Una oferta laboral inesperada lo llevó a alejarse de Argentina y vivir una vida nómade, hasta que una pregunta de un colega lo trajo de regreso.
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Allá, por el año 2005, Héctor Torres arribó a Termas de Río Hondo, Argentina, para formar parte de una conferencia de marketing de productos y servicios. Cuando llegó su turno de exponer, observó al público, relajó su mente y le dio comienzo a su charla sin imaginar que su vida estaba a minutos de dar un giro inesperado.
Al finalizar la ponencia, un matrimonio estadounidense se acercó y, tras algunas preguntas, le propuso contratarlo como asesor para su empresa relacionada al mundo de bienes raíces, con locales en distintos puntos de Estados Unidos. Héctor, aceptó la oferta, dispuesto a confiar y dejarse sorprender en su nuevo camino.
Una vida de hoteles y aviones
¿Por qué no aceptar?, se preguntó Héctor. Su vida siempre se había caracterizado por ser una de viajes constantes por el interior de la Argentina y noches en hoteles, que hacían de hogar provisorio. Empleado para una empresa de servicios de marketing, desde 1993 pasaba las horas con un portatraje y un maletín, arriba de aviones.
“Llegué a tomar dieciséis vuelos mensuales. Daba talleres, conferencias y clases. Recuerdo que los días sábado y domingo me quedaba en las provincias que me asignaban y me dedicaba a conocer lugares y sumar asesorías a empresarios”, cuenta Héctor.
Y lo cierto era su movimiento permanente, acompañado por fugaces regresos a Buenos Aires, habían impactado en su vida personal: con los años, Héctor había perdido contacto con sus amistades y no tenía demasiado que lo atara a su tierra natal: “Natalia, una chica con la que había salido, también había quedado en otra vida”.
Estados Unidos, la explosión de la burbuja inmobiliaria y una llegada a Colombia peculiar
Estados Unidos le abrió los brazos por aquellos tiempos, donde la bonanza parecía brotar por doquier. Los grandes malls, las autopistas colmadas de rodados de gran tamaño y hasta ese café “chico” -que le pareció más bien generoso- lo sorprendieron.
Primero se instaló en Miami, para luego trasladarse a Nueva York y más tarde a Texas. Pero fue California el estado que lo enamoró: “Me impactó la famosa playa de Santa Mónica, un lugar paradisíaco en todo sentido, aunque muy caro para vivir. En general, en California quedé maravillado con el orden, los servicios, con cómo las empresas se dedican a reciclar todo tipo de material, y el tratamiento de residuos para lograr extraer gas para las viviendas”, observa.
Allí, en una nación donde descubrió que emprender y trabajar eran prioridad, Héctor creció profesionalmente, invirtió largas horas en sus clientes, pero también viajó y conoció aquella tierra hecha para los sueños y promesas. Para el argentino, la vida fluía sin grandes contratiempos, hasta que explotó la burbuja inmobiliaria a fines de 2007.
“Todo cambió drásticamente y pronto se hicieron visibles las consecuencias para todo aquel que fuera broker o se dedicara a bienes raíces. En mi caso, mi contrato me había beneficiado con una visa profesional, pero ante el panorama, el trabajo para mí se acababa. Por fortuna, había juntado buen dinero para llegar a la Argentina o irme a otro destino, sin necesidad de reinsertarme laboralmente con urgencia”.
Argentina estaba lejana en sus pensamientos. Héctor dejó su departamento alquilado en Bernardino, San Diego, y partió rumbo a México, donde había realizado algunos trabajos de marketing en el año 93. Primero pasó por Juárez y luego bajó hasta el Distrito Federal: “Pero la crisis financiera comenzaba a golpear en el sur y, finalmente, decidí viajar a Panamá”.
El espíritu nómade de Héctor de pronto brotó con fuerza. Sin ofertas laborales en su rubro, se dedicó a recorrer diversos países y permaneció por períodos más extensos en Nicaragua, Ecuador, Venezuela y Puerto Rico, siempre a disposición para cualquier tipo de trabajo que surgiera. Entonces, llegó Colombia, una última estación donde sufrió un robo importante, pero que le obsequió grandes experiencias.
Universidades, asados y canto
En Colombia permaneció más tiempo del esperado, aunque siempre en movimiento. Tras el robo, atrás habían quedado los tiempos de bonanza inmobiliaria y conferencias. Héctor comenzó a trabajar de mesero, hasta que un buen día, uno de sus tantos contactos lo invitó a dar una conferencia en la cámara de comercio.
“A partir de entonces cambió mi suerte y me empezaron a llamar de diversas universidades”, cuenta. “Y, paralelamente –como nota de color- sabiendo que era argentino, me llegaron ofertas para hacer asados privados, lo que debo decir que dejaba buena ganancia. Y mis actividades siempre estuvieron acompañadas por mi canto y mi guitarra”, sonríe.
Héctor dio clases en cuatro universidades en distintos puntos de aquella nación y, en el camino, reveló los claroscuros de una tierra en la que, a pesar de los altibajos, alcanzó una buena calidad de vida.
¿Tenés Facebook?: una mujer especial y un buen motivo para volver a la Argentina
Fue en un día como cualquier otro, que un colega le preguntó si tenía Facebook. Corría el año 2009 y Héctor no sabía de qué le hablaba; decidió investigar y abrirse una cuenta: “Quería tener la oportunidad de encontrarme con excompañeros de estudios”, rememora. “Al segundo día de esto me escribió una mujer”, continúa sonriendo.
De inmediato, Héctor supo que se trataba de Natalia, aquella novia a quien había dejado doce años atrás, debido a su diferencia de edad y sus formas de vida dispares; él le llevaba diecinueve años, tenía un pasar nómade y, por aquel entonces, creyó que lo de ellos no funcionaría: “Pero ella no es una mujer común, es especial”.
Héctor imaginó que, a esa altura de sus vidas, ella estaría casada. Sin embargo, Natalia jamás había dejado de ser aquella mujer única, tras la búsqueda de su verdadero amor. Las conversaciones por la red social y luego por teléfono continuaron hasta el 2010, el amor entre ellos había renacido y, finalmente, encontró una buena razón para volver.
En 2011, Héctor, un hombre que en seis años había vivido en nueve países, decidió embarcarse en un vuelo a la Argentina, lleno de dudas: sabía que a su edad le iba a resultar difícil conseguir trabajo en un país donde su rubro se había transformado desde su partida.
A pesar de sus inquietudes, aquel enero, Héctor abordó un avión en Guayaquil, que hizo escala en Chile para luego llevarlo a Buenos Aires: “Mi estado emocional era tal, que mi confusión me llevó a subir a un avión que iba a Londres, del que me tuvieron que bajar”.
Encontrar la propia tierra
Hasta el día de hoy, Héctor, el hombre de viajes y hoteles, sabe que a la Argentina regresó por amor. Más allá de Natalia, de su familia y sus afectos, no deseaba volver; el impacto del retorno, nublado en su memoria, fue intenso para su espíritu: “Creo que al llegar me sentí más extranjero en mi propio país que en aquellos en los que estuve trabajando”, admite.
Consiguió empleo en diez días, aunque no en su área. A Natalia le propuso matrimonio el 11 de febrero de 2011 a las 11 de la mañana: “Algo que jamás hubiera imaginado que podría suceder. Tras tantos años sin vernos, me casé con el amor de mi vida”.
“Al casarnos me encapsulé en mis afectos directos y en el trabajo, a tal punto que pasaba muchos días haciendo horas extras y sin contacto con nadie. En horas libres estudiaba o hacía cursos sobre disciplinas inconexas a mi profesión, como adiestramiento canino y etología cognitiva”, dice.
“Lo cierto es que extraño los países en los que viví y que me regalaron muchas oportunidades laborales y económicas. Mi regreso en ese sentido, el laboral, no fue bueno y, finalmente, terminé colocando un negocio junto a mi esposa”, concluye Héctor, un hombre que tal vez no tenga arraigo por ninguna patria, pero en su amor, Natalia, halló su tierra.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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