Hanói está muy cerca
Un hilarante paseo por la capital vietnamita, junto a un traductor muy singular
Las cuentas no me daban. Estábamos a tan sólo un par kilómetros, según los carteles, pero hacía un buen rato que veníamos caminando por las ruidosas calles de Hanói, Vietnam.
Esta milenaria ciudad ha sido siempre una de las más importantes del sudeste asiático. Ubicada a la orilla de río Rojo, es una de las urbes con mayor crecimiento demográfico del mundo.
Cuando les digo ruidosa es por la cantidad de gente que había a esta hora de la tarde. Caía el sol en los últimos días del invierno y una leve humedad calaba un poco nuestros huesos al desplazarnos junto a miles y miles de personas que hacían lo mismo que nosotros: tratar de llegar a algún lugar.
Las voces de los transeúntes se escuchaban notoriamente, todos tenían algo para decir, ya que si no caminaban junto a alguien hablando fuertemente y gesticulando como para darle énfasis, lo hacían a través de su teléfono celular, actuando como si tuviesen a alguien enfrente (aclaro que no hablo ni una palabra de la lengua local).
Esto, sumado a las cientos y cientos de motos, transportando a veces a más de dos personas –incluso más de tres– y a bocinazo limpio para dar a entender sus movimientos, creaba una cacofonía urbana de lo más peculiar.
Lo que tenía ante mis ojos en ese momento era una imagen casi perfecta de una pujante ciudad asiática, con todos sus condimentos.
Tal es así que en el aire flotaban los olores de los innumerables puestos callejeros, donde se ofrecía la más variada cocina vietnamita, que hacía que sintiera un poco de hambre. Hambre, sed y, tengo que reconocer, cansancio, ya que no habíamos parado de caminar en todo el día. Una gran forma de conocer la ciudad, pero, y como ustedes comprenderán, necesitada de unas buenas paradas técnicas a lo largo del día para llegar al final de la jornada.
Tenía muchas ganas de probar la comida de un pequeño y simple restaurante atendido por sus dueños, que me aseguraban era de lo mejor del país. Yo parecía un niño preguntando cuánto faltaba.
Aquí es donde entra Mr. Ha. Mi variopinto colega y simpático traductor, encargado de llevarme alrededor de Hanói. A Mr. Ha me lo habían recomendado por sus conocimientos y por su manejo del idioma español.
Y aquí está la parte divertida de la cuestión. Es que si bien Ha hablaba varios idiomas, los más débiles eran el inglés y sobre todo el español, y desde el primer momento que entablamos una conversación se transformó en una divertida pantomima en la cual cada uno trataba de entender lo que decía el otro. Todo esto a través de una graciosa mezcla de español, ingles, francés y giros idiomáticos vietnamitas, lo que llegó a veces a transformarse en una hilarante sucesión de monosílabos y respuestas de una sola palabra, muchas veces sin sentido.
Y la palabra más utilizada fue cerca. Este adverbio se transformó en un latiguillo usado por mi divertido amigo.
–Ha, ¿está lejos la pagoda?
–Cerca, muy cerca.
–Genial, ¿hay algún lugar para tomar algo ahí?
–Pagoda, tomar, cerca, muy cerca.
O por ejemplo:
–Ha, ¿qué hora es?
–Cerca, muy cerca.
Así, todo el día, lo cual transformó mi visita en una especie de limbo donde prácticamente no existía tiempo ni espacio. Y me di cuenta de que con mucha paciencia –y también arte–, Ha se encargaba de explicarme su cultura, su historia y sus costumbres a través de innumerables miradas cómplices, risas y gestos. Mostrándome que a veces una imagen vale más que mil palabras.
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