Como sostén de hogar y separada del padre de su hijo no se podía “permitir” no tener un ingreso estable; hasta que las circunstancias la obligaron a barajar y dar de nuevo.
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Hace 30 años estaba en su segundo año de la facultad y, como indicaba la tendencia en el mercado laboral, empezó a trabajar. La demanda de jóvenes profesionales con experiencia era ya un requisito que las grandes empresas consideraban especialmente al momento de tomar nuevos empleados.
Con ese objetivo en mente, antes de recibirse había cambiado de trabajo a una multinacional. Y con solo 23 años podía decir que ya formaba parte del mundo corporativo. “Me encantaba ser parte de la cultura de una empresa de excelencia, aprendí inglés, viajé mucho y conocí personas de todo el mundo. Pero, lo que fue maravilloso a los veintipico, dejó de serlo cuando tuve a mi hijo. En esa época no se hablaba de una vida equilibrada y se asumía que para ocupar el cargo y para crecer, tenías que trabajar como hombre siendo mujer. Quería ser una excelente mamá y también tenía el chip de la multinacional”, recuerda Verónica Sajnin.
En ese momento todos los jóvenes profesionales -y no tan jóvenes también- ansiaban crecer hasta donde llegara su potencial y aprovechar todas la oportunidades profesionales que se presentaran. Es más, decir que no a alguna posibilidad que significara de alguna manera un crecimiento, implicaba poner un freno a la carrera profesional. Por eso, responder al chip de la multinacional suponía, además, trabajar hasta después de hora, viajar si era necesario y, desde luego, tener la mayor exposición posible frente a colegas de otros países.
Había elegido la carrera de contadora por le gustaba la contabilidad, pero también porque entendía que le permitiría múltiples salidas laborales: trabajo en relación de dependencia o de manera independiente, en empresas grandes, chicas, en organismos estatales, part time, full time, etc.
Un salto al vacío de la maternidad
Pero todo cambió con la maternidad. Durante el primer año de su hijo, Verónica Sajnin viajó tres veces. La más traumática fue cuando tuvo que trasladarse a Estados Unidos durante una semana y mientras amamantaba. Tenía 35 años y un bebé de ocho meses que dejaba en casa al cuidado de las abuelas y niñera mientras hacía su mejor esfuerzo por rendir en todos los ámbitos de su vida.
“El dolor emocional y físico, trabajar de 7 a 22 usando los recreos para sacarme leche y llamar por teléfono a mi bebito, no fueron suficientes para decidir que eso ya no era para mí. El siguiente viaje fue de solo dos días. Ese segundo día, el primer cumpleaños de mi hijo. Aún recuerdo esa mañana, no logré conectar en ese lugar, era muy importante lo que había sucedido exactamente un año antes, era mi primer cumpleaños como mamá. Para colmo, mi vuelo de regreso salió con demora y llegué a mi casa a la noche. Darle el beso a mi hijo casi cuando terminaba el día de su primer cumpleaños fue duro y lo que me decidió a comunicar en el trabajo que dejaría de viajar. Pero tenía un cargo regional y era pedir demasiado”.
El “tropiezo” que no sirvió de advertencia
Después de catorce años de multinacional se quedó sin trabajo por primera vez, recién separada y con un bebé. Sí, al inconveniente laboral también se sumaba el emocional. El vínculo entre ella y el padre de su hijo tampoco había funcionado, de modo que ambos decidieron poner fin a la relación.
Aunque siempre había sido sostén de hogar, ahora se encontraba desempleada y vivía de la indemnización/acuerdo que recibía de la empresa. Alquilaba ya que había dejado la casa en la que convivía con su ahora ex marido y que recién recuperó seis años después, cuando se vendió y pudo comprar el departamento donde viviría después. En ese tiempo, Verónica aprendió a aceptar la incertidumbre propia de la vida. Aprendió a vivir día a día, sin pensar en el mañana sino día por día.
Le llevó más de dos años reinsertarse profesionalmente. Quería un rol que no requiriera viajar y no le importaba que fuera de menor responsabilidad. En esos años trabajó part time de manera independiente y si bien estaba muy preocupada por sus ingresos, viendo de lejos esos años se dio cuenta de que poder estar con su hijo, llevarlo y buscarlo del jardín todo ese tiempo, había sido un regalo del universo que no podía desaprovechar.
Finalmente, todavía atrapada por el brillo de las multinacionales, el día que su hijo cumplió cinco años entró a trabajar en una empresa que se ajustaba a sus deseos. Sin embargo, a la salida de la jornada laboral, cuando fue a buscar a su hijo para festejar su cumpleaños, se torció un pie. ¿El destino le estaba haciendo una advertencia? No lo supo en ese momento.
“Ese trabajo, si bien era sacrificado, me permitió liderar millennials por primera vez y me sirvió de trampolín para lo que vendría después. Trabajaba todo el día y extra pero para llegar a fin de mes, tenía que administrar muy bien mis cuentas. Viviendo en Caballito, viajaba tres horas por día para ir a trabajar, después de haber viajado siete años entre tres y cuatro horas por día para trabajar en Puerto Madero cuando todavía residía en Pilar”.
Buscó un nuevo rumbo hasta que consiguió un cargo gerencial en una empresa de un banco estatal. Al desafío de lograr los objetivos y liderar personas de mucha antigüedad, se sumaron los condimentos de la política en la gestión empresarial. Fueron cinco años duros, de mucho por construir en un ambiente un tanto hostil y, al volver a casa, no le quedaba resto ni para conversar con su hijo. Aunque ganó experiencia, el respeto y cariño de muchos colegas y habilidades nuevas, se perdió ver los cuadernos de su hijo, ir a buscarlo al colegio, organizar meriendas y pijamadas con amigos.
“Ese combo tuvo costos muy altos para ambos. Mi hijo se portaba mal en la primaria, en los veranos tenía que ir a la colonia desde pre-hora y esperarme después de horario hasta que llegara. Por ejemplo, si no se acordaba que había que comprar mapas no los llevaba, y al volver del trabajo a casa. estaba tan quemada que muchas veces me costaba entender lo que me quería contar. Sin embargo, todas las noches jugábamos un ratito a juegos inventados con la pelota. Y cada mañana durante toda su infancia tuvimos grandes charlas en la caminata al colegio/jardín. Le inventé canciones y también cuentos, compartimos vacaciones y sueños”.
Volver a empezar
Cuando la empresa puso fin a su contrato, decidió que no quería seguir trabajando full time en relación de dependencia. Quería estar mucho tiempo en su casa después de toda una vida de no poder disfrutarla. Por eso se volcó a la docencia y con la cuarentena creó su emprendimiento (VMS Academia) para trabajar de manera independiente con líderes y empresas.
Con la experiencia de tantos años en diferentes ámbitos laborales, pudo dar forma a un curso de “liderazgo remoto” que cubre temas relacionados con el nuevo paradigma: construcción de un equipo inspirado y empoderado, manejo eficiente del tiempo, cómo delegar de manera efectiva, bienestar personal y organizacional y aplica para líderes de equipos presenciales, virtuales o híbridos. “Todos mis cursos tienen el diferencial de que no son teóricos sino que son 100% prácticos, están creados con mi experiencia de 30 años y tienen aplicación en el día a día. A eso se le sumaron mentorías, coaching y consultoría de liderazgo a pedido de líderes que hicieron alguno de los cursos y decidieron seguir trabajando de manera individual”.
A la distancia, Verónica reconoce que, aunque el camino fue sinuoso, le ayudó a ganar en muchos aspectos. Ahora dispone de su tiempo, de su días y de estar conectada con la vida. Ganó ver su casa de día y los atardeceres desde la ventana, conoció la sensación de paz y felicidad que le da poder contribuir con su experiencia al desarrollo y bienestar de otras personas.
En cuanto al vínculo con su hijo, hace un poco más de dos años, casi desde que empezó el secundario, que ella trabaja parte del día de manera independiente desde su casa. Eso le permite disfrutar de hacer lo que nunca antes había podido: compartir el almuerzo y pasar la tarde juntos.
“Gané trabajar muchísimas horas para construir algo para mí y para compartir, y tener la tranquilidad de que siendo mujer con más de 50 años, voy a poder seguir siendo sostén de mi hogar porque nunca más me van a echar. Me siento agradecida a la vida por darme el valor de animarme a elegir priorizar la conexión con el bienestar y con la vida”.
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