varón tiene un shock emocional, un hecho traumático, justo cuando está desarrollando el lenguaje, entre los dos y los cuatro o cinco años, puede tener una consecuencia en el desarrollo del habla. Hay mucho menos porcentaje de mujeres tartamudas porque ese proceso de desarrollo del lenguaje es mucho más corto, con lo cual hay menos probabilidades de que ocurra. Todo el mundo me dice: “Ahí hay un hecho súper traumático”, el que conocés.
-¿Y cómo afectó en tu infancia?
-Mucho. La timidez a la hora de interactuar, de participar en el aula. Eso te limita. No tenía un tratamiento especial en la escuela, me tomaban lectura como a todos y la pasaba re mal. Durante la niñez y la adolescencia tenía limitaciones que me iba poniendo. Hoy las terapias modernas, yo no hago, pero calculo que te deben decir que tenés que hablar, si querés algo tenés que ir, pedirlo, tenés que insistir. Tenés que pedir que te respeten el tiempo. Antes no teníamos esos conceptos. A mí me quitó muchísimos momentos de felicidad, muchos momentos de felicidad no los pude tener por la disfluencia.
-Por ejemplo…
-Y la típica situación era: vas al kiosco, ves una golosina, la querés comprar, pero te vas maquinando con que esa letra no te sale, entonces te comprás otra. Esos pequeños momentitos de frustraciones hacen mucho también. A muchos pibes la tartamudez los frustra, los limita demasiado. Te digo, ir a la heladería en Mercedes, donde había una fuente con pececitos, era un típico momento de felicidad. O invitar a tomar un helado a una noviecita, antes se arrancaba con eso. Por eso yo insisto: si no tienen posibilidad de ir a una fonoaudióloga, estudien y miren los tips de la Asociación Argentina de la Tartamudez, participen de los grupos de autoayuda, porque con algunos tips y algún empujoncito evitás muchas cosas.
- Socialmente, ¿te afectó? ¿Sufriste bullying?
-Socialmente, como digo siempre, tuve un grupo de amigos. Fui al colegio San Patricio, un colegio católico palotino. En esa época éramos todos varones en el colegio. Y la verdad es que tuve un grupo bárbaro, nunca me dijeron nada, siempre me entendieron, siempre esperaron los tiempos que yo tardaba en expresarme. Los chicos de años más grandes del colegio eran los que me hacían bullying, en el recreo, a la salida de la escuela. Ahí tenía los problemas. “Tartamudo”, “Tarta”, era la burla típica. Yo respondía, no me quedaba con la burla, enfrentaba la situación. Pero después algo te genera.
-En Mercedes tenías un tío con disfluencia. ¿Él fue una especie de ejemplo para vos?
-No, porque mi tío era abogado y había elegido la profesión porque era una profesión que se ejercía escribiendo. Después, cuando yo me anoté en la facultad, justo cambió el código de la oralidad -se ríe-. Me inscribí en Derecho y creo que justo ahí en materia penal empezaron los juicios orales. Pero hasta entonces era una de las profesiones permitidas, que nos permitíamos, en las que tenías que escribir y casi no hablar.
-Vos elegiste el camino opuesto, de alguna manera.
-Yo arranqué con abogacía porque era una carrera que se podía ejercer con expedientes, escritos. Tenías que escribir y presentar, escribir y presentar, no necesitabas hablar. Después me fui transformando y ahora estoy en una de las carreras que más se habla.
De temerle al público a ser ministro del Interior
El camino fue gradual, dice. Ingresó a la política de a poco, una vez en Buenos Aires, a través de la agrupación HIJOS (conformada por hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar) y de la militancia universitaria. En paralelo, empezaba por primera vez en su vida un verdadero y prolongado tratamiento fonoaudiológico.
-¿Cómo fue tu tratamiento?
-Hice tratamiento en Mercedes, poco. Familia de productores agropecuarios, había épocas que les iba bien, épocas que les iba mal, y había veces que podía y veces que no. Tampoco se sabía tanto sobre el tema. Hoy se sabe que cuanto antes llevás a tratamiento a un chico que tiene una disfluencia o tartamudez, más probabilidades tiene de resolverlo bien. En ese momento, se decía: “Es así”. Cuando me vine a Buenos Aires sí hice tratamiento fonoaudiológico, con Beatriz Biain de Touzet, que era titular de cátedra de fonoaudiología de la UBA. Con ella practicaba un montón. Me dio mucha más confianza, me dio herramientas para poder participar de las reuniones -de la militancia-, para hablar un poco más.
-Y decidiste girar hacia la política, seguramente sabiendo que iba a ser un desafío la cuestión de la oralidad.
-Yo no hice un giro. Había una situación de impunidad en la Argentina, los genocidas estaban libres, yo tenía mis familiares desaparecidos y dije: “Yo quiero que el ‘Nunca Más’ sea nunca más en serio. No quiero que tengamos una democracia frágil, débil, quiero participar de los organismos de derechos humanos que piden justicia”. Y eso hice. Hablaba muy poco en las asambleas, nunca leí en voz alta los documentos, pero participaba, desde otro lado. En la facultad empecé a militar en el Centro de Estudiantes de Abogacía de la Facultad de Derecho de la UBA. Y ahí tampoco. Hay un video donde se ve que yo le digo algo a otro y ese otro habla por mí -risas-. Nunca era protagonista. Nunca tuve la cosa de: “Lo tengo que hacer yo. Siempre hay otro que lo puede hacer. Después, con Néstor, sí dije: “Se puede ayudar desde la política”.
- ¿Hubo un momento en el que sí decidiste empezar a hablar, a mostrarte como sos?
-Cuando me propusieron ser diputado nacional, en 2011. Dije: “Yo no puedo ser diputado, si para ser diputado hay que hablar”. Y me dijeron: “No, para ser diputado hay que legislar, hay que trabajar en leyes, hay que entender lo que está pasando en la sociedad y traducirlo en leyes. No hace falta que lo hables. Lo hablan los diputados que hablan, que generalmente son los que no hacen las leyes”. “Están los diputados que trabajan, y vos tenés muchas condiciones para eso”. Por eso tuve poca participación en el Parlamento, pero tuve participación en leyes importantes. Ahí dije: “Tengo que empezar a hacer cosas nuevas”. Y empecé con una fonoaudióloga que tenía una visión distinta de la fonoaudiología.
-Tu primera gran aparición frente a todo el país fue en 2021, cuando anunciaste los resultados de las PASO, como ministro del Interior. ¿Cómo lo viviste?
-Con muchos nervios -risas-. Preparar los minutos de presentación de los resultados de la elección me generó mucha expectativa. Primero, porque era la primera vez que iba a hablar ante tantos medios juntos. Estaban todos los medios, nacionales y de las provincias. Y segundo, porque sabía que lo estaban viendo del otro lado millones y millones de personas. Ese día, estuve pensando mucho en el tema. No sabía si hacer un chiste primero, si daba, si correspondía o no, o si decir: “Che, miren que soy tartamudo, no es que soy un tipo que se pone nervioso y no le salen las palabras, tengo un problema”. No sabía cómo decirlo antes, para los que no sabían que tengo un problema en el habla. No hice chiste al final, y entonces patiné bastante. Para la segunda, la general, fui mucho más tranquilo, no preparé casi nada, lo dije como quise.
-¿Los nervios influyen? ¿Qué es lo que hace que haya momentos en que tengas más o menos disfluencia?
-Hay días. Hay días en que te trabás más, que la cosa cuesta un poquito más. No sé con qué tiene que ver. La exposición incide. Los nervios también juegan. Hoy hablo cuando quiero, me hago esperar, me tomo mis tiempos. Esa conferencia de las elecciones la di. Estaba nervioso antes, sí.
-¿Pensaste, en algún momento, en hacer que hable otro?
-No, pensé siempre en que lo tenía que hacer yo. Ya es muy difícil que no haga algo por la tartamudez. Por eso, también trabajo para que la Argentina sea una sociedad un poco mejor. Uno mira sociedades avanzadas, culturalmente más elevadas, y las personas se consideran personas. No hay tanta diferencia de forma, de color.
-En caso de que seas candidato a presidente, ¿pensaste en el hecho de que quizás vas a enfrentar un debate presidencial?
-Me encantaría responderte a la pregunta, pero si es que soy candidato. Todavía no es un problema. Pero más allá de que no están definidas las candidaturas, reconozco que para una persona con tartamudez el debate es un problema. Todo lo que tenga tiempo, todo lo que tenga orden, para los difluentes es una tortura. Como, por ejemplo, una ronda de presentación. Se va presentando cada uno y esperás tu turno y es una tortura, porque sabés que te va a salir mal. Con lo cual, para mí sería un problema el debate porque en un debate se evalúa lo que uno dice, no si lo que uno dice es cierto o no, si lo hiciste, si lo vas a hacer. El debate es oralidad pura. Con lo cual, el que tiene mejores cualidades para expresarse va a ganar. Por eso, para mí sí, por supuesto que es un problema.
-Vos destacás, también, cosas buenas que te dejó la tartamudez. ¿Cuáles serían?
-La perseverancia, la capacidad de escucha, salir del egocentrismo. Ser protagonista de otra forma. Sobre todo, la capacidad de escucha, la resiliencia, la aceptación, de otros también. Si tengo un problema y me acepto, también puedo aceptar a otra persona que tiene diferencias.
De Pedro aún recuerda una de los testimonios que más lo inspiró durante su tratamiento. Fue el del filósofo y escritor argentino Tomás Abraham, que una tarde dio una charla en la Asociación Argentina de Tartamudez.
-Nos dijo: “métanle, pueden hacer lo que se propongan”. Y pensé: bueno, el tipo está hablando bien, pero lo trajeron como tartamudo. Entonces se puede. Después me doy cuenta que ahora soy yo al que usan como ejemplo. Recién, una bombera se viene a sacar una foto y me dice: “Tengo un hijo de 14 que tiene disfluencia y la pasa mal, le cuesta mucho. En la escuela le dicen que es discapacitado. El padre también lo dice, yo digo que no. Juega muy bien al fútbol, sufre mucho, pero sos el ejemplo de él. Te mira, te sigue”.
-¿Y eso qué te genera?
-Una muy buena sensación, muy buena. Es lo que me llevó a hacer la campaña Argentinos contra el Bullying, a acordarme de los momentos de frustración y no querer que otro pibe u otra piba tengan esos momentos. Lo que más me gusta de mi función hoy, además de que estoy haciendo cosas con las provincias y un montón de cosas que hago como ministro, es ayudar concretamente y evitar sufrimiento. Y saber que un pibito, una pibita, un nene o una nena que sufre menos, es una infancia saludable, que después es una adolescencia saludable. Una infancia con amor y con ternura genera mejor gente.
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