El autor Juan José Borrell hizo mención a cómo llegaron los alimentos a convertirse en una cuestión geopolítica y se refirió a otros temas relacionados
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Detrás del último plato de comida que tuviste enfrente quizás había una historia de grandes intereses. No se trata apenas de quién proporcionó ese alimento en última instancia, sino de una serie de factores que van desde su producción hasta su llegada al mercado.
Y en cada una de esas instancias puede existir un pulso entre corporaciones o países, señala Juan José Borrell, autor del libro Geopolítica y alimentos: el desafío de la seguridad alimentaria frente a la competencia internacional por los recursos naturales.
“Los alimentos son un factor de poder”, dice este profesor e investigador en geopolítica de la Universidad del Rosario y la Universidad de la Defensa Nacional en Argentina, en una entrevista con BBC Mundo. Lo que sigue es un resumen del diálogo con Borrell, quien fue asesor de la delegación argentina ante el Comité de seguridad alimentaria mundial de la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y participa del Hay Festival de Cartagena que se desarrolla entre el 26 y 29 de enero en esa ciudad colombiana:
—¿Cómo llegaron los alimentos a convertirse en una cuestión geopolítica?
—Los alimentos siempre fueron importantes a lo largo de la civilización. El ser humano vertebró su existencia en torno a procurarse el suministro alimentario desde previo al Neolítico.
Ahora, podemos decir que se transforman en un asunto geopolítico después de la Segunda Guerra Mundial con el gran salto que pega Estados Unidos a nivel internacional. Dentro del marco de la doctrina de la contención, la ayuda humanitaria, la creación de organismos como la ONU adquieren un rango internacional temas como el hambre o la pobreza, que gritan en torno a la producción de alimentos.
Vivimos en las últimas décadas un renovado interés a partir de una serie de fenómenos geopolíticos que volvieron a poner el tema del suministro de alimentos en la gran agenda de la política internacional. Por ejemplo, el crecimiento de las nuevas economías, la competencia por los recursos, el aumento de la población mundial o el daño de los ecosistemas.
—¿Es una cuestión de Estado o de corporaciones que compiten por su posición en el mercado?
—Es una pregunta muy interesante porque generalmente se aborda desde una dicotomía entre público versus privado. Y no es así.
Por ejemplo, uno de los mayores productores, comercializadores y consumidores de alimentos que apareció en los últimos 20 años es China. Y sabemos que el régimen comunista chino, que planifica la política económica y exterior de las corporaciones chinas, tiene una actividad que se puede equiparar con cualquier otra de una empresa occidental privada como pueden ser Cargill, Monsanto o Unilever.
Entidades, corporaciones y organismos internacionales forman parte de esta competencia. En las grandes potencias, el sector privado trabaja de la mano con el sector público.
—¿Cuáles son los países mejor posicionados en este aspecto?
—Quien creció de forma pantagruélica en los últimos años es China, con una política eficiente de expansión que la ha llevado a procurarse nuevos recursos y a mejorar la dieta de su población. Cambió sus hábitos alimentarios e ingiere más proteína animal, lo que aumenta la demanda en los países productores del Cono Sur, por ejemplo.
En cuanto a potencias alimentarias, Estados Unidos es el centro de algunas de las mayores corporaciones que impulsaron la “revolución verde” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. También está el Reino Unido.
Y en lo que antes se rotulaba como Tercer Mundo, podemos mencionar a Brasil y en un plano más alejado a Argentina, que se vio sujeta a una explotación intensiva y al monocultivo, con una pérdida de biodiversidad.
Casualmente, en este boom de la producción se incrementan en países de América Latina la pobreza estructural y la inseguridad alimentaria. Es una paradoja.
—¿Cuál es el objetivo de los países en esto? ¿Garantizar la autonomía alimentaria propia o ganar influencia política y económica a través de los alimentos?
—Ambas. Los alimentos son un factor de poder. Producción, semillas, patentes, insumos, comercio, puertos, flota, precios o productos en góndola en mercados son una enorme fuente de poder, capacidad de influencia y generación de riqueza.
Las potencias compiten por espacios de mercado, ganar renta y tener mayor autonomía alimentaria. Otros países sirven para la extracción de renta, como es el caso de la Argentina. No hay una política alimentaria estratégica que solucione el problema del acceso de la población a los alimentos.
No está dado por hecho que, porque un país tenga un sistema intensivo agrícola de producción, su población tenga satisfechas sus necesidades alimentarias de forma automática.
—De acuerdo a un informe de la ONU el año pasado el mundo retrocedió en sus esfuerzos para acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición. ¿Por qué hay cada vez más hambre cuando tenemos mejor tecnología para producir alimentos?
—Hay un gran mito: que gracias a la tecnología van a aumentar los rendimientos y, por ende, mayor cantidad de población va a poder acceder a un mayor suministro de alimentos.
O, a la inversa: que hay hambrunas donde faltan alimentos o sobra población. Un Premio Nobel de Economía, el indio Amartya Sen, demuestra que en muchas hambrunas históricas existía suministro de alimentos, pero la población no tenía forma de adquirirlos.
De hecho, este sistema de producción intensiva no necesariamente genera alimentos; genera una materia prima que se puede utilizar también por ejemplo para forrajes de consumo animal o para hacer biocombustibles. Argentina es el mayor productor de biodiésel de soja del mundo y EE. UU. elabora etanol con más de la tercera parte de su cosecha de maíz.
—Es decir que el problema del hambre no se debe necesariamente a la cantidad de alimentos disponibles…
Exacto. Tiene que ver, como plantea la FAO, con una cuestión de acceso. Más del 85% de la población mundial accedemos a los alimentos a partir del mercado. Si no tengo los medios económicos para procurámelos, voy a ver vulnerado mi acceso.
—¿Qué papel juega América Latina en el mapa agroalimentario global?
—Lo que se da en llamar América Latina y Caribe representa una gran paradoja. De las zonas que antes se mencionaban como en vías de desarrollo, nuestro continente es el que menor cantidad tiene de personas que padecen hambre crónica. Los últimos reportes del Banco Mundial establecían un promedio de alrededor de 55 millones de personas.
Pero hoy en día América Latina produce alimentos para 1.300 millones de personas y tiene capacidad de producir aún más. América Latina es un gran productor de alimentos, pero parte de su población no accede a ese suministro de alimentos. América Latina es donde menos cantidad de población con hambre tendría que haber en el mundo. Es el continente quizás más rico en recursos, tierras fértiles, agua potable, biodiversidad…
—¿Entonces cuál es el problema?
—Es la economía política, una combinación entre políticas liberales en extremo y políticas socialistas en extremo. Ambas generaron una mayor pauperización, un retroceso de los sectores de clase media, un cambio en el tipo de dietas.
Se está viendo un fenómeno que medio siglo atrás no se veía: las personas que logran acceder al suministro alimentario lo hacen con alimentos de peor calidad nutricional. Es un fenómeno que no solo queda circunscrito a la pobreza, sino también a las clases medias.
Los sectores medios que tienen recursos, autos, vivienda buena, celulares y bienestar, por malos hábitos alimentarios o productos industriales de mala calidad nutricional tienen sobrepeso, obesidad mórbida o problemas de otras características.
—¿Ve a China como un actor que le da mayor libertad de acción a América Latina?
—Es una pregunta espinosa. No es una cuestión de libertad. Lo que viene haciendo China es ganar mercados. Tenemos que entender que el tipo de relaciones que también establece China son de carácter asimétrico.
China se transforma en un gran comprador y al mismo tiempo impone condiciones que dejan a los países de la región un margen de acción menor. Nunca las potencias establecen relaciones entre iguales con países más débiles, vulnerables o periféricos.
—Argentina fue consideras como el “granero del mundo”, pero cerca de cuatro de cada 10 personas en el país vive bajo la línea de pobreza. ¿Cómo se explica esta contradicción?
—El rótulo de “granero del mundo” es una gran exageración; no había uno sino varios graneros del mundo. Tiene más que ver con una lírica nacional de un pasado de grandeza que no es así.
Argentina, siendo un país rico en recursos, pero con una política económica deficiente que es una fábrica de generar pauperismo, de ninguna manera va a ser granero propio y menos puede ser granero del mundo.
Argentina tiene todas las condiciones para ser un gran productor de alimentos. Algunos estiman que podría producir para 300 millones de personas. Pero, ¿cuál es el sentido de producir para tantas personas si la mitad de los menores de 14 años en Argentina padecen hambre crónica?
Se le está privando de las posibilidades de desarrollo, crecimiento y trabajo a una generación por una serie de políticas económicas de las últimas décadas que han generado mayor pauperización de la población, por derecha y por izquierda.
*Por Gerardo Lissardy
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