En exclusiva revela que, en medio del estallido social, habían previsto tres posibles “vías de escape” para el ex presidente: la Quinta de Olivos, Campo de Mayo y Uruguay
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La imagen del helicóptero sobre Casa de Gobierno se presenta como una amenaza para cada presidente. Cada tanto aparece en carteles, en algunas marchas, para recordarles que el final siempre los está sobrevolando. Claudio Zanlongo no aparece en la foto: está dentro de la cabina, es quien maneja el helicóptero presidencial. Va concentrado, esquivando cables, intentando no apoyar las ruedas sobre el techo del Salón Blanco que, en cualquier momento, puede desmoronarse. Le tocó ser protagonista de una jornada histórica, del último vuelo de Fernando de la Rúa, el 20 de diciembre de 2001. Hoy, 20 años después de aquél “diciembre trágico”, su testimonio resulta fundamental para reconstruir uno de los pasajes más difíciles de nuestra historia moderna.
Oriundo de Don Torcuato, Claudio Zanlongo ingresó en la Fuerza Aérea en 1980 decidido a cumplir su sueño de convertirse en piloto. “Antes de terminar el secundario averigüé todas las alternativas. Un curso afuera, en el exterior, era muy oneroso. Por eso me propuse entrar en alguna de nuestras fuerzas armadas, porque en cualquiera de las tres podés ser piloto. Finalmente me decidí por la Fuerza Aérea porque era la que más apoyo social brindaba: ayudaba a la gente en las inundaciones, en la lucha contra el cólera... además participa en Cascos Azules. Me especialicé en helicópteros, donde hice la mayor cantidad de mis horas de vuelo”, cuenta.
-¿Cómo llegó a convertirse en piloto presidencial?
-En el año 94, Carlos Menem compró el helicóptero presidencial, un Sikorsky S-70. Hasta ese momento, el presidente se trasladaba en distintos helicópteros que eran propiedad de la Fuerza Aérea. El Sikorsky es un helicóptero muy rudo y utilitario: en los Estados Unidos los usaban como recambio de los viejos Bell UH-1H, utilizados en la guerra de Vietnam. Cuando llegó al país, seis pilotos hicimos el curso para manejarlo. Finalmente, los dos más jóvenes del grupo quedamos como pilotos oficiales del helicóptero presidencial.
“Muchachos la idea es sacar al Presidente del techo”
-¿Qué recuerda del 20 de diciembre de 2001?
-Esa mañana llevamos al De la Rúa desde Olivos hasta la Casa Rosada. Todos los movimientos rutinarios del helicóptero los ordenaba el edecán de turno. Él nos llamaba a nosotros y nos decía “el Presidente necesita que despeguemos a tal hora”. Esa era la rutina. Dejamos al presidente frente al edificio del Correo, como de costumbre.
-¿Notó algo distinto?
-No vi nada anormal en las inmediaciones, pero sabíamos por los medios de comunicación que la cosa venía difícil. El año anterior había renunciado el vicepresidente [por Chacho Álvarez], después hubo tres ministros de economía distintos y pasó lo del corralito. Había caos social. Además, el día anterior el Presidente había decretado el Estado de Sitio, por lo que las garantías constitucionales de todos nosotros no estaban aseguradas. Era muy grave lo que estaba pasando en el país y uno no era ajeno a eso. Pero esa mañana el caos no había llegado a Plaza de Mayo... todavía.
-¿Qué hizo luego de dejar al presidente en Casa de Gobierno?
-Despegamos y volamos a Mariano Moreno, la séptima brigada aérea dependiente de la Fuerza Aérea, donde estaba el taller de mantenimiento presidencial. El helicóptero, a diferencia del avión, tiene muchas superficies móviles que requieren un mantenimiento constante. Estábamos esperando que los mecánicos terminasen su trabajo cuando nos llamó Jefe de la Agrupación Aérea, el comodoro Sergio Castro. No era habitual que él nos llamase. Como le dije, lo normal era que nos llamase el edecán. Y cuando uno recibe un llamado “no habitual” prende las luces de alarma y piensa: “Algo está pasando”. Eso, sumado al momento social que vivía el país...
-¿Qué le dijo el comodoro Castro?
-Nos pidió que volemos a Aeroparque y que nos quedemos allí, a la espera de nuevas instrucciones. Dijo que, tal vez, durante el día podíamos tener algún movimiento urgente. Cuando llegamos nos llamó nuestro jefe y nos dijo: “Miren, muchachos, la idea es sacar al presidente de Casa de Gobierno desde el techo”. Nos quedamos asombrados. Si bien el helicóptero presidencial está preparado para aterrizar en cualquier lado -mientras el piloto evalúe que es seguro para los que están a bordo y también para terceros-, hacía mucho tiempo que no se aterrizaba en el techo de la Casa de Gobierno. La última vez que se hizo fue en 1987, cuando el presidente Raúl Alfonsín, en Semana Santa, dio el famoso discurso que dijo: “Felices Pascuas, la casa está en orden”. Después, el arquitecto responsable de la Casa Rosada prohibió que se volviera hacer por “fallas estructurales”.
-Es decir que desde 1987 nadie aterrizaba sobre el techo de la Casa Rosada.
-Claro. Además hay que tener en cuenta que cuando la Casa Rosada fue construida no había helicópteros. Lo que luego se usó como helipuerto es el techo del Salón Blanco, que no tiene columnas en el medio: es una gran bóveda con escasa resistencia, que a lo largo de todos esos años de uso generaron grietas y fallas estructurales. Por eso, hace años, se decidió no aterrizar más allí y se hizo un helipuerto -que ahora está en otro lugar- frente al Correo Central, a 230 metros de la Casa de Gobierno. Nosotros aterrizábamos ahí y luego los autos de la custodia presidencial trasladaban al Presidente hasta la Casa Rosada.
-¿Por qué cambiaron la rutina aquella tarde del 20 de diciembre de 2001?
-Porque era riesgoso llevar al Presidente desde Casa Rosada hasta el helipuerto. Había tal caos alrededor de la Casa de Gobierno, la zona era el epicentro de todo. Fue por eso que se consideró la alternativa del techo. Si bien estaba prevista una situación así, porque hacíamos prácticas de evacuación, nunca evaluamos la posibilidad de que hubiese semejante caos social que nos impidiera llevar al Presidente desde Casa Rosada al helipuerto.
-¿Cuál era el mayor peligro?
-El tema fue que el techo, como hacía muchos años que no se usaba para aterrizajes, estaba lleno de antenas y cables. Había un cable inmenso, como de diez pulgadas de diámetro, que iba de la Casa Rosada al Banco Central. Era muy peligroso. Y con toda la gente abajo podía terminar en una tragedia. Por eso, el que nos estaba ordenando aterrizar ahí, había subido al techo. Él también era piloto, hacía turno con nosotros, y desde ahí, a través de la radio, nos fue guiando por los corredores más despejados para poder llegar.
“El Presidente era un hombre de contextura flaquita, el viento no lo dejaba acercarse”
“Ingresamos desde el Cabildo, cruzamos toda la plaza hasta Casa Rosada. Si vos me preguntas qué pasaba en la plaza, tengo que decirte que no miré. No tuve tiempo de mirar. Cuando nos aproximamos al techo, teníamos a este hombre dándonos explicaciones. Pero, como pasa siempre, la Ley de Murphy: en los últimos momentos del aterrizaje se cortó la radio. No sabemos qué paso, pero igual ya teníamos todas las indicaciones y la suerte de que el viento venía desde el este”, recuerda Zanlongo.
-No apagó motores.
-No, más que nada apoyamos las ruedas, siempre con el motor a pleno. Si reducíamos a ralentí [marcha lenta] el helicóptero iba a apoyar todo su peso en el techo. Este helicóptero tiene amortiguadores como si fuesen los de un coche: las ruedas quedan apoyadas, pero sin descargar el peso. Nos mantuvimos como en vuelo estacionario [permite mantener la aeronave en vuelo fija sobre un punto, sin avanzar en ninguna dirección].
-¿Y qué pasó luego de “estacionarse” sobre el techo de la Casa de Gobierno?
-Llegó De la Rúa. Pero había demasiado flujo de aire que era muy difícil acercarse al helicóptero. Había que hacer mucha fuerza para caminar. Además, recuerde que el presidente era un hombre de contextura flaquita, de edad avanzada. Dos personas lo llevaban, una de cada lado, tomándolo de los brazos. Entre el edecán (el teniente coronel Giacosa) y un suboficial de la Fuerza Aérea (de apellido Orazi) le quebraron la cintura hacia adelante y con esa extraña maniobra lograron llevarlo hasta la nave. Orazi abrió la puerta y De la Rúa subió junto al edecán. Fue un momento de estrés muy grande, el helicóptero estaba volando y cualquier ráfaga de viento podía llevarte a hacer un movimiento brusco que provoque que una pala baje y ocasione un accidente.
-¿De la Rúa comentó algo durante el viaje?
-Venía agachado, no le pudimos ver la cara. Cuando el subió, me acuerdo que me di vuelta para ver si estaban atados, pero el presidente era muy inexpresivo. El edecán me levantó el pulgar y despegamos.
-¿Sabían dónde debían trasladarlo?
-No me acuerdo si fue cuando llegamos a Casa Rosada o antes de despegar de Aeroparque que nos avisaron cual era el destino, que era Olivos. Pero también sabíamos que estaba preparado el H01, el otro helicóptero presidencial, con los tanques suplementarios llenos, lo que le daba una autonomía impresionante. ¿Por qué? Quienes planearon la evacuación definieron tres destinos posibilidades: el primero y más lógico era la Quinta Presidencial de Olivos, pero también pensaron en la quinta de Anchorena [Parque Nacional Aarón de Anchorena] en Uruguay, que está 50 kilómetros desde Olivos, o llevarlo a algún punto de Campo de Mayo.
-¿Qué pasó cuando llegaron a Olivos? ¿Había alguien esperándolos?
-Estaba el intendente de la Quinta de Olivos, que era como el encargado administrativo, de confianza del Presidente. No recuerdo ahora el nombre, pero tenía mucha familiaridad con el presidente. A nosotros eso nos llamaba la atención porque había mucho formalismo en torno a la figura del presidente y este hombre siempre andaba medio de sport, distinto del resto. Y ese día, cuando llegamos a Olivos, yo me bajé y le abrí la puerta del helicóptero al presidente y este hombre ya estaba ahí esperándolo. Fue la primera vez que vi al presidente sonreír y abrazarlo. Yo no sé si eran los nervios del momento o la sensación de haberse sacado una mochila de encima, pero parecía aliviado. Posteriormente nos enteramos que había renunciado. Hay cosas que se me van borrando con los años, pero me acuerdo de esa escena porque me llamó la atención el gesto.
“Fui un protagonista sin quererlo”
Durante sus diez años como piloto del helicóptero presidencial, Zanlongo trasladó también a Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner (sólo en sus primeros dos años como presidente). “A los cuatro presidentes que pasaron en una semana no los llevé. O no se movieron mucho o cuando lo hicieron yo no estaba de turno”, recuerda.
-A la distancia, ¿sacó alguna conclusión sobre lo que sucedió aquel día?
-Tomé consciencia de que fui protagonista de un momento histórico, pero sin quererlo. Yo tengo un perfil muy bajo. El azar me hizo estar de turno en ese día. Son momentos críticos que uno desea que no vuelvan a ocurrir jamás.
-La experiencia de haber transportado a tantos presidentes le habrá dejado algún recuerdo de todos ellos.
-El recuerdo de Carlos [Menem] es extraordinario. Era una persona que podemos cuestionar como político, para eso están los historiadores y los politólogos, pero tenía un trato extraordinario. Nos conocía a cada uno por el nombre. Que siendo Presidente tenga la memoria de acordarse del nombre de los pilotos es un gesto hacía que uno se sintiera considerado. Él era esa clase de gente que es el centro, su personalidad llamaba mucho la atención. Siempre se preocupaba por la tripulación. Duhalde tenía un perfil muy parecido. Con De la Rúa ya no teníamos tanto contacto, estuvo menos tiempo en el cargo y no usaba mucho el helicóptero. Y con Kirchner tuvimos la relación normal de presidente-piloto, sin mucho contacto. Estuve dos años con él porque después decidí pedir el retiro.
Desde su retiro, ya como vicecomodoro , Zanlongo se radicó en la provincia de Salta para satisfacer su otra vocación, el compromiso social. “Hace 17 años que vivo en Salta y aún me maravillan sus paisajes -asegura-. La mayoría de los vuelos que hago son sanitarios y de asistencia a la comunidad wichi. En las comunidades andinas hay gente que está viajando a lomo de burro durante 14 o 16 horas para avisar que su señora está con pérdidas de embarazo y nosotros, con el helicóptero, subimos en cinco minutos y la podemos llevar al hospital. Otras veces, como no podemos aterrizar donde está el paciente, dejamos el helicóptero a dos o tres horas de caminata que hacemos con el médico llevando una camilla… esas son las cosas que uno lo hacen sentir realmente útil”, dice.
“Si hoy me preguntas: ¿Preferís ser piloto presidencial o hacer vuelos sanitarios? Yo te digo con seguridad que elijo los sanitarios. Creo que es mi misión en esta vida. Pienso que mi experiencia como piloto presidencial fue necesaria para llegar hasta aquí y poder valorar lo que estoy haciendo”, concluye.
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