En una playa sudafricana, cercana a Ciudad del Cabo, se puede estar cara a cara con estas fieras del mar y ver sus enormes dientes a centímetros
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Sudáfrica no solo es sinónimo de parque nacionales, elefantes, leones y un millar de animales salvajes, es también el hogar de grandes bestias marinas. Entre el publico viajero, con inclinación a la aventura, hay una salida que causa sensación: navegar las frías aguas del Atlántico en busca de tiburones, una experiencia única ya que aquí se avista al gran tiburón blanco y el desafiante Copper. La actividad se realiza desde hace unos años y tiene al pueblo pesquero de Gansbaai cercano a Ciudad del Cabo, como centro neurálgico para el inicio de la expedición. El desafío es nadar con tiburones adentro de una jaula, sintiendo de cerca, a centímetros nada más, como muerde y ataca los barrotes.
La ruta N2 está desierta y de a ratos se hace presente una densa neblina. En la radio del auto una locutora en un cómico inglés me recuerda que estoy cerca de finalizar el día. El objetivo del viaje es dormir en Gansbaai, para así a la mañana siguiente realizar el buceo de tiburones en jaula.
Este pequeño pueblo pesquero se ubica en el municipio del distrito de Overberg, provincia occidental del Cabo, al suroeste de Sudáfrica y a 163 km de Ciudad del Cabo. Es considerada la capital mundial del tiburón blanco por su densa población. También se pueden realizar otro tipo de excursiones como el avistaje de la ballena austral.
En la madrugada arribo al pequeño pueblo. La noche me prohíbe ver el mar, pero mis oídos se ocupan de hacerlo. Tras un largo día, realizo el check-in en la casa de un sudafricano. Aquí es habitual dormir en la vivienda de un particular y no en un clásico hotel. Dejo la mochila en su lugar, intento descansar, tarea difícil sabiendo que mañana estaré cara a cara con la mandíbula más temible del planeta.
El despertador marca las 6 de la mañana. No me cuesta abrir los ojos, estoy ansioso por vivir la aventura. El sol se aleja de la tierra y un cielo azul lo espera sin nubes. El canto de las gaviotas y el olor a mar confirman la mística portuaria. A pocas cuadras se encuentra el centro de excursión. Alcanzo a abrir la puerta para entender la afición por esta especie marina. Paredes cubiertas con imágenes del tiburón en sus mejores versiones, réplica plástica en tamaño real y una cinta de video repitiendo las mejores tomas de este animal en acción.
Una amable mujer hace de anfitrión invitándome a desayunar. Entre jugos y frutas veo la gente llegar. En el ínterin, Letitia, toma el micrófono para presentar la historia de la casa. En eso nos enseña a Brian Mcfarlane, fundador y propietario, quien a su temprana edad visitaba las aguas en busca de Abulones (moluscos de mar), para luego convertirse en pescador comercial y seguir su carrera en busca de naufragios a lo largo de la costa sur de África. Tras lamentar la pesca del gran tiburón blanco, Brian, decidió virar su destino y encontrar un nuevo vínculo con el rey de los mares, así fue como terminó observándolo y fotografiándolo. Tras una breve explicación de las medidas de seguridad, salimos caminando hacia el embarcadero. Fuera del agua, nos vemos intimidados por las embarcaciones que están siendo reparadas dejando al descubierto sus duras y temerosas jaulas, sin embargo, no es tiempo para detenerse y reflexionar, la bestia espera en altamar.
Mientras el barco se desplaza aprovecho para hablar con el capitán. Con gran orgullo me explica que en esta zona de Sudáfrica la concentración de tiburones blancos es mayor que en otras debido a la unión de dos corrientes marinas, una fría procedente del Atlántico y otra cálida desde el Índico, transformando a estas aguas en ricos bancos de alimentos. Sumado a lo anterior, al frente de Gansbaai existe una isla donde habitan miles de focas -el plato favorito del tiburón-. No se olvida de destacar que este ser vivo puede alcanzar los 13 metros de longitud y un peso de 3,5 toneladas. A pesar de no estar en el agua, estoy congelado con la información del capitán.
Somos 6 personas mirando hacia adelante y a nuestra espalda quedó el barco. Al instante, un hombre arroja al agua aceite y restos de atún. La carnada está flotando, solo es cuestión de segundos. En silencio aguardamos la orden. De golpe, al grito de down down me sumerjo por completo.
Tras 30 minutos de navegación el barco se detiene. El ancla cae al mar. Dos hombres sueltan la jaula frente a un público enmudecido. El único movimiento lo hacen nuestros pies, dando pistas de algunos nervios que se viven a bordo. Con la jaula en el agua, el capitán nos obliga a colocarnos los trajes de neoprene de cuerpo completo ya que las aguas son sumamente frías. Es momento de bajar. El capitán me señala e indica que vaya primero.
Como un soldado, asiento al general y doy el primer paso al Atlántico. Mi pie izquierdo se hunde en el agua y el frío se transmite por mi cuerpo a la velocidad de luz. Está realmente fría, pero mi corazón arde de emoción. Las manos se aferran a los caños de acero en un contacto gélido. Con el cuerpo en el agua me posiciono dentro de la jaula. Por momentos me siento indefenso, dudo del espesor de las barras y me pregunto por qué lado se aparecerá. Somos 6 personas mirando hacia adelante y a nuestra espalda quedó el barco. Al instante, un hombre arroja al agua aceite y restos de atún. La carnada está flotando, solo es cuestión de segundos. En silencio aguardamos la orden. De golpe, al grito de down down me sumerjo por completo.
Veo perfectamente sus ojos, esa mirada lapidaria que tantas veces vi en la película Tiburón, ahora es finalmente mía. La jaula sufre una y otra vez las mordidas de la bestia. Sus aletas lo ayudan a dar rápidos movimientos. Unos pequeños peces lo siguen de cerca alimentándose de los restos de atún que desprende de su boca.
Con los ojos abiertos y la máscara de buceo apretada, aguardo a la bestia. Del fondo borroso aparece una gran masa gris encarando a la jaula. Mi primer encuentro me quita el aliento, no puedo gritar porque estoy bajo del agua, pero lo haría con toda mi fuerza. Veo perfectamente sus ojos, esa mirada lapidaria que tantas veces vi en la película Tiburón, ahora es finalmente mía. La jaula sufre una y otra vez las mordidas de la bestia. Sus aletas lo ayudan a dar rápidos movimientos. Unos pequeños peces lo siguen de cerca alimentándose de los restos de atún que desprende de su boca. Es alucinante verlo pasar a tan pocos metros, un animal tan letal junto a un ser totalmente vulnerable. De a ratos subo a la superficie para tomar una nueva bocanda de aire. Me niego a moverme, quiero estar todo el día frente a él. El frío hace rotar a mis compañeros devolviéndolos al barco, pero yo sigo ahí, inmóvil. No quiero abandonar la emoción, la naturaleza me regala un espectáculo.
Tras una hora de inmersión, el capitán nos indica que el tiempo se agotó y es momento volver al pueblo. Con mi última fuerza y después de 25 minutos salgo del agua. Mi felicidad es absoluta, no puedo creerlo. Tras quitarme el traje de agua y secarme al sol, agradezco el momento vivido. Mientras el barco se aleja de la zona de anclaje me quedo mirando el horizonte queriendo llevarme ese pedazo de espacio y tiempo.
Datos útiles
Como llegar. Vuelo hasta Cape Town, de allí alquilar un auto y viajar 2.30 horas hasta Gansbaai (163km). Rutas en perfecto estado.
Dónde dormir. Varias opciones de dueños directos que alquilan un cuarto o la casa
Mejor época. Mayo a septiembre, más tiburones, mayor visibilidad y temperatura más alta del agua
Agencia. Great White Shark Tours. Salidas: entre las 6 y 12 AM, depende las condiciones del mar
Duración. 3 horas. Contactan el día anterior para confirmar la salida
Llevar. Campera rompeviento, protector solar, anteojos de sol
@gavito.travelling
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