El barón Christian de Massy vivió en Buenos Aires y se casó con una argentina, con quien tuvo una hija; irreverente y sin filtro, habla con LA NACION el heredero menos conocido de la Casa Grimaldi
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Pudo haber sido el príncipe de Mónaco y soberano del principado con más glamour de mundo. La vida de Christian-Louis Noghès, conocido como el barón de Massy, pudo haber cambiado el curso de la historia en la realeza. Su madre, la baronesa Antoinette de Massy, era la hermana mayor del príncipe Rainiero, y por mucho tiempo, Christian (nacido en 1949) fue segundo en la línea de sucesión al trono detrás de su tío. Pero la llegada de Grace Kelly a Montecarlo, en 1956, y el nacimiento de sus hijos, lo cambiaron todo.
“Puedes llamarme ‘Su Excelencia’... y espero ver una reverencia”, dice Christian de Massy al comienzo de la videollamada con LA NACION. Pero no puede contener la risa más que algunos segundos. “Obviamente es un chiste”, corrige inmediatamente el primo hermano de la princesa Carolina de Mónaco desde la terraza de su departamento en Montecarlo.
La vista parece imponente: “Aquel es el Palacio, allí el Hotel de París…”, señala el Grimaldi que pocos conocen y que supo ser el más rebelde de la familia (”después de su madre”, coinciden los que conocen la intimidad del principado ). Al hablar, de Massy mezcla el inglés con algo de italiano, un poco de francés y un español bien aporteñado. Y es que este miembro de la realeza monegasca vivió en Buenos Aires, estuvo casado con la argentina María Marta Quintana del Carril, hija de Tita Tamanes, que por un tiempo fue baronesa, y además tuvo una hija, Leticia de Massy.
El príncipe que no fue
Hermana mayor de Rainiero III de Mónaco, la princesa Antoinette Grimaldi, se crio rodeada de atenciones en el principado. Tuvo a sus dos hijos mayores -Elisabeth Ann y Christian Louis- con el tenista Alexandre Athenase Noghès fuera del matrimonio. Recién en 1951, cuando Noghès se divorció de su primera esposa y se casó con Antoinette, legitimando a sus hijos, dándoles un lugar en la línea de sucesión al trono, el príncipe Rainiero le otorgó el título de baronesa de Massy.
Sin embargo, Antoinette no pudo con su codicia. Mientras Rainiero se perfilaba como un soberano soltero y sin herederos, Antoinette ya tenía a un valioso hijo varón e intentó sabotear a su hermano. Divorciada de Noghès y en pareja con Jean-Charles Rey, presidente del parlamento monegasco, aprovechó un escándalo bancario y que la reputación de Rainiero III iba en picada y conspiró para derrocarlo. Su intención era colocar a su hijo Christian-Louis en el trono y autoproclamarse regente.
Fue entonces cuando Christian Noghès (ya conocido como “de Massy”) quedó envuelto en una trama de intrigas palaciegas que inspiraron el film Grace de Mónaco, de 2014, con Nicole Kidman. Ni Carolina, ni Alberto o Estefanía de Mónaco habían nacido aun. Rainiero demoró décadas en perdonar a su hermana.
-¿Cuánto hay de cierto en esa historia?
-Fue un gran escándalo. Bueno, ahora que lo pienso fue solo un escándalo. En estos días tenemos uno por semana... Hubo un gran escándalo financiero en Mónaco, Rainiero no estaba casado y, en cambio, mi madre me tenía a mí de heredero. Además ella era la presidente del Parlamento Nacional. Ellos (por la baronesa y su segundo marido, Jean-Charles Rey) trataron de sacar a Rainiero. Durante cuatro días fue una posibilidad real. Ella decía “yo seré la regente”, porque yo era menor. Pero, obviamente, eso no llegó a ninguna parte.
-¿Ha visto la película con Nicole Kidman?
-Sí, yo tengo un papel principal (ríe). Estoy bromeando, me divierte la escena de la piscina, donde se escucha a mi madre gritar: “¡Christian, ya deja de ser un idiota!”.
-Era pequeño, ¿qué recuerda de esos días?
-Yo no tenía idea de qué estaba pasando, no sabía nada. Supe que fue un “big quilombo”, pero nada más.
-Es un Grimaldi, pero de muy bajo perfil. ¿Cómo se presenta?
-Ante todo, como integrante de un club muy exclusivo (ríe). Fui educado en Suiza, en el prestigioso Le Rosey. Estuve casi diez años allí. Mi madre me metió pupilo muy joven, cuando tenía apenas ocho. Y, modestamente, pertenezco al club de los expulsados del ya exclusivo Le Rosey... Imagínese. Ése es el club más exclusivo del mundo: “Echados de Le Rosey”. Y, para que eso pase, realmente tienes que buscártelo. En 120 años creo que solo 80 personas fueron echadas. ¡Yo fui uno de ellos!
-¿Por qué lo expulsaron del “colegio de los reyes”?
-No era un gran estudiante, pero además me mandé tres strikes, tres faltas graves, el último año. Recuerdo que Mónaco había llegado a la final de la Copa de Francia, algo grande para nosotros. Estábamos en Suiza y pregunté si podía ir a París a ver el partido. Dijeron que sí, pero luego cambiaron de opinión, así que me escapé. Pero la policía y el director me atraparon en la estación de trenes y me llevaron de vuelta al colegio. Muy teatral todo. A la semana, cuando se jugaba el segundo partido de aquella final, desaparecí entre los bosques y me trepé a la copa de un árbol. ¡Dios mío! Vino la policía al colegio, revisaron la estación buscándome… y mientras yo seguía trepado al árbol. Para las siete, la hora de la cena, dijeron que nadie comería hasta que alguno dijera dónde estaba De Massy. Bajé del árbol, fui a mi habitación, me puse mis mejores ropas y así entré al comedor. Todos estaban esperando por mí. Fue mi tercera falta de aquel último año. Tenía trece años y me echaron justo antes de mi cumpleaños número 14. Luego fui a otro lugar, pero no fue lo mismo. Un colegio benedictino en Inglaterra con un maldito uniforme. Hoy me arrepiento, Le Rosey era un gran lugar, pero mi madre me metió allí a los 8 años, yo era muy joven.
-A pesar de lo sucedido con su madre, a quien “expulsaron” de Mónaco por un tiempo, se dice que tenía una buena relación con el príncipe Rainiero y con la princesa Grace…
-Hacia el final no tan buena. Con Grace sí, pero no con Rainiero. No quiero hablar de eso… aunque al menos Rainiero era franco y gracioso, tenía un muy buen sentido del humor. Y la princesa Grace nos dio todo. ¡Todo! No éramos nada, no teníamos dinero, nadie sabía dónde estaba Mónaco... Onassis había hecho su puerto allí, sí, pero fue ella quien nos dio toda esta imagen, todo este glamour de high class. ¡Ése matrimonio! (suspira). Grace en Mónaco logró lo que a cualquiera le hubiera llevado 50 años. No creo que nadie más hubiese podido hacer lo que hizo ella por la imagen del principado. Fueron los años más fantásticos de Mónaco y en 1982, cuando ella murió, comenzó a decaer.
-Usted fue criado en el Palacio Grimaldi hasta los 9 años como heredero al trono de Mónaco hasta el nacimiento de sus primos, Carolina, Estefanía y Alberto. Parece un cuento de hadas...
-Crecimos juntos, sí. Yo estuve mucho tiempo afuera, aunque volvía en vacaciones. Con Carolina fuimos cercanos, pero ya de grandes, porque yo era muy amigo de Philippe Junot, su primer marido. Un buen amigo mío (ríe). Ellos se casaron, pero no duró mucho.
-Su hermana Elisabeth Ann fue muy cercana a Rainiero y a Alberto de Mónaco. Y con frecuencia se ve a su sobrina, Mélanie Antoinette, en actos oficiales. Como primo del soberano, ¿cuenta con alguna función real?
-No, no. Después de mis altos estudios, yo preferí vivir una gran aventura. Tuve una compañía con gran éxito en Europa del Este, que me dio todo lo que necesitaba. Pero soy vago y me gusta divertirme así que la vendí a los seis meses. Luego, me fui de viaje por el mundo. Amo Sudamérica, la recorrí toda.
-¿Y qué decían en Palacio? No es una vida convencional de un miembro de la realeza
-No lo es. Cuando Albert tomó el poder (el príncipe Rainiero murió en 2005) me las arreglé para hacerle entender la importancia de Sudamérica. En Mónaco no tenemos poder, ninguna ambición política y tampoco intercambio comercial con ningún país. ¿Por qué ignorar Latinoamérica? “Mándame de embajador”, le dije. “Si algún monegasco tiene mayor conocimiento de Sudamérica que yo, juro que no te lo pediré más”, insistí. Porque para ser diplomático de Mónaco necesitas cuatro cosas: hablar el idioma, conocer el país, amar el país y buenos contactos. El resto no importa. Y yo cumplía con esos cuatro criterios. Albert dijo: “Serás perfecto”. Y así me hice cargo de Sudamérica y el Caribe.
-¿El príncipe Alberto confía en “la oveja negra” de la familia?
-Querida, después de Le Rosey, la última cosa de oveja negra familiar que hice fue un libro, pero aquello fue 40 años atrás. Si fuera por eso, no estaríamos hablando con los alemanes, ¿no es cierto? He sido un gran chico, un extremadamente buen chico desde entonces. Aún trabajo en Miami, donde me instalé como Agregado Económico, aunque mis ocupaciones terminaron el año pasado porque para los gringos, no puedes estar ahí más de cinco años como diplomático. Estuve en Colombia, el paraíso, justo cuando en 2020 surgió el Covid y cerraron las fronteras. Fue por eso que mi hijo y mi amada novia no pudieron venir a verme.
-¿Cómo regresó a Mónaco?
-Cuando murió mi hermana, la mayor (se refiere a la baronesa Elisabeth Ann de Massy, muy querida para la familia real), digamos que yo no era su fan. Albert me llamó y dijo: “Tu hermana murió”. Yo respondí: “¿Pero cómo? Normalmente hierba mala nunca muere...”. Insistió: “Debes venir porque si no vuelves... ¿Qué dirá la gente? Que no la querías... Vuelve”. Le respondí: “Sí, Albert, pero hay tiburones en el mar. ¿Quieres que nade de vuelta?”. Sugirió que me tomase un vuelo a México: “¿Y cómo voy de Colombia a México? Si quieres que regrese, solo hay una manera…”. Así que él mandó su jet privado, volé a Mónaco y estuve en el funeral. Básicamente, estoy de regreso en Montecarlo desde junio de 2020. Tomo mi moto y viajo todo lo que puedo. Tengo una moto en Mónaco y otra está kaput en Italia.
-¿Qué trato recibe en Europa?
-Siempre espero que digan ‘Su Excelencia’ (ríe). Es broma, soy bastante llevadero, demasiado, pero no voy a muchos eventos oficiales. Siempre la misma gente, siempre escuchar lo mismo: conversación de salón... Que “Ay, mi amor”, “¿Cómo andás?”, “¡Divina!”, “¡Sos espléndida!”… Cuando yo se muy bien que dos segundos después van a decir “Es una perra”.
-¿Ni siquiera asiste al tradicional Baile de la Rosa?
- Solo al Día Nacional, en noviembre -la misa, el Tedeum-, porque soy el mayor de la familia. Solía ir a todo evento social, pero ya no más. Yo ya pagué mis cuentas. Mi cuerpo también dijo basta. Sobre todo mi páncreas. Adoro el vino pero ya no puedo beber ni una copa. Y quiero cuidar mi cuerpo para poder seguir viajando. Gracias a Dios, ya no tengo responsabilidades oficiales. Me gusta mi independencia. Ni siquiera con la Fórmula 1... ¡y eso que mi abuelo fue quien comenzó con el Gran Prix de Mónaco! Huí de eso. Hoy las fiestas son comerciales, todo es con sponsors, a mí me gustan las fiestas pero cuando son auténticas. Eso ya lo hice de joven, con James Hunt y mi buen amigo Clay Regazzoni.
-¿Cómo toma la familia el hecho de que usted elija no ser parte de estos eventos?
-La familia de Mónaco ha cambiado mucho a través de las generaciones. Antes había solo un sucesor. ¿Carlos III? ¿Albert I? Sin hermanos ni hermanas. La primera vez que hubo dos herederos fue con mi querida madre y con mi tío. Cuando yo empecé a salir a los clubs, tenía 21 años y siempre había una mesa para el Palacio. ¿Y quién otro iba a salir e irse de fiesta? Este servidor. Pero hoy, ¿cuántos somos en la familia? Somos 30.000 (exagera). Caroline, Stephanie, Albert y ellos tienen a sus hijos... Todo ha cambiado. Y Albert trabaja, Stephanie no va a nada donde la veas, su hijo Louis va, una de sus hijas va... ¿Caroline? Ella es quien organiza el Baile de la Rosa, así que va y, también a veces asiste a la gala de la Cruz Roja, que organizan Albert y Charlene. ¿Sus hijos? A veces...
-¿Se conocen entre todos? ¿Los hijos de sus primos saben quién es?
-Sí, los conozco y me conocen. Pero para eventos oficiales, Mónaco es un lugar demasiado chico para tantos miembros de la familia y egos tan grandes. Yo prefiero mi moto.
-¿Tanto así se resintió su relación con el resto de los Grimaldi tras escribir su biografía “Palacio: mi vida en la familia real de Mónaco”, en 1989?
-Cuando lo escribí pensé que iba a ganar un premio de literatura. Me sentí decepcionado. Pensé que iba a ser el mejor autor monegasco (comenta con ironía). Mi tío no pudo gritarme porque yo no estaba acá, estaba en New York. Después de la publicación, no nos hablamos por muchos años. Pero, cuando hice aquel negocio exitoso y yo ya tenía todo lo que necesitaba, me acerqué y le dije: “Lo lamento”. Solo quería que supiera que era sincero. Fue estúpido hacerlo y fue una situación completamente evitable.
Pasión por Argentina y los argentinos
“Viví un año en África y volví a Monaco. Y mi querido tío me dijo ‘Antes de armar quilombo aquí, ¿por qué no te vas a Argentina?’. Dije: ‘¿Dónde está Argentina?’. Bien lejos, exacto. ‘No vuelvas, así no nos traes problemas’”, recuerda el barón de Massy hoy, con 75 años.
En Buenos Aires, el barón Christian Louis conoció y se casó en primeras nupcias con María Marta Quintana del Carril, hija de Tita Tamanes y de Enrique Quintana y Achával. Cuenta la historia que, para la baronesa Antoinette, una plebeya latina no era suficiente para su hijo de sangre real. “No fue exactamente el caso, pero prefiero no hablar de eso”, responde a LA NACION de Massy. De aquella unión, que terminó en divorcio en 1978, nació en Buenos Aires su hija Leticia de Massy (53). “Ella es las dos cosas, argentina y monegasca”, dice su padre. Leticia estudió historia del Arte en Argentina, trabajó en el Bellas Artes y actualmente vive en Mónaco.
-Con cuatro matrimonios en su haber y una novia desde hace once años, ¿cuántos hijos tiene?
-(ríe) Tengo a Antoine que vive en Miami y es campeón de tenis. Luego tengo la hija argentina. Y también adopté un tercer hijo (se refiere a Brice Souleymane Gelabale de Massy, hijo del su cuarta esposa, Cécile Gelabale).
-¿Cómo fue su vida en Argentina?
-Viví dos años allí, tenía una casa en Martínez. Recuerdo un lugar llamado “The Embers”, ¿aún sigue ahí? Y de pasar tiempo con el dueño de Heineken en su lugar, con vista al Río de la Plata. También a muchos amigos, como aquel que “tenía una pequeña vocecilla y lo llamaban el loco” (imita). Ya sabes que allí te ponen “el flaco, el negro, el gordo”... A pesar de que era monegasco, yo era “el francés”. ¿Sabes de quién te hablo? Era “el loco” Oscar “Ringo” Bonavena, el boxeador que conocí en Mar del Plata, en la fiesta de Gente. Me senté a su lado sin saber quién era. Resultó muy gracioso, se emborrachó y terminó nadando en ropa interior. Ahí nos hicimos amigos. Recuerdo cuando fue a la Embajada norteamericana a sacar la visa dijo: “Voy a ir a matar a un negro”. ¡Se refería a Casius Clay! Era un gran hombre.
-¿Se hizo amigo de otras celebridades argentinas?
-Yo solía ir a la “Munich”, en Recoleta, ahí me juntaba con amigos. Y conocí al “enano”, quien sería el novio de Susana Giménez, cuando vino a Montecarlo para la pelea contra Nino Benvenuti. Sí, así conocí a Carlos Monzón. Con él hablábamos en español, porque su nivel de inglés no era bueno. Él bebía tanto vino como yo. Pobrecito, ¡qué gran boxeador Monzón!
-Un argentino que tuvo un paso estelar por Mónaco fue el futbolista Marcelo Gallardo.
-Los argentinos y el fútbol... Hace mucho mucho tiempo, cuando llegué por primera vez a la Argentina, conocí por otras personas a Alberto J. Armando, el presidente de Boca. El típico argentino: me prestó un auto, me invitaba a los partidos... Luego, por supuesto, conocí a otro grande, a Marcelo Gallardo, que vivió en Mónaco y que vino a mi casa muchas veces con su esposa. Sus hijos iban con los míos al colegio. Lo respeto mucho, es muy inteligente, un gran señor, sin aires de estrella. Solía contarme “si yo juego en Buenos Aires y pierdo, me oculto. Y si gano, ¡tampoco puedo salir a cenar con mi esposa porque no paran de pedirme fotos!”. Me cae muy bien. Recuerdo que con el embajador argentino en París fuimos a ver el partido inaugural del Mundial de Rugby 2007, entre Argentina y Francia. ¡Me puse tan feliz cuando Argentina ganó! Sí, Argentina, tiene pelotas.
-¿Hinchó por Argentina o por Francia en la final del Mundial de fútbol?
-¡Por Argentina, por el amor del cielo! Si es Argentina versus Mónaco, okey, problema. Pero si no, siempre con Argentina. Cuando ves a los jugadores sientes que ellos morirían por su país, mira ahora en la Copa América. Tienen emociones, algunos lloran al cantar el himno. Mira, en cambio, al equipo francés: no se saben ni la letra... Fijate en el próximo partido del equipo francés quién canta. ¿El entrenador? Todo es plata, plata, plata... El ego es una vergüenza en el equipo francés, no lo aguanto.
Un royal suelto en la Patagonia
“Me casé con una argentina, pero otra esposa mía que encontrarás en la Argentina es la Ruta 40″, comenta De Massy a LA NACION. “A la Argentina la he recorrido en auto tres años atrás, desde La Quiaca hasta Ushuaia. Es la cosa más fantástica...”, asegura. Es por eso que al barón De Massy es difícil ubicarlo. Pasa sus días recorriendo el mundo a solas con su motocicleta. “Estoy haciendo ahora las 30 rutas más míticas del mundo. He hecho la Ruta 40 con un Land Rover y quiero hacerla de nuevo en moto antes de morir”.
Dice que solo espera el momento adecuado para volver a la ruta, que va a trasladar su moto en barco. “Es limitante no poder arreglar todo yo mismo, pero en Argentina la primera persona que pasa te ayuda”, agrega. Su fanatismo por el país es tal que destaca “la hermosura del campo, de la ruta y lo más importante, la gente que conocés 5 minutos en una estación de servicio” y “las gauchadas, cosas que solo encontrarás en Argentina”.
-¿Qué recuerdos tiene de estos viajes?
-Es increíble. Si vas fuera de Buenos Aires o de cualquier gran ciudad, el argentino es “macho”, pero tiene un gran corazón… Como en mi recorrido de Río Grande a Ushuaia, con Romero, el gomista que me socorrió un domingo, cuando más lo necesitaba. Se le había muerto un hijo por no tener suficente dinero para lograr una visa y poder salvarlo con tratamiento médico en los Estados Unidos. Pero él terminó mi arreglo y al pagarle le dije: ‘Che, Romero, ¿estás seguro?’ Me cobró 22 dólares. Aún viendo mi auto, mi chapa gringa y pudiéndome cobrar lo que quisiera, no aceptó un peso de más. Incluso me prestó sus cadenas para manejar en la nieve. Quise pagarle eso y me respondió ‘Una gauchada no se paga’. ¡En Francia me hubieran dicho ‘es domingo, es cuatro veces más caro’! Y en otro país me hubieran secuestrado... Argentina, no tengo palabras... Un gran país, con muy buena gente.
-¿Viaja siempre solo?
-Soy muy individual, no soy muy “colectivo”. No tengo paciencia para esperar. Aun cuando te adore y quiera ser amable, si voy con mi novia querremos ver dónde ir a cenar, qué quieres tú, qué quiero yo... Yo salgo y hasta el atardecer no paro, es un sentimiento único. Cuando estás manejando en moto pasas de todo, frío, calor, humedad, pero todo eso hace que al final del día, cuando llegas a tu hotel, todo sea más gratificante. Una ducha caliente y piensas, ¡que hermosa jornada!
-¿Se viene un nuevo libro pero con sus aventuras por el mundo?
-A veces tomo algunas fotos con el celular, pero no quiero tener que ponerme con la computadora... eso lo hago cuando vuelvo de los viajes. Todavía no se hacer Zoom, mi hijo me tiene que enseñar. Viajo con mi iPad y mi música... la música en mi casco es indispensable, años atrás descubrí este grupo increíble, Gotan Project. Nunca me gustó el tango, lo encontraba monótono y triste. Yo soy más del jazz, del funk y de la música moderna... hasta que viajé solo por horas y horas. Cuando manejas a través de la Patagonia y pasas días de viento, sin nadie a la vista y pones tango, ahí es cuando lo entiendes, captas el mensaje. El “machismo”, el honor de la gente.
-Con ansias de libertad y ganas de viajar, ¿es una ventaja o desventaja ser de la realeza?
-Un poco desventaja, porque saben quién sos, por tus papeles. Y si pides consejo a algún embajador, siempre te dirá que no es peligroso y que no debes hacerle caso a los diarios porque exageran. O al revés: si se enteran que planeo ir con mi enorme moto, recibo mails de mi cónsul, como el de Guatemala, diciendo “no lo hagas, no tomo responsabilidad”, por los secuestros. En Buenos Aires también está un poco jodida la situación, ¿no? Leí que mataron al alguien del campo en una moto… ¿Blaquier? Es increíble, lo que sucede con los seres humanos en las grandes ciudades.
-¿Añora vivir aquí?
-A Buenos Aires volví en tiempos de Néstor Kirchner, conocí a Daniel Scioli, ése que era piloto de botes, y fuimos a comer a Las Lilas. No conozco esa Buenos Aires peligrosa, me pasa como cuando tienes una novia hermosa. Es como que hoy te digan que tienes al amor de tu vida parada detrás de ti, pero luce como un Shar pei. ¿Querrías darte la vuelta? No creo. Cuando mueres, lo único que tienes son tus memorias. Y yo quiero mantener las buenas memorias.
Tengo un medio hermano quien, cuando yo tenía unos veinte años, me ha marcado algo importante sobre mi vida. Eran los 70, tenía un Mini Cooper y manejaba a toda velocidad entre Mónaco y Cambridge, donde se suponía que debía estar estudiando. Siempre estaba en camino y, al llegar a un destino, me decepcionaba por tener que parar, ‘eso es la fuga por delante’, me decía. Yo aprecio mi estilo de vida en Montecarlo pero, cuando estoy en mi moto solo quiero la Ruta 40, la naturaleza, la gente real, comida simple, música y ése espacio enorme.
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