Griselda Gambaro: "Soy lo que escribo y escribo lo que soy"
Dramaturga y novelista, inició su camino en el Instituto Di Tella. Y se convirtió en símbolo de la vanguardia teatral. Hoy, sus obras son llevadas a escena tanto por los jóvenes como por los consagrados
Ocupa desde hace cuarenta años un lugar de privilegio dentro de la dramaturgia argentina. Desde la puesta en escena de El desatino, aquella polémica obra que, en los tiempos del Instituto di Tella, durante los sesenta, en Griselda Gambaro se descubrió a una autora de espíritu contestatario y verbo ceñido y luminoso. Cada año, el estreno repetido de sus obras no hace sino confirmar la vigencia de una escritora en cuyos textos teatrales –al igual que en sus novelas– la crítica ha querido ver una recurrente reflexión en torno al poder, la violencia y el autoritarismo.
Recostada en una de las butacas del living de su chalet de Don Bosco, al sur del conurbano bonarense, los cigarrillos siempre a mano sobre una mesita baja, Gambaro acepta con un cabeceo silencioso esa caracterización. Aunque luego, después de dejar que el tiempo se espese unos instantes, decide acompañar su comentario con un ligero ademán en el que su mano derecha vuela hacia su mentón al advertir un detalle que tal vez les convendría recordar a los lectores y espectadores que se enfrenten con uno de esos escritores tan leídos, y sobre todo tan reseñados, como lo es la propia Gambaro. "La crítica puede ser un malentendido...", dice esta mujer menuda, a la que gusta economizar las palabras, no por simple parquedad, sino porque se diría persuadida de que no hay mejor manera de agotar un asunto que yendo al grano. "En este caso, creo que ésos son temas importantes en mi obra, pero también es cierto que existen otros temas paralelos: la pareja, la vejez, la solidaridad, la incomprensión, la falta de comunicación están igualmente presentes."
Aunque es conocida por su condición de dramaturga, Gambaro se inició en la literatura explorando los dominios de la narrativa. Sólo después de lo que ella ha llamado "un largo tiempo de maduración" se atrevió con el teatro. Ese tránsito entre géneros vino con la escritura de Las paredes, una obra de 1963 que todavía se recuerda porque en ella la autora prenunció la tortura y la desaparición de personas por parte del Estado, y luego con El desatino, la segunda de las piezas teatrales que escribió y la primera en ser puesta en escena. Desde entonces ha zigzagueado entre teatro y novela, completando un trabajo que goza de una envidiable vitalidad, vistos los continuos reestrenos de sus textos teatrales y la reedición, en los últimos años, de algunos de los títulos que escribió durante su exilio barcelonés, como la novela erótica Lo impenetrable.
–Se ha dicho del conjunto de su obra que es "una dura transcripción de la crueldad del mundo". ¿Asume esta otra caracterización?
–Creo que en ciertos pasajes se puede aceptar así, pero hay otros elementos que conducen a una realidad distinta de aquella a la que conduce la crueldad del mundo…
–Una realidad más luminosa…
–Lo oscuro no lo podemos soslayar. En muchas de mis novelas pueden pasar sucesos duros, pero también hay una mirada solidaria hacia los personajes, hay misericordia, hay amor entre esos personajes.
–¿Cuándo supo que quería dedicarse a la literatura?
–En alguna ocasión he dicho que supe que quería escribir cuando empecé a leer. En ese momento, me maravillaron las cosas que se podían conseguir con las uniones de palabras, haciendo frases y después párrafos. Ese mundo era para mí el mundo. Algo que me iba a revelar, no tanto este mundo real en que vivimos, el cotidiano, sino uno más misterioso y más rico.
–¿Cambian con los años las razones por las que un autor escribe?
–En mi caso no. La razón por la que escribo es que me da placer, que me gusta. Además, es una necesidad que confundo con mi propia vida. Le he dedicado muchas horas de mi vida a este trabajo. No separo: soy lo que escribo y escribo lo que soy.
–Cabe suponer, entonces, que jamás se le habrá ocurrido terminar su obra con un último libro.
–No recuerdo si era Faulkner que decía que un autor tiene determinados libros para escribir. Supongo que mientras tenga capacidad intelectual y curiosidad por el mundo, seguiré escribiendo.
–¿Cuál es, para usted, la sustancia del teatro?
–No podría decirlo… Lo que tiene de maravilloso el teatro es que se trata de algo que se vive sobre un escenario en un tiempo preciso y acotado, algo corporizado. Y que se hace frente a un público que recibe inmediatamente lo que se produce en el escenario. Y que uno recibe la respuesta de ese público también inmediatamente.
–¿Y qué lo diferencia de la novela?
–Diría que la novela es más pudorosa que el teatro. El teatro siempre es, ineludiblemente, una exhibición a la luz de los focos. La novela es más secreta. Y es también un género más detenido, que tiene otro tiempo de espera. El teatro pide inmediatamente el escenario. Uno lo escribe y quiere verlo. Con las novelas es distinto…
–La cito: "Escribir es un oficio extraño en el que se desconoce la mitad".
–Y la otra mitad se sospecha. Al comenzar a escribir uno sabe que va escribir algo, pero sospecha lo restante…
–¿Cómo es la génesis de una obra?
–Es la parte más dolorosa del trabajo. En mi caso, estoy como girando a ciegas sobre una idea, con imágenes que se cruzan… Después se va concretando.
–¿Existe la inspiración?
–Yo creo que todo es trabajo.
–Entonces, ese cuento de que hay una especie de musa que le susurra al oído al autor…
–No sé. Puede ser que exista y que yo no me dé cuenta.
–"La literatura da cuenta de la totalidad, pero a través de los fragmentos", ha dicho en otra ocasión.
–Las grandes novelas nunca son exhaustivas. Siempre dejan una zona aparte. Y eso es lo que pierden a veces muchos libros, que tratan de ponerlo todo… Hay una especie de escrupulosidad que daña a la literatura, porque la literatura no es escrupulosa. Es descuidada, en ese sentido. Tiene zonas como de humo, como de bruma.
–Luego viene el lector a recomponer la totalidad de la imagen…
–Sí, es el lector el que llena los vacíos.
–¿Se puede leer el teatro?
–No, no… Al teatro hay que asistir. El texto dramático pide un escenario.
–A sus 78 años, usted ha sido testigo de muchos cambios en la Argentina. ¿Tiende a mejorar el país?
–Yo he vivido épocas muy duras en la Argentina, de manera que ésta me parece dura, pero con cierta esperanza entre comillas. Tenemos una democracia muy imperfecta, pero es el mejor sistema que hemos tenido hasta ahora. Por supuesto, habría muchas cosas para observar.
–¿Por ejemplo?
–Lo que más me preocupa es que, aunque la situación económica haya mejorado un poco por las exportaciones, no se ha reactivado la industria de manera que la gente tenga trabajo. Eso sí me parece penoso… Porque la situación de la gente marginal, de la que ocupaba el último escalón de la sociedad, no se ha modificado para nada. Creo que los millones de personas que están por debajo de la línea de pobreza y los que están en la indigencia tiran a todo el país para abajo. Porque el país no se salva por pedazos. Se salva enteramente.
–Sin embargo, uno diría que muchas personas parecerían pensar de otra forma. A alguna gente, lo que le preocupa, más bien, es salvarse ella.
–Los que están en una situación de privilegio siempre han considerado que los marginales tenían que seguir en esa situación. Pero también hay algunas personas entre los que pertenecían a la clase media –digo algunas porque no quiero generalizar– que han conseguido zafar y que tienden a pensar que es natural que haya gente en esas miserables condiciones de vida. Nos estamos resignando a ver a los cartoneros, a los chicos que piden limosna…
–Y esta resignación, ¿es algo nuevo?
–Hay menos indignación hacia esa situación que la que había antes. Cuando deberíamos estar aullando por tener condiciones de vida que nos avergüenzan a todos.
–¿Sigue desdeñando la computadora?
–Estoy acostumbrada a trabajar sin ella. Siempre me dicen: ‘Te hace ganar tiempo’. Pero yo no quiero más tiempo. El tiempo trabaja conmigo. Escribo un texto, y después, cuando lo paso a limpio, ya han transcurrido uno o dos días… Entonces vuelvo a mirarlo con otros ojos.
Perfil
- Griselda Gambaro nació en Buenos Aires en 1928. Está casada con el escultor Juan Carlos Distéfano, con el que vive en Don Bosco, en el sur del conurbano bonaerense.
- La primera pieza teatral que escribió fue Las paredes (1963). Pero El desatino (premio Emecé,1965) se estrenó antes que cualquier otra. El intrépido que se animó a dirigirla fue el prestigioso Roberto Villanueva, en el Instituto Di tella, donde conducía el Centro de Experimentación Audiovisual. Luego escribió Los siameses y El campo, que la impusieron como la autora teatral argentina más original y vigorosa de toda su generación.
- Fue representante de la vanguardia teatral en los años 60 y todavía hoy figura como una de las dramaturgas argentinas de mayor trascendencia internacional. Su obra ha sido traducida al inglés, el francés, el italiano, el portugués, el alemán y el polaco.
- En los años 70, durante la dictadura militar, el Gral. Videla prohibió su novela Ganarse la muerte por encontrarla contraria a la "institución familiar" y al "orden social". Debido a esto, se exilió en Barcelona, España.
- Su obra La malasangre, con la dirección de Laura Yusem, está en cartel desde agosto, con éxito de público, en el Teatro Regina. Y seguirá durante el verano porteño.