Germán Martitegui y Federico Desseno homenajearon la cocina rioplatense en Tegui
El encuentro fue mágico. Un delicado viaje por lo mejor de la cocina rioplatense. Una noche para deleitarse con los productos de dos tierras hermanas y para celebrar una amistad de larga data. En un hito más del ciclo ICBC Exclusive Gourmet, Germán Martitegui recibió en Tegui al reconocido chef argentino Federico Desseno, creador de los restaurantes Marismo, en el exclusivo balneario uruguayo José Ignacio, y Cantina del Vigía, en la ciudad de Maldonado.
Germán y Federico se conocen desde hace mucho –trabajaron juntos con el gran Francis Mallman- y ese cariño mutuo se notó de principio a fin en un menú con prefacio, tres capítulos y epílogo sorpresa. Una carta basada en la cocina de Marismo, que trabaja exclusivamente con el horno a leña, a la que Germán le añadió sus inconfundibles pinceladas de creatividad, y que estuvo acompañada en todo momento por un maridaje muy cuidado.
"Es la más emotiva de las invitaciones de este año. Admiro mucho lo que Fede hace y como lo hace todo con mucha pasión: desde armar su propio de horno de barro con sus manos hasta la relación increíble que tiene con los productores del lugar donde está. Tiene una sensibilidad asombrosa y una simpleza que ojalá muchos tuvieran. Estamos todos muy contentos y divertidos, ayudándolo a él", señaló Germán Martitegui, mientras camareros y cocineros ultimaban detalles.
Lo que comenzó poco después fue un verdadero recorrido gastronómico por ambas orillas del Río de La Plata. Los comensales fueron recibidos en la vereda con un aperitivo de langostinos y palmitos asados, acompañado por un vermú bien seco y especiado, un clásico de Tegui para ir preparando el paladar. Una vez adentro, fue el turno de una delicada vieira gratinada al horno de barro, reconocido hit de Federico Desseno.
Enseguida llegó el primer capítulo, de quesos: provoleta inflada –otro plato made in Marismo-, ensalada de remolachas tiernas e hinojos braseados con queso de cabra, y burrata con tomates asados con azúcar y vino blanco. Tres delicias para compartir en la propia mesa, un homenaje tal vez a esa relación especial que une a argentinos y uruguayos. En el paso intermedio se sirvió corvina negra a la sal –un pescado típico del Uruguay, trinchado por Federico en el salón- sobre un caldo creado por Germán, de jamón crudo con porotos blancos de Cachi. La corvina vino con tres ensaladas frescas: carpaccio de zucchinis y pistachos fermentados; tomates y frutillas verdes; y espárragos, habas y arvejas mentoladas.
"Uruguay y Argentina tienen una gran comunión en los oficios, las artes y el deporte. Y lo mismo pasa en la cocina. Para mí, Germán es el mejor de los cocineros que tenemos instalados en Argentina y estoy honrado de que me haya invitado", señaló Federico Desseno. También recordó que cuando comenzaba a dar sus primeros pasos en el oficio, fue Martitegui el primero en abrirle "la puerta de una cocina".
"Lo que admiro de él es su honestidad, su respeto y capacidad de investigación, a través de la cual está logrando valorizar al productor. Se recorrió todo el país: es capaz de hacer cualquier cantidad de kilómetros para ver a alguien que le ofrece comino. Argentina tiene un territorio muy extenso y Germán te combina en un plato los colores, los olores, la gente, los rasgos del país. Que tenga esa sensibilidad y la deje acá, cuando muchos cocineros se van afuera, es impresionante. Una persona que te hace conocer sabores autóctonos, originarios, honestos, es un despegado", agregó Federico.
Las delicias siguieron llegando y el maridaje sorprendió por su variedad y calidad, con vinos provenientes de bodegas de todo el eje vitivinícola argentino, desde Salta a Río Negro. El tercer capítulo fue el de las carnes, y allí el chef invitado volvió a lucir su destreza con el horno de barro. Primero, una codorniz con relleno de limones encurtidos a la marroquí, acompañada de zanahorias asadas y kéfir de comino, y luego un cordero cortejado por un sabroso pastel de papa, espinaca y huevo gratinado, con sésamo.
La inolvidable velada duró casi tres horas y participaron unos 50 exclusivos comensales. El final fue sorpresa y no se quedó atrás, con un exquisito postre que no figuraba en el menú: un bizcochuelo con sambayón, frutas frescas y merengue quemado, para compartir en cada mesa. Un elegante gesto final para recordar que las cosas que compartimos con otros son las que verdaderamente valen la pena.
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