Hace 60 años en Varsovia
El 19 de este mes se conmemoró otro aniversario del levantamiento del gueto (en 1943) donde el día de su cumpleaños, en 1941, el soldado alemán Heinrich Jöst entró a dar un paseo. Durante décadas ocultó por vergüenza las fotografías que, horrorizado, tomó con su cámara
El 31 de julio de 1941, el segundo de Hitler, Hermann Göring, ordenó al jefe de la policía de seguridad, el SS Reinhard Heydrich, la preparación de un plan destinado a "llevar a cabo la propuesta solución final de la cuestión judía". Es la primera referencia, y la única que sobrevive, de lo que sería el Holocausto.
Dos meses más tarde, y lejos del alto comando nazi ocupado en lograr la pureza racial, un sargento de la Wehrmacht alemana decidió dar un paseo con su cámara fotográfica por la ciudad ocupada de Varsovia.
Heinrich Jöst (foto) eligió encaminarse al gueto judío, una zona que había sido cercada y sellada por los nazis en 1940. Partió con buen ánimo: la guerra iba bien, tenía un día de licencia porque cumplía 43 años, y había planeado cenar esa noche con amigos y camaradas en el hotel Bristol, que era -y todavía es- el mejor de la ciudad. Esa cena nunca se llevaría a cabo. El soldado de infantería -que usaba anteojos y era nativo del Palatinado, al sudoeste de Alemania- estaba a punto de enfrentarse, cara a cara, con todo el horror del régimen al que servía. Las fotos que tomó ese día nunca fueron publicadas en su totalidad. Jöst quedó tan consternado por lo que vio que canceló su fiesta de cumpleaños y le llevó la película a un químico polaco para que la revelara. No le mostró las fotos a nadie... cuando volvió de la guerra las tuvo guardadas bajo llave en un cajón de su escritorio durante más de 40 años. Más tarde, dijo que le avergonzaba mostrarlas, o hablar del día que había pasado vagando por el gueto. Hoy, el registro fotográfico de su caminata desde la entrada del gueto hasta las puertas del cementerio judío, y más allá, es una confirmación más de lo que ya se sabía; para Jöst, el 19 de septiembre de 1941 se convirtió en un viaje tenebroso y revelador.
Alemania había invadido Polonia en septiembre de 1939. En el Iom Kipur -Día del Perdón- de 1940, los conquistadores anunciaron que se establecían en Varsovia áreas residenciales judías. El resultado fue el confinamiento de 400.000 personas en una extensión de 3,5 millas cuadradas, el 30 por ciento de la población dentro del 2,4 por ciento del territorio. Cuando fueron trasladados allí los habitantes de distritos vecinos, la población alcanzó la cifra de 490.000 personas. El 15 de noviembre, la zona estaba rodeada por un muro de tres metros de altura. Cualquiera que saliera sería ejecutado a balazos, no se permitía ningún contacto con el mundo exterior y había restricción de alimentos, ropa y medicamentos.
A mediados de 1941, morían allí 5000 personas por mes. Los cadáveres se apiñaban en las calles, estallaron epidemias de tifus y de cólera, y algunos grupos de soldados alemanes, aburridos, se entretenían ocasionalmente acribillando judíos al azar. En julio de 1942, cuando empezaron las deportaciones masivas a las tres cámaras de gas de Treblinka, ya habían perecido 78.000 personas tras los muros del gueto. Para los grandes señores nazis, era una simple contingencia: el gueto no era algo permanente, sino tan sólo un depósito destinado a facilitar la solución final.
Por esas calles, Jöst decidió dar su paseo. "Quería saber qué estaba ocurriendo tras los muros del gueto -dijo mucho más tarde-. Hasta entonces, no sabía nada del horror que estaba ocurriendo, a pesar de que era un adulto."
¿Quién sabe qué habrá pasado por la cabeza de Jöst mientras vagaba con su Rolleiflex? No lo asustó fotografiar la mayor degradación, y tampoco se regodeó en la sordidez. Sus fotos son el registro de un hombre, no una prueba policial.
Muchas personas que vivían en el gueto tomaron fotos que fueron enviadas clandestinamente a Inglaterra y a los Estados Unidos, como pedidos de ayuda. En cierto grado, funcionaron. En una emisión radial de 1942, el escritor Thomas Mann habló de imágenes que habían llegado a los Estados Unidos, y que mostraban "una degradación de la humanidad que las palabras no pueden describir". Pero tendría que pasar otro año para que Estados Unidos entrara en guerra, y para entonces la población judía ya había sido diezmada en los campos de exterminio. En 1942, un correo polaco, Jan Nowak, le dijo a un miembro judío del Consejo Nacional Polaco en Londres que 700.000 judíos habían sido exterminados. Le respondieron que disminuyera la cifra si quería que le creyeran.
Las noticias acerca de las condiciones reinantes en el gueto de Varsovia llegaron a los periódicos británicos, pero nunca fueron tapa. Durante la guerra, Inglaterra tenía sus propios problemas.
El pretexto para establecer la "zona de cuarentena", como la llamaron los alemanes, fue combatir la epidemia de tifus que azotaba a Varsovia. La propaganda nazi representaba a los judíos como portadores de la enfermedad. Ese razonamiento justificaba también la pena de muerte para cualquiera que saliera del gueto. Pero el muro y las puertas no eran inexpugnables. Se ha estimado que 22.000 personas lograron escapar y que vivieron ocultas o con documentación falsa en los sectores arios.
El contrabando proporcionaba el 80 por ciento de los alimentos destinados a los confinados, los que, debido al racionamiento, estaban limitados a 184 calorías diarias. Los otros polacos recibían el doble, y los alemanes, cuatro veces más. El grado de riesgo que involucraba conseguir alimentos aumentó perversamente los precios. Había muchos métodos de contrabandear productos. Los policías y soldados que custodiaban las puertas eran sobornables, las casas que tenían una parte dentro y otra fuera del gueto ofrecían un pasaje por el sótano, y los tranvías que entraban en el gueto, aunque no podían detenerse, sí podían arrojar alimentos por las ventanillas cuando disminuían la velocidad. El contrabando se castigaba con la muerte, pero la tremenda necesidad hacía que valiera la pena correr el riesgo.
La gente vendía lo que podía para poder comprar comida. Las ancianas vendían incluso su ropa interior; cuando alguien moría, su familia lo desnudaba. La ropa era para los vivos. A pesar de la aguda miseria, la vida del gueto daba ilusión de normalidad. Cuando un grupo de judíos le preguntó a Jöst qué sería de ellos, el sargento contestó: "¿De qué hablan? La guerra terminará pronto... y todo este asunto acabará también, y todos volverán a sus casas".
Jöst murió en 1983. Le había dado sus fotos a un periodista alemán, Günther Schwarberg, que las llevó al centro Yad Vashem, de Israel, donde se exhibieron algunas. De los 495.000 judíos que pasaron por el gueto de Varsovia, sobrevivieron alrededor de 10.000. En tan sólo siete semanas, entre julio y septiembre de 1942, 265.000 fueron enviados a Treblinka.
Cuando un amigo le preguntó a Jöst qué había sentido durante aquella caminata realizada tanto tiempo atrás, él respondió: "Uno piensa automáticamente: Dios mío, ¿qué clase de mundo es éste?"
Este material pertenece al libro En el gueto de Varsovia. Fotos de Heinrich Jöst. Günther Schwarberg (Ed.) Steidl Publishers, Alemania. ISBN 3-88243-214-5. En venta en Argentina o por e-mail: mail@steidl.de