El 24 de marzo de 2009, Laura Di Battista viajaba a Colonia del Sacramento, Uruguay, cuando la embarcación naufragó
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Hacía más de un año que estaban juntos. Laura tenía 38 años y Luis Horacio, 44. Aquel 24 de marzo amaneció soleado. Los noticieros anunciaban que sería uno de las últimas jornadas de calor antes de que el otoño se instalase definitivamente sobre Buenos Aires. Laura se había despertado descompuesta pero pensó que con las horas se sentiría mejor y por eso no canceló la invitación. El plan era ir y volver en el día a Colonia del Sacramento, Uruguay. Viajar en la lancha de Luiso, tal como llamaba a su novio, al país vecino era una de las actividades preferidas de la pareja. Sin embargo, nada saldría como lo habían previsto. Aunque pasaron 15 años de ese fatídico día, ella lo recuerda como si hubiera sido ayer. “Mientras más tiempo pasa, más conciencia tomo de lo que pasó, de todo lo que viví”, dice Laura Di Battista (52).
Esa mañana, la pareja llegó temprano a Punta Lara, la localidad balnearia del partido de Ensenada donde guardaban la lancha. Después de 15 años, Laura reflexiona que aquel día pasaron “muchas cosas” antes de embarcar que podrían haberse interpretado como “alertas” de lo que estaba por suceder. “Además de sentirme mal, esa mañana se me rompió el termo y antes de embarcar me di cuenta que había perdido una cucharita que había traído de Alemania, que amaba. También, cuando hicimos el ROL [formulario de despacho de embarcaciones deportivas] en Prefectura, Luiso me dijo que agarrase otro chaleco salvavidas más. Yo le pregunté para qué, si con uno para cada uno era suficiente, pero él me insistió y yo, como no me sentía bien y no tenía ganas de discutir, agarré el otro chaleco. Me lo probé arriba del que ya tenía... fue algo raro.... algo increíble porque después ese chaleco fue fundamental”, explica.
-¿Qué pasó aquel 24 de marzo 2009?
-Empezamos a navegar rumbo a Colonia y enseguida vi agua dentro de lancha. Pensé que estaba viendo mal porque me sentía tan descompuesta. “Estoy viendo cosas”, me dije. A los dos minutos, no llegamos ni a prender la bomba de achique para extraer el agua, que la lancha hizo “clack” y se partió al medio. Fue un segundo. Una desesperación terrible. En segundos se hundió todo. En ese momento tenía dos teléfonos, uno personal y otro del trabajo, pude agarrar uno antes de que la cartera se hundiera por completo. Empecé a buscar señal para avisarle a uno de nuestros amigos que nos viniera a buscar, cuando finalmente encontré señal una ola me mojó el teléfono. Fue desolador.
-¿Estaban lejos de la costa?
-Sí, se veía pero a lo lejos. Muy lejos.
-¿Qué pasó después?
-Nos dimos cuenta que no nos quedaba otra que nadar, porque tampoco había embarcaciones cerca que nos hubieran visto o a las que pudiéramos hacer señales. El problema fue que yo sé nadar, pero en una pileta común. No soy profesional, puedo flotar un rato, nado como nadamos todos. Llegar hasta la ribera era una locura para mí. Luiso me dijo: “Tenés que nadar y nadar”, pero yo no podía.
“Se nos va la vida”
-Laura, nadá.
-No.
-¡Laura tenés que nadar!
-No, no, no... yo no puedo.
-Laura nadá porque se nos va la vida.
Este fue el dialogo que Laura tuvo con Luiso minutos antes de que él desapareciera. “En ese momento agarré el chaleco que habíamos traído de más y me lo puse arriba. Empecé a nadar, pero no podía. Daba vueltas en el mismo lugar. Él trató de llevarme, pero era difícil nadar y cargarme. Le ofrecí sacarme las zapatillas y el pantalón. Pero me dijo que no, que me dejara todo puesto y menos mal que le hice caso porque eso fue lo que después me ayudó a mantenerme del frío, igual salí con hipotermia”, cuenta.
-¿Qué hicieron?
-Luiso me dijo que lo mejor iba a ser que me quedara ahí, que él iba a buscar ayuda. A mí en ese momento me pareció bien, era demasiado esfuerzo para mí nadar pero imaginé que iba a demorar 15 minutos, media hora... nunca pensé que iba a pasar toda la tarde y toda la noche ahí, flotando sola.
-¿Qué cruzó por tu mente en ese momento?
-Lo que más pensaba era en mis hijas y en mis padres, que ya estaban grandes y que me estaba muriendo y no había podido despedirme. “¡¿Cómo puede ser, no me despedí de nadie y morirme así?!”.
En ese entonces Laura tenía dos hijas adolescentes, habían pasado varios años de su separación con el padre de las chicas, y hacía más de un año que estaba de novia con Luis. “No convivíamos, pero nos llevábamos muy bien”.
-¿Cómo lograste sobrellevar todo ese tiempo sola en el medio del río?
-Al principio estaba relajada, trataba de no pensar en nada malo, solo en mi familia. Pero cuando bajó el sol me empecé a preocupar. Ahí el río se empezó a picar, con olas de un lado a otro que chocan y te chupan hacia abajo. Antes de irse, Luis me había dicho que no me mueva de ahí, que mirara unos árboles, que hoy los podría hasta dibujar porque los recuerdo perfectamente, que eso fuera mi punto de referencia. Yo trataba de tenerlos siempre en mi visual porque el rio me llevaba para un costado y para adentro. También veía los barcos, los cruceros grandes, pero ellos no me veían.
-¿En algún momento pensaste asumir el riesgo y nadar hacia ellos?
-Sí, pero después me volví porque venía a mi mente la imagen de Luiso diciéndome que me quedara ahí.
-¿Cuántas horas estuviste flotando en el río hasta que lograron rescatarte?
-13 horas, me rescataron cerca de las 4 de la madrugada.
-¿En algún momento perdiste el conocimiento?
-Yo creo que sí. No tenía noción del tiempo porque mi reloj había muerto, pero cuando el río se picó fue muy duro porque las olas chocaban y el río me chupaba hacía abajo, por eso yo trataba con el segundo salvavidas de bajarlo y eso me tapaba la espalda, me protegía.
El rescate: Luis nadó 14 kilómetros en 7 horas
“Luis nadó siete horas, hizo 14 kilómetros. Llegó a un descampado donde había gente carenciada que le prestaron un celular, que casi no tenía crédito, para llamar porque obviamente que su teléfono había muerto. Él lo llevaba con un broche atado en su cintura y ese broche lo usó para ponérselo en la nariz para poder nadar y que no le entrara el agua”, cuenta.
“Pensé que no me iba a dar el cuerpo, saqué fuerzas de la desesperación”, dijo Luis Crespo en aquel entonces a los medios.
-¿A quién llamó Luis?
-Había poca señal, Luis tuvo que subir a un árbol para hacer la llamada. Como no se acordaba ningún número llamó al fijo de su casa pero lo atendió el hermano, Aníbal, que pobrecito ya falleció, era esquizofrénico. Luis le contó al hermano lo que había pasado y le pidió que llame a un amigo, “el gordo”, para avisarle. Fue un momento de mucha incertidumbre para él porque no sabía si el hermano iba a llamar y si lo hacía, si le iban a creer. Por suerte llamó y le creyeron. Después de hablar con Luis, “el gordo” se comunicó con un amigo, Willy, que trabajaba en Prefectura.
-¿Qué pasó después?
-Willy le pintó a Luis el peor panorama. Le dijo que en ese lugar había olas de dos metros, sumado a la baja temperatura lo más probable era que estuviera muerta. Pero Luis insistía en que me fuesen a buscar. Les decía: “Ella va a aguantar”. Hay que entender también que para ellos una búsqueda a esa hora representa mucho gasto. Pero ante la insistencia de Luis, salieron un guardacosta, que es un barco muy grande, y tres helicópteros.
-¿Cómo fue el rescate?
-Lo primero que vi fue la luz del guardacosta, pero yo no sabía que era lo que había detrás de la luz. Para mí era Dios que me venía a buscar. En ese punto yo estaba muy mal, me dormía y tenía una hipotermia terrible.
-Cuando viste que era un barco, ¿qué paso?
-Ellos no me veían. Yo empecé a gritarles pero el motor hacía un ruido terrible... En un momento apagaron el motor y me escucharon. Yo pensaba en mis hijas, solo pensaba en volver a verlas.
-¿Qué sucedió luego?
-Me decían cosas para ver mi estado de conciencia como “alejate así te vemos” y yo les decía: “no, yo no me quiero alejar porque si no ustedes se van a ir”. O me preguntaban si estaba sola. Después me dijeron que me quedara tranquila y tiraron las cosas para rescatarme... ¡y la soga se rompe! Tuvimos que esperar 40 minutos hasta que llegó el semirrígido. Cuando me subieron, yo no sentía las piernas. Me sacaron la ropa mojada, me dieron mantas y un té. Y me hablaron todo el viaje. Me pidieron que no me durmiera. En esa embarcación estaba el chico que nos había hecho el ROL de salida. Apenas lo vi le reproché que él no había chequeado que nosotros hubiésemos regresado... Eso fue lo que después le dijimos a Prefectura, porque es su deber chequear.
-Durante el día que ustedes no dieron señales, ¿alguien se preocupó por ustedes?
-Unos amigos nuestros llamaron a Uruguay y ahí les dijeron que nosotros habíamos llegado. Les mintieron.
Laura fue asistida en el Hospital de Ensenada. Ahí se reencontró con Luis. “A los días a Luiso le dio un infarto, pero se recuperó enseguida. Le pusieron un stent. Los médicos dijeron que tal vez lo desencadenó todo el estrés de aquella situación”, agrega.
-¿A vos te quedó alguna secuela?
-No, nada. Perfecta.
La relación entre Laura y Luis no prosperó. “Cortamos al año y medio. Yo soy muy inquieta, me gusta mucho lo que hago, tengo una tienda de flores en City Bell y me cuesta estar con alguien. Cuando vos trabajás con tanta pasión... Él no lo entendía. Luis se dedicaba la construcción, era contratista, tenía más tiempo libre”.
-¿Cómo superaste ese momento? ¿Tuviste ayuda profesional?
-No, no. Soy una persona muy optimista, es mi forma de ser.
-Dicen que este tipo de episodios marcan un punto de inflexión, un antes y un después en la vida de las personas. ¿Cómo fue en tu caso?
-Sí, quizás después de eso aprendí a disfrutar más. Ahora si tengo ganas de ir a algún lado voy y no me importa nada. Hubo un tiempo que por el trabajo cancelaba planes con mis hijas: eso no lo volví a hacer. En la pandemia me agarró Covid y estuve internada, muy grave. Un mes antes se había muerto mi hermano de Covid... Ahí puedo decir que tuve más miedo que cuando estuve en el agua. No me llegaron a intubar, que en ese tiempo era como una sentencia de muerte, porque mi hermano le dijo al médico: “ella es fuerte, sobrevivió 13 horas flotando en el río”. Por eso el médico no lo hizo y creo que fue lo que me salvó. Me recuperé. Lo único que pensaba era: “Si no me morí en el río, no me voy a morir acá”.
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