Un artista inglés hizo de una casita en ruinas un refugio blanco y discreto con sutiles toques de brillo.
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Las montañas caen a pique en la costa del Mediterráneo. Pero eso nunca detuvo a los pueblos que durante milenios se alimentaron de él en cuerpo y alma. Sorteando acantilados filosos, la arquitectura se amarró fuertemente a las rocas, en un trazado físicamente evidente, pero mentalmente imposible para el extranjero: horadar la piedra, encontrar un plano elemental en el que apoyarse, acarrear materiales, trazar delgados laberintos de comunicación con el resto.
Todavía el canto de las sirenas atrae a los hombres a estas playas. Más allá de las oleadas turísticas, hay quienes deciden que estos barrancos serán su hogar permanente. Como un artista inglés, que descubrió una casilla desvencijada de apenas 48m2 en la costa de Liguria y la quiso para sí. Pero en esta versión contemporánea de los hechos, decidió que su nave sería prístina; espartana, pero con discretos toques de lujo. Los arquitectos Emil Humbert y Christophe Poyet, expertos en el manejo de proyectos sofisticados, se embarcaron con gusto en la aventura.
Abrevando en el largo saber de la arquitectura naval, la cabaña se convirtió en un camarote en el que todas las necesidades de la vida marina están contempladas dentro del menor espacio posible.
El sillón en L hecho a medida por el estudio Humbert & Poyet tiene toda la comodidad de gruesas colchonetas (es el único lugar para sentarse) y el ingenio de cajones en la base, para multiplicar el espacio de guardado.
La alzada del anafe es de bronce, material clásico de tantos accesorios marineros y cuyo dorado vuelve delicadamente en la virola de la vajilla. Por su parte, la escalera conduce a los dos dormitorios que hábilmente los arquitectos supieron extraerle a la minúscula cabaña original.
El dormitorio principal tiene el mismo espíritu zen del anterior, su misma cálida y alegre austeridad. El colchón se apoya sobre una impoluta tarima de madera con cajones en la base. La nota de color, la manta africana y el espejo antiguo dorado a la hoja que vemos en la foto de abajo.
En la baño dan la nota el espejo de ferrocarril vintage –con ganchos para colgar y parrilla para apoyar toallas– y la bacha de bronce hecha a medida.
Las tablas del piso se cortaron de maderas encontradas en diversas playas y el piano vertical se trajo desde la sede parisina de Emaús, lecho de tesoros hundidos si los hay.
En la foto de la izquierda, una hamaca que cuelga de un tronco crudo; en la de la derecha, una antigua silla-hamaca comprada en un mercado de pulgas hace de singular torre del vigía.
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