Hanif Kureishi, la voz consagrada de las minorías
SEGOVIA, España.– Por las calles donde hizo caminar Francisco de Quevedo a uno de los pícaros más famosos de todos los tiempos, las mismas por las cuales, en pleno invierno castellano, desandaba de la pensión a la escuela un maestro llamado Antonio Machado, Hanif Kureishi pasea entre turistas. Fue delincuente juvenil, padeció la discriminación, conoció el universo salvaje de los suburbios londinenses, sufrió un sistema educativo en el que se azotaba a los niños en clase y, antes de caer en el abismo que abducía a tantos chicos de su barrio, un sueño lo rescató. Hoy Comandante de la Orden del Imperio Británico, cargo que le otorgó la mismísima reina Isabel II, le aportó a las Letras inglesas la narración de una experiencia que antes apenas figuraba en las páginas de la narrativa contemporánea. Le dio voz y protagonismo a un personaje que antes había sido solo decorado: el inmigrante. Kureishi encarna el sueño inglés, esa versión europea del sueño americano de quienes llegan a esa isla en busca de una vida mejor, como dice uno de sus personajes de Ropa limpia, negocios sucios, incluso con la ilusión de instalarse en Londres para penetrar en el epicentro de una sociedad centrífuga.
Es sábado por la mañana y luego del desayuno, el célebre autor –cuya nueva novela, Nada de nada (Anagrama), acaba de lanzarse en la Argentina– baja al lobby del hotel para la entrevista. En este palacete donde se hospedó Sofía Loren, alumbrado con arañas de cristal y sillones de pana, Kureishi aparece con un look informal, una remera con la cara de Miles Davis, una pulsera de elástico que estira para descargar tensiones y una botella de agua que ubica, a pesar de tener una mesa, delante de él, en el piso. Nombra a menudo a su novia, quien lo acompaña a su presentación en el Festival Hay de Segovia, y luego de su entrevista pública –donde no cabrá un alfiler– recorrerán la antigua ciudad, famosa por su acueducto romano. Hijo de padre paquistaní y de madre inglesa, nació en 1954. "La gente era un poco existencialista conmigo. Todo el tiempo me preguntaban de dónde venía. No entendía. ‘De mi casa’, respondía", le confesaba a Will Self y durante aquellos años de marginación escribió en su cabeza El buda de los suburbios ("La gente que vivía en vecindarios como el nuestro rara vez soñaba con tratar de ser feliz. La rutina y la capacidad de aguante lo eran todo: la seguridad y el hecho de saberse a salvo eran la recompensa por una vida monótona", dice el narrador Karim Amir). Detractor de los principios del Brexit, amigo de David Bowie, habla de su última novela y recuerda el día que discutió con Harvey Weinstein.
–¿Qué significa haber recibido la Orden del Imperio Británico?
–No significa nada en realidad. Me dio mucha felicidad cuando me lo informaron porque vengo de una familia de inmigrantes y mi padre estaría muy orgulloso de ver que he triunfado, que he logrado un lugar en este país.
–¿Lo interpreta como una revancha?
–Es algo simbólico, en realidad, no pienso mucho en ello. Solo trabajo y tengo tres hijos, dos mellizos de 25, y otro de 22, y quiero que puedan vivir como escritores, como guionistas, que es lo que les gusta. Para mí, lo importante es que puedo vivir de mi escritura, que era mi sueño desde niño. Tuve trabajos convencionales y me sentía muy incómodo yendo a trabajar.
–¿Cómo fue su niñez?
–Fui un niño delincuente, con mal comportamiento, siempre metido en problemas. Los adultos aún llevaban consigo las secuelas de la guerra y el clima en los colegios eran muy severo.
–¿Cuándo se produjo el cambio? ¿Qué lo salvo?
–A los 14 o 15 años miraba por la ventana en la escuela y fantaseaba con ser escritor. Era absurdo que alguien como yo pudiera lograrlo. Mi papá era periodista en Paquistán y había querido ser escritor. Ingresé en la Royal Court Theatre a estudiar dramaturgia. Estar con escritores, directores y actores fue la puerta al futuro. De repente, encontré un mundo donde sí quería estar.
–Además de Marcel Proust, ¿qué autores leía cuando era joven?
–Me encanta la literatura francesa aún hoy y sigo leyendo a [Georges] Simenon. Cuando era joven, solo me interesaba el pop y el rock&roll, aunque también escritores como Philip Roth, Normal Mailer y Joan Didion.
–Usted conoció a Roth, ¿cómo fue ese encuentro?
–Sí, viajó a Londres y lo fuimos a ver con Stephen Frears. Era un hombre muy dulce y fue muy amable conmigo.
–Él también, nacido en Newark, conocía la vida en los suburbios.
–Sí, era miembro de una minoría, me identifico con él porque ha luchado y ha sido marginado por su religión.
Una de las primeras obras de Kureishi fue Borderline (1981), estrenada en la prestigiosa sala del Royal Court ante un espectador que no cesaba de celebrar cada chiste: el padre del autor. Para esta pieza de teatro político, se realizó una investigación con entrevistas a inmigrantes, quienes contaban sus experiencias en un barrio conflictivo de Londres. "Había pocos escritores, actores o directores asiáticos o afrocaribeños que podían vivir de su trabajo. ¿Por qué mi caso sería diferente?", escribió veinte años después, ya consagrado, en The Guardian. Kureishi, a quien le asignaron la tarea de moldear aquellos testimonios en una obra, vivía en el oeste de Londres, cerca de la estación de Barons Court con su novia, asistente social, en el distrito de Hammersmith, donde aún hoy reside. Realizaba todo tipo de actividades para sobrevivir hasta que el giro del destino se produjo: Stephen Frears llevó al cine Ropa limpia, negocios sucios (1985), con un actor casi desconocido, Daniel Day-Lewis. En este guion, Kureishi, nominado al Oscar por su labor, contaba la historia de un joven paquistaní que pone una lavandería, con un compañero de colegio, un hooligan; una amistad imposible que incluso se convierte en una pasión.
–Entre aquellos múltiples trabajos, ¿es cierto que escribió guiones de películas pornográficas?
–Sí, escribí relatos eróticos y también escribí sobre el Marqués de Sade. En los setenta, la gente estaba metida en las drogas, era una época muy salvaje en Londres.
–¿Cómo fue esa experiencia en el Oscar?
–Tenía 29 años, era algo increíble. Quería ser escritor desde que era adolescente y de repente, estaba allí. Me sentaron junto a Bette Davis y ella fue muy buena conmigo, muy dulce. Sabía que estaba aterrorizado. Bette Davis, sí, ¡rock&roll, baby!
–Creció escuchando David Bowie y luego fueron amigos.
–Sí, me crie en los setenta con el punk y la música de David Bowie. Fuimos muy amigos desde los noventa y trabajamos juntos en dos proyectos. Hizo la música de El buda de los suburbios y después quería hacer un musical con Ziggy Stardust y llevarlo al teatro. Trabajamos mucho durante eternidades, pero no lo logramos.
–¿Por qué?
–Él no estaba seguro de cómo quería que fuera o no lograba que tuviese muchas dimensiones, que saliese del escenario. Finalmente se rindió, dejó de intentarlo. Era encantador, divertido, inteligente, involucrado con el mundo, siempre quería saber cuál era la película que estaba viendo, qué leía, le encantaba el arte, iba a galerías, le gustaba ver fotos.
En Nada de nada, Kureishi regresa a un universo que tanto conoce: el cine y las relaciones sentimentales conflictivas. Esta ficción narra la vida de un director de cine ya anciano, en silla de ruedas, casado con una actriz india, a la que adora y a quien le ruega que le exhiba su cuerpo. En este vínculo aparece un personaje, un crítico de cine, y con él se forma un sórdido triángulo.
–¿Cree que esta es una de sus novelas más oscuras?
–En la novela aparece un hombre que está muy enamorado de su mujer y la está perdiendo. Es la sensación de pérdida la que trabajé: perder el talento, tu carrera, tu vida. Quería escribir sobre un hombre enojado y furioso. Me encantan las novelas negras y este personaje está obsesionado con este género. Creo que siempre hay diversión en mi escritura, incluso en esta novela, que es muy negra, quise hacerla divertida.
–Aparece otro de los elementos de su narrativa: el sexo y el erotismo.
–Antes que escribir sobre sexo, me interesa la idea de involucrarse sensualmente con el mundo. He sufrido de depresión en mi vida, así que me interesa la idea de placer. Me gustaría pensar que más que de sexo escribo sobre placer, una fuerza creativa.
–En la novela, un personaje es crítico de cine. ¿Cómo se lleva con la crítica en general?
–No me hace ninguna diferencia. Escribo desde los 14, cosas buenas, otras malas. ¿Qué puedo hacer? ¿Matarme? Sigo escribiendo.
–¿De qué modo planea sus personajes?
–Pienso mucho en ellos. Debes pensar en ellos todo el tiempo. Cuando estoy en la calle, comprando o acostado en la cama. Pienso qué hacen, qué dicen, hablo sobre ellos con la gente que me rodea, con mis hijos.
–¿Cuánto se parece su escritura a usted?
–Cuando escribo, escribo una oración, la miro y al ratito me doy cuenta de que se parece a mí. El modo en el que escribís –es un poco loco, lo sé–, pero se parece a uno.
–Enseña escritura creativa, ¿qué consejos les da a sus alumnos?
–Que escriban en contra de su decencia, de su dulzura, que no se repriman y que sean salvajes.
Luego del éxito de Ropa limpia, negocios sucios, Kureishi continuó ofreciendo al cine sus guiones, como Sammy y Rosie van a la cama (1987), donde volvió a conformar una sociedad artística con Frears. Se animó a dirigir su propio guion con Londres me mata (1991), y luego se abocó a la versión televisiva de El buda de los suburbios (1993). Con Intimidad (2001), el guion de su novela en la que narra los sentimientos de un hombre antes de abandonar a su familia, logró elogios en la versión de Patrice Chéreau. Esta novela sobre el fin del amor y sobre el abandono se ha convertido en un texto de culto ("Qué espléndida inocencia muestra un ser cuando no teme que le hagan daño", dice el narrador). Peter O'Toole fue el protagonista de Venus (2006), el guion que eligió Roger Hill, el director de Un lugar llamado Notting Hill, para contar el vínculo entre un anciano y una joven. Hill volvió a llevar al cine un guion de Kureishi, Le week-end (2013), con Jim Broadbent.
En su carrera hay un hito que ahora comparte a viva voz: "Estoy muy contento de decir que Harvey Weinstein me insultó muchas veces". En 1999, contaba a The New York Times antes del estreno de Mi hijo el fanático (1997), una historia de amor entre un taxista paquistaní y una prostituta blanca, que había discutido con Weinstein porque quería cambiarle el final a aquel relato: "Evitó su lanzamiento durante dos años porque no tenía final feliz. No sé bien qué significa un final feliz: ¿debe el taxista abandonar a su mujer o no?". Casi dos décadas después de aquel hecho, el relato dejó de ser una línea perdida en un artículo periodístico para convertirse en una hazaña, quizá la de un hombre que antes de haber sido un intelectual lidió con los skinheads y patoteros más temidos de Londres. Kureishi entraba en un hotel cuando Weinstein salía del lugar rumbo al aeropuerto. El escritor ni pudo avisarles a quienes lo esperaban dentro: se subió obligado al coche, donde un hooligan neoyorquino y millonario lo menoscabó. Finalmente, llegaron al aeropuerto de Londres y Kureishi debió regresar a la ciudad, aturdido de insultos, pero en armonía con su conciencia.
–¿De qué modo lo rodea hoy el racismo?
–En Gran Bretaña, la gente que trabajó toda su vida y a la que le prometieron mucho, como lo hizo Margaret Thatcher, está cansada. Los que apoyan el Brexit son personas con una idea nostálgica del país como imperio y no soportan ser parte de una comunidad. Pero ocurre en toda Europa. Me preocupa por mi familia. Estamos viviendo una era de resentimiento y de furia.
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