En la madrugada del 11 de agosto de 1974, el grupo guerrillero sorprendió con un ataque a la Fábrica de pólvora y explosivos de Villa María; Jorge Fernández fue gravemente herido, pero logró salir adelante y continuar con su vida
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“Nací un 16 de agosto de 1953 en la ciudad de Villa María, Córdoba, el lugar que me vio nacer, y que casi me vio morir”, dice Jorge Fernández, soldado conscripto clase 53. A los 70 años, todavía recuerda los detalles de la noche en la que un grupo de militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo atacó la Fábrica de pólvora y explosivos de Villa María, entrada la madrugada del 11 de agosto de 1974.
Fernández, que era un chico “de campo”, de tan solo 20 años, tuvo la desgracia de encontrarse allí, en calidad de soldado conscripto, haciendo guardia en una de las entradas al predio. Llevaba solo 5 meses en el Servicio Militar Obligatorio. No tenía experiencia de combate. Pero aún así, con tan poco entrenamiento, se vio obligado a luchar para defender su vida y la de sus camaradas.
El ataque al cuartel de Villa María -durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón- desató un combate que duró media hora. Ese enfrentamiento terminó en el secuestro de dos militares. El caso del entonces mayor Argentino del Valle Larrabure es el más conocido. Permaneció cautivo, en un pozo, mal llamado “cárcel del pueblo”, exactamente 373 días. El 23 de agosto de 1975 su esposa e hijos recibieron la peor noticia: el cuerpo de quien tanto esperaban volver a ver había sido hallado al lado de una zanja, envuelto en plástico y con una marca, presuntamente de ahorcamiento, que se destacaba alrededor de su cuello.
El ERP nunca se hizo responsable de su muerte. Por el contrario, pretendió cargar la responsabilidad sobre el militar alegando que se suicidó. Que se ahorcó. Por lo tanto, insisten, no habría asesinato.
El otro militar secuestrado fue el capitán Roberto García, también químico, el siguiente en la escala de jerarquías dentro de la fábrica. Al igual que Larrabure, también fue ingresado en un auto. Pero García intentó escapar, salió corriendo a toda velocidad y la reacción de los captores fue inclemente: lo acribillaron con una ráfaga de metralleta, hiriéndolo gravemente.
El soldado Fernández sobrevivió al ataque y tiene vívidos recuerdos de Larrabure: “Un tipazo. Un señor con todas las letras. Un señor militar, un tipo muy humano. Se sufrió mucho la espera para que apareciera con vida. Pero bueno... Dios no lo quiso así”, dice. Fernández cuenta su calvario en una entrevista con LA NACION.
-Jorge, ¿cuándo empezó su Servicio Militar Obligatorio?
-El 11 de marzo de 1974. Me tocó el Ejército, por sorteo. Por mi altura, había sido sacado para Granadero. Pero me tocó en la Fábrica Militar de Villa María porque un cliente de mi padre me había pedido para trabajar ahí. A la fábrica solo iba gente conocida y de confianza.
-Podría haber terminado en cualquier punto del país, y justo le toca ahí, cerca de su casa, a 20 cuadras.
- Y sí, pero son son los destinos de Dios, al menos para nosotros los creyentes.
-¿Cómo era el trabajo en la Fábrica Militar?
-Nosotros, los conscriptos, hacíamos guardia todos los días. Yo era el único que, además, podía salir, porque era el estafeta de la fábrica. La Fábrica Militar necesitaba la custodia de todos sus alrededores.
-¿Qué recuerda de la madrugada del 11 de agosto de 1974?
-Bueno, nosotros ya estábamos advertidos de la situación. Estaba la posibilidad de que nos fueran a atacar, por lo cual se armaban guardia y retenes. E íbamos cambiando periódicamente de lugar donde pernoctar. Armábamos carpa entre los árboles, en el campo... Pero la noche esta que nos tocó a nosotros teníamos el cuarto de dormir en la caldera. Es decir que estábamos dentro del perímetro de la Fábrica Militar techada.
“No sabíamos que teníamos un topo adentro”
-¿Cuándo empezaron las hostilidades esa noche?
-En un momento llegó Mario Pettigiani, que era uno de los conscriptos. Estaba de franco, pero se presentó a esa hora, según dijo, para evitar quedarse dormido y llegar tarde al día siguiente. Pettigiani, no lo sabíamos, era un “topo”, era miembro del ERP. Esa nos cruzamos, me pidió fuego. Yo busqué el encendedor en mi bolsillo pero no llegué a dárselo porque recibí dos disparos por la espalda. Escuché una explosión y caí boca abajo. Intenté incorporarme de nuevo, pero no podía... Y ahí me di cuenta de que no tenía movilidad en el brazo ni en la pierna izquierda. De pronto me siento húmedo en la cara y el pecho... Como había caído cerca de una luz, me pasé la mano por la cara y llevé la mano hacia la luz para ver qué tenía. ¡Estaba llena de sangre! Después supe que, a esa altura, mi parietal derecho ya había desaparecido (se supo, luego, que una bala entró y salió por el parietal derecho).
-¿Recibió atención médica?
-No podía hacer nada. Me quise mover pero no podía. Y, para colmo, me empecé a desvanecer. Lo que yo te puedo contar, que siempre lo cuento, es que recuerdo a un tipo muy grandote, muy forzudo, que me tomó de los hombros, me puso boca arriba y me dijo “Quedate piola, pibe, que ya vienen los médicos nuestros”. Después no me acuerdo nada. De hecho, no recuerdo el momento en el que los guerrilleros me patearon mientras mi cuerpo estaba en el piso. Me di cuenta porque cuando desperté vi que, desde la parte genital hacia la cara, estaba entre morado y negro por las patadas que me dieron.
-¿Qué recuerda de Pettigiani?
-Tristemente era muy amigo mío. Y digo tristemente porque siempre le tuvimos lástima. Él tenía a la madre muy enferma en Córdoba. Yo le compraba cigarrillos porque él nunca tenía plata. Compraba una una caja de fósforos y la compartíamos... Así que, bueno, creo que por eso no dejó que me terminaran de asesinar.
-¿Cómo?
-Porque hay declaraciones que cuentan que como yo gritaba mucho luego de recibir el tiro, había una guerrillera que me quería matar... Pero dicen que él no lo permitió.
-¿En algún momento sospechó de él?
-No, no... negativo. Aunque después, evaluando la situación, me di cuenta de algunos detalles, como el léxico que él usaba. Uno a su novia le dice novia, a su esposa le dice esposa. Pero él siempre hablaba de su “compañera”, no era común en esa época.
-¿Cómo siguió su vida después del ataque?
-En total, estuve 90 días en coma, aunque hubo breves momentos en el medio en los que me desperté... Pero tampoco tuve paz.
-¿Por qué dice que no tuvo paz?
-El primer lugar en el que me internaron fue en el Hospital Militar de Córdoba, junto al capitán García. Ahí fuimos víctimas de un atentado: nos pusieron explosivos bajo las camillas. Había un enfermero que era guerrillero... De ahí nos trasladaron a Buenos Aires, al Hospital Militar Central. En Buenos Aires el cerebro se me inflamó, se me pincharon las venas de la cabeza y se me entró a llenar la cabeza de sangre. Estuve otra vez en un coma, durante otros 26 días. Todos los días me punzaban la columna para bajarme la sangre. Según los médicos, Dios fue grande. Mi cuerpo expulsó los coágulos por nariz, garganta y oído. Por eso es que hoy, a veces, no escucho nada.
-¿Qué recuerda de cuando se despertó finalmente?
-La primera vez que me desperté fue en Córdoba. Estaba desorientado, habían pasado 30 días, pero para mí todo había ocurrido ayer. Además no entendía nada, me preguntaba por qué estaba vestido de blanco, si yo estaba vestido de verde... Y estaba como loco, a los gritos, pidiendo que alguien me diera mi fusil. Después vinieron los médicos, los psicólogos y me calmaron y me contaron lo que había pasado. Me contaron cómo había sido el recorrido de la bala. Me quemó el cerebro, me torció la boca, pero entró y salió por el parietal derecho.
-¿Retomó el Servicio Militar cuando le dieron el alta?
-No, no, ya no pude volver más. Yo quedé lisiado. Y ya sabía en ese entonces que iba a quedar lisiado de por vida. Mi situación física era irreversible. Me costó mucho, teniendo 21 años, aceptar eso. Soy hemipléjico desde ese momento. Mi brazo izquierdo no funciona, arrastro mi pierna izquierda... pero lo que nunca le permití a Dios fue que me hiciera arrastrar otra cosa más. Entonces pedí audiencia con el director de la Fábrica y le pedí trabajo. Y allí trabajé, en la Dirección General de Fabricaciones Militares, hasta que me pude jubilar. Mi último puesto fue encargado de copistería, que es donde se hacen todos los fotocopiados y planos de todas las fábricas militares del país.
-¿Recibe, o recibió, alguna pensión del Estado?
-Estoy cobrando lo que le corresponde a un soldado conscripto que ha tenido una situación de esta índole.
-¿Formó una familia?
-Sí. Me casé con Norma Abram, una enfermera del Hospital Militar. Y tuvimos un hijo, Diego. Luego lamentablemente, cuando uno se pone grande... después se muere... así que soy viudo.
-¿Cómo hizo para abordar este tema con su hijo a medida que él crecía?
-La realidad es que nunca le conté la verdad. Yo no quería que creciera ni con bronca ni con odio. Cuando fue grande, por supuesto, se lo dije. Le expliqué que no era cierto que yo había chocado con una moto, que es la versión que él tenía hasta ese momento. Además mi hijo es abogado penalista. Un día le tocó dar un examen sobre el tema “terrorismo y dictadura en Argentina”, y me dijo “papá, sentate y hablá”. Y le conté.
-Entiendo que se presentó como voluntario para ir a Malvinas.
-Sí, sí. Éramos un par de soldados agujereados por la guerrilla y creíamos tener la suficiente experiencia para poder ir. En realidad, queríamos ir a morir a Malvinas. No me permitieron ir, era más que obvio. Yo no servía ni para barricada en las condiciones que me dejaron.
-¿Qué tan importante fue la Fe en su proceso de recuperación?
-Fue todo. Sin Fe, no hay nada. Soy un tipo creyente. Yo siempre cuento que cuando estaba en coma vi una luz muy muy fuerte color plata. Yo sabía que estaba con Dios. Vuelvo a repetir, soy creyente. Yo sabía que estaba con Dios y no me interesaba volver porque no tenía ningún tipo de dolor. Pero se ve que algo me debe haber hecho en el corazón el Tata Dios, porque regresé a la vida y hoy no tengo rencor ni malas palabras. Tenemos que demostrar que somos diferentes. Esa es mi premura en todo lo que digo y escribo. El rencor corroe y el odio mata.
-¿Perdonaría a Pettigiani por haber entregado a sus compañeros de cuartel?
-Si no lo hubiese perdonado, no estaría acá.
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