Fue el primer rascacielos de Buenos Aires y uno de los pasajes preferidos de Julio Cortázar. Te invitamos a conocer su historia, recorrer sus interiores y disfrutar de la fantástica vista que ofrece de la ciudad
Al caminar por el microcentro en horario pico es difícil no ponerse de mal humor. El tránsito, el calor y la gente apurada no invitan precisamente a un paseo tranquilo. Pero esta zona de la ciudad está llena de sorpresas arquitectónicas. En esta sección, vamos a recorrer algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad. La idea es que te animes a recorrer las calles desde otro punto de vista, levantando la mirada para poder apreciar el paisaje citadino y sus construcciones.
La primera parada es la Galería Güemes: al llegar al número 170 de la calle San Martín, el gran arco que compone la fachada Art Déco sorprende. El interior es como un viaje por el túnel del tiempo hacia aquellos años en que la arquitectura reflejaba la prosperidad económica del país.
El túnel del tiempo, por fuera
A principios del siglo pasado, la calle Florida era una de las más elegantes de Buenos Aires, comparable con las de Paris. En 1912 se comenzaron a construir dos edificios linderos en sus fondos: uno cuyos propietarios eran salteños que estaba sobre la calle Florida, el otro se destinaría a un banco sobre San Martín. La intervención del arquitecto Francisco Gianotti, autor del edificio que se inauguró en 1915, hizo posible que ambas construcciones se conectaran a nivel peatonal y unieran ambas calles.
La construcción fue inspirada en la galería Vittorio Emmanuele de Milán. Se llevó a cabo por medio de una bóveda de cañón corrido de 116 metros de largo, compuesta de tres sectores: dos grandes halls en los extremos y la parte central delimitada por dos cúpulas. De ahí parten las escaleras y ascensores que van hacia ambos edificios.
Con sus 14 pisos y tres subsuelos, la Galería Güemes fue el primer rascacielos de Buenos Aires. En el subsuelo se incorporaron un teatro, un restaurante y un cabaret. La planta baja se destinó a locales comerciales, en los pisos superiores oficinas y un Petit Hotel por el que pasaron varios visitantes ilustres. En el último piso se montó un restaurante de más de 600m2 desde donde se podía observar la ciudad (que en ese momento era una llanura). Más arriba, un mirador con vista panorámica a 360 grados que en días claros aún hoy permite divisar la costa uruguaya.
El edificio se construyó en hormigón, una elección vanguardista para la época. Contaba con adelantos tecnológicos como un sistema de extinción de incendios, tableros eléctricos, un sistema de comunicación con tubos para mensajería en las oficinas y ascensores de alta velocidad.
La selva Art Noveau
Al ingresar a la galería, los quioscos que ocupan el centro de la circulación diluyen la fluidez del espacio original, pero no opacan su brillo. Al recorrer el espacio, el ojos va captando cada elemento, la vista sube y baja. Cada paso sirve para descubrir detalles con sello Art Noveau que toma su fuente de inspiración en la naturaleza de formas orgánicas. Hay frescos sobre el corredor y los halls, las molduras circulan por el espacio, los arcos y el anillo que rodea las cúpulas son elementos para contemplar. Por su mismo motivo, se estiran, retuercen y dan volumen. El estilo arquitectónico fue tan original que se llevó todas las miradas.
La herida sanada
Con el pasar de los años, a medida que nuevas edificaciones se fueron acercando al cielo, la emblemática galería perdió su protagonismo. Con la necesidad de bajar los costos de mantenimiento se taparon las cúpulas con hormigón armado y las claraboyas con ladrillos de vidrio para evitar las goteras. En los años 60, sobre la calle Florida se sumó un entrepiso de oficinas que deformó la fachada original; por la misma época se pintaron mármoles y frescos. Desde el interior, una fachada espejada muestra las secuelas de una intervención sin criterio que perdió la perspectiva de sus orígenes.
Después de años de decadencia, entre 2004 y 2008, se hicieron trabajos de restauración en la galería, incluyendo el mirador. Hubo que recorrer un largo camino para recuperar las cúpulas de vidrio y su estructura oculta debajo del hormigón. También se recobraron los enlucidos de bronces, se confeccionaron réplicas y piezas faltantes para los artefactos de iluminación y se restauró de la fachada sobre San Martin, donde se reconstruyendo molduras y reubicaron las estatuas de bronce que habían sido removidas. Hoy, la Galería Güemes irradia el mismo brillo que en su inauguración hace más de 100 años.
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