Guillermo del toro, hechizos de un niño eterno
Desde Los Ángeles, donde tiene su casona del horror, el enfant terrible mexicano habla de su pasión por los monstruos y de su flamante serie Trollhunters
Guillermo del Toro confirma algunas historias que suelen tejerse, como telarañas, alrededor de su figura. Fue voluntario en un hospital psiquiátrico cuando tenía 14 o 15 años, durante un verano, en su Guadalajara natal. En aquel tiempo solía almorzar en un cementerio. Fue criado y educado en un estricto marco católico, “pero no encajaba con los santos”, entonces se identificó con el hombre lobo, a quien veía como un mártir, y con el Frankenstein de Boris Karloff, una criatura inocente desde su punto de vista inusual. “Esos monstruos no pretendían ser otra cosa: se presentaban en su esencia.” El cineasta y productor mexicano tiene hoy una casa en Los Ángeles que utiliza de inspiración, bautizada Bleak House (o Casa desolada, como la novela de Charles Dickens), donde escribe dentro de una habitación con lluvia falsa y cuyos ambientes están plagados de figuras espantosas, como niños muertos en la sala Inocencia y niñez, y truculentas criaturas en tamaño real, como Schlitzie y Pinheaden, protagonistas del film Fenómenos, de 1932. La ambientación incluye oscuros cuadros de Giovanni Piranesi, ilustraciones de Los viajes de Gulliver y libros de Lewis Carroll y Jorge Luis Borges, entre muchísimos otros. “Tengo una relación muy promiscua con todos mis objetos”, asegura.
La casona, a la que define como “un santuario”, posee más de 700 piezas originales que, en su mayoría fueron expuestas en 2016 en el Museo de Arte de Los Ángeles (LACMA). Del Toro reside gran parte del año en esta ciudad californiana; el resto del tiempo lo pasa en Toronto. No sólo ha tenido una vida a contramano de la mayoría de los mortales, sino también de otros artistas, al menos de aquellos que buscan consagrarse a partir de obras que reflejen seriedad y madurez. El director de El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006) parece haber elegido el camino inverso. Su último film como director fue Titanes del Pacífico (2013), y luego produjo El libro de la vida (2014) y Kung Fu Panda 3 (2016), entre otros proyectos destinados al público infantil. Y sus últimos meses estuvieron dedicados casi exclusivamente a unos dibujos animados que estrenó en Netflix a fines del año último, y que se ha convertido en un pequeño gran fenómeno: Trollhunters. “A nivel personal, esta serie es un viaje que comencé desde niño. A nivel laboral, lleva seis, siete años”, dice el director desde Los Ángeles, en conversación telefónica con La Nación revista.
¿Por qué los monstruos y los robots gigantes siguen fascinando a un hombre de 52 años?
Creo que la edad nunca es cronológica. La espiritual es la importante y aun ahí existen varias edades: la mental, la emocional… Mi edad a nivel emocional sigue siendo muy joven. Quiero creer en los monstruos. No esos de traje de sastre que ahorita gobiernan el mundo, sino los más divertidos.
¿Qué diferencia hay entre las criaturas de Trollhunters y las anteriores que has inventado?
Esta es la primera vez que creamos un mundo en el que la mayoría de los personajes son monstruos. Es muy bonito poder hacer un mundo con una mitología propia, monstruosa en este caso, al mismo tiempo encantadora. Desde Hellboy 2 no podía sumergirme en un mundo completamente fantástico.
James Cameron dijo de vos que mirás “con los ojos descarnados de un niño”. ¿Coincidís?
Muchas veces cometemos el error de pensar que la mirada infantil es una mirada inocente y no una mirada pura. Creo que hay diferencias entre una y otra. Los adultos siempre queremos imputarle inocencia a la mirada infantil, pero un niño mira un mundo imperfecto con todo el dolor, la complejidad y, también, con pureza.
El mundo infantil de El espinazo del diablo tuvo como escenario la Guerra Civil Española, donde un fantasma guiaba a un niño a descubrir un misterio desde un orfanato. El laberinto del fauno contó la historia de una niña que, mientras conocía a su padrastro, se encontraba con un fauno y alcanzaba un inframundo. Ambas obras consagratorias fueron destinadas a un público adulto (incluso esta última fue el primer largometraje de fantasía nominado a los Oscar como mejor película de habla no inglesa). La serie Trollhunters es una aventura de temática infantil-adolescente, protagonizada por un joven que, de camino al colegio, tropieza con un amuleto místico para descubrir luego una civilización secreta de trolls (como dato triste y sombrío, la voz del protagonista fue realizada por el actor ruso-estadounidense Anton Yelchin, quien falleció poco después de grabar, en junio último y a los 27 años, atropellado por su propia camioneta en un accidente que aún es un misterio).
Solés tener protagonistas niños o personajes de mirada infantil, como Hellboy. ¿Te interesa a futuro pensar historias también de adultos?
La mirada adulta es la mía, en el sentido de cómo miro a los niños. Trollhunters lleva al protagonista a un lugar moralmente difícil como héroe. Los que la vieron, se darán cuenta. Yo miro a los monstruos con amor, pero como narrador tengo una mirada adulta, y es importante balancearlas. Sí creo que mi espíritu se forjó en mis primeros 13 años. Y que siempre me van a interesar los extremos. Me interesa mucho la edad de los ancianos, porque me críe en una casa con mucha gente muy mayor, y la mirada de los niños. En esas dos antípodas se creó mi mirada del mundo. Preguntarme si voy a dejar algún día de tener interés en los niños es como preguntarle a Woody Allen si algún día va a dejar de ser neurótico.
Producir para streaming, ¿es muy diferente que hacerlo para cine?
Sí, para empezar, es la primera vez que dirijo animación más allá del cortometraje. Cuando empecé, entre mis primeras películas en Super 8, algunas eran de animación, pero en un nivel muy amateur. Después tuve una casa productora en México que hacía animación y efectos especiales, pero no había dirigido un largo. Ahora hice con Rodrigo Blas el piloto, que está en dos partes. Esa experiencia ha sido muy agradable. Había realizado 45 minutos de animación en Titanes del Pacífico, pero no había podido dirigir personajes, acciones dramáticas, cortes de comedia. Después, la diferencia es que desarrollas la historia sosteniendo hilos narrativos más largos. Y estás pensando en un público ideal que va a ver de tres a cinco capítulos de un tirón, entonces te permites transiciones más rápidas, no necesitas recordarles tanto lo que pasó antes.
Con streaming, la repercusión puede ser inmediata. ¿Te llega a vos esa respuesta del público?
No, sólo sabes que funciona bien cuando te comisionan una siguiente temporada [en este caso, ya se confirmó]. Los datos de Netflix son un secreto celosamente guardado. También lo miden en la respuesta de los medios de comunicación, aunque con una serie infantil es más difícil de evaluar en ese sentido.
Tus proyectos siempre tienen rasgos de horror. ¿Coincidís con la idea de que cada vez es más difícil generar miedo desde una pantalla?
A mí lo que me interesa del género del horror es la estética. Como productor sí he realizado películas como Mamá o El orfanato, pero como director me interesa la estética, que es muy similar a la de un cuento de hadas, o al menos como yo entiendo los cuentos de hadas. Trollhunters, por ejemplo, es una serie de acción y aventura. No está presente el miedo: lo que predomina es la emoción. El miedo sólo aparece como una de las reglas del cazador de trolls: es fundamental tener miedo, porque el miedo te hace valiente. Es una idea cercana a lo que yo pienso de la vida. El miedo es el llamado a la acción. La diferencia entre un héroe y una persona común es la manera en que respondemos al reclamo del miedo.
¿Recordás en tu carrera la necesidad de responder al miedo? ¿Modificaste algún proyecto por eso?
Todos los días. Un artista siempre tiene que tener una sensación constante de miedo, porque es un acto de comunicación. Tienes que tener la temeridad de comunicarte y el temor de no ser claro. Vives con permanente conciencia de la posibilidad de fallar. Creo que lo que hace la experiencia, el paso de los años, es que te permite dominar ese miedo de manera natural.
Pero más allá de la posibilidad de fallar, ¿sentís por momentos miedo a lo externo, por ejemplo, a los cambios sociales o políticos en Norteamérica?
En cuanto a la pulsión que tiene uno como ser humano, no como narrador, el tejido social te provoca miedo o, por los menos, suspicacia. Para los que vivimos en América latina, he vivido 52 años con la noción de que, por ejemplo, el gobierno es una institución de la que hay que desconfiar profundamente. En el primer mundo, sobre la policía, el ejército o el gobierno tienen la fabulación de que son instituciones en alguna medida benignas, pero los que venimos de América latina tenemos la sospecha eterna de que no lo son.
Del Toro se ha despachado por Twitter contra el muro impulsado por Donald Trump: “Realmente sería un esclavismo absoluto acceder de alguna forma, bilateralmente, a la existencia de un muro que nos ofende a todos.” Sobre el presidente de los Estados Unidos, dijo también, antes de las elecciones: “Sin duda es una figura polarizante, profundamente chocante y casi como una figura de la lucha libre, como un personaje nefasto, caricaturesco”. Y finalmente, con el triunfo del republicano, expuso: “Lo impensable. Lo imperdonable. Lo imposible. El abismo”.
Respecto de esas manifestaciones, Del Toro agrega por teléfono: “Para mí, lo importante es que continúe la acción ciudadana. No creo que la gente que está en el gobierno vaya a ofrecer nunca una solución voluntariamente, porque no existe una vocación de gobernar, no existe una vocación de defender los intereses del pueblo. Le queda a la gente la necesidad de seguir manifestándose, protestando, diciendo y preguntando cosas incómodas, porque lo que está probado, una y otra vez, es que las cosas no van a cambiar desde el otro lado, por ningún motivo.”
Hace poco dijiste que el mundo está virando hacia la derecha y que cuando eso pasa, la desobediencia es un deber. ¿Hasta qué punto se puede ser desobediente en Hollywood?
Yo lo he sido toda mi carrera. Siempre he hecho un ejercicio de desobediencia muy consciente. Hago las películas que absolutamente me salen del forro de los cojones. Nunca hice una película obedeciendo a una cuestión de estatus o monetaria. Siempre me he guiado por el instinto más primario de creador. El laberinto del fauno es tan genuina a mi identidad como Titanes del Pacífico. Son diferentes en todo, pero con la misma absoluta sinceridad e intención.