"Tuve una buena causa para hacerte esperar –dice para justificar su impuntualidad–. Lo conseguí, mirá, mi primer ejemplar albino". Como si fuera un mago, saca de una bolsita de nailon un cepillo de escobillón totalmente blanco. Se trata de una especie exótica en el mercado de productos de limpieza, ¿porque a quién se le ocurriría elegirlo blanco para barrer los pisos? Pero para él es un hallazgo digno de celebración. El artista Gaspar Libedinsky está en pleno desarrollo de su última creación: una serie de cuadros hechos con escobillones.
Las obras que están colgadas en la pared, de frente y a cierta distancia, se ven como pinturas de arte abstracto, con pinceladas de colores que dibujan líneas y remolinos. La perspectiva cambia al acercarse y reconocer el grosor de la pieza y la textura. Desde el costado, se descubre el artificio: son cepillos de varios escobillones aprisionados entre dos placas de acrílico.
Gaspar Libedinsky tiene 41 años, estudió Arquitectura en Londres, trabajó para el estudio Diller Scofidio + Renfro de Nueva York en el diseño del High Line en Manhattan, fue becario Kuitca/UTDT, da workshops en Harvard y es titular de una cátedra de Diseño en la Universidad de San Andrés. La intersección entre la arquitectua, el diseño y el arte es el territorio donde él se mueve.
Su nueva serie se titula Kunstformen der Natur ("Formas artísticas de la naturaleza") en referencia al libro del filósofo naturalista Ernst Haeckel. Actualmente, 10 de las obras se exhiben en la galería Praxis de Recoleta –valen entre US$3.500 y US$6.000– y ocho más en la galería Benhadj&Djilali Zeigt de Berlín como parte de Dosmeticology, una muestra que, además, incluye una sección titulada "Trapología" con varios trabajos anteriores de Libedinsky, desde tapices hasta trajes de alta costura hechos con franelas, trapos rejilla y de piso.
La recurrencia en la elección de los materiales da para pensar que Gaspar puede ser un maniático de la limpieza. "Pero nada que ver –aclara–. Me interesa trabajar con este universo porque este tipo de productos, en el imaginario social, remiten a lo marginal. Genero una operación para resignificar esos elementos de uso doméstico como objetos de deseo. Así, los dignifico". Y remata: "Yo hago arte político".
El método que aplica toma influencia del arquitecto estonio Louis Kahn, quien proponía llegar a un sitio y preguntarse qué es lo que el lugar deseaba que hubiera allí, para proyectar las construcciones a partir de esa información. Gaspar Libedinsky hace lo mismo en una escala más chica.
"Hay un deseo intrínseco de los objetos inanimados que merece ser indagado y respondido. El deseo intrínseco del escobillón por ser pincelada es el que se expresa en mi obra".
Puede sonar caprichosa la interpretación, pero para él no lo es. "Yo conecto hasta tal punto con el material que uso que, en un momento del proceso, decanta con naturalidad cuál es la segunda vida del elemento. Mi trabajo es científico, son sistemas que surgen de un análisis hecho con mucho rigor".
Mr. Brush, Samantha, La Gauchita, Salzano… Gaspar Libedinsky es capaz de describir con precisión las cualidades de cada marca de escobillones que ofrece el mercado. Y se jacta de que, gracias a la experimentación, puede predecir la reacción a cada estímulo de manipulación: la torsión, el aplastamiento, la barrida, el peinado. Las formas, que en los cuadros parecen accidentes del azar, son efectos visuales controlados con intencionalidad.
Hay una manzana en Núñez donde alguna vez funcionó un laboratorio. Hoy, a la espera de ser un ambicioso proyecto inmobiliario, es una estructura prácticamente en ruinas y casi vacía. Ahí trabajan a diario un sereno y un artista. Es el espacio donde Gaspar Libedinsky montó su taller.
En el pulmón de la escalera, una pila altísima de cajones de fruta hace equilibrio; los usa como material de provocación académica: "Hagan algo útil con esto", desafía a sus alumnos de la universidad y obtiene desde casas de pájaros hasta sillones. En el segundo piso, hay obras de series anteriores y su work in progress. A medio hacer, se ven esculturas con esponjas de metal, maquetas dinámicas a cuerda, muñecas de trapo de piso y unos pompones de escobillones de techo que, agrupados, parecen ramos de flores gigantes. Por estos días, quien visita el taller se lleva de souvenir un cepillo de escobillón. ¿Traerá ansias de ser pincelada? ¿Y si solo tiene el propósito de barrer? Hará falta ser artista para responderlo.
Foto de apertura: Flavia Canelo
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