Gira de pintas en Stoke Newington
Entre hipsters y gente de barrio, la clave en esta zona de Londres es el pub crawl: visitar la mayor cantidad de bares en una noche
LONDRES.– Viernes, 6 PM. "Una cerveza", pide la chica en un inglés entrecortado y las cuatro personas que atienden detrás de la barra de madera reluciente se miran y sonríen entre sí. Alrededor de ellas, enormes pizarrones negros ofrecen decenas de tipos de cervezas británicas, belgas, alemanas, norteamericanas y hasta de elaboración propia. Es The Jolly Butchers, un histórico pub de paredes rojas y antiguos pisos de madera lustrada ubicado en el corazón de Stoke Newington, algo así como el Palermo Soho local. En la ciudad donde el pub es el equivalente a la confitería y donde las charlas se tienen pinta de por medio, salir como un verdadero londinense tiene sus secretos y sus trucos. Afuera hace 25°C y el sol empieza a esconderse.
Las calles de Stoke Newington arden de hispsters, creativos y freelancers que plagan las veredas de los cafés, bares, restaurantes y pubs de la zona con sus computadoras de la manzanita, anteojos de marcos gruesos y conversaciones sobre el estado del medio ambiente, la última moda en reciclado o el mercado de frutos local. Desde que explotó en popularidad entre artistas y hippies en los años 60, Stoke Newington (o Stokey, como lo llaman los locales) se volvió una de las zonas más deseadas. Hoy es uno de los barrios más multiculturales de la capital inglesa, donde musulmanes, católicos y judíos ortodoxos comparten calles minadas de minimercados y restaurantes turcos, hindúes y paquistaníes que parecen estar siempre abiertos. Es que Stokey nunca duerme, y menos los viernes. En las angostísimas veredas del barrio, los creativos locales se codean con los oficinistas que llegaron del vecino microcentro, y algunos otros, para jugar al deporte preferido de los británicos: el pub crawl, una suerte de gira de pintas donde la única regla es visitar la mayor cantidad de locales y sobrevivir al intento. Barras del desafíoEl edificio antiguo de las paredes rojas es la primera parada; después de todo, dicen que hay que empezar por lo más especial. La barra arde. Nos ubicamos estratégicamente cerca de la caja, ahí siempre merodean quienes atienden, pero para llamar la atención hay que mirarlos sin hablar (el grito de ¡acá, acá! no funciona, de hecho puede ser altamente contraproducente).
En tiza blanca sobre una pared y en listas de papel que descansan como folletos, el nombre de cada bebida aparece acompañado de una precisa descripción de su sabor, como si fuera una carta de vinos. De hecho, el contenido alcohólico de la mayoría de ellas podría catalogarlas como tales. Mi Brooklyn Black Chocolate Stout (10,6%) es espesa y definitivamente amarga. Si no fuera porque está fría, podría ser casi un submarino. Alrededor de nosotros, cada persona parece estar sosteniendo un vaso diferente: pequeños y redondos para las cervezas belgas, altos y finitos para las bebidas francesas, grandes para las alemanas.La siguiente parada es a menos de una cuadra. Church Street (bautizada por la imponente iglesia anglicana del siglo XVI que descansa al final de la calle) es el corazón de Stokey. Diez cuadras de pubs históricos, bares ultramodernos, restaurantes hindúes y negocios de rubros indescifrables donde se venden objetos retro a precios desorbitantes. Frente a nosotros un gigante gris y negro: The Three Crowns. El edificio del siglo XVII que solía ser lugar de encuentro de hombres de negocios en la época victoriana recientemente se recicló en el ejemplo por excelencia del pub británico moderno: pisos de madera originales lustrados a la perfección, colección de mesas y sillas que no pegan, paredes decoradas con papeles antiguos y pizarrones con ofertas gastronómicas como pasteles ingleses, pero con masa integral y hamburguesas vegetarianas. También vinos, porque los británicos comenzaron a tomarle el gusto a esta bebida –aunque las cifras no llegan a los 10 litros de cerveza per cápita que consume el adulto promedio en el país–.Chicos con barba (todos), chicas con anteojos de marcos gruesos (aunque probablemente todas vean perfectamente bien), creativos que hablan de cualquier cosa y alguno que otro oficinista que cayó aquí después de interminables horas en la City...
Con la última gota de una pinta, salimos de la Londres cool y llegamos a la más tradicional en menos de tres cuadras. El Auld Shillelagh, aunque uno de los más nuevos pubs de la zona, se enorgullece en definirse como uno de los más tradicionales (en estilo) y famoso por servir algunas de las mejores Guinness de la ciudad. Entramos casi a los empujones por la mínima puerta. Somos los únicos extranjeros. Adentro, los verdaderos londinenses, los del barrio, que chusmean sobre los sucesos locales. Caminamos con esfuerzo por el pasillo entre la pared y la barra hasta que alguien dice ¿Qué te sirvo, amor? Aquí la lista de ofertas es tan corta que casi no es necesario verla. Guinness y dos bolsas de chicharrones, la especialidad local. Compartimos las bolsas de fritanga como si fuera la última cena. Los británicos tienen un dicho: Comer es hacer trampa. El ruido de conversaciones imposibles de entender junto al sonido de los mejores hits continuados de los 80 hace que cualquier intercambio de palabras resulte imposible. Entre pintas y británicos se nos viene la noche en Church Street. Los creativos locales ya se olvidaron de sus proyectos y los oficinistas dejaron las preocupaciones laborales atrás. Nos acercamos a The Lion, una casona antigua en la vereda de enfrente. Suena Get Lucky de Daft Punk. Afuera, unas veinte personas se mueven disimuladamente como intentando bailar acorraladas entre cuatro palos que señalan el único espacio donde, aun estando afuera, se puede fumar. Hasta hace poco, las noches locales terminaban a las 23, hora en la que los permisos de los pubs expiraban y todos se volvían calabaza. Pero las cosas han cambiado hasta volverse casi irreconocibles. Pero ésa es otra historia.