Guillermo Kuitca y una vida convertida en libro
"Love", se lee en el barrilete que sostiene el nene, que lleva puesto un sombrero con un corazón. Sonríe junto a sus padres, que lloran. El drama ya estaba presente en esta escena dibujada por otro nene en 1969. Un niño prodigio que, a los ocho años, leía fascículos de la Pinacoteca de los genios y comenzaba a pintar como un adulto.
El talento precoz de Guillermo Kuitca quedó confirmado al año siguiente, cuando comenzó a tomar clases en el taller de Ahuva Szlimowicz. Y se hizo público cuando realizó su primera muestra individual en la Galería Lirolay, una de las más importantes de la época. Tenía apenas 13 años.
"Es casi una autobiografía", dice ahora uno de los artistas argentinos más reconocidos a nivel mundial sobre Collected Drawings 1971–2017 (JRP Ringier/KBB), flamante libro que reúne casi 700 de los 3000 dibujos que produjo durante más de cuatro décadas. "Pareciera que mi obra empieza en el 82, pero encontré dibujos de los años 70 con elementos no tan disímiles a los actuales", señaló Kuitca a LA NACION mientras recorría Les Visitants, muestra curada por él que se exhibe hasta fines de junio en el Centro Cultural Kirchner.
La palabra "eco" se coló varias veces mientras se refería a la relación entre unas 500 obras de la Fundación Cartier reunidas en la exposición. Apasionado de la música, sabe de lo que habla. En 1982 entró en contacto con Pina Bausch y su compañía danza, y comenzó a colaborar en producciones teatrales; tres décadas más tarde diseñaría junto con Julieta Ascar el telón del Teatro Colón, uno de los mejores del mundo.
El teatro se convirtió incluso en tema de sus pinturas, muchas de las cuales transmiten un clima de ópera. Tema tan característico en su obra como los mapas, con los que cubrió la instalación de colchones que presentó en 1992 en la Documenta de Kassel. Quince años después de haber participado de la muestra de arte contemporáneo más prestigiosa del planeta representó a la Argentina en la Bienal de Venecia, con un envío de pinturas abstractas curado por Inés Katzenstein.
La actual curadora de Arte Latinoamericano del Museo de Arte Moderno de Nueva York fue quien lo invitó a realizar en 2010, en la Universidad Torcuato Di Tella, la quinta edición de la célebre Beca Kuitca. Uno de los semilleros de artistas jóvenes más importantes del país, que desde 1991 realizó alianzas con distintas instituciones. "El agradecido y quien más aprendió fui yo", dice Kuitca con humildad sobre este espacio de formación, que define como "un lugar de trabajo compartido".
La ostentación no es lo suyo, aunque sea uno de los artistas más cotizados del país. Una obra suya fue subastada en Christie’s en 2016 por más de medio millón de dólares, y la galería neoyorquina Sperone Westwater pedía 600.000 dólares por una de sus pinturas en la última edición de Art Basel Miami.
Kuitca, sin embargo, no se desconcentra de su trabajo cotidiano. Cada mañana, de lunes a sábados, se enfrenta con la tela en el taller de su casa de Belgrano R. Es raro verlo en inauguraciones de muestras y más aún inaugurando una propia en Buenos Aires, su ciudad natal. Permaneció 17 años sin exponer en la Argentina hasta que el Malba alojó en 2003 una retrospectiva importada desde el Museo Reina Sofía.
Una de las curadoras de aquella exposición fue Sonia Becce, en quien el ermitaño artista tiene confianza absoluta. Cultor de relaciones que perduran durante décadas, Kuitca también cuenta con Jorge Miño entre sus colaboradores más cercanos.
Para muchos de ellos sigue siendo aún "el joven Kuitca", título de un ensayo de Fabián Lebenglik publicado en 1989. Apenas veinte años después de haber pintado aquel nene con barrilete, el niño prodigio ya tenía un libro dedicado a su obra.
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