Gustavo Dudamel: maestro con fama de rockstar
Es venezolano, tiene 31 años y un modo de encarar la dirección orquestal que rompió el molde clásico y despierta pasiones. LNR accedió al intenso día a día de un grande de la batuta, a quien siguió por el mundo entero
Gustavo Dudamel es un genio. Se lo dice todo el mundo, pero su humildad y su timidez le hacen tener gestos de incredulidad forzada y decir "no chico, tampoco es para tanto". En el fondo sabe que ejerce un magnetismo inquebrantable en cualquier audiencia del planeta, acostumbrada ya a sus pegadizos saltos, movimientos vigorosos de brazos, sus rizos danzantes y algún que otro baile mientras la batuta en su mano derecha se mueve vertiginosamente.
Europa y el mundo se asombran de ese carácter que imprime a sus ejecuciones musicales, cualquiera que sea la orquesta que se le plante delante. Ha sido tildado de blasfemo por su ímpetu juvenil, pero ya no. La académica manera de ver la música clásica inmediatamente se rindió ante el inevitable contagio de energía que proyecta a las orquestas que dirige y que como un rayo de electricidad poderoso se devuelve hacia el público que la observa.
Tiene un amor pasional por la música, inagotable, no se cansa un minuto y nunca dice que no para ensayar o para repasar las partituras una y otra vez. Perfeccionista hasta la médula, su cabeza está llena de corcheas y semicorcheas, de La y de Mi sostenidos, de bemoles, de tempos forzados y tempos pausados. A los 31 años, Gustavo es un elegido.
En el principio... fue un juego
No cabe duda de que Gustavo Dudamel se divierte con lo que hace, que lo disfruta como si fuera un juego. Al fin y al cabo, todo empezó como tal. El no se cansa de repetirlo: cuando tenía 4 años su padre, que es trombonista de una orquesta de salsa, le inculcó el amor por la música. Lo lógico era una sucesión. Pero el instrumento de Oscar Dudamel era demasiado largo para sus pequeños brazos curiosos. Entonces Gustavito se inventó una orquesta en la pequeña mesita de noche de la habitación de sus abuelos paternos, la que dirigía con un palito. Incluso sus compañeros de colegio en Barquisimeto (ciudad donde nació, al oeste del país, a 500 km de Caracas) recuerdan a Gustavo dirigirlos con un lápiz cuando la profesora salía de la clase. Fue el violín el instrumento que mejor respondía a sus medidas. El sistema de orquestas inventado por el maestro José Antonio Abreu (el sistema de orquestas infantiles y juveniles que inició hace 34 años, que ha cambiado la vida de cientos, miles de niñas, niños, jovencitas y jóvenes que aman la música y que han encontrado en ella el arte supremo de vivir. Un simple método que da alas a los jóvenes, una forma de vida que da vida dentro de la propia vida.) lo acogió como a un hijo. Estudió interpretación musical, creció, se nutrió con la orquesta juvenil, viajó por el mundo, fue concertino…, hasta que llegó ese día en que el maestro Abreu le pidió que afinara la orquesta y Gustavo se subió al podio.
Ahora, el maestro es el
Minutos antes de salir a dirigir un concierto en el Espacio de Arte Metropolitano de Tokio, Gustavo aún no se ha puesto el uniforme de director. Todo alrededor es gente corriendo de acá para allá, los integrantes de la orquesta juvenil venezolana afinan sus instrumentos, concentrados en cada nota. Eso sí: no hay gritos ni histeria, sólo la tensión contenida de que algo espectacular sucederá. A Gustavo sólo le hace falta escuchar faltan 5 minutos, maestro para ponerse en modo director. Pero mientras ese momento no llega, prefiere contar chistes o que se los cuenten. Hay algunos ex miembros de la primera orquesta sinfónica venezolana, de mediana edad y que fueron dirigidos por el maestro Abreu, que en cada gira viajan con la juvenil para asesorar y ser los especialistas de cada sección de instrumentos de la orquesta; son, por decirlo de alguna forma, los soundcheck de la orquesta. Y también son los que traen cada día chistes nuevos a Dudamel. Las carcajadas son contagiosas y los chistes, uno mejor que el otro. Así Gustavo relaja su cabeza de tanta información musical: no hay "cuidado con la nota en el primer andante" o "atención con el final de la percusión", sólo chistes. Dicen que reírse es, sin duda, la mejor terapia. Cuando finalmente lo llaman, todos se levantan. Se viste en pocos minutos y se arma la magia.
Rockero y clásico
Le pregunto a Gustavo si algo lo desconcentra antes de un concierto. "Nada", me contesta. Afuera, 2000 personas esperan, la orquesta a punto, todos sentados. El último en salir, por supuesto, es el conductor de la nave. Se hace silencio en la sala. Gustavo sale de su camarín vestido de gala; por el medio del pasillo viene bailando, haciendo una especie de tap moderno, gira sobre sí, tararea una melodía indescifrable y sale al escenario. Aplausos. Sus seguidores lo han convertido en algo parecido a un rock-star. La crítica también. Prueba de ello es que en el hall de la ópera de Pekín, imponente estructura que los chinos construyeron para demostrar al mundo que son capaces de lo imposible, gigantografías de un Gustavo desmelenado y haciendo gestos propios de un cantante de rock, anuncian los conciertos que dará durante 3 noches seguidas. Y aunque se presentará como director de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Venezuela, no es ésta la anunciada; la estrella es él.
Podrá actuar con otras, pero, y aunque es titular de la Filarmónica de Los Angeles y de la Sinfónica de Gotemburgo, su orquesta es la Sinfónica Juvenil Simón Bolívar. Puede dejar de ver a sus integrantes por meses y meses, pero siempre será como si la hubiese dejado de ver el día anterior. Al fin y al cabo, él surgió de ella. Su trato con los chicos es igualitario; sí, hay un respeto, él es el maestro, pero asegura: "Yo sigo siendo el mismo, me sigo sintiendo el mismo muchacho, inclusive cuando viajo con la orquesta me ves metido con ellos bromeando. Me gusta estar cercano porque mientras más lo estés, más mágico va a ser el momento de hacer música". No deja de tener cierta gracia irónica que al dirigir otras orquestas donde los músicos casi pueden ser sus abuelos y tienen bagajes musicales más profundos, su trato sea el mismo que con sus muchachos. Dudamel no tiene vergüenza alguna para decirles a los avezados músicos de estas grandes orquestas: "Imagínense que están con su enamorada y quieren darle un beso y están en ese remolino de incertidumbre, y luego, ¡zas! llega el beso, bueno, pues ésa es la imagen de esta parte de la pieza". Los veteranos músicos lo observan con incredulidad pero se conectan con su enamoramiento y la música sale diferente.
Cuestión de amor
Gustavo está permanentemente in love. "Siempre la pasión y el amor por hacer la música son los mismos, que es lo más importante", asegura consciente de la carga simple de sus palabras. Y como todo hombre genial, tiene una mujer espectacular a su lado: Eloísa Maturén. Como todas las cosas destinadas a suceder, el flechazo existe. De hecho, marcó el destino de Eloísa y Gustavo. Ella asistía a un concierto de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Venezuela en el teatro Teresa Carreño de Caracas; él, en esa ocasión, no llevaba la batuta, sino que era un espectador más. Desde su butaca, se fijó en ella y quiso saber quién era esa chica que lo desconcentraba de lo que para él es sagrado: la música. En aquellos momentos, Elo (como la llaman los íntimos) vivía en Madrid, donde intentaba abrirse paso como periodista. En el intermedio, alguien los presentó, y Dudamel le pidió el teléfono. Un año después, ya estaban casados. "En ese momento, la carrera internacional de Gustavo comenzaba. ¡Sin saberlo, me casaba con el que sería el Ricky Martin de la música clásica!", me cuenta Eloísa. "Nuestros caminos estuvieron muy unidos, como vidas paralelas, hasta que nos conocimos –continúa–. Vivíamos en la misma ciudad y trabajábamos en el mismo teatro, él como director de orquesta, yo como bailarina. Pero nunca nos vimos. Todo ocurrió en el momento en que tenía que ser."
Y así, como algo que tenía que pasar, la llegada, en marzo del año pasado, del primer hijo de la pareja, Martín, ha empezado a coronar el amor de esta hermosa pareja.
Asimismo, la pasión de Dudamel por lo que hace logra traspasar la barrera invisible del patio de butacas. Lo suyo, sin duda, es expresarse a través de la música. De hecho, no es muy dado a dar entrevistas o posar para fotos. He podido sufrir de cerca la impaciencia de algunos periodistas que desean sacarle algunas palabras más allá del camerino, de sentarlo aunque sea 5 minutos. Y es que Gustavo siente que no necesita expresarse más allá de sus movimientos, que el discurso musical es más que suficiente. Su privacidad está sellada con fuego por su entorno: las restricciones para apenas saludarlo son cada vez más férreas, propias de un mandatario de estado con anillos de seguridad protegiéndolo. No me extraña que en su ciudad natal, Barquisimeto, haya un grafiti que dice: "Dudamel, hazme tuya". "Allí ya no puedo ni salir a la calle", dice el músico. Sólo hace falta que una persona atisbe a lo lejos sus rizos para crear un verdadero tumulto a su alrededor: cientos de manos tratando de tocarlo y de tomarle una foto con los teléfonos móviles para luego colgarla en sus respectivos perfiles de Facebook. En los carnavales de la ciudad, ya algunos niños piden que sus padres los disfracen de Dudamel. Hoy es el venezolano más nombrado en los periódicos del mundo, después del presidente Chávez. Y es quizás el director de orquesta más importante del planeta.
Hablando de Chávez, todos los periodistas le preguntan por él. Gustavo sabe que ése es un tema álgido, porque muchos venezolanos le piden que defina una posición. El sistema y las giras se mantienen bajo el ala de la presidencia, y sin su apoyo durante los últimos años no hubiese llegado el mensaje ni calado tan fuerte en las córneas y los oídos del mundo entero. Gustavo dice que él no hace política, que sólo hace música, que su amor es Venezuela entera. "Un país donde todos pensaran igual sería muy aburrido; lo único que debemos hacer es estar unidos y comprometernos con el nuestro", sostiene. Si hiciera política, ¿habría sido posible obtener un Grammy? Porque nuestro director ya cuenta con uno. "Estaba ensayando y mi asistente me pasó un papelito. Decía que había ganado el Grammy. Pensé, ah, qué bueno, y seguí con mío" recuerda. ¿Cuándo un Grammy por música orquestal había tenido relevancia?
Gustavo y sus rizos eléctricos revolucionan el esquema, llegan a la masa, rejuvenecen las almas, cambian las vidas. Sin amplificadores ni sonidos empotrados en cajas con enchufes. Lo logró con lo básico, una batuta y la música saliendo de finas cuerdas, maderas envejecidas y alientos puros. Gustavo es scherzo andante allegro: la música hecha vida; pasional y selecto, todo a un tiempo.
UNO PARA TODOS
La matriz de Gustavo se refleja en el carácter ordenado y perseverante de los integrantes de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Venezuela. En la risa y tranquilidad de Leswi Pantoja se expresa el otro aspecto que mantiene a la orquesta unida y trabajando constantemente: su camaradería. Lewis, ejecutante de la tuba, es uno de los miembros con mayor antigüedad. "Aquí puedes encontrar gente completamente distinta, y eso es quizás lo mejor que tenemos: gente a la que le gusta la salsa, gente que sólo escucha música clásica; gente que viene de un origen humilde, gente que viene de una familia acomodada."
Johana Sierralta, que toca la viola, dice: "Toda mi vida ha estado relacionada con la música gracias al sistema". Recuerda la primera vez que Gustavo dirigió la orquesta: "Estábamos descansando de un ensayo, cuando el maestro Abreu, que nos dirigía en ese momento, pidió que alguien afinara la sección de maderas de la orquesta. Como ninguno de nosotros se ofreció, llamó a Gustavo y le dijo que lo hiciera. Tenía la camisa por fuera, pero se paró y lo hizo. Lo demás es historia."
QUIEN ES
- Nació en Venezuela en 1981
- Casado con Eloísa; tienen un hijo de un año, Martín
- Dirige a la Filarmónica de Los Angeles, la de Gotemburgo y la Juvenil de Caracas
- Suele salir a escena en el Walt Disney Concert Hall y el Hollywood Bowl, muy frecuentados por las estrellas de cine y televisión
- Este año ganó un Grammy
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