El hijo menor de la inolvidable presidenta de la Liga de Amas de Casa revive su infancia en Mataderos, comparte el recuerdo de sus padres, habla de su presente empresarial y de la decisión de integrar una lista como precandidato a diputado en las próximas elecciones
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“Dejáme salir en la foto con una Parker porque [Néstor] Kirchner salía con una bic”, bromea Gustavo “Lacha” Lazzari (54) mientras se acomoda frente a su escritorio, repleto de papeles. Hoy juega de local: estamos en el corazón de Mataderos, su lugar en el mundo, en la fábrica de embutidos que montó en el mismo edifico que hace muchos años fue su hogar. “Esta habitación, donde estamos hablando ahora, antes era el dormitorio de mis viejos. Acá tenía la cama Lita”, cuenta. Así, comienza su entrevista con LA NACION.
Es, a simple vista, extrovertido y espontáneo, tal como se lo puede leer en Twitter, donde se muestra muy activo. La mayoría de sus posteos defienden al empresario pyme y las ideas del liberalismo. “Ahí hago mi descarga emocional”, aclara. “Lacha” -apodo que lleva desde el secundario, que surgió como una deformación de su apellido- se define como “un tipo común, hincha de Chicago, amante del rock y fanático de la familia”.
Su desembarco en la política estaba escrito. Gustavo dice que, de alguna manera, es parte de la herencia de su madre: “Yo soy el más parecido a Lita. Mis hermanos son más bien como mi viejo. Lita era pensar exclusivamente en el otro, no le importaba nada más”, sostiene con orgullo.
Ángela María Palermo de Lazzari, públicamente conocida como “Lita de Lazzari”, fue la más popular y mediática presidenta de la Liga de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios de la República Argentina. Tuvo, durante años, su propio programa en televisión, donde acuñó frases que pronto se volvieron populares. “Camine señora, camine”, repetía alentando a sus seguidoras a buscar siempre el mejor precio.
Con el aval de su familia y la convicción de que su madre lo habría apoyado, “Lacha” se presenta como precandidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires en la lista de Ricardo López Murphy, de quien valora su experiencia e intachable trayectoria. “¿Vale cero una persona que tiene años de política y no tiene una mancha? Soy muy respetuoso de eso”, sostiene.
“En casa aprendimos que las cosas se logran trabajando”
Nació en 1967, en Mataderos. ¿Dónde más? “Lacha”, el menor de tres hermanos, recuerda con nostalgia los años en los que regresaba del colegio parroquial de la zona, San Felipe Neri, y se quedaba horas jugando al fútbol con los vecinos. “Jugábamos a la pelota en la calle hasta las 10 de la noche. Marcábamos el arco con lo que teníamos: el guardapolvo era un palo y la valija era el otro... ¡Hasta que salía Lita a las puteadas para que entremos porque ya era de noche!”, asegura. Y se lamenta que hoy sus hijos no puedan disfrutar de esa libertad.
Los Lazzari eran una típica familia de clase media trabajadora. Los días de Gustavo transcurrían entre la escuela, la pelota y el frigorífico que, pegado a la casa, habían fundado su padre y su tío. Dignos descendientes de italianos, no faltaban las reuniones de los domingos con las pastas caseras de Lita. “Ella cocinaba muy bien. Siempre decía que a los tanos hay que entrarles por el estómago. Amasaba bárbaro y hacía el mejor estofado del mundo. Yo aprendí a hacerlo igual”, insiste.
“Con mi familia hicimos un solo viaje al exterior. Yo tenía apenas tres meses y nos embarcamos todos, al mejor estilo Los Campanelli (¡hasta el auto llevamos!) en un transatlántico con rumbo a Italia para buscar a mi abuela, que estaba muy enferma. Imaginate: éramos los que supuestamente habíamos hecho fortuna en Argentina y teníamos un viejo Rambler ‘boca de pescado’”, cuenta entre risas.
Cursó la secundaria en el Colegio La Salle donde conoció a su grupo de amigos que aún mantiene y a los que llama “hermanos”. En tercer año descubrió su vocación de economista cuando, a través de un trabajo práctico, conoció a Juan Bautista Alberdi. “Y me explotó la cabeza”, recuerda.
“Soy de una familia de mercado”, resalta con acento italiano. “Mi vieja tenía cosmovisión de mercado y mi viejo tenía una empresa. Estábamos todo el día haciendo precios, atendiendo gente y con la concepción de que las cosas se logran trabajando. ´Compré´, ´vendí´, ´debo´, ´pago´ esas son las palabras que escuchaba todo el tiempo y que estaban en mi cabeza. Eso te hace tener una visión capitalista”, añade.
Cuando terminó sus estudios universitarios, militó “un par de años” en la UCEDE y luego se dedicó “de lleno” a la empresa familiar, el frigorífico Cárdenas, nombre que le pusieron por la calle donde está situado, siempre en el barrio de Mataderos.
El orgullo de ser hijo de Lita y Hugo
Gustavo habla de su madre en presente, como si aún viviera. Con alegría y emoción, al mismo tiempo. Lita de Lazzari murió en 2015, a los 89 años. Su papá Hugo, un año más tarde. “Fue una etapa muy difícil, pero agradezco haberlos tenido 50 años. No esperábamos su muerte, aunque sabíamos que estaba grande. Yo les decía a mis hermanos `Tenemos que ir a Luján caminando´... No hay mucha gente haya podido disfrutar a sus padres 50 o 60 años”, cuenta.
-¿Cómo era Lita?
-Para mí fue la mejor madre del mundo. Era muy divertida. Era una luz. Sacando la figura pública, mi vieja era un motor encendido de ideas, de gracia. Era un torbellino.
-¿Y tu papá?
-Era lo opuesto. Tenía una templanza que admiro. Muy inteligente. Era un animal de laburo. Él siempre decía: “Nunca me digas que no puedo laburar”, y así fue. Trabajó hasta el último momento y me enorgullezco de haber respetado su palabra. Nunca lo vi enojado. Lo inverso a mi vieja que primero tiraba la puteada y después razonaba. Él siempre le decía: “Vos no cierres puertas, tenés que abrirlas”.
Gustavo recuerda los primeros momentos de su infancia cuando Lita no era un personaje público. “Hasta mis seis años, Lita hacía cosas barriales. Ayudó a construir el colegio parroquial de la zona, el San Felipe Neri y colaboraba con los comedores de Ciudad Oculta, en Villa Lugano. “Mi vieja no tenía aversión al peligro, es más, cuanto más peligro había más lo disfrutaba. No le importaba nada”, cuenta. A comienzos de los años 80, llega a la famosa Liga de Amas de Casa. “Y ahí mi mamá encontró su lugar”, añade.
Según Gustavo, lo que “dispara” a Lita a la esfera pública fue la guerra de Malvinas. “Los Lazzari somos súper malvineros”, dice. Cuando terminó el combate, su madre se comprometió con los excombatientes ayudando en el Hospital Militar “codo a codo” con una aliada muy especial: Amalia Lacroze de Fortabat. “Mi mamá le comentaba a Amalia que un chico no tenía casa y Fortabat le compraba la casa al pibe. Habrá comprado 10 casas y a muchos les daba trabajo en Loma Negra. Hasta compró una casa en la calle México para hacer un centro de veteranos de guerra”, dice.
“Si un veterano le pedía algo a mi vieja no le importaba nada, se lo daba”, dice y recuerda el día que regaló una camiseta que él tenía de Pink Floyd. “Yo me quejé y me dijo ‘no te quejes que vos tenés un montón’”. El vínculo que Lita tuvo con los excombatientes fue tan estrecho que, durante su velorio, varios de ellos se presentaron uniformados e hicieron guardia al costado del ataúd todo el tiempo que duró el funeral. “Fue impactante”, dice emocionado.
El ‘estrés bueno’ y el ‘estrés malo’ del empresario pyme
La claridad con la que Gustavo explica el proceso de producción muestra el cariño que el siente por su fábrica de embutidos. Como segunda generación, creció a la par del frigorífico y está orgulloso del camino recorrido. Tiene proyectos que espera poder llevar a cabo algún día, aunque piensa que “los cambios son más paulatinos de lo que parecen”.
Saluda a todos los empleados por su nombre y lo satisface que los hijos de ellos deseen trabajar en la fábrica. “Mi política de personal es que el padre me traiga al hijo. Es lo mejor que te puede pasar. Si el padre es bueno, el hijo es buenísimo”, sostiene. Aprendió de su padre que hay un mes que no se puede despedir. “No se puede despedir en diciembre. Serías la peor persona del mundo”, asegura y cuenta que dejar a una persona sin trabajo es una de las situaciones más difíciles. ”Cuando tuve que hacerlo, lloré mucho”, insiste.
Producen jamones crudos y cocidos, paletas de cerdo, lomos ahumados, bondiolas y pancetas ahumadas. Vende sus productos exclusivamente en el mercado local y, en el último tiempo, la crisis económica del país lo obligó a volver al mercado premium. Reconoce que la fábrica “no anda tan bien como en otros tiempos... Como el 90 por ciento de las empresas del rubro”, detalla. Y cuenta que su jornada comienza indefectiblemente con un problema que nada tiene que ver con la producción: “Llego y pregunto ¿Qué vence hoy? Me dicen ‘ingresos brutos’. ‘¿Tenemos plata?’, pregunto. Responden que no y ahí empiezo a buscarla. Cuando la consigo ya se pasó la mañana y recién ahí puedo dedicarte a otra cosa, a producir. Es increíble”.
Para Gustavo, un empresario pyme sufre dos tipos de estrés. Uno al que llama “lindo” y el otro “feo”. El estrés lindo está asociado a la producción, “al que viene con el trabajo, incluso con los proyectos que salen mal”. Mientras que “el feo” son “los quilombos”, como cuando no consigue financiamiento o desde la administración le piden complete formularios eternos. “Ese estrés te saca la energía”. Dice que hasta hoy, en su caso, el “estrés lindo” es mayor que el “estrés feo”. Por eso, jura que entiende a Fabián “Zorrito” Von Quintiero, que cerró su restaurante y compartió en las redes sociales una carta que se viralizó rápidamente titulada “Adiós a la demencial lógica de las pymes”. “Cuando él manda esa carta, irónicamente lo hace aliviado y eso es porque en su caso, el estrés feo fue mayor que el lindo”, explica.
Dice que no hay nada peor para un empresario, dueño de una pyme, que sus hijos quieran irse del país. “¿De dónde va a sacar ese hombre las fuerzas para soportar el estrés y seguir adelante? Porque mi motor es dejarles el boliche a mis chicos, entregárselos bien, funcionando. Después, ellos que hagan lo que quieran”, remata. Habla de Constantino (15), Juan Bautista (14) y María (13), los hijos que tiene con Florencia, con quien está casado desde el 2005. “A mi mujer siempre le digo que si vuelvo a nacer la voy a buscar de nuevo. Es una persona alucinante”, dice.
-¿Qué pasaría si, un día, tus hijos deciden irse del país?
-Lo tengo muy procesado a eso. Tengo que decirles que lo hagan. Y lloraré todo el día, pero les estamos dejando un país malo. Mis viejos eran recontra pobres: hasta los 12 años mi papá se bañaba con agua caliente porque ponía la manguera al sol. Pero mi abuelo estaba seguro de que mi viejo iba a estar mejor. Y mi viejo estaba seguro que yo iba a estar mejor. Hoy, yo no estoy seguro de que mis hijos vayan a estar mejor.
“Salir a la cancha y transpirar la camiseta”
“Que no suceda, que tus hijos te pregunten dónde estabas y qué hacías el día que se perdió la libertad”, repite como un mantra que le da fuerzas para encarar una decisión que hasta hace muy poco no estaba en sus planes: lanzarse a la política.
Gustavo se proyectaba ingresando en la escena política en 2023. Sin embargo, la precipitada salida de su tocayo Segré lo colocó en el centro de las miradas como posible precandidato a diputado para ocupar su lugar en la lista de Republicanos Unidos. Aún recuerda la noche que lo conversó con su familia: “Mi mujer me dijo no lo hagas para solucionar el problema de otro, hacélo porque vos querés. Ella ya sabe que, al estilo Lita de Lazzari, me gusta solucionar los problemas de otros”.
“Me fui a dormir, al día siguiente me desperté y dije que no. Pero me quedé muy angustiado. Me sentía mal. Me estaban pidiendo que vaya a la cancha y yo había dicho que no porque me gustaba más mirar desde la platea”, cuenta y cambió su decisión pensando que éste sería su aporte para que en el país “estemos mejor”.
No puede evitar relacionar este momento de su vida con el fútbol. Piensa que ser hincha de Chicago “te marca” y recuerda cuando llevó a sus hijos a la cancha para que aprecien el apoyo de la hinchada del club al equipo cuando pierde. “Perdíamos 4 a 0, pero parecía que estábamos ganando un campeonato”, cuenta.
“La vida me gusta que sea así. No darte por perdido. Jugar el partido. Por la fábrica dejo la vida y también lo voy a hacer por cambiar la Argentina. Tal vez, no cambie a la fábrica ni a la Argentina, pero transpiré. La camiseta tiene que llegar a la casa transpirada. Lo voy a intentar con toda la pasión del mundo, a lo Lita”, concluye.
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