Gilda: el ícono pop que se transformó en película
Significados sociales y culturales de la cantante fallecida hace 20 años antes del estreno de su esperada biopic
¿Cómo puede ser que no haya una película sobre Gilda? La pregunta se ha repetido por años entre fans, músicos, cineastas y simples curiosos. Hoy, 20 años después del accidente que la mató con sus músicos, su mamá y su hija en la ruta 12, el interrogante llega a su fin: a las generaciones futuras les quedará discutir en cada fiesta en la que se baile al ritmo de "Corazón Valiente" si Gilda, no me arrepiento de este amor estuvo a la altura de la historia que tenía que contar y, ante todo, de la diva que la inspiró. Como anticipo a su estreno aventuramos algunos apuntes sobre los significados sociales y culturales de Gilda, el modo en que todavía hoy se puede leer su figura y el tipo particular de "revival" que representa la película de Lorena Muñoz.
Es curioso ubicar a Gilda en un linaje. Si hablamos con sus seguidores, una de las palabras que más aparecen a la hora de describirla es "única", y en un sentido tienen razón: su carisma, su talento y las pasiones que despierta le dan una aura efectivamente irrepetible.
Sin embargo es posible poner a Gilda en relación con otras ídolas latinoamericanas que han dejado legados imborrables, y en particular con una: Selena Quintanilla-Pérez, más conocida por su nombre de pila, la reina indiscutida del estilo tex-mex que fue asesinada por la presidenta de su club de fans un año antes de la muerte de Gilda. Además de sus fallecimientos trágicos y tempranos, el magnetismo y un parecido físico llamativo, Gilda y Selena tienen en común haber conquistado ambientes musicales profundamente machistas.
Selena fue la primera gran artista mujer del género texano y quien llevó el estilo al mainstream de los Estados Unidos. En el caso de Gilda, si bien en los 90 había mujeres en la música tropical como Gladys “la Bomba Tucumana” o Lía Crucet, Gilda se distinguió de ellas tanto desde su look como desde lo que pretendía para su música. En un submundo dominado por rubias exuberantes enfundadas en calzas de Lycra brillante, Gilda (que había estudiado para ser maestra jardinera) se mostraba sensual, pero con una fibra angelical e inocente. Además, y esto también a diferencia de Selena, Gilda era autora: escribía sus propias canciones, hoy versionadas y reconocidas por muchos músicos incluso por fuera de la música tropical. Y en términos de geografía cultural, tanto Selena como Gilda fueron representantes de estilos –que además de pretendidamente “marginales”– eran híbridos o sincréticos: el tex-mex es un género característico de ambos lados de la zona de frontera entre los Estados Unidos y México, cuyas raíces se remontan al siglo XIX. La bailanta o música tropical, por su parte, resulta inicialmente la versión blanca, argentinizada, de ritmos de raíz afrocentroamericanos, como la cumbia, el merengue o el guaguancó cubano.
Además de estos rasgos que las emparentaron en vida, la muerte les trajo aún más parecidos: Gilda se convirtió en una santa a la que sus seguidores le piden milagros y le hacen promesas. Selena, por su parte, también se integró de alguna manera al culto religioso en su zona de influencia: la Fiesta de la Flor, que se celebra todos los años en Texas, le rinde a ella especial tributo. Finalmente, ambas tuvieron sus películas, aunque Hollywood fue mucho más rápido: la película Selena, protagonizada por Jennifer Lopez (entonces casi una desconocida), se estrenó apenas dos años después de su muerte. Un dato curioso es que Jennifer Lopez nació en 1969, dos años antes que Selena; probablemente se trate del único caso en que el o la protagonista de una biopic es mayor que la persona a la que interpreta.
A través de los años y los géneros encontramos otras representantes de esta tradición de heroínas latinoamericanas de muertes tempranas, personalidades magnéticas y vidas plenas de sangre, sudor y lágrimas. En 2012, en un accidente aéreo, falleció Jenni Rivera, apodada “la Diva de la Banda” (en un estilo musical nacido en Sinaloa, conocido por su abordaje explícito del narcotráfico mexicano), que hizo en vida un disco tributo a Selena.
Conversando con Lorena Muñoz (que en 2003 codirigió y coescribió con Sergio Wolf Yo no sé que me han hecho tus ojos, documental de otra diva argentina, Ada Falcón) sobre las biopics que vio en su investigación previa a la película, aparecen dos referencias más lejanas, pero igualmente interesantes: la gran Violeta Parra, que se suicidó en su Chile natal a los 49 años y en cuya vida se basa la película Violeta se fue a los cielos, de 2011, y la pintora mexicana Frida Kahlo, que falleció a los 47 de una embolia pulmonar. En relación con la vida de Frida, Muñoz recomienda, más que la conocida película con Salma Hayek, un film independiente de 1983 titulado Frida: naturaleza viva, del mexicano Paul Leduc. ¿Pero qué tenía Gilda de tan especial para llegar a ocupar el lugar que hoy tiene en el imaginario popular? Una sonrisa encantadora y un par de buenas canciones no pueden ser suficientes. La muerte trágica ayuda, pero, dice Pablo Semán, antropólogo, profesor en la Unsam y coautor de Cumbia. Nación, etnia y género en Latinoamérica, tampoco se trata sólo de eso: “Hay toda una trayectoria heroica previa que repercute sobre el hecho de la muerte temprana y trágica, una idea de un sacrificio como mujer, que encaró una carrera y se jugó por eso. Son esas dos cosas, la muerte, pero también su vida, las que inciden en esa característica de mediación especial con lo sagrado que se le concede”.
Gilda aparece entonces como una mujer fuerte: el camino que recorrió en la industria de la bailanta, abriendo a la fuerza puertas que ningún caballero galante le sostenía, es clave en la constitución de su figura. Suena raro vincular la idea de la santidad con una noción tan feminista, pero en el caso de Gilda el sacrificio aparece ligado no a la entrega a algo ajeno, sino a su propia vocación, o más aún, a su propio deseo.
Este llamado a afirmar el deseo aparece todo el tiempo en la poética de sus canciones: “Su posición de valentía amorosa también es importante en la constitución de la calidad moral del personaje, tiene que ver con la autonomía también. Puede funcionar como un ícono pop para mujeres de sectores populares donde temas como la autonomía de la mujer en el sentido de la valentía en el amor, el jugarse por el amor, son importantes. Obviamente no en los términos del feminismo clásico, pero probablemente autonomice mucho más eso que Simone de Beauvoir”, aventura Semán.
Muñoz concuerda: “Gilda para mí es como una predicadora del amor –dice entusiasmada–. Ella es una mujer que lo que había logrado lo hizo desde un lugar de mucho honor. Las pocas mujeres que había en la bailanta se vendían desde un lugar de símbolo sexual, pero Gilda se plantó y dijo no. Ella no cambia, ella se mantiene, es quien es. Creo que eso es muy querido y muy respetado”.
Es interesante la elección de Natalia Oreiro, una actriz y cantante con un brillo propio imposible de camuflar. Esta cualidad reconocible, sin embargo, lejos de restarle a la posibilidad de construir el personaje podría potenciarlo, dice Semán: “De alguna forma, Natalia Oreiro redobla algunas de las características morales que aparecen ligadas a la figura de Gilda. Es una mina hiperreconocida, pero no es una diva mala, es una mina reconocida como buena mina, una mina jugada en sus opciones amorosas, que connota moralmente la trayectoria del personaje, no protagoniza escándalos como otras divas. Es un personaje que es visto como auténtico y eso también aparece en Gilda. Entonces tenemos una mina que es auténtica y que no por eso deja de autoafirmarse; igualito a Gilda”, dice. Quedan un par de semanas de espera, pero vale la pena ponerle unas fichas al proyecto. Otro detalle para sumar a la expectativa: tanto la directora como las dos guionistas (Muñoz y Tamara Viñez) son mujeres.
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