Guaraníes: Gloria y olvido
Esta es la quinta y última nota, en la que se recuerda la preexistencia étnica y cultural de los indígenas argentinos. Reconocerlo significa considerarlos como pueblos dentro del estado, con identidad propia y derechos derivados de su presencia histórica
"Mayma yvypora ou ko yvy ári iñapytl´yre ha eteícha dignidad ha derecho jeguerekópe; ha ikatu rupi oikuaa añetéva ha añete´yva, iporavá ha ivaíva, tekotevé pehenguéicha oiko oñondivekuéra".
"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros."
(Artículo 1° de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en lengua guaraní)
Fue en uno de los primeros encuentros con las autoridades de Endepa, en 1984, cuando un dirigente indígena pidió la palabra y dijo: "Al pueblo indígena, como al tronco de un árbol, lo hacharon, lo cortaron, comieron sus frutos, lo dejaron por arbolito muerto. Pero este tronco tenía raíces hondas... y después de tantos años, comenzó a brotar otra vez. Nosotros mismos somos esos brotes, esas ramas nuevas. El árbol no estaba muerto".
De esas palabras iba a surgir, poco después, el actual logo y emblema del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen: el tronco hachado de un árbol con una pequeña rama brotando de la corteza. La Argentina indígena es ese tronco, y también es ese brote.
Pero nuestros aborígenes hubieron de esperar todavía diez años más, desde aquella frase que iba a repetirse como una letanía, para que los latidos de ese retoño comenzaran a sentirse como nunca antes se habían sentido.
El 10 de abril de 1994 fueron elegidos los convencionales para la reforma constitucional, establecida por la ley 24.309, en diciembre de 1993. El 25 de mayo de 1994, en el teatro 3 de Febrero de la ciudad de Paraná, se inauguró la Convención Nacional Constituyente, que iba a sesionar durante noventa días en aquella ciudad y también en Santa Fe, en tierra toba y mocoví. Entre otras modificaciones, el artículo 3º de la Declaración de la Necesidad de la Reforma Constitucional fijaba la necesidad de adecuación de los textos constitucionales a fin de garantizar la identidad étnica y cultural de los pueblos indígenas. A partir de allí, entonces, iban a surgir palabras nuevas, jamás antes pronunciadas, como preexistencia, identidad, derecho y propiedad.
Hasta ese momento, los indígenas no sólo no gozaban de libertad de culto, sino que eran extranjeros en su propia tierra. Al referirse a ellos, se hablaba de "grupos de indios en el norte y en el sur", sin mayores precisiones sobre cantidad de comunidades y lugares de asentamiento. La vieja Constitución los tenía acorralados en el anacrónico artículo 67, que decía: "Corresponde al Congreso (...) proveer a la seguridad de las fronteras, conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo".
En la nueva Constitución, el artículo 75 procura recuperarlos, y establece: "Corresponde al Congreso reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras, aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones".
Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos significa considerarlos oficialmente como pueblos dentro del Estado nacional, con identidad propia y con derechos colectivos que se derivan de su presencia histórica y contemporánea.
Sin embargo, no faltaron voces críticas. Una de ellas -como anticipamos, resumidamente, en la primera nota de esta serie de cinco que hoy termina- fue la del profesor Edgardo Krebs, investigador asociado del Departamento de Antropología del Instituto Smithsoniano, de Washington. Así lo fundamentó, en un artículo publicado en La Nacion, en diciembre de 1997: "El mayor defecto del artículo es su rigidez. Varios de sus términos son taxativos y no dejan lugar a elaboraciones creativas. La personería jurídica hace irrelevante el concepto de persona que tienen los wichi, los toba o los mapuche. De hecho, los encierra, como pueblos, en una corporación, lo que parecería más adecuado si se tratara de sumar a nuestros códigos la figura de una nueva empresa comercial".
Un análisis abiertamente opuesto al de Krebs es el que expone Germán Bournissen, coordinador nacional de Endepa y secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal de Pastoral Aborigen.
"El artículo 75 -explica- abre nuevas perspectivas, sobre todo en cuanto a las tierras comunitarias, y fue pensado, justamente, por la propia dirigencia indígena en la Convención Constituyente. Así que está absolutamente descartado que no haya habido participación indígena en la cuestión. En cuanto al asesoramiento etnográfico, participaron varios antropólogos y asesores del INAI, que también está sobradamente documentado."
Elba Roulet, ex vicegobernadora radical de la provincia de Buenos Aires, fue convencional constituyente y presidió la Comisión de Nuevos Derechos y Garantías, convirtiéndose en figura clave en la instrumentación del artículo 75. "Costó mucho -dijo- lograr el despacho sobre Derechos de los Pueblos Indígenas porque no partió del acuerdo o del consenso. Al contrario, había posturas distintas. Pero los indígenas presentes nos ayudaron a razonar... y así se llegó a un final feliz.".
En Derechos Indígenas en la Argentina -cuadernos de Endepa-, los doctores Ricardo Altabe, José Braunstein y Jorge Abel González analizan y reflexionan sobre conceptos y lineamientos generales contenidos en el artículo 75. "En la Constitución reformada -afirman en uno de los pasajes- se establecen nuevas pautas de relación entre el Estado argentino y los pueblos indígenas, relación que deberá desarrollarse en un marco de diálogo intercultural basado en el respeto a la identidad de estos pueblos. Esto implica el reconocimiento definitivo del pluralismo étnico como posibilidad de los individuos de identificarse a sí mismos y actuar como miembros de pueblos distintos, aunque insertos en la comunidad nacional; identificación que deberá ser asumida y respetada no sólo por el Estado y que, en consecuencia, se impone al conjunto de la sociedad."
"El artículo 75, sin ser el ideal, es un gran paso adelante... pero ahora hay que realizarlo. Y eso es lo más difícil", resume Bournissen.
-¿Cuál es su visión global acerca de la cuestión indígena en la Argentina? -Existe una gran heterogeneidad en la Argentina indígena, en sus diferentes regiones. No sólo de mantenimiento de pautas culturales, sino también en cuanto a formas organizativas. Muchos pueblos perdieron sus lenguas, y la lengua es una manera fundamental de contextualización de la realidad. Entonces, al perder su lengua y tomar el castellano y al haber sufrido una transformación cultural muy fuerte, empiezan a pedir apoyo para cursos de interculturalidad, para conseguir becas específicas para estudiantes secundarios indígenas y para que se inicien trabajos para mantener las normas culturales.
Por otro lado, una limitación para los pueblos indígenas es el no reconocimiento efectivo de sus derechos reconocidos en la Constitución Nacional y en las diversas leyes provinciales. Para los gobiernos, con estas legislaciones, es como si hubiesen dicho: bueno, estos derechos son el techo. Para los pueblos indígenas, en cambio, significa: estos derechos reconocidos, son el piso. Desde aquí, todo.
-¿Qué realidad observan ustedes en cuanto a la salud y el trabajo en las comunidades? -La realidad de la salud es bastante alarmante porque el deterioro es muy grande. Hay índices altos de desnutrición, de mortalidad infantil y de tuberculosis. La realidad económica del país viene planteando un progresivo agravamiento de la situación. Pero todo esto trasciende la realidad aborigen. Hay una situación social muy preocupante. No podemos decir que la realidad aborigen va a provocar un estallido social, pero en muchas regiones del país hay gran presencia aborigen, que son las más marginadas, y es donde se están dando estos hechos. Es una forma de decir acá estamos. Es un sector que está olvidado y ausente de todos los programas y de todos los proyectos del gobierno.
Pueblos nuestros
Junto con los tobas y pilagás, los mocovíes pertenecen al grupo guaycurú.
Son alrededor de 7300 personas que viven en diferentes zonas de la provincia de Santa Fe y en el sur del Chaco.
Carecen de tierras propias, levantan sus precarias viviendas en caminos abandonados y se los ve trabajar como peones en los campos.
La pérdida de tierras terminó por destruir su antigua organización, apurando un proceso de aculturación. No obstante, hablan su propia lengua.
Los chiriguanos-chané, por su lado, habitan tierras fiscales en las provincias de Salta y Jujuy.
Ambos grupos son de origen amazónico: los chiriguanos -aproximadamente 21.000- provienen del tronco guaraní, y los chané -cerca de 1400-, del arawak.
Son cosecheros golondrina, mantienen su identidad y parte de su antigua cultura. Las artesanías tradicionales de los chané son las máscaras y cerámicas, y la cestería entre los chiriguanos.
La Argentina indígena tuvo grandes cacicazgos. Sólo por mencionar algunos de ellos, los que dominaron la llanura pampeana y la Patagonia, la historia habla de Yanquetruz, cacique ranquel entre 1818 y 1838. Lo llamaban Yanquetruz, el Grande.
Painé Guor (zorro celeste) disputó con Calfucurá el liderazgo indígena. Una vez alcanzado ese liderazgo, los ranqueles vivieron su máximo poderío.
Calfucurá fue líder indiscutido durante 48 años de las tribus pampeanas y patagónicas. Gran guerrero y gran negociador, mantuvo con el gobierno de Rosas excelentes relaciones.
Namuncurá fue el heredero natural de Calfucurá. Encabezó la llamada invasión grande, cuyo propósito era ingresar en Buenos Aires.
Fue uno de los últimos caciques en caer derrotado.
Pincén fue el arquetipo del cacique. Desde Buenos Aires se lo atacó fuertemente, porque a pesar de su corto liderazgo (1873-1878) fue un símbolo de la resistencia indígena.
Otros caciques poderosos fueron Catriel, entre los tehuelches, y Sayhueque, hijo de Chocorí, cacique voroga.
Los dueños de la tierra
Los primitivos dueños de la tierra en Misiones, que cuando llegaron los españoles y jesuitas estaba cubierta en su casi totalidad de selva, hoy no son más de 3600.
Dicen que mueren entre 30 ya 50 por año por causas naturales pero, según datos de conocedores de la grave situación social por la que atraviesan, la mayoría muere por la tuberculosis, que causa estragos.
Son varios los organismos que intentan, por distintos medios y con aportes nacionales o extranjeros, sacarlos de la marginalidad. Pero para los blancos que los integran, resulta harto difícil penetrar en el alma de este pueblo, que se resiste a perder su identidad cultural, a medida que sigue perdiendo su hábitat: el monte, su ancestral refugio natural, de donde se alimentaba y donde rinde culto al creador, a Ñande Ru Tenonde (nuestro padre), el que surgió de las tinieblas, creó los fundamentos del lenguaje, y a los cuatro dioses: Karai, dueño del crepitar del fuego; Yakaira, dueño de la primavera; Ñamandú, el dios del Sol, y Tupá Rueté, el dios de las lluvias, del trueno y de los rayos.
Un valiente pasado
Estudiosos del origen de los guaraníes de las misiones como Federico Maytzushen, Julio Sánchez Ratti, Adela Poujade, Bartomeu Meliá o Ana María Gorosito, mencionan a tres parcialidades entre la amplia gama de la familia de los tupíes, que se extendía desde estas tierras hasta el Caribe: los guayakíes, prácticamente desaparecidos y que algunos los vinculan con tribus de la Polinesia; los cainguás o kaingangues, igualmente extinguidos, y los mbyás, únicos sobrevivientes.
Ellos formaron parte de la provincia jesuítica, lucharon junto a los sacerdotes en la batalla de Mbororé propinándoles una verdadera paliza a los bandeirantes en la batalla de Mbororé, el 11 de marzo de 1641.
Nicolás Yapugay escribió Xermones y Exemplos, libro impreso en la primera imprenta de América hecha con tipos de madera en la Reducción de Santa María la Mayor.
Andrés Guacurarí, ahijado de José Gervasio Artigas, figura representativa de la historia regional que en las Guerras de la Independencia armó a sus paisanos y combatió solo y con fiereza a brasileños y paraguayos que cruzaban los ríos siempre con intenciones anexionistas.
Varios consiguieron notoriedad en la heroica epopeya, como Miguel Chepoyá, ejecutante de trompeta que no faltó a ningún entrevero hasta combatir en Ayacucho, bajo las órdenes de Simón Bolívar.
Pascual Areguatí, por sus dotes culturales (hablaba y escribía en castellano), terminó siendo gobernador de las islas Malvinas.
"San Martín los apreciaba mucho por ser valientes y humildes, además de considerarlos sus connaturales", escribió Manuel de Pueyrredón en sus Memorias Inéditas.
Un triste presente
Hoy, el problema mayor es el dominio de la tierra, tema que ha dado lugar a una activa participación de la Iglesia Católica, donde tuvieron destacada gestión el fallecido obispo de Posadas, Jorge Kemerer, monseñor Alfonso Delgado (actual obispo de San Juan) y el actual titular de la Diócesis de Iguazú, Joaquín Piña.
No siempre la labor pastoral -de la que participan sacrificados curas y monjas que viven con ellos y dictan clases en escuelas bilingües-, que apunta a reivindicar los derechos naturales de los pueblos aborígenes, es bien interpretada por aquellos que se quedaron con su monte, los dejaron sin alimentos y detentan el poder económico.
Un cuadro que deja muy abajo en la escala de la pobreza y de la marginalidad a los guaraníes, los primitivos dueños de la tierra en Misiones.