El aroma de los michugov köfte de la abuela Noemí está impregnado en su recuerdo. En esa memoria profunda que bucea en las ancestralidades. Esas que sostienen el hoy. Esas mismas que en un camino hacia atrás desnudan el horror del sinsentido de la persecución, profanación y muerte. "La abuela cocinaba unas cantidades impresionantes porque siempre fuimos una familia numerosa. Se armaban mesas larguísimas para comer lo que ella preparaba, nos enloquecía su comida", rememora Herminia Jensezian a LA NACION. La directora teatral es primera generación de sobrevivientes del Genocidio Armenio por parte de padre y segunda por parte de madre. Hoy se conmemora el aniversario 105 de ese Genocidio salvaje y atroz, como lo son todos. La fecha, que enluta al pueblo armenio, recupera, a modo de homenaje, esas historias de aquellos mártires, como la abuela Noemí, que pudieron escapar y que conforman la gran diáspora en el mundo.
Ausencias presentes
Cada 24 de abril se recuerda ese Genocidio perpetrado por el Estado turco contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923, aún impune. "El Estado turco lo niega y eso lo hace vigente. El trauma no solo está en el Genocidio sino en la negación. La negación es traumática porque nos transporta a 1915. Como víctimas, volvemos a dar cuenta de lo que se infringió en nuestros cuerpos. Yo soy la hija de una ultrajada. Mi abuela estuvo en cautiverio, tatuada, y esclavizada. Le robaron el alma. Una mujer que fue vaciada de su humanidad para ser una cosa, soy hija de eso", explica Jensezian con la fortaleza que le da la lucha y esa armadura sostenida en el dolor.
El aroma del michugov köfte de la abuela Noemí se esparce perenne en el tiempo. Como suele suceder con esas recetas que implican, sin contradicción, ausencias presentes y están ancladas a algo más que la conjugación de los buenos sabores. "Cuando llegó a la Argentina se instaló en Córdoba, allí nos reunía a todos", reconoce la nieta teatrista. Como tantos, la abuela Noemí, que falleció en 1993, atravesó, hasta que la esclavizaron, las interminables caminatas por el desierto con sed, hambre y dolor. Otros, no pudieron, ofrendaron su vida cuando el cuerpo ya no respondía y eran ejecutados a mitad de ese camino árido en la territorialidad y en el alma.
Pensando en todas las abuelas Noemí esparcidas por el mundo, Herminia Jensezian fundó Tadron, que significa teatro en idioma armenio, en el corazón de ese Palermo que homenajea a su comunidad. Directora, actriz y escenógrafa. Discípula de los maestros Juan Carlos Gené y Gastón Breyer, sublimó a través del arte ese dolor que atraviesa las ramas de ese árbol genealógico diezmado. El teatro para sanar, no olvidar y mantener viva la memoria. Esa que llega desde la Armenia profunda, allá en Asia Menor. En su decir se van hilvanando sentimientos encontrados: los que la conducen a la Armenia Histórica y también el dolor inconmensurable de la pérdida. El pueblo armenio sabe de cicatrices como artilugios del no olvido.
Cada 24 de abril la conmemoración pone en primer plano ese Genocidio que le costó la vida a un millón y medio de personas, y la apropiación del territorio armenio que quedó confinado sin salida al mar y reducido a una porción ínfima de lo que era. "El 24 de abril significa, ante todo, falta de Justicia. Y, por supuesto, memoria, reclamo. Exijo, necesito que me oigan", sostiene Jensezian, quien se enfrenta a todo tipo de negacionismo como intento de ocultar la historia.
El orgullo del ian
Las manos femeninas, pero contundentes, amasaban con destreza la carne picada para armar los michugov köfte. Para la abuela Noemí, superar el centenar de esta especie de albóndigas armenias era moneda corriente. Y lo hacía con gusto. Será por eso que Herminia, su nieta, hoy retoma la posta y es ella misma quien sirve las mesas pantagruélicas para sus hijos y los hijos de sus hijos. Un plato suculento de michugov köfte se puede convertir en un acto de amor. Y de resistencia.
La abuela Noemí Chobanian también fue joven. Hablaba árabe, inglés y armenio. Se cree que era maestra cuando, a sus 17 años, el Genocidio arremetió con Armenia. Era bonita. Soñaba con enamorarse, formar una familia, tener muchos hijos como era la costumbre. Alguna vez, una lectura de la borra de café, aquella tradición que predice desde los pocillos, se lo auguró. A los 17, ya había aprendido la fórmula heredada para moldear sus sabrosos michugov köfte rebosantes de especias. Y deslumbraba con sus ideas claras, sus conocimientos. Era una joven adelantada a su tiempo, hasta que el conquistador embistió con sus vejaciones y dejó truncos sus sueños. Como a millones. "A las chicas se las llevaban delante de sus familias. Por eso, se empezaron a embadurnar las caras con barro o carbón, para taparse, para que no las vieran, para no existir", explica la ideóloga del Ciclo Teatro x la Justicia.
"Mi abuela se vestía ropa sobre ropa, en capas. Y se ponía un saco que tapaba todo por completo. Recuerdo que una tarde me propuso ir a dar un paseo. Como siempre, tenía dos mudas de ropa encima, pero, antes de salir, sumó más prendas a su vestuario. Era impresionante. Buscaba taparse. ¿Qué pasa con alguien que forma parte de un pueblo al que un Estado dictamina que no tiene que existir? Es atroz sentir que uno es el blanco del que quiere que no existas". Resabios del tiempo aquel.
-Esa circunstancia, ¿cómo moldea la personalidad? ¿Qué sucede con la identidad?
-Se desarrolla un sentimiento de culpa, de vergüenza. Aparece el "no estoy", "no existo", "no me tienen que ver". Es un sentimiento de inferioridad. Soy menos que el piso, no soy nada.
Noemí Chobanian vivía en Fekhe, un pueblo que estaba en Sis, Armenia. Hoy, esa zona es territorio de Turquía. Ya de grande, el dolor inconmensurable le quitaba palabras a la abuela. No era de contar demasiado. Pero algo contó. Lo suficiente para retratar el horror y permitir trazar una cartografía de ese itinerario no elegido. "A ella la raptan como a más de 90.000 niñas y adolescentes".
-¿Qué destino tenían esas mujeres?
-Servían en los harenes, o eran mujeres de los diferentes beduinos, árabes o turcos. Las raptaban y las tatuaban. Mi abuela estaba tatuada en las comisuras de la boca, en el labio inferior y en las muñecas internas. Como el ganado.
-¿Qué significado tenían esas marcas?
-Se tatuaba una especie de señal que significaba a qué tribu pertenecía cada chica o por cuántas tribus ya había pasado. La mujer era un objeto deshumanizado.
-Noemí, ¿tenía algún contacto con su familia?
-Ella decía: "Gracias a que sabía escribir pude mandar papelitos a mi papá para que me viniera a buscar". Escribía en los tres idiomas que dominaba.
-¿Cómo siguió su vida en cautiverio?
-Con los años, tuvo tres hijos, fruto de violaciones. Aquellas eran mujeres apropiadas, pasaban de un hombre a otro sin poder defenderse.
-¿Cómo llega la liberación?
-Francia obligó a Turquía, quizás porque tenía otros arreglos, a que libere a esas muchachas en cautiverio. Mi abuela decía que, luego de un juicio, las habían liberado, pero tal cosa era imposible, esas mujeres habían sido invisibilizadas y, por lo tanto, no podían ser juzgadas. Mi abuela estuvo en cautiverio desde 1917 a 1926, aproximadamente.
-¿Qué sucedió con ella una vez obtenida la independencia?
-Su familia estaba instalada en El Líbano, Beirut. La va a buscar su papá, a quien adoraba. Ella siempre sintió que su padre la había rescatado gracias a esos papelitos que, en realidad, nunca llegaron a él. Era una fantasía, un deseo.
-¿Cuál fue el destino de sus hijos?
-Cuando la liberaron, tenía un bebé de pecho. Así llega a El Líbano. Inmediatamente, su padre ubica al bebé en un orfanato de los tantos que habían fundado los misioneros armenios de Estados Unidos para resguardar a estos bebés.
-¿Por qué llega a nuestro país?
-La mandaron a la Argentina porque ya había un hermano trabajando en la construcción de los ferrocarriles que estaban desarrollando los ingleses. Llegó al puerto de Buenos Aires en marzo de 1927, acompañada por un hermano menor. Cuando la anotan en migraciones, detallan que tenía cicatrices, que no eran otra cosa que aquellos tatuajes que le habían hecho como víctima del Genocidio. Una vez instalada en Argentina, la casaron. En la foto de boda se puede observar a la mujer vacía que le han puesto un vestido y un tul de novia con un ramito detrás del velo. Es la foto de una mujer que no está. En julio de 1928, nació mi mamá quien, a su vez, tuvo ocho hijos.
-Destierro, llegada a un lugar desconocido y casamiento en tiempo récord.
-Era lo habitual porque a estas chicas les tenían que dar un hogar, construirles una vida. Hay que entender que los sobrevivientes de genocidios son personas que no tuvieron vida. Ya les habían robado el alma, el cuerpo.
Negar la evidencia
La República de Armenia está impregnada por esa fe profunda que la llevó a convertirse en la primera nación en adoptar el cristianismo como religión de Estado, cien años antes que Roma. Los armenios son devotos de San Gregorio, el Iluminador, quien impulsó la construcción de la basílica Echmiadzin, en el 301, considerada como el Vaticano Armenio. Acaso ese vínculo tan estrecho con la espiritualidad tenga que ver con que Noe posó su arca en el inmenso Monte Ararat, de 5137 metros sobre el nivel del mar. Esa mole coronada con nieves eternas que es símbolo del pueblo armenio, aunque hoy se encuentre en el territorio de Turquía. Consecuencias de aquel Genocidio que no solo robó vidas. "Las hordas turcas llegaron desde el sur de Mongolia e invadieron los territorios que históricamente habitaron los armenios, alrededor del Ararat. El armenio no es conquistador, no es demandante poderoso, entonces, ¿qué pasa cuando el otro te quiere dominar y decreta que no tenés que existir? El armenio no fue a vivir con el Imperio Otomano, el Imperio se consolidó después, pero en un territorio armenio. Y el armenio no se quejó porque no es de quejarse ni de conquistar. No tiene el perfil de los poderosos", explica Herminia Jensezian.
-Hasta no hace mucho tiempo atrás, había sobre el Genocidio Armenio un gran desconocimiento.
-Eso tiene que ver con un sentimiento de inferioridad. Cuando iba a tercer grado, nuestros religiosos decían: "No digan que fueron los turcos, a ver si se enojan". Todavía existía esa mentalidad de la persecución. El lobby turco continúa hasta hoy. Mientras no reconozcan lo que han hecho, no serán ni desarrollados ni precursores de nada.
-¿Qué sostiene el Estado turco ante el millón y medio de armenios muertos?
-Un Estado que organiza sistemáticamente un exterminio, también organiza un olvido. Olvidar y tachar.
-Xenofobia, racismo, y negacionismo.
-En sus escuelas siempre se enseñó que, en la guerra, murieron armenios, pero también muchos turcos y que, en realidad, los armenios mataron a los turcos. Cuentan exactamente lo contrario.
La Argentina no es un país neutral en el tema. El 1° de septiembre de 1987, el presidente Raúl Alfonsín, en nombre del Estado Argentino, reconoció el Genocidio Armenio. Y durante la presidencia de Néstor Kirchner se promulgó la Ley Nacional 26199 que reconoce el Genocidio.
-¿La Primera Guerra Mundial fue un contexto que favoreció el desarrollo del Genocidio?
-Hay documentos donde se puede leer que la idea es aprovechar la guerra para hacer la limpieza étnica. El exterminio no era solo en lo que hoy se conoce como Estambul. Lo hacían en todas las provincias, pueblos, donde llevaban adelante las deportaciones. Eran campos de concentración para anular una etnia.
-¿Existían sitios puntuales para aglutinar personas?
-No había un lugar físico, el campo de concentración era caminando. Se caminaba por el desierto de Deir el Zor, hoy Siria. Actualmente, cuando llueve, se abren grietas que dejan al descubierto los huesos de los cadáveres.
-¿Morían caminando?
-La gente moría de sed y de hambre, caminando. Si alguno no podía seguir, se le ejecutaba el tiro de gracia. Hay fotos donde se ven líneas que forman las caravanas con miles de personas. Con rifle, solo dos o tres personas. El armenio pensaba que lo llevaban a otro pueblo y por eso no se rebelaba.
Las resonancias de aquel Genocidio acontecido hace 105 años, multiplica sus consecuencias en millones de personas que conforman comunidades en todo el mundo. Así como la abuela Noemí, también el padre de Herminia acarreaba una historia de destierros: llegó a nuestro país a sus once años, junto a su familia que escapaba de la barbarie de su Armenia natal. "Cuando era chica, a los 8, le escribí: ´Pobrecito mi papá, siempre tiene la tristeza´. Es que, constantemente, tenía las manos agarrándose la cabeza. Crecí con la idea de que algo estaba errado".
Corolarios
Hoy, las calles de la capital Ereván pulsean entre la modernidad y conservar las tradiciones. Aún los edificios de la era soviética son un sello de esa arquitectura robusta. En Armenia, el vodka y el cognac son bebidas corrientes. Cada trago debe ser acompañado por un pensamiento, en voz alta, dedicado a algo o a alguien. Ritual comunitario de la hermandad. Los sabores son un modo de conservar historia. Compartir el lavash, ese pan que de tan fino parece transparente, una pasta de berenjenas, los pimientos aromatizándolo todo o un fuentón con frutos secos revive, aún hoy, las costumbres de los que ya partieron. Como la abuela Noemí y sus michugov köfte.
Las causalidades de la vida que nada tienen que ver con el azar hicieron que Herminia, cuyo apellido paterno es Hassassian, se casase con un actor de El Líbano, Kalusd Jensezian, considerado hoy el gran actor de la diáspora armenia. Una especie de prócer del mundo teatral de su comunidad. "Me casé a los 17 y me fui a vivir a El Líbano. Estando allí, mi mamá me dice: ´Por favor, buscá a esa chica, hija de tu abuela, que quedó en un orfanato, se llama Azaduhi´. Curiosamente, ese nombre significa libertad. Azaduhi se había casado con el hermano de un futbolista muy conocido de El Líbano, así que consultamos por él en nuestro grupo de teatro, uno de los actores resultó ser su vecino. Cuando nos encontramos, la emoción fue muy grande, todos llorábamos. Su cuerpo se parecía al de mi abuela, tenía el mismo modo de caminar. Sus hijos más grandes se parecían a mis tíos. Yo encontré familia y ellos también".
-¿Qué valor tiene el reencuentro con la propia sangre?
-Es reconstruir los pedacitos desperdigados. Estamos en reconstrucción.
-¿Cómo se mira el futuro?
-Acepto lo que me pasó, pero sigo en la búsqueda. Hay memoria.
En 1973, repitiendo el itinerario de la abuela Noemí, Herminia y su marido Kalusd, debieron dejar Beirut ante la inminencia de una guerra civil. La pareja de actores se quedó, definitivamente, en la Argentina donde formaron su familia y construyeron un teatro. Cuando regresaron, Herminia Jensezian reunió a la familia para contarles la experiencia libanesa, aunque debió guardar algún secreto: "Mi tía de Beirut me dio regalos para su madre y para la cuñada de mi abuela que fue quien la crió cuando cerraron el orfanato. Justamente, esa mujer estaba en Argentina al momento de la reunión. Mi tía me dijo: ´A mi mamá no la conocí y no la quiero conocer. Quiero a la tía que me crió. Pero eso sabelo vos´. Era el sentimiento propio de una chica que sabía que tenía una madre que la dejó en el orfanato y se fue a la Argentina. Esa chica también tuvo que sobrevivir. Y mi abuela también. Desde ya, esto jamás se lo conté a mi abuela Noemí, quien, por pudores de la época, me pidió que no le dijera nada a mi abuelo sobre mi encuentro con esa hija en la otra punta del mundo".
El recuerdo doloroso del Genocidio perpetrado vuelve a estar a flor de piel. Carne viva en cicatrices que no cierran. Aunque la barbarie no pudo con la identidad de un pueblo ni con sus tradiciones. Hoy, 24 de abril, a 105 años del Genocidio, desde algún lugar la abuela Noemí bendecirá la mesa de su nieta Herminia cuando ella misma sirva la ancestral receta de los michugov köfte.
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