Su dueño, Carlos Sosto, repasa la historia del original boliche
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Originalmente, en los años ‘80, ahí había un parador de taxistas y choferes de colectivo. Estaba ubicado en una pintoresca calle porteña, bien pegada a la parte trasera del zoológico porteño, que ahora se llama República de la India, y antes, Acevedo. Ese barrio era diferente, poco comercial, menos transitado. La Argentina era muy distinta. Palermo Chico también. Pero Guido’s Bar -así lo conocieron todos durante años-, ese bolichito emplazado en el número 2843, era un “imán de clientes”. Esas palabras usó su creador, Carlos Sosto (el “Tano”) para definirlo.
Seguramente muchos recuerden ese restaurante. Tenía paredes bordó con dibujos en fileteado y muchos espejos. Y la decoración interior era peculiar: camisetas de fútbol enmarcadas y frases absurdas en las paredes, como una que decía “Se necesitan 30 años para tener éxito de la noche a la mañana”. En la casa vecina funcionaba un salón VIP para los comensales de mayor confianza con el dueño, para los habitués.
No había menú, Sosto se acercaba a la mesa y servía lo que él quería. “Y si no les gustaba, les decía que no me pagaran, o que se fueran, no me importaba”, se ríe. Su clientela era de altísimo nivel: atendía músicos, planteles enteros del fútbol argentino y hasta al príncipe de Qatar, que fue una vez y comió un plato especial para diabéticos. Guido’s tiene más de 40 años, pero, antes de ser fundado, ya era emblemático. Su historia previa, jamás contada, data de 1929 y cuenta que allí se vendía leche, bajo otro nombre y con otros dueños.
“Ahí funcionaba una lechería”
-¿Qué había en Guido’s antes de que lo tomara usted, Carlos? ¿Y por qué es que ese lugar siempre tuvo tanto éxito?
-Antes había una lechería. La manejaban dos españoles de Lugo, Antonio Galloso y Manuela. Entre 1929 y 1981 trabajaron y tuvieron un éxito rotundo. Se llenaba de clientes. Primero porque el lugar era el único de la zona. Al estar en la parte trasera del zoológico, todos los empleados iban ahí a comer. Segundo porque acá, justo en la entrada, había 3 paradas de colectivo. Los choferes bajaban y apuraban algo caliente antes de seguir manejando.
-En 1981 ellos discontinuaron ese negocio y pudo entrar usted. ¿Por qué se fueron?
-Se determinó que iban a sacar la parada de colectivos. El dueño lo sabía, por eso quería irse del lugar. Si no, probablemente no lo hubiera hecho nunca. Cuando yo ingresé, tuve a los choferes como clientes durante seis meses. Después retiraron la parada.
-¿Cómo impactó en su negocio que quitasen la parada de colectivos?
-Yo me quedé un poco desarmado por eso, porque ya no estaban los choferes. Pero seguí con la lechería. Y de a poco la fui transformando. Gané muchos clientes haciendo sociales en mi club, GEBA. También, la zona comenzó a cambiar. Por ejemplo, muchos psicólogos de “Villa Freud” alquilaron cuartos en el edificio de al lado, que funcionaba como un apart-hotel. Los pacientes, al terminar sus sesiones, bajaban y se comían algo acá. En la manzana había 56 psicólogos.
-¿Cuándo fue que el lugar explotó?
-En el ‘82, sin ninguna duda, cuando vino el Papa Juan Pablo II para mediar entre la Argentina e Inglaterra. El día en el que dio la misa en Libertador, esta calle (República de la India) cerró. Mi boliche era el único de la zona. No había baños químicos, nada, y decían que iban a venir 100 mil personas, pero aparecieron como un millón o dos millones. Trabajé a destajo todo el tiempo. No podía cerrar porque pasaba gente cada minuto.
El boom de los ‘90
-Luego de la visita de Juan Pablo II, el local siguió creciendo.
-Sí. En el ‘89 lo transformé: dejó de ser una lechería y fundé Guido’s Bar, por Guido, uno de mis hijos, justo cuando Menem abrió las importaciones. Empecé a traer productos importados (quesos, vinos, gorgonzola...), y en un momento todo lo que vendía era de afuera. Le di una impronta italiana al bar, pero con características argentinas.
-¿Cuáles eran los secretos de esa impronta?
-Eran 4. Italia tiene la trattoria; España, la tasca; Francia, el bistró. Y los turcos son de dar de comer muchos platos pequeños. Yo tomé eso. Lo aprendí mientras vivía en Europa. Estuve allá un tiempo, viajando, en la década del ‘60. No trabajaba, andaba de vago por ahí...
-Usted elegía qué comían sus clientes, ¿por qué?
-Es que la gente suele no entender un 80 por ciento de lo que tiene en la carta. No lo entiende y no lo come. Si les das un menú, terminan eligiendo lo mismo. Entonces yo les recomendaba: “Comé eso y probalo, si no te gusta dejalo, me da lo mismo, si querés, no me pagues”. Ellos me decían que estaba loco, que les cobraba cualquier cosa… Pero nunca cobré más de lo que consideraba que el plato valiera. Siempre fui muy coherente en ese aspecto.
-¿Y por qué seguía haciéndolo, a pesar de que lo tildaban de “loco”?
-Porque, si no, Guido’s se iba a a convertir en un negocio común y corriente.
-¿Hacía lo mismo con los famosos?
-Hace poco vino el príncipe de Qatar. Estaba en Argentina porque la aerolínea qatarí iba a ser sponsor de Boca. Recuerdo que le preparé una milanesa napolitana con una pasta de costado. Es una receta que hacía mucho mi mamá.
“Acusación disparatada”
Uno de los hijos de Sosto, Luciano, era dueño de un bar ubicado a tres cuadras, sobre Avenida Cerviño. El local se llamaba Lucky Luciano. Pero, a fines de 2013, cerró, como consecuencia de un proceso judicial que hundió a la familia en una oscura confusión. Esto ocurrió cuando Sosto transitaba su mejor momento: Guido’s brillaba.
A Luciano lo habían acusado de asesinar a su madre. La justicia lo encontró culpable y fue preso. “Le cargaron un muerto a mi hijo, que era la madre, y eso pegó muy fuerte”, dice Sosto. “Él no le había hecho nada a la madre”, asegura, “fue una acusación disparatada”. 4 años después, en 2017, Luciano fue absuelto y liberado.
-¿Qué le generó toda esa situación?
-Me produjo un gran sufrimiento. Un enorme sufrimiento.
-¿En qué quedó el caso? ¿Qué pasó con su hijo?
-Quedó todo en la nada. Mi hijo está afuera, todo bien, lo absolvieron. No había pruebas, no había nada. Luego mi familia se desarmó, mis hijos se fueron, no quieren saber nada con la Argentina.
“Estaba casi muerto”
Los meses siguientes Sosto se enfermó de cáncer. “Estuve muy mal. De hecho, antes nunca hubiera creído que iría a llegar a tener esta conversación. Estaba casi muerto. Pero ahora mejoré mucho. Hace 3 meses cambié de oncólogo, me quitaron la quimioterapia y estoy haciendo otro tipo de tratamiento. Se me fueron todos los dolores”.
El 12 de julio de este año fue el peor día para su local. El más trágico. Un fiscal había llegado a Guido’s, que para esa fecha era manejado por sus empleados, José y Ernesto Escobar, y había sido rebautizado como “La Mia Vita”. El misterioso señor entró con un papel en la mano, alegando que existían informalidades en el alquiler y que el lugar debía ser desalojado.
A los Escobar les dieron dos días para quitar todas las pertenencias, pero, fue tanto el apuro, que no les alcanzó el tiempo para llevarse un aire acondicionado y algo de mercadería. Rápidamente, el frente fue tapiado, y así permanece hasta el día de hoy.
-¿Qué pasó?
-Hubo problemas con el tema de la sucesión. Fue así. El dueño original, Atilio Veronelli, nunca quiso vender. Yo le pagaba el alquiler regularmente. Cuando él falleció, seguimos transfiriéndole el pago a su familiar, Silvana Veronelli, pero en negro. Los herederos no querían hacer contrato y yo les decía “de acá no me voy”. Luego pasó lo que eventualmente iba a pasar...
Los vecinos le dejaron cartas en la persiana. Mensajes de cariño y apoyo. “Muy triste está mi barrio hoy. 35 años de mi vida se van aquí. Somos familia y lo seguiremos siendo”, escribió una señora, en cursiva, en una hoja de papel. Pegó el mensaje en la persiana del restaurante y le adjuntó una flor.
Los trabajadores colgaron un pasacalle que decía: “Emblemático espacio gastronómico, fuente de trabajo de 12 familias, desalojado violentamente sin contemplación cultural el 12/7/22. La magia y la historia de esta casa de barrio no se puede arrebatar. Fuerza José, Ernesto, César, Marcelo y todo el equipo para levantar el nuevo camino. Y vos, Tano, ¡no dejes que esto termine acá y así!”.
Fueron días muy tristes para los más asiduos. Sosto apenas se había enterado: estaba enfocado en su tratamiento. José y Ernesto estaban desesperados. El lugar de culto llegaba a su fin de la peor manera y 12 familias perdían su trabajo. Pero la vida da revanchas... Al final, nada de eso pasó, y la historia tendrá un final alegre. Sosto, tras muchos días de incertidumbre, encontró una solución: reabrir La Mia Vita donde funcionaba el VIP. “Ese local sí es mío, lo compré hace algunos años”, dice. Y continúa: “Es inminente, faltarán unos quince días para la inauguración”.
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