Furor por Islandia, de isla secreta a destino de moda
Se transformó en boom turístico y recibe a siete turistas por habitante; los islandeses temen que tanto éxito pueda acabar con sus recursos
MADRID.- A la expectación mundial por el cambio de milenio, los islandeses le añadieron una inquietud específica: en el año 2000 los turistas superaron por primera vez a su población, 302.900 frente a 283.000 habitantes. El dato causaba furor, recuerda el escritor especializado en viajes Xavier Moret, que por entonces preparaba su primer libro sobre el país, La isla secreta. Este año esperan 2,3 millones de visitantes, casi siete por islandés. Los islandeses "están asustados del exceso de éxito", constató Moret. Temen la balearización de esta isla volcánica, históricamente uno de los confines de la Tierra.
Uno de los últimos en entusiasmarse con Islandia ha sido Justin Bieber. Hasta el punto de lanzarse en calzoncillos al lago glaciar Jökulsárlón en el videoclip "I'll Show You". Antes se dejaron caer por allí el James Bond de Muere otro día y Panorama para matar, Lara Croft y Batman que, en el trance de salvar a la humanidad, no se animaron a bañarse desnudos entre bloques de hielo. En el videoclip, Bieber también corre por el filo de acantilados a lo Kilian Jornet y se tira sobre el musgo, que una vez dañado tarda décadas en regenerarse. "La vida vegetal en este país estéril es delicada y mucha gente puede destrozarla", explica el músico Ingvi Thor Kormaksson: "Hay lugares peligrosos, los turistas están arriesgando sus vidas andando sobre glaciares, asomándose a precipicios o bañándose en playas que son muy diferentes a las de Francia". La falta de infraestructuras en una isla cuyo viaje clásico consiste en circunvalarla por su única carretera principal, la Ring Road, preocupa a los islandeses.
Pero el paso de Bieber por el país se reduce a una anécdota. Si alguien ha puesto a Islandia en el mapa es sin duda Björk. Sólo en 2003 vendió más de quince millones de copias de su álbum One Little Indian, hasta el MoMA de Nueva York le ha dedicado una exposición como paradigma de la modernidad. En el 2000, el primer ministro de Islandia, David Oddson, quiso regalarle una isla en recompensa. Björk no llegó a recibirla, debido a las protestas.
"La popularidad de Islandia se debe a su naturaleza bella y única: siempre ha sido bonito, pero antes la gente no lo sabía", opina la escritora Yrsa Sigurðardóttir, reina del nordic noir, otro fenómeno cultural. A su juicio, en la fama del país ha influido una "combinación de factores", desde las últimas erupciones volcánicas a las hazañas de la selección nacional de fútbol o la airada reacción de la ciudadanía ante la crisis bancaria. La ficción también ha puesto su granito de arena, por supuesto. No sólo Juego de Tronos sino también producciones autóctonas como Trapped, una serie que utiliza el aislamiento del pueblo pesquero de Seyoisfjörour, en los fiordos orientales, para ambientar la investigación de un crimen en plena tormenta de nieve. No obstante, Yrsa Sigurðardóttir añade un factor clave: "Las redes sociales, Instagram, Snapchat y Facebook, han atraído mucha atención a Islandia por lo pintoresco que es el paisaje".
Espectaculares cascadas que rompen contra superficies lunares, oscuras playas de lava, lagunas azul lechoso como la Blue Lagoon, arcoíris nocturnos y géiseres forman parte del catálogo de fenómenos naturales del lugar más exótico de Europa. "Ahora todo el mundo sabe dónde estamos, ya nadie me pregunta si los islandeses vivimos en iglús", bromea Sigurðardóttir.
Nada que ver con lo que se encontró el escritor y periodista británico Quentin Bates cuando en 1979 se tomó un año sabático para trabajar en Islandia. "No había Internet, ni faxes. Yo vivía en noroeste y era un lugar muy remoto, las comunicaciones se reducían a una llamada ocasional", recuerda. No mucha gente hablaba inglés por entonces, el danés solía ser la segunda lengua. Ahora, el islandés pierde terreno y los ciudadanos del país "se ponen nerviosos" cuando los camareros no les atienden en su idioma".
A cambio, obtienen suculentos beneficios. La industria del turismo creó uno de cada tres lugares de trabajo y generó más de 3000 millones de euros en 2016. La otra cara de la moneda es la rampante subida de los precios del alquiler, que llevó a plantear la necesidad de algún tipo de regulación a Airbnb.
La fama de la capital islandesa como lugar para salir de fiesta ha atraído a otro tipo de visitante, más urbano. Mientras Reikiavik se puebla de nuevos restaurantes, los islandeses se refugian en barrios periféricos. La subida de precios es general y no afecta sólo a la vivienda. "Tras la crisis financiera de 2008, la moneda cayó y de pronto Islandia se convirtió en un lugar asequible, eso atrajo a visitantes. Ahora estamos a niveles de precrisis, no es un lugar barato de ninguna forma", reflexiona Quentin Bates.
Una noche en un hostal de Vik puede superar en agosto los 280 euros por habitación doble y un café con leche cuesta entre 5 y 7 euros. Muchos islandeses están convencidos de que el vigor de la corona islandesa acabará por disuadir al turismo, clave en la recuperación económica. "Irá declinando de forma gradual", defiende Yrsa Sigurðardóttir. "Islandia ya no es asequible y otro lugar se pondrá de moda. Pero nadie espera llegar a los niveles de antes del 2000". Entretanto, los islandeses exprimen el momento y se lo toman con humor. Hay quien ya advierte que hablar de la "vikinguización" de su país (o gentrificación vikinga) es necesario.
Natalia Araguás
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