Geoffrey Rush
El actor australiano que conmovió al público mundial con su papel de pianista loco en Claroscuro, brilla ahora en Letras prohibidas, un film de estreno inminente entre nosotros, donde encarna a Sade, el divino marqués, cuya genialidad fue tachada de insania
Los Angeles (De una enviada especial).- A fines de los años 60, dos jóvenes actores australianos compartían en su país las tablas -hacían Esperando a Godot- y un precario departamento sin mobiliario. Hoy, uno de ellos está entre los galanes mejor pagos de la industria cinematográfica de Hollywood y ha ganado dos premios Oscar por su labor como productor y director; es Mel Gibson. Un poco más tarde, el otro también obtuvo un Oscar, pero al mejor actor. Este es Geoffrey Rush, que encarnó al marqués de Sade, su más reciente papel protagónico, en la película Letras prohibidas, del director norteamericano Phillip Kaufman (La insoportable levedad del ser, Henry y June).
El trabajo de Rush como Sade produjo tal impacto que la prensa internacional, reunida en Los Angeles con motivo del lanzamiento de la película, ya le ha otorgado de hecho -gane o no en marzo próximo- una nueva estatuilla.
"Mi primer Oscar está en un estante en mi estudio y creo que sería presuntuoso hacer tan anticipadamente lugar para otro -opina Rush-. Sin embargo, es agradable saber que el film provoca esta respuesta."
Geoffrey Rush se presentó al público internacional en una pequeña película australiana, Claroscuro, que emocionó a millones de espectadores. Interpretaba al pianista australiano David Helfgott. Por esta actuación le dieron en 1997 el Oscar. Un año más tarde fue nominado como mejor actor de reparto por Shakespeare enamorado, donde encarnó al dueño del teatro para el que trabajaba el Bardo isabelino.
Pero su perfil no podría ser más bajo aunque su status en el ingrato mundo del espectáculo haya cambiado radicalmente en sólo tres años. Baste recordar que había terminado su discurso de aceptación del Globo de Oro, que también ganó por Claroscuro, agradeciendo irónicamente a quienes habían estado dispuestos a financiar la película siempre y cuando él no la protagonizara.
"Uno -explica- elige cómo verse a sí mismo. Sé más o menos quién soy. Pero, sin duda, hay otras versiones de mí que la gente lee o ve en las películas, que escapan a mi control. Este reconocimiento de hoy es una expresión en gran escala de cómo me veía a mí mismo cuando sólo trabajaba en Australia, donde a veces te reconocen por la calle y a veces el taxista ni siquiera sabe dónde queda el teatro en el que estás actuando. Me veo como un actor de cine que trabaja internacionalmente, eso es un hecho, pero quiero que mi vida sea lo más normal posible. No estoy trabajando porque soy una celebridad cuyos atributos tienen buen precio en el mercado. Soy un actor de carácter, trato de responder a los diferentes personajes que me ofrecen y que me gustaría interpretar, y no de promoverme como un producto glamoroso."
Sin embargo, cualquiera que tenga la oportunidad de sentarse frente a Rush y cruzar con él algunas palabras se dará cuenta de que es especial. La forma en que ocupa su asiento, con las piernas cruzadas y su brazos recostados sobre ellas, y aquella en que luego gesticula y mueve las manos expresivamente al hablar, como si tomara cada palabra de una biblioteca imaginaria, hacen del actor australiano una presencia hipnótica.
Seguramente fue ésta -además de su calidad actoral- una de las cualidades que atrajo a Phillip Kaufman y que lo llevó a insistir para que interpretase al marqués en Letras prohibidas, que el jueves próximo se estrenará en la Argentina.
"En un principio consideré que no era yo la persona indicada para el trabajo -asegura Rush, sinceramente-. Hice Marat-Sade en teatro y cotraduje Las bodas de Fígaro, de Beaumarchais. Por cierto, no se puede trabajar en nada de ese período de la historia de Francia sin saber algo de Sade. Pero además había leído varios de sus escritos cuando estaba en la Universidad a fines de los años sesenta, época en la que era casi un icono cultural, y sabía que, históricamente, en el momento de su vida en que transcurre la película, él era 20 años mayor que yo y unos 150 kilos más gordo. Pero Phil me dijo: La película se llama Letras prohibidas (para el estreno nacional tendrá como subtítulo La leyenda del marqués de Sade), es acerca de un escritor y quiero una presencia muy salvaje, pero al mismo tiempo cuidadosa. Y la verdad es que respondí bien al personaje, porque me encantó el microcosmos de la historia, sus colores y su densidad verbal. Teniendo en cuenta que es un film hablado en inglés y que yo soy un actor australiano interpretando a un personaje francés, se podría decir que utiliza un idioma muy americano por su humor de golpe y contragolpe verbal. Tiene algo de George Kaufman escribiendo para los hermanos Marx o de Billy Wilder." Basada en la aclamada obra de teatro de Doug Wright -que también escribió la adaptación para la pantalla grande-, Letras prohibidas recrea libremente (se diría que muy pero muy libremente) la encarcelación del marqués de Sade en el asilo para enfermos mentales de Charenton, en las afueras de París, donde el psiquiatra Royer-Collard (Michael Caine) lo acorrala con métodos cada vez más invasivos físicamente, sin que el abad Coulmier (Joachin Phoenix), que dirige la institución con un estilo liberal, se decida a protegerlo de las torturas que sufrirá en nombre de la medicina, la moral y las buenas costumbres.
"Es un papel -explica el actor- que se desarrolla en un contexto histórico particular, con extremos alocados y grandes contradicciones, tanto dentro del personaje como dentro de su entorno. Pero lo que hace al guión aún más interesante es que Doug eligió escribirlo de la forma en que Sade podría haber concebido una de sus historias, en una forma muy gótica, florida y melodramática, por lo que llega a desenvolverse en un estilo bastante loco y refinado al mismo tiempo."
El elenco de Letras... se completa con Kate Winslet en el papel de Madeleine, la lavandera del hospicio que hace de nexo entre el marqués y un editor al que le entrega los escandalosos manuscritos para su publicación clandestina. Madeleine es, además, objeto del deseo reprimido del abad y confesado del marqués y de uno de los enfermos mentales de la institución. Si bien tanto Winslet como Caine y Phoenix se lucen en sus respectivos papeles, Rush se lanza a un salto sin red en el que se desnuda emocional y físicamente: "Geoffrey carece totalmente de miedo y vergüenza" -aseguró Winslet a la revista Première-. Pero Rush parece no estar de acuerdo.
"Siempre me asusto -se ríe-. Sin embargo, me gusta encontrar sorpresas en los personajes y creo que uno puede hacerlo si deja lugar para que surja lo imprevisto. De esta forma, a menudo pueden producirse resultados sorprendentes. En esos casos es imposible anticipar qué es lo que ocurrirá hasta que todos los elementos están en su lugar. Y si uno lo intenta, es aún más aterrador. No me gusta adelantarme, sin embargo; eso sería trabajar aislado. No se puede confiar ciegamente en las propias habilidades dramáticas porque actuar no es algo que se realiza en soledad. Es una corriente subterránea de ansiedad que sólo emerge cuando se está en un proyecto. Un hombre como Sade podía escribir de forma obsesiva sin importarle si iba a publicar o no, porque escribir constituye una expresión privada, aunque sus ojos se encendían cuando sabía que sus libros se vendían mucho. En cambio, el actor necesita, sí o sí, del público. En el fondo, uno siempre tiene la sensación de que éste será su último trabajo."
Después de todo, el miedo es algo que Rush puede permitirse si se tiene en cuenta que, durante el período final del encarcelamiento del marqués, pasa un cuarto de la película desnudo.
Con sonrisa traviesa confiesa que cuando lo rodea una atmósfera estimulantemente en lo creativo, se vuelve más temerario y atrevido. En ese caso, como ocurrió en el set de Letras prohibidas, concede que exponerse física y emocionalmente puede convertirse en algo secretamente agradable.
"Desde el momento en que conocí a Phil Kaufman y atravesamos por todos los preparativos del film, los ensayos y la filmación, se creó una atmósfera que era muy atrevida y excitante -cuenta-. Phil no buscaba paralelismos con la época contemporánea, sino conexiones específicas, porque cada uno de los personajes tiene un punto de vista moral, sexual o político que es particular. Y las distintas combinaciones de éstos se conjugan y juegan en contra de los demás.
"Como filmamos las secuencias en orden, pudimos hacer un viaje infernal que empieza en una institución para enfermos mentales razonablemente civilizada y compatible con el mundo exterior, y culmina en el caos. Charenton funciona en una difícil armonía. Alberga a figuras tan extremas como su prisionero libertino y el cura, y allí todos los residentes son una suerte de aberración. En un principio, exhibe las apariencias de un sitio terapéutico, pero cuando con la llegada del doctor Royer-Collard se desnudan las fuerzas hipócritas de la represión, ese delicado equilibrio se pierde.
"Al filmar sin saltos temporales, hice el viaje a ese caos pesadillezco que se desata al final de la película en el mismo orden que el personaje." Por el período histórico en el que se desarrolla la obra, bien podría considerarse que este papel viene a engrosar la lista de personajes de época, como los que interpretó en Los miserables (allí fue Javert), Elizabeth y Shakespeare enamorado. Sin embargo, a Rush no le gusta aunarlos en una clasificación que los englobe como género.
"Para mí, en Los miserables interpreté a un policía, al dueño de un teatro en Shakespeare enamorado, a un espía en Elizabeth -aclara-. Se desarrollan en escenarios con paisajes generosos, de un rango bastante amplio de períodos históricos: Francia en 1907 es para mí completamente diferente del mundo isabelino de 1593. Son historias de época de diferentes períodos de la historia. Si tienen algo en común es una leve cualidad europea, una dimensión shakesperiana. No son estereotipos característicos como es común encontrar en el estilo heroico americano, sino gentes más complejas y sutiles. Esto tal vez pueda asociarse más con algo europeo en el arte de contar una historia."
Los paralelismos entre sus trabajos no se agotan en este punto y resulta significativo que ya haya interpretado a un pianista, al dueño de un teatro y, ahora, a un escritor.
-¿La elección de personajes artísticos es consciente y marca una preferencia?
"No -responde sin titubear-. Es verdad que se podrían encontrar muchos lazos y hasta yo puedo marcar las superposiciones: interpreté muchos papeles donde tengo que usar calzas, otros tantos tenían personalidades extremas o perturbadas y hay otros que eran absolutamente opuestos a estos últimos. Pero creo que todos estos personajes se encuentran dentro de un área natural para el tipo de actor que soy. De la misma manera, ciertos actores que realmente admiro interpretan a muchos gángsters. Los gángsters son maravillosos, son figuras fuera de la ley que tienen muchos dispositivos dramáticos. Yo entro en un área en la que, de alguna manera, me conecto con personajes que tienen que ver con lo artístico o histórico con más regularidad. O quizás hay algún extraño ritmo en mí que encuentra su fuerza en ese tipo de repertorio."
Geoffrey Rush insiste con convicción en que la etapa actual, post Claroscuro y post Oscar (en la que, vale aclararlo, sus trabajos se mantuvieron en una línea de excelencia, pero no siempre alcanzaron un éxito arrollador de público), es un reflejo en el nivel internacional de lo que ha sido su carrera teatral en Australia.
"No ceso de sorprenderme al encontrar los nombres de algunos de los más fantásticos actores de primera línea mundial en las cajitas de los videos y darme cuenta de que no recuerdo siquiera que la película haya sido estrenada en el cine -reflexiona, acerca de la caprichosa suerte de las películas-. Todos los actores experimentan eso. Tampoco en el plano artístico es posible llegar siempre al resultado óptimo. Las películas encierran numerosas y delicadas piezas de una maquinaria: aunque el director haya trabajado en un proyecto de dos a cinco años, en la creación, la preparación, la filmación, la posproducción, el marketing, la distribución, hay tantos puntos donde todo eso puede desmoronarse que es casi un milagro que algo llegue a concretarse como dos horas de entretenimiento." Una de las frases con las que se promociona Letras prohibidas dice: "Conozca al marqués de Sade, el placer es todo de él". Pero con Geoffrey Rush como protagonista, claro que el placer no puede más que ser todo nuestro.
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