Hace dieciséis años que juega un torneo de once en Benavídez. Por sus filas pasaron desde un arquero etíope exiliado hasta Hugo Porta
Mediados de los noventa. En Zona Norte surge un campeonato amateur de fútbol que, al parecer, está bien organizado, tiene buen nivel, se juega los sábados. Alex Milberg y Juan Videla, amigos desde la infancia, deciden armar un equipo y anotarse. El torneo se llama Northchamp y con los años se convertirá en uno de los más grandes de la Argentina. No bien se inscriben, se dan cuenta de que no pensaron en el nombre. Sobre la marcha, surge la chispa: Alex sugiere "Gracias Doña Tota". Juan, fanático de Boca, asiente. Huelga decirlo: es un tributo explícito a la hacedora del genio. El torneo está buenísimo. Queda un poco lejos (Benavídez), es cierto, pero las canchas tienen césped, la organización es seria y el nivel, alto.
El primer año es duro. No basta con las figuras del equipo, como Eduardo Paladini (hoy editor en Clarín) o Gustavo Javes, o la fiereza de Germán Izurieta. Hay que buscar refuerzos para huir de las categorías más bajas. Se multiplican los "desafíos" de fútbol 5 semanales para detectar talentos. De ahí surge un volante nacido en Nueve de Julio que a los 16 años se había ido a probar a River y fue fichado, pero no pudo o no quiso quedarse ante la competencia feroz. Sebastián Díaz se convierte en el Pulpo, tiene voz de locutor –será locutor– y se hace amigo de Alex y de Juan. Se transforma en el mejor 5 de Northchamp. Juega hasta hoy. En el corto plazo, el Pulpo aportará grandes jugadores oriundos de su pago: Cato Vaudagna (ex Reserva en Ferro), el Flaco Ormaechea y Gabriel Leunda.
La historia se replica en Alfredo Fossati, de Trenque Lauquen, quien suma al Gavilán Cendoya, a Guanaco Razzeto y a Gonzalo Rojo, un delantero que, como sus compañeros, se mudó a Buenos Aires para estudiar. La alianza con Trenque Lauquen y Nueve de Julio se extiende hasta la actualidad.
A un año y medio de su fundación, GDT asciende a la A y, en su segundo torneo, gana su primer campeonato. Luego repite. Después sale campeón de la Copa de Campeones, una suerte de Libertadores de la que participan todos los campeones del torneo, que ya es gigante y alberga a más de 120 equipos.
GDT está de moda. Gente que juega bien invita a otra que juega mejor. Cae un delantero grandote que jugó en la C y se "retiró" a los 24 para estudiar. Se llama Roberto Capece y es parecido al Ogro Fabbiani: fino y aguantador y decisivo. Pronto será representante de jugadores. Su hermano, Federico, juega en la C2 de Italia y, en la Argentina, pasó por All Boys y lo fichó Boca, donde hizo una pretemporada. Cuando está de receso, viste la camiseta de GDT en algunos partidos. Figura en Wikipedia.
Los dos Capece, junto con Juan, Alex, el Pulpo y un par más, juegan el Seven del 2000, un torneo de siete contra siete en cancha de once que la organización arma cada fin de año. Dura un día. Alex por entonces vive en Oxford, adonde viajó a hacer un posgrado. Está de paso en la Argentina y tiene pasaje para volver el día del Seven. Lo juega hasta las tres de la tarde –cuartos de final–, momento en el que sale disparado rumbo a Ezeiza. Llega al avión, viaja. En el aeropuerto de Heathrow llama para saber qué pasó. Había pasado de todo: GDT sale campeón. El Pulpo, símbolo del equipo, también es un símbolo durante el festejo: termina inconsciente, con un pedo dantesco. Medio equipo lo lleva al hospital, mientras, en la ambulancia, le ponen hielo en las bolas para que reaccione. La otra mitad, totalmente embriagada, se va al Obelisco revoleando la camiseta a festejar como si hubieran ganado la Champions. Los miran raro. No les importa.
Gracias Doña Tota es una aventura. El origen de sus jugadores es heterogéneo, incluso insólito. De repente, Cristian Soto, un lateral que aporta más carisma que proyección, cuenta que en la fábrica en la que trabaja hay un operario africano que es un monstruo. Se llama Getachew Salomón y nació en Etiopía. Vino con el sub-20 de su país al Mundial de Argentina 2001, aquel que ganaron Saviola y compañía. Salomón jugó en la sede de Salta y no entró en ningún partido, pero una vez que su equipo queda eliminado y regresa a Etiopía –cuyo gobierno era una dictadura–, él prefiere exiliarse en el norte argentino. Allí se queda un tiempo, sin rumbo, hasta que baja a Buenos Aires. Erra por la ciudad, consigue un trabajo. Está inhibido por la FIFA, pero no por GDT. Además de romperla, aporta anécdotas simpáticas. Una tarde de 43° de térmica se tira al sol vestido de negro, con pantalón largo y buzo. No transpira. Con una sonrisa en la cara, repite en un castellano chapuceado: "lindo solcito". Salo hoy trabaja en una carnicería y alterna partidos por plata en el conurbano profundo con suplencias ocasionales en GDT.
Su irrupción coincide con la llegada de un prócer del deporte. Por cuestiones laborales, Alex conoce a Hugo Porta, quien le comenta que juega cada tanto para el equipo de Adidas, que mezcla empleados con ex jugadores profesionales. Alex, siempre atento a los desafíos, le dice de jugar un amistoso. Juegan: sale un partidazo. Empatan 5 a 5. El 9 del rival es Esteban "Bichi" Fuertes, que por entonces tiene 28 años y mete los cinco goles de su equipo. Porta, que tiene casi cincuenta y conserva el talento intacto –es tan crack para el fútbol como lo había sido para el rugby–, queda sorprendido ante el buen pie y la buena onda de GDT. Alex lo invita a jugar y Porta se convierte en el 10 del equipo. Coincide con la época de gloria, cuando entre 2003 y 2004 GDT se mantiene invicto cuarenta partidos y sale campeón de todo. A esa altura ya se sumaron más refuerzos. Juan Luis Font jugó en River hasta la reserva, donde Hernán Díaz lo lesiona en una práctica. Zurdo, flaco y crack, será el máximo goleador de GDT (195 en 160 partidos), además de abogado.
Pasa el tiempo y Gracias Doña Tota resiste, cambia de piel, se transforma. Algunos de sus jugadores se vuelven a sus ciudades después de estudiar. Otros se casan y se les complica, y otros, como Porta, se retiran. Hay nuevos clásicos, con Nápoli, Villa Dálmine o Stutum Volvé, rival duro que debe su nombre a un tal Stutum, que era quien juntaba la plata en ese equipo hasta que un día se escapó con el dinero y nunca más volvió.
Tras un período de poco protagonismo, surge una camada que le inyecta savia nueva a GDT. Desde Luis Lomonaco, un traumatólogo correntino y goleador, hasta Valentín Álvarez, de 20 años, estudiante de Agronomía, que estaba en salita de cuatro cuando se fundó GDT. Un crack de Nueve de Julio, Joaquín Pirez, trae a un volante fino y sutil que es pura sonrisa: Washington Balmaceda, un mendocino que fue finalista del reality de fútbol que organizó Cuatro Cabezas –y condujo Pergolini– en 2002. Se queda para siempre. También llega Jesús Guerrero, un paraguayo polifuncional que parece lento pero es rapidísimo, tanto que durante la semana compite en carreras de cien metros por dinero. Jesús es muy bueno, pero su mayor aporte es la enorme cantidad de discípulos que acerca. Cada semana, sin precisar cómo lo hace, Jesús aparece, como si descendiera del monte, con dos o tres valores nuevos.
Salo hace rato que no puede venir a jugar seguido, pero el que lo reemplaza atajó hasta la cuarta de Boca, se llama Esteban Ardissone y es tal su compromiso con el equipo que, cuando por su trabajo en Monsanto se tiene que ir a vivir a Córdoba, cada sábado recorre setecientos kilómetros para llegar. En Gracias Doña Tota hay mística y buen fútbol: se convierte en el equipo más ganador de Northchamp de los sábados, con trece títulos y doce subcampeonatos. La cancha uno del predio lleva su nombre. En sus dieciséis años de historia, el equipo vive un solo episodio aciago. Pero no es un episodio cualquiera.
Es el 20 de noviembre de 2011. Ya es casi verano, pero esa tarde es extrañamente fresca. El cielo está gris, hay vientos huracanados. El equipo salió subcampeón del flamante Súper Doce –con los doce mejores equipos sobre 160–, pero en el Clausura, con muchos lesionados, está en zona de peligro. Es la última fecha y el descenso es una presencia acechante. De todas maneras, Alex, Juan –que ya es cirujano– y el resto no creen que suceda: se tiene que dar una serie de resultados desafortunados, como que el equipo que puede salir campeón pierda con uno de los últimos y el tercero con el anteúltimo. No puede suceder. Es imposible.
Arranca la fecha. Gracias Doña Tota hace un gol, el equipo candidato también, todo parece normal. Pero de repente las cosas empiezan a enrarecerse. Una baja energía se instala en la cancha. Las jugadas no salen, un jugador se lesiona, el rival empata. Oscurece, y el equipo contrario hace el segundo. Los que pelean por el título pierden, pero el resultado perjudica a GDT, que cae sobre la hora. Empieza a llover, hace frío, el partido termina.
A las 18 de ese sábado pesadillesco, apenas un año después de ser campeón por última vez, Gracias Doña Tota desciende por primera y única vez. Veinte minutos más tarde, una noticia sacude al país con la fuerza de un rayo: a los 81 años, muere Dalma Salvadora Franco de Maradona, mundialmente conocida como Doña Tota.