Gabriela Rangel. “Prefiero proponer temas antes que poner mi nombre adelante”
Desde los primeros días de este mes, entró en funciones en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) la curadora venezolana Gabriela Rangel. Nacida en Caracas en 1963, se convirtió en la primera directora artística de esa institución, que en 2019 cumple dieciocho años. "Recibí la noticia con mucha felicidad, no me lo esperaba", cuenta a la nacion. Rangel, que no visita su ciudad natal desde hace dos años, evita con delicadeza hablar sobre la crítica situación en Venezuela. Su mirada se ensombrece al referir los problemas que atraviesan colegas y amigos que viven allí. El público empezará a apreciar la gestión de Rangel en el museo hacia mediados de 2020. Sin embargo, en marzo del año que viene organizará una muestra de la fotógrafa anarquista Kati Horna que, en México, su país de adopción, se vinculó con artistas y escritores de renombre. Entre ellos, Remedios Varo, cuya obra se podrá ver en simultáneo gracias a una muestra coordinada por Victoria Giraudo. Rangel, que se asume feminista, señala que le interesa menos organizar muestras con ese criterio que considerar la inclusión un eje del organismo vivo que, en su opinión, debe ser un museo. Su impronta estará determinada por la puesta en cuestión de la categoría de "latinoamericano" y una nueva lectura de la colección del Malba.
–¿Qué tal tus primeros días en Buenos Aires?
–Esta ciudad es muy bella. Lo que me gustó de Buenos Aires es que tiene vida cívica. El fin de semana fui a Plaza de Mayo, salí a lugares no turísticos, a grandes espacios donde van los argentinos. Ver a la gente en el césped, interactuando en el espacio público, me encantó.
–¿En qué consiste el proyecto que preparaste para dirigir el Malba?
–Fue un proyecto sobre la fragmentación de la idea de lo latinoamericano. Eso fue lo que dije en la cita esotérica que la gente no vio de dónde venía, pero era del poeta Derek Walcott. Lo tomé del discurso que dio cuando ganó el Premio Nobel; es uno de los textos más bellos que yo conozco en América sobre la idea del continente como archipiélago. En un plano concreto, creo que ahora que estamos mejor comunicados, estamos menos comunicados. No tenemos la idea de unidad mesiánica que quizás existía en otra época, sino que hay una idea de regiones que son importantes. Por ejemplo, aquí siento la presencia del Mercosur. Lo ves en las tiendas, te metes a un supermercado argentino y ves algo que está hecho en Brasil; vas a comprar una fruta y está cultivada en Perú y llega acá. Hay un mercado del sur.
–Según ese criterio, coexisten varias Latinoaméricas.
–Sí, hay varias Latinoaméricas, porque cuando estamos hablando de arte latinoamericano, por ejemplo, no es lo mismo hablar de una exposición de un artista paraguayo que de una exposición de un artista brasileño. Y están muy cerca, pero no son lo mismo porque hay una institucionalidad diferente, porque hubo un movimiento de vanguardia que situó a Brasil en un lugar diferente, porque hay un nivel económico diferente.
–Por lo que entendí, en tu gestión se va a combinar el historicismo con la crítica de los movimientos artísticos en América Latina.
–Es el momento de confrontar esa crítica. No podemos seguir teniendo una relación tan ingenua con los modernismos. Los modernismos excluyeron gente. Obviamente que fueron fundadores de un discurso muy sofisticado, pero también dejaron atrás a mucha gente.
–¿El proyecto no sería tanto organizar muestras individuales de artistas, sino de búsquedas que quedaron opacadas?
–Son como grietas, que las hay en todos lados. Es un poco el programa que hice en la Americas Society; no estudié el mainstream, sino más bien grietas que te ayudan a pensar en porqué se producen las cosas. Por ejemplo, la cuestión del diseño. Quiero traer el diseño pero como un problema que estamos confrontando, es decir, si realmente estamos haciendo publicidad, arte o diseño. Esa discusión es muy anterior al tiempo en que vivimos. Ese es el tipo de proyectos que a mí me interesan. Voy a tratar de hacerlos y a trabajar con las posibilidades.
–¿Lo decís por la coyuntura económica argentina?
–Por todo. Por la coyuntura económica fundamentalmente, pero también creo que hacer exposiciones internacionales se ha puesto muy complicado en todas partes, porque los costos son muy altos. Lo que sí me gustaría es hacer una red de museos, que colaboren con nosotros, trabajar en red. Con museos de Latinoamérica y de Europa también, de donde sea. Quiero trabajar con la curaduría del Malba y no de manera protagónica, porque no sé de todo. Prefiero proponer temas y discutir con los curadores, antes que poner mi nombre adelante. No tengo ninguna inseguridad en ese sentido, no necesito eso. Lo que quiero es armar un diálogo que genere exposiciones interesantes para la gente y para nosotros.
–¿La cuestión de las disidencias sexuales y el feminismo continuará en tu gestión?
–Quisiera que eso fuera parte orgánicamente de la mentalidad de una institución, y no decir que porque yo colecciono obras de cinco artistas mujeres, estoy haciendo feminismo. Ese es mi gran dilema con las exposiciones y las adquisiciones.
–¿Tu familia vive en Venezuela?
–Mis padres murieron, tengo muchos primos y mis grandes amigos siguen allá, que son intelectuales, y siguen luchando en la adversidad. Es lo que dice la prensa; hace dos años que no voy y tengo amigos a los que realmente les cuesta mucho sobrevivir dando clases en la universidad. Tengo una amiga en particular que acaba de hacer un libro muy interesante, que es una historia de la fotografía impresa en Venezuela, y lo pagaron entre amigos. Ella se llama Sagrario Berti y es una gran historiadora de la fotografía.
–Volviendo a lo que decías sobre lo caro que es hacer exposiciones internacionales, ¿no parece que a veces el arte contemporáneo acompaña discursos hegemónicos?
–Hay algo de eso que es verdad y que es muy molesto en un país que tiene problemas sociales graves. Es más notorio. Es importante hacer muestras internacionales, porque de alguna manera traen cosas para un público que no puede viajar e ir a bienales, a París, Berlín, Nueva York o Londres. También es importante mostrar si es relevante para ese país. La pregunta que deberíamos hacernos es esa: ¿es relevante esta muestra o no?
–¿Qué le dirías a una persona que no va a museos para invitarlo a uno?
–Le diría que un museo le ofrece una experiencia diferente de la del cine, la TV y la literatura. Le plantea problemas espaciales y temporales diferentes, por ejemplo si me adentro a ver una obra de Marcel Odenbach, que está en el Hotel de Inmigrantes, y que es una pieza maravillosa hecha en un campo de concentración, tú vas a ver esa obra y no sales igual. Son doce minutos, que transcurren muy rápido, te está planteando el problema de cómo un lugar donde ocurrió una de las tragedias más grandes del siglo XX fue convertido al poco tiempo en otro lugar de reclusión. Es un poco el recorrido que hizo Primo Levi, pero no lo lees, lo ves, y lo hace a través de unas metáforas muy delicadas. En cuanto a las experiencias espaciales, si entras a uno de esos nudos que hace Cecilia Vicuña, hecho de estambre o lana de los Andes, ella dice que es un quipu. Al decir que es un quipu, lo estás llevando al lenguaje, un lenguaje además producido en América, y eso no tiene parangón. Así que le diría a esa persona que se anime a buscar una tercera vía, que no todo es espectáculo.
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