En la tercera temporada de Hannibal, el guionista y productor Bryan Fuller retrata con maestría el mundo oscuro y desencantador que rodea al Dr. Lecter.
Primero, la noticia descorazonadora: NBC ha decidido cancelar Hannibal por bajo rating tras la finalización de esta temporada, la tercera, que AXN estrena en Latinoamérica el lunes 3 de agosto a las 23. Al cierre de esta nota se amontonaban las noticias sobre su posible continuidad en Netflix o Amazon, esos paraísos del streaming donde los números de audiencia aún no deciden la suerte de los programas. Al mismo tiempo los seguidores de la serie, desconcertados, arrancaban con la campaña #SaveHannibal a través de una petición publicada en el sitio Change.org, donde con casi 73 mil firmas recolectadas bregaban por la resurrección de una ficción que ha demostrado que se puede hacer un cóctel perfecto mezclando géneros como el procedural, el suspenso y el horror.
Bryan Fuller, su creador, que combinó esos componentes con precisión y supo llevar con maestría al terreno de las series a un personaje como el Dr. Hannibal Lecter –invención magna del escritor Thomas Harris y protagonista de algunas películas excelentes como Cazador de hombres (Michael Mann) y El silencio de los inocentes (Jonathan Demme), y de otras secuelas y precuelas cinematográficas de olvidables para abajo–, propuso como gancho a quienes tengan una oferta para continuar la serie una cuarta temporada con menos capítulos y más humor. Ojalá se le dé.
Se entiende la desazón de Fuller: el hombre hizo todo bien en Hannibal. El danés Mads Mikkelsen como el psiquiatra caníbal (un rasgo que en la primera temporada se insinúa en sutiles detalles de puesta en escena pero que en la segunda aparece en todo su esplendor) y Hugh Dancy como contrafigura (interpreta al agente especial del FBI Will Graham) son la mejor elección para el doblete protagónico y base de un elenco firme donde resalta el siempre eficaz Lawrence Fishburne como el jefe de Graham. Pero eso es solo el comienzo. Lo verdaderamente brillante del trabajo del también showrunner fue la creación de un mundo oscuro y desencantador que rodea a ese grupo de personas siempre en peligro, volviendo a Hannibal la ficción más desembozadamente sangrienta de los últimos años. Y también la más truculenta.
Fuller no dejó lugar para la distracción ni para el escape cómico, como sí ocurrió en otras notables creaciones suyas (la efímera Pushing Daisies o Dead Like Me) y comprendió que no se podía andar tonteando con asesinatos que dejan pilas y pilas de muertos ni con la simbiótica relación entre Lecter y Graham –dos perturbados de distinta intensidad con secretos inconfesables enterrados en lo más hondo de la mente– ni con cadáveres en estado de putrefacción. Tampoco con sus personajes: ese Graham casi autista que a cada asesinato que recrea en su mente le suma una capa de desesperación y angustia; el Lecter de Mikkelsen, tan perfecto como el de Anthony Hopkins, exquisito en el vestir, en el cocinar –es muy bueno el aporte del chef español José Andrés como asesor gastronómico– y en el matar; el Jack Crawford de Fishburne, oscilante entre el deber, la manipulación de Graham y la fascinación por Lecter. Ellos son criaturas en el borde de sus personalidades, atadas a un mundo horrible donde la escala humana está a nivel subterráneo.
Pero, además, Fuller dota a la serie de un tratamiento visual único, pleno de texturas y colores saturados, con una puesta de cámara que, sin escatimarle al espectador todo tipo de descubrimientos macabros, jamás se vale de golpes de efecto innecesarios. Una decisión estética que acompaña al detalle la banda sonora de Brain Reitzell, combinación de electrónica, amplias orquestaciones y sonidos percusivos que recuerda a los trabajos de Bernard Herrmann para Alfred Hitchcock y que prácticamente no deja espacios sin cubrir.
Tras dos temporadas muy buenas y bastante distintas entre sí (en la primera es Graham quien motoriza la trama, relegando a Lecter a ser una amenaza en las sombras; en la segunda el magnético psiquiatra toma las riendas), la serie vuelve tras un último capítulo impactante cuya escena final dejó un cliffhanger perfecto: el enfrentamiento entre Lecter y Du Maurier, la verdad sobre los hábitos del doctor absolutamente revelada y su escape en un avión rumbo a Europa. El arranque de la tercera lo encontrará en Italia, con nombre y profesión cambiados y viviendo en un palacio con su psiquiatra Bedelia Du Maurier (Gillian Anderson, ya regular en el elenco y a la espera del retorno de X Files), al acecho de nuevas víctimas y con la amenaza latente del encuentro con Graham, su ex amigo y ahora némesis. Algo que será inevitable porque aquí, sin dudas, la sangre tira.
La vuelta de Pablo
Desde que la novela colombiana El patrón del mal revolucionara la TV argentina, la figura de Pablo Escobar Gaviria se erigió como personaje ideal a la hora de contar el apogeo del Cartel de Medellín. Eso mismo hace Narcos, la serie que el 28 de agosto estrena Netflix y que produce el cineasta brasileño José Padilha (Tropa de élite, RoboCop), donde se muestra la lucha entre los pesados hombres de la organización criminal y las fuerzas de la ley. Producida por Netflix y Gaumont International, tiene en su elenco al chileno Pedro Pascal (Game of Thrones), mientras que a la lista de actores que interpretaron al Zar de la Cocaína (el increíble Andrés Parra, Benicio del Toro) suma un brasileño: Wagner Moura.
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