A Marcela le diagnosticaron cáncer de mama en 2015, la operaron y le hicieron quimioterapia y rayos. Además de lo que hicieron los médicos, el humor y la escritura la ayudaron en ese proceso. Y además se aferró a su cantante favorito que tuvo un gesto impensado durante esos días difíciles.
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“Era un lunes del mes de abril de 2015, cerca del mediodía, y tenía turno con la doctora. Cuando entré al consultorio ya sabía lo que me iba a decir. Lo que recuerdo de ese momento es muy borroso, solo que ella me hablaba y me decía que todo iba a estar bien y me recomendaba los médicos que tenía que ver en Mar del Plata. Yo estaba como en las películas donde el actor ve pasar todo rápido y borroso y los sonidos son confusos. Sali de ahí y las dos cuadras al negocio de mi ex marido fueron eternas. Trataba de caminar, pero las piernas me pesaban y solo pensaba en cómo se lo iba a decir a él, a mi hijo y a mi mamá. Cuando llegué al negocio de Guillermo, mi ex, me derrumbé cuando se lo dije, él me atajó porque mis piernas ya no me sostenían. Ahí lloré. Pasado ese momento le pedí que Fabri, mi hijo, ese día se quedara con él. Todavía no podía enfrentarlo, necesitaba volver a estar entera y entender todo lo que me pasaba para poder responder todas sus preguntas e inquietudes. Decidí que ese día me iba a permitir caer, pero solo ese día, ¡no más!”.
Ese lunes de abril sin lugar a dudas fue un antes y un después en la vida de Marcela Zarate que por aquel entonces tenía 40 años cuando recibía la noticia de que tenía cáncer de mama. Unos meses antes, cuenta, se había separado de Guillermo y debió abandonar la casa que compartían junto a Fabricio, el hijo de ambos. Todos los días salía a trotar y hacía ejercicios físicos mientras disfrutaba de las hermosas vistas de las sierras de Balcarce, ciudad donde vive desde que tiene cuatro años. Además, hacía trekking acompañada siempre de grandes amigos.
“No podía permitirme perder esta batalla”
En diciembre de 2014 Marcela se había hecho la ecografía mamaria que no había arrojado nada extraño. A los tres meses, realizándose el autoexamen, se encontró un “bultito” en la mama derecha. Cuando fue a consultar, su ginecóloga de toda la vida, cuenta, la mandó a hacerse una mamografía y una ecografía mamaria cuyos resultados “no fueron convincentes”. Si bien lo que se observaba no era muy grande, no se trataba de un nódulo normal de una displacía. Por eso, le realizaron una resonancia de urgencia, cuyo resultado llegó a los tres días, aunque ella ya llevaba más de un mes de estudios y ese “bultito” había crecido mucho más.
Una vez que se recompuso en el negocio de su ex marido, Marcela se dirigió hacia su casa. Lo primero que hizo fue llamar a algunas de sus mejores amigas para ponerlas al tanto de la situación. “Con ellas ahí y con mi doctora al teléfono decidí que no podía quedarme, tenía que resolver qué hacer con todo esto, no podía perder un minuto. Poque cuando pasan las cosas no solo hay que permitirse caer, sino que también hay que resolver qué hacer con todo eso. Ver cómo se va a seguir y buscar la forma de solucionarlo, no podía permitirme perder esta batalla o no darle lucha”, confiesa.
La pregunta más difícil
Al día siguiente Marcela se entrevistó con el oncólogo que iba a atender su caso, quien le comentó cómo iba a ser y qué cosas podían ocurrir durante la operación. “Ahora si podía explicarle a Fabri, que solo tenía 11 añitos y venía de pasar por la separación de sus papás, cómo iba ser la primera parte de este proceso. Porque decidí ir diciéndole las cosas de a poco y cuando yo tuviera las respuestas. Considero que a los chicos no se les debe mentir, tan solo darles la información que pueden manejar y responder sus preguntas en forma concisa, sin muchas vueltas. Y así lo hice: le dije que la operación era para sacar ese dolor que tenía. Él lo entendió, solo me hizo la pregunta que creo ningún padre está preparado para responder: ¿`Te vas morir`? Tragué saliva, acomodé mi corazón estrujado y le respondí muy tranquila y con seguridad: `No, por eso hago todo este tratamiento`”.
Tras esa cirugía, a Marcela le realizaron cuatro sesiones de quimioterapia (cada 21 días) y una vez que llegó el resultado patológico su médico decidió agregar otra quimio con una droga especial. “Es decir, había semanas que tenía las dos quimios. Después de un descanso vinieron los rayos y listo. Si antes era un tornadito, ahora era uno con tormentas eléctricas”, se ríe.
El humor y la risa, dos bastiones en medio de la enfermedad
El humor fue un aliado principal con el que contó Marcela a la hora de atravesar esta enfermedad. De hecho, lo primero que se le ocurrió fue bautizar al cáncer con un nombre: “El Intruso”. “Fue una idea algo loca, pero que ayudaba a muchos a poder hablar de él porque hay personas a las que les cuesta decir esa palabra y, además, hasta estar segura de mi evolución no quería que mi hijo enfrentara esa sensación que muchos le transmitían. Siempre dije que a los fantasmas o monstruos debajo de la cama si les ponemos nombres, dejan de ser tan monstruosos”.
Marcela siempre fue una persona de reírse de sí misma y, cuenta, descubrió que en ese delicado momento que estaba atravesando reír le hacía muy bien en lo personal y también el hecho de poder compartirlo con sus seres queridos. “Nada es fácil, pero si podés hacerlo con una sonrisa o podés ridiculizar la situación es mucho mejor porque ahí le sacás poder. Ahí enfrentás a tu monstruo y le quitás poder, no dejás de tenerle miedo porque eso es necesario”.
Escribir para hacer catarsis y ayudar a sanar
Y a partir de ese momento comenzó a escribir posteos en Facebook donde contaba sus “locuras” en quimio, entre otras cosas. Y eso, cuenta, le hizo darse cuenta que a muchas personas les servía y les ayudaba a entender las diferentes vivencias que puede atravesar quien está afrontando un tratamiento oncológico.
El 17 de septiembre de 2015 escribió: “Listo!!! Como dice mi amiga…ya pasó la tercera y fue tranqui. Por supuesto que revolucioné el sector de quimio…hago reír a todos, charlo (jeje cosa que me cuesta). Ahora a descansar, pelis y que me mimen un poco (cómo me aburro estando quieta). Se aceptan visitas, jajaja!!!”.
“Me enoja vivir con miedo a cada dolor”
A raíz de lo que Marcela generaba en otros pares que se encontraban afrontando la quimioterapia, su psicóloga le recomendó que le escribiera una carta al cáncer. Y sin dudarlo, en enero de 2016, lo hizo público.
“Me enojé y me enojo con vos cada día. Cada vez que no puedo hacer lo que me gusta, cada vez que alguien se aleja de mí porque no sabe cómo llevar esto que me pasa o porque no llega a entender que los cambios de humor son involuntarios. Si la medicación, los dolores, el cansancio hace que seamos más irritables o más sensibles. Lo que antes nos parecía una pavada ahora, a veces, es una catástrofe. Me enoja haber cambiado todos mis planes, el no poder hacer siempre lo que me gusta, sino cuando mi cuerpo me lo permite. Me enoja el dejar de sentirme una mujer con todas las letras porque mi cuerpo cambió. Me enoja vivir con miedo a cada dolor, cada molestia porque creo que volvés, me enoja que mis tiempos dependan de la quimio y del oncólogo. Pero también te agradezco el haberme enseñado de lo que soy capaz y de que hayas llegado a mi vida justo cuando mi cuerpo estaba en su mejor momento… También te agradezco que me demostraras que realmente me gusta ayudar a los demás, ya sea con una palabra o con mi actitud haciéndote frente”.
El encuentro con Alejandro Sanz, su ídolo
Además del trabajo de sus médicos, de la quimio y de los rayos, del humor y de hacer catarsis a través de la escritura, en todo el proceso de la enfermedad a Marcela la ayudó mucho aferrarse a Alejandro Sanz, su cantante favorito. Y confiesa que fue y es alguien importante en su vida. “Creo que cuando nos pasan ciertas cosas buscamos motivos extras que nos motiven, nos aferramos a esas cosas o en mi caso a alguien que me ayude a pasar mejor todo. No sé sí fue el fanatismo o qué, pero Ale marcó y acompañó cada momento del proceso de mi enfermedad. A tal punto que la fecha de mi operación coincidió con el lanzamiento de Sirope y todo fue arreglado para que yo pudiera asistir a la firma del disco y poder verlo”.
-Las cosas que hago para verte -le dijo Marcela a Alejandro, segundos antes de que le tomaran una foto.
-¿Vienes de muy lejos? -le preguntó.
-No, estoy recién operada de cáncer.
-Pero, ¿Estás bien? -le preguntó, mientras le agarraba una de sus manos.
-Sí, sí, sí, -le contestó Marcela, mientras él se levantaba de la silla para regalarle un inolvidable abrazo.
“Para mí, ese abrazo fue todo. Fue como un envión para afrontar lo que se venía. Creo que él no tiene dimensión de lo que genera en muchas personas, más allá del fanatismo. Es un ser que tiene una paz y una luz hermosa, ese abrazo me reconfortó hasta el alma. Fue una sensación de protección y llegó en el momento justo”.
El cáncer fue su mejor maestro
Marcela, que hace dos años que se encuentra en remisión, cuenta que el proceso de la enfermedad fue largo. Y afirma que tuvo momentos duros y de gran enojo. “Cambió mi vida, dio un giro de 180 grados. Tuve que posponer muchos proyectos. Tuve que amigarme con mi cuerpo ya que no sólo mi cuerpo había cambiado, sino que mi apariencia también. No tenía pelo y eso por más que uno le ponga actitud, es un tema, más en una mujer. Pero como soy de llevar todo con glamour vi que los pañuelos me quedaban geniales y le ponían color a mis días. Nunca dejé de producirme y nunca me bajé de mis tacos. Lo más lindo que tengo es mi sonrisa y esa nunca la perdí. Como digo siempre: sonreír me queda bien”.
A siete años de la operación, Marcela está convencida de que el cáncer fue su mejor maestro. “Me enseñó a mirar todo desde otro lado, ver que no todo es malo, salvo que uno quiera. Empecé a mirar las pequeñas cosas positivas. También me demostró quién sí y quien no. Quién vale la pena a tu lado y quién mejor dejar ir. Aprendí a dejar que todo fluya, aunque esto a veces cuesta. Y lo principal es que me di cuenta de lo que soy capaz. Y que la vida nos da armas para afrontar las cosas, y son esas que no logramos ver muchas veces”.
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