La verdad siempre conspirará contra el romanticismo, pero en estos tiempos de más verdades y menos poses que la pandemia dejó, las historias de amor se leen distintas, como esta
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El encanto de aquellas grandes historias de amor empieza a apagarse a medida que la humanidad reclama más verdades y menos poses. Esos finales supuestamente felices nos hacían sentir miserables en comparación con nuestra propia realidad sentimental, pues entonces… ¿qué chica no soñaba con un príncipe y un vestido blanco de varios metros de cola?
Con la certeza de que el azul destiñe, y con algunos testigos dispuestos a revelar la trama secreta que unió a muchas parejas icónicas del cine y el jet set internacional, hoy sabemos, por ejemplo, que la fastuosa boda entre Grace Kelly y Rainiero de Mónaco no fue sino el broche de una estrategia financiera para salvar un estado en bancarrota, además de ordenar la situación de un solterón. La verdad siempre conspirará contra el romanticismo, pero cierto es que entre la famosa estrella de Hollywood y el heredero al trono no hubo ningún flechazo, al menos no a primera vista, como pretendieron las crónicas de 1956, cuando el mundo asistía fascinado al casamiento entre la plebeya americana y el galán de cuento. Enfundada ella en un vestido espectacular diseñado por Helen Rose, el más imitado hasta hoy por las novias de todo el planeta, Grace llegaba al altar con su aire de chica tímida e ilusionada, pese ser tan famosa y aristocrática como su futuro marido. Durante las décadas siguientes ambos encarnaron el ideal de la pareja perfecta que se casa enamorada, sin embargo, detrás de ese vínculo había otro interés igualmente humano y terrenal: el dinero.
Anclado en la Costa Azul, cerca de la frontera con Italia y a orillas del Mediterráneo, Mónaco fue fundado sobre un peñón como único territorio hasta que en el siglo pasado se construyeron pólderes para aumentar tan modesta superficie. Antes de eso, por ese pedacito de roca habían pasado todos: fenicios, griegos y romanos, hasta que en el siglo 1 fue completamente cristianizado para pasar a manos de diversos pueblos bárbaros, como francos y lombardos, cuentan los libros y el Wikipedia. Fue parte del Sacro Imperio Romano Germánico y luego República de Génova cuando los Grimaldi (los ancestros de Rainiero) toman el mando para finalmente legitimar el país en 1419. A mediados del siglo XX, el único heredero del trono seguía soltero y sin miras de sentar cabeza, mientras tanto crecía la deuda contraída durante la II Guerra Mundial, factor que amenazaba la continuidad del pequeño estado y cuya debilidad era observada con creciente interés por Francia. Rainiero además tenía a su hermana Antonia disputándole el poder (ella sí podía dejar descendencia), así que no tuvo más alternativa que aceptar la propuesta de su archimillonario amigo Aristóteles Onassis, entonces principal inversor del casino de Montecarlo.
“Mueve tu culo real y consigue una novia. La mujer adecuada puede hacer por Mónaco lo mismo que hizo la coronación de la reina Isabel II por Gran Bretaña”, le habría advertido el armador el griego, según cuenta el productor de cine Robert Evans en The Fat Lady Sang, su autobiografía. “Onassis se había hecho con el control de la Sociedad Monegasca de Bancos y Metales Preciosos que quebró a principios de la década de los cincuenta y que controlaba el Casino de Montecarlo, varios hoteles y atracciones turísticas” relataban otras crónicas. En esa maniobra Rainiero había perdido toda su fortuna, así que no sonaba alocada la idea de mediatizar el pequeño estado convirtiéndolo en destino exclusivo de celebridades y millonarios de todo el mundo. Onassis lo mandó a buscar esposa entre las actrices de Hollywood, y la primera en la lista fue Marilyn Monroe, aunque claramente no encajaba en el perfil. La segunda era Grace Patricia Kelly, hija de un acaudalado empresario de Filadelfia y cuya ajetreada vida sentimental estaba dándole serios dolores de cabeza a la familia. Muchos amantes y ninguno le proponía matrimonio. “Nuestra Alteza Serenísima era bien conocida en Hollywood por jugar a los campamentos de verano con prácticamente todos los actores que le apetecían. No había un microscopio en la tierra lo suficientemente poderoso como para encontrar en su real anatomía un solo átomo de virginidad. No era virgen pero sí católica, fértil, rica y famosa, así que cuatro de cinco fue suficientemente bueno para cerrar el trato” describía Evans con malicia, respecto de la dote de dos millones de dólares que pagó el padre por el título de princesa.
Así fue como todos los protagonistas alcanzaron su objetivo: la novia salvó su honor (que desde la perspectiva de hoy nunca estuvo manchado), Onassis convirtió al casino en el destino de las grandes fortunas y Rainiero pagó deudas y rescató su gobierno. En el funeral de Grace, fallecida en un trágico accidente, las imágenes lo mostraron conmovido hasta las lágrimas, quizá porque finalmente aquello que se fraguó como un negocio acabó en un amor de película...
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