Hace 134 años, Charles Darwin llegó a las islas donde su teoría de la evolución de las especies se consolidó. Hoy, el archipiélago ecuatoriano convoca con su extraordinaria fauna salvaje y LUGARES pudo recrear la experiencia darwiniana a bordo del M/Y Grace, crucero excepcional.
Aeropuerto de San Cristóbal. Uno de los guías del crucero, allí presente, cuenta cuántos somos: 18 en total, y todos los demás proceden de Europa y Estados Unidos: una pareja –portuguesa ella, alemán él– en su luna de miel; otra que festeja haber obtenido con honores el diploma de medicina; una dupla de chicas residentes en San Diego; un matrimonio suizo que acaba de vivir la experiencia del M/Y Grace y decidió reincidir ipso facto; un matrimonio muy cool, de Manhattan, con hija adolescente en plena transición rebelde; una familia de la Suiza francesa con simpatiquísimo hijo de doce que los cumplirá en plena travesía; dos amigas muy divertidas, de Chicago y Nueva York respectivamente, y el equipo de la revista. Edad adulta promedio, 39 años. Resultará una convivencia muy relajada, gracias a la actitud proactiva que cada cual irá mostrando con el pasar de las horas.
EL PARAÍSO DE DARWIN
Una semana de fábula nos contempla: programas mañana y tarde de instructivas caminatas, recorridas en semirrígidos (acá llamados pangas) y snorkel una y dos veces diarias, diversión ante la que nadie arruga a despecho de la temperatura poco amable del agua. Es el Pacífico, a no olvidarlo: el archipiélago de las Galápagos, declarado parque nacional en 1959, se detecta a casi mil kilómetros de la costa ecuatoriana.
Galápagos es mucho más que un archipiélago de carácter volcánico; se trata de un fenómeno extraordinario, una suerte de planeta incrustado dentro del planeta Tierra cargado de una biodiversidad única. Tortugas gigantes que viven más de un siglo; cientos, miles de iguanas terrestres y marinas; cangrejos de vivos colores Versace; cormoranes que no necesitan volar; albatros; piqueros patas azules, la representación naïf de un peluche vivo que miran con carita de bobo pero capaces de convertirse en misiles infalibles cuando se lanzan en picada sobre las olas para capturar peces; fragatas; pelícanos; pinzones; pingüinos iguales a los magallánicos, lobos marinos desparramados hasta en los puertos de las islas habitadas; cardúmenes de rayas que a la distancia se antojan fundas de almohadas flotantes; una casi ausencia de insectos, y también vegetales endémicos, como el cactus arborescente llamado opuntia, el palo santo y la Scalesia pedunculata, entre otras especies.
Tuvieron que pasar tres siglos desde su descubrimiento, en 1535, para que Charles Darwin llegara hasta aquí a bordo del HMS Beagle, y diera con la piedra roseta de la evolución biológica: su teoría de la selección natural quedó aquí demostrada y plasmada en su obra "El origen de las especies", publicada en Londres en 1859.
Hoy Galápagos sigue provocando el mismo impacto experimentado por el célebre naturalista inglés ante la evidente desaprensión de la fauna. Entonces el pensamiento estaba a años luz de la intangibilidad que rige en el frágil reino natural y, producto de la cultura de la época, aquel Darwin no pudo resistir el deseo de llevarse como mascota una Geochelone nigra porteri, joven galápago que, se presume, no tendría más de cinco años. Contó con su compañía hasta que le tocó partir de este mundo, en 1882; pero Harriet, que así se llamaba la tortuga, siguió los pasos de su captor y amo recién el 23 de junio de 2006, desde su domicilio en el zoo de Queensland, Australia. Había vivido 176 años, una edad más elevada de la habitual para estos quelonios que, se asegura, viven alrededor de 125-150 años. La lentitud tiene sus beneficios.
Galápagos se compone de 22 islas, sin contar islotes sueltos y perdidos en el entramado del archipiélago de origen volcánico –el mejor conservado del mundo, al decir de los expertos–, con manifestaciones muy recientes. Aquí no hay temporada de apareamientos y empolles porque ambos determinismos suceden todo el tiempo, ni el clima responde a las cuatro estaciones convencionales: sólo época de lluvia y de no lluvia. En Galápagos, cualquier parecido con la fantasía es pura coincidencia.
ARRANCA LA TRAVESÍA NÁUTICA
Estamos en la cubierta de esta joya de época donde Grace Kelly pasó su luna de miel con el príncipe Rainiero, navegando el Nostrum mare entre Córcega y Cerdeña. Fue el regalo de bodas que les hizo Aristóteles Onassis, y lo conservaron siete años. Tampoco se llamaba con el nombre principesco que ostenta desde que fue adquirido por Quasar Expeditions, en 2007, pormenores estos que se detallan más adelante.
Ahora es un presente que flota, con orgullo real reconquistado, y se mueve entre las islas con un itinerario preciso que abarca una semana completa de sábado a sábado. Aquí, la buena vida a bordo no es un fin en sí mismo; desde esta confortable base se llevan a cabo exploraciones en parajes alejados de los escasos puntos urbanizados del archipiélago (Puerto Baquerizo Moreno, en Santa Cruz; San Cristóbal, Baltra…) a los que, de otra manera, no hay cómo acceder o, en el mejor de los casos, con limitado alcance.
Estamos en la cubierta del M/Y Grace, que se mece muy cerca de la costa de la isla Lobos. Más allá, las olas rompen contra las escabrosidades volcánicas, imperceptibles en sus mínimos detalles desde el área Titanic, donde tiene lugar el servicio de las tres comidas –desayuno, almuerzo y cena– en un relajado ambiente semicubierto al aire libre. En el otro extremo, en la proa, el jacuzzi acusará alta demanda al regreso de cada excursión. Arriba, la zona restringida destinada a comandos y sus responsables (empezando por el joven capitán, Jacinto Briones), se contrapone a la popa de este deck superior donde el bar convoca a la hora azul. Pero, todo hay que decirlo, pocos cederán a la tentación de prolongar la sobremesa nocturna: el cuerpo pedirá cama a gritos y sucederá que, llegadas las diez de la noche, nada más tendrá lugar el monocorde concierto de ronquidos sin estrés a resguardo de cada camarote.
Estamos en la cubierta del Grace y todo alrededor es agua y brotes de lava petrificada. No estamos solos. Otros cruceros flotan con idéntico objetivo: entretener a sus pasajeros con actividades acuáticas.
Isla Lobos convoca al snorkel, cómo no, y al avistaje de rayas, tortugas, lobos marinos con los que no es posible competir en destreza náutica. Difícil, muy difícil resistirse.
EL DÍA A DÍA DE LA SEMANA
El menú de actividades implica hacer diana tirando a temprano, y muy temprano, para aprovechar las mejores horas en cada escenario donde aguardan avistajes de diversas índoles, lecciones básicas de flora, fauna, geología y también historias mínimas de vidas pasadas. Al final de la jornada, cada tarde los huéspedes del Grace asisten a las charlas lideradas por los guías que, mapa mediante, ilustran sobre lo hecho y adelantan lo que vendrá.
Después de la bienvenida a bordo y las acciones en isla Lobos, la agenda sigue así:
Día 2. Isla Española. Trekking en Puerto Suárez y un relajado final en la paradisíaca Bahía Gardner.
Día 3. Isla Floreana. Visita a Bahía Correos, escenario de un culebrón de época. Punta Cormorán (pese al nombre, con ausencia de estas aves, pero con gran abundancia de flora y otras faunas, flamencos incluidos). Isleta Champión, para nadar con rayas y peces de colores.
Día 4. Santa Cruz y su ciudad principal, Puerto Ayora, capital turística del archipiélago con paseíto urbano de dos horas. Visita a las tortugas gigantes y a los túneles de lava. Caminata intensiva por las Highlands, de tupida vegetación.
Día 5. Jornada completa en Playa Bachas, también en Santa Cruz. La yapa es el snorkel en Sombrero Chino, islote mínimo definido por un cono volcánico (de ahí su nombre) entre Santa Cruz e isla Santiago.
Día 6. Isla Rábida, imagen casi onírica con su playa de arena roja y el monte blanco de palo santo. Snorkel. Caminata sobre el monocromático manto de lava basáltica de Bahía Sullivan.
Día 7. Isla Seymour. Una aridez de dos kilómetros cuadrados, reino de las magníficas fragatas y de ningún otro ser viviente que no sea una asombrosa, desaprensiva comunidad faunística de lobos marinos, iguanas terrestres y marinas, piqueros patas azules... cada cual atendiendo su juego concerniente a la reproducción y supervivencia. Seymour es "el" gran final de este viaje al mundo salvaje de Darwin.
Día 8. Salida por la mañana para completar el espectro de observación de fauna, navegación y desembarco en Baltra. Avión y vuelta a casa.
A BORDO DE LA HISTORIA
Es vox populi que cambiar el nombre de una embarcación, o de una propiedad, trae mala suerte. En el caso del M/Y Grace, se dio más bien una sucesión de renacimientos según mudaba de identidad. Veamos:
1928. El industrial y estanciero argentino Santiago Soulas encargó su construcción en Southampton, Reino Unido. Lo bautizó con el nombre de su hija Mónica. Pesaba 298 toneladas, tenía 147 pies de eslora, 23 pies de manga y un calado de 12 pies.
1932. Soulas vendió el Mónica a Zarch Couyoumbian, un gentleman griego que lo renombró Rion.
1938. Pasó a ser propiedad de Sir George Tilley, presidente de una compañía de seguros.
1939. El yate fue requerido para prestar servicio en la Segunda Guerra Mundial. Transformado y adecuado para llevar un cañón de tiro rápido, ametralladoras antiaéreas y también para la lucha submarina, el 21 de octubre se unió a la Marina Real. Patrulló las entradas a Solent y la isla de Wight; transportó 300 soldados en cada uno de los tres viajes realizado a Dunquerque; fue bombardeado y reparado en Portsmouth; capturó una embarcación alemana en una osada operación nocturna; disparó cargas de profundidad contra un submarino; dañada su máquina de babor, quedó fuera de servicio tres meses, para volver reconvertido en un barco de la cruz roja, y sirvió como anexo del hospital de la Marina Real. Al final de la guerra fue rebautizado HMS Noir.
1945. En octubre fue dado de baja; 17 meses después llegó a su astillero original de Southampton, Camper & Nicholson, para ser restaurado.
1947. Volvió a manos de Sir George Tilley.
1951. A la muerte de Sir George, lo adquirió la empresa de Aristóteles Onassis y lo renombró Arion.
1956. Onassis obsequió el yate como regalo de bodas a Rainiero y Grace de Mónaco. La pareja real pasó su luna de miel en el rebautizado Deo Juvante II, que navegó a lo largo de las costas de Córcega y Cerdeña.
1958. Un hombre de negocios monegasco lo compró y lo renombró Daska.
1960. Fue llevado a las Bahamas por Crest Shipping.
1965. Se unió a Cove Shipping en el Caribe como Angela, con base en Montego Bay.
1983. Volvió a ser Daska antes de ser confiscado por el gobierno de Jamaica por impuestos impagos.
1985. Languideció en Montego Bay hasta que John Issa, presidente de la cadena de SuperClub, lo adquirió en una subasta. Reciclado y reparado en Tampa, Florida, navegó a lo largo de la costa este, con el nombre de una de las hijas de John Issa: Zein.
1989. El M/Y Zein llegó a Negril para la apertura del Gran Lido Negril, en 2006. Permaneció en Negril a la espera de que alguien lo quisiera comprar. Paul Allen, co-fundador de Microsoft, pensó en usarlo como barco de apoyo para su mega yate, pero sólo lo pensó.
2007. Quasar Expeditions adquirió el M/Y Zein y lo rebautizó M/Y Grace: un nombre que le devolvía el glamour de su origen y de su pasado real. Dos años después, remozado y reacondicionado, el yate quedó listo para iniciar una nueva etapa en su larga, azarosa trayectoria como uno de los cruceros más elegantes que recorren las increíbles Galápagos.
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