Cruzó América, de norte a sur, en moto. Se enamoró de la Patagonia, trabajó en un lanchón que llevaba mercadería a las estancias, hasta que tuvo la visión que cambiaría su vida y la de muchos: crear un centro de esquí
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Hace 60 años, la mayoría de los habitantes de Villa La Angostura eran madereros. Hoy, un gran porcentaje se dedica al turismo boutique. Mucho tuvo que ver un sujeto flaco, alto, rubio y de evidente acento extranjero. En el pueblo neuquino lo conocen como “El Francés”, aunque verdaderamente es belga.
En los años ‘60 no había una ruta de asfalto que uniese aquella aldea con Bariloche: apenas un camino de tierra (más bien de polvo y piedra) se abría paso entre lagos y montañas. Una vez a la semana, un camión salía desde Bariloche hacia “la Villa” con el acoplado lleno de provisiones. Los pobladores de Villa La Angostura lo “devolvían” lleno de leña, generando así una ganancia para ellos y un ingreso para el chofer. Uno de estos vendedores de madera era Jean Pierre Raemdonck.
Decir “Raemdonck” en Villa La Angostura es equivalente a gritar “Gardel” en Buenos Aires. Los vecinos lo tratan como a una celebridad: al verlo por la calle lo saludan y le agradecen. “¡No puedo caminar tranquilo!”, bromea para LA NACION. Jean Pierre (84) fue la persona que hizo cambiar aquella ciudad para siempre. Y todavía reside allí.
Fundó el centro de esquí Cerro Bayo en 1978. Eso marcaría un antes y después en la vida de la villa. Lentamente, los madereros fueron adaptándose a vivir en un centro invernal: a medida que aumentaba el número de esquiadores, ellos abrían restaurantes, hoteles y estacionamientos. Todos crecieron de la mano del Bayo. Hoy, luego de haber transformado la montaña en “la gallina de los huevos de oro” que da de comer a toda la ciudad, escribe sus memorias en un blog. Allí recorre su vida con una detallada prosa. Y trata todos los temas, entre ellos el más doloroso: ¿por qué se sintió “presionado” para vender el centro de esquí?
¿Quién es Jean Pierre? Su camino hacia Villa La Angostura
Raemdonck nació en Bélgica en mayo de 1938, en el pueblo costero de Duinbergen. A los pocos años, cuando todavía era un niño, comenzó la segunda Guerra Mundial. Para protegerlo, su padre lo mandó a vivir a la granja de una familia amiga en la parte flamenca del país. Allí permaneció seis años, criándose entre animales y aprendiendo tareas de campo.
En 1945, unas semanas antes del día de la liberación, volvió a Bruselas con su familia, donde vivió hasta los 20 años, cuando terminó su servicio militar. En el ejército cumplió el rol de chofer privado de uno de sus superiores. “En el bar escuchaba las peripecias de la comisión belga en la Antártida y durante las misiones fuera del cuartel mi capitán elegía buenos hoteles y buenas comidas”, dice en un fragmento de su blog. En ese momento comenzó a soñar con largarse a recorrer el mundo y vivir sus propias aventuras.
En 1958 se recibió de “perito automotor” e hizo su primera experiencia, como pasante, en un famoso estudio de abogados. La devolución de su jefe fue contundente: “Me aclaró que esta profesión no era para mí”. Pero Jean Pierre insistió y consiguió trabajo en un estacionamiento, como “perito de daños causados en el garage”. Tampoco tuvo suerte: “Desgraciadamente para mí, durante mis guardias no hubo ningún accidente”, se lamenta. Y remata: “El destino me confirmaba que este oficio no era para mí”.
Por ese entonces, Charles Decorte, un amigo “de toda la vida”, se encontraba en la misma situación: aburrido de una vida monótona, sin hallarse. “Nos reuníamos para proyectar un porvenir más apasionante”, confiesa Raemdonck. Entonces se propusieron viajar juntos por América Latina. Y, por qué no, en una motocicleta. Jean Pierre tenía 22 años y sabía de motos: había aprendido a manejarlas cuando era adolescente, incluso compitió en carreras en Bélgica, Francia e Inglaterra.
Partieron en octubre de 1960 hacia Estados Unidos en un buque de transporte. “Iba lleno de carbón”, cuenta Raemdonck. Salieron con dos bolsos de ropa y poco más. Apenas desembarcaron en Nueva York, compraron una moto B.S.A de 350 cm3 de cilindrada y la pusieron en condiciones. Cruzaron el continente americano, de norte a sur, llegando a la Argentina en 8 meses. Su aventura llegó a la tapa de la revista belga Le Sports Moteur.
El regreso a la Patagonia
Después de semejante travesía, Jean Pierre volvió a Bélgica. Pero no pasó una noche sin soñar con su regreso a la Patagonia. Permaneció seis años en Bruselas hasta que se despidió de sus padres y decidió forjar su destino en Argentina.
Se radicó en Villa La Angostura. Sus nuevos vecinos pronto lo bautizaron “El francés”. Consiguió trabajo en un lanchón de carga que llevaba provisiones a las estancias más alejadas del pueblo. Los sueldos que ganó -más los ahorros con los que había viajado- le sirvieron para adquirir un terreno sobre la costa del lago Nahuel Huapi por el que pagó 2500 dólares. “Encontrar eso a los 20 años es como descubrir un tesoro”, le dice a LA NACION.
En La Angostura volvió a practicar motociclismo. Con la ayuda de la municipalidad organizó la primera carrera de motocross de la región. Estableció un recorrido internacional: desde Villa La Angostura hacia Osorno, Chile. En la línea de llegada, el ganador sería recibido con toda la pompa por el gobernador local. Como era previsible, Jean Pierre salió primero. Pero arribó a la meta demasiado rápido, con una enorme diferencia sobre sus escoltas. Su performance sorprendió a todos, incluso al gobernador de Osorno, que no llegó a recibirlo porque seguía en su casa, afeitándose.
A medida que crecía su popularidad entre los vecinos, recibió la propuesta de postularse para concejal. “Acepté ir como suplente de una vecina, Silvia Capraro, sin saber en lo que me metía. Porque después de la primera reunión, ella renunció y tuve que asumir yo”, cuenta Raemdonck a LA NACION. En las asambleas trataban los temas que realmente preocupaban a los pobladores: “Debatíamos sobre la multiplicación de los perros vagabundos, sobre las deudas municipales, el ancho de las veredas... cosas así”, rememora.
La fundación de Cerro Bayo
En 1975, junto a otros habitantes, Jean Pierre inauguró una pequeña pista de esquí en el centro de la ciudad, a metros del Automóvil Club Argentino. “Pero Villa La Angostura se prestaba para un proyecto más grande”, argumenta. Entonces, una tarde de invierno, él y sus amigos salieron a caminar por el bosque en busca de laderas donde construir un centro de deportes invernales. La iniciativa estuvo a punto de fracasar porque ese año no cayó nieve...
Pero Jean Pierre insistió. Quería llegar a un lugar alto que ofreciera la mejor vista panorámica del Nahuel Huapi. Fantaseaba que las pistas del centro de esquí comenzarían allí. Volvió a reunir a los vecinos y partieron otra vez en excursión. Fue entonces cuando, desde una pequeña cumbre, vio la postal que había soñado y una ladera blanca que se abría a sus pies. Era el Cerro Bayo. Jean Pierre no tuvo dudas: “Hagámoslo aquí”, dijo.
Apenas definieron dónde establecerían el centro de esquí tropezaron con el primer problema: las tierras del cerro Bayo eran privadas, pertenecían a un señor llamado Ricardo Gerosa. La solución de Raemdonck fue crear, junto a 29 amigos, la Asociación Cerro Bayo. Cada asociado aportaría 1000 dólares como cuota de ingreso, así tendrían, en total, 30 mil dólares para negociar por los terrenos. Pero Gerosa no quería vender.
Comenzó un ida y vuelta que terminó con un final insólito: Gerosa cedió la tierra gratis. “No recuerdo todos los otros argumentos que usé en ese momento. Seguramente que el cielo me ayudó porque, a fin de cuenta, Don Ricardo entendió la importancia que iba a tener un centro de esquí para nuestra zona y llamó para dictar un boleto de compra venta por las sesenta hectáreas”, recuerda Jean Pierre.
Inmediatamente comenzó la construcción, era 1976. Primero abrieron un camino de ingreso, para lo que resultó fundamental la ayuda de los hacheros mapuches. “En aquella época los hachadores no faltaban. Muchos habitantes vivían gracias a sus hachas con mango largo, afilados como hojas de afeitar y gracias a sus físicos atléticos”, escribió en su diario. Reucan, un descendiente mapuche que conocía la zona como la palma de su mano, coordinó el trabajo. A continuación se levantó el refugio base. Y, después, las instalaciones deportivas. Las obras tardaron dos años.
1978: la primera temporada de esquí
Con mucho entusiasmo, Jean Pierre Raemdonck revive ese invierno “de estreno” para Cerro Bayo.
-¿Cómo encararon el diseño de las pistas y de los medios de elevación, Jean Pierre?
-Una compañía suiza trabajó en la construcción de aerosillas. Obviamente se fueron agregando de a poco, año tras año. El diseño del centro fue fácil: los esquiadores iban recomendando por dónde ir, encontraban los caminos por la orientación de la nieve. La primera pista que construimos es la que hoy corre debajo de la aerosilla principal. Esa fue -y aun es- la columna vertebral del centro de esquí.
-¿Cuántos turistas recibieron en 1978, en aquella primera temporada?
-Unas 50 personas al mes. Es que el camino de ingreso no estaba completamente terminado. Pero después el número fue aumentando: al año siguiente llegaron 200 personas por mes.
-¿Notaba que, como efecto de la apertura del centro de esquí, los emprendedores del lugar viraban sus prioridades hacia el sector turístico?
-Más o menos. Todavía no era algo masivo. Había que arreglárselas los otros diez meses del año, entonces mucha gente aún cortaba leña. Todavía vivíamos una vida rural, nada que ver con lo que sucede hoy. El concejo municipal era apenas una comisión de fomento: había un intendente, una secretaria y tres empleados municipales.
“Cerro Bayo era una gallina de huevos de oro”
Cerro Bayo creció de forma sostenida en las décadas siguientes. El número de esquiadores aumentó hasta en los períodos de crisis económica: “En la temporada 2002 llegó un montón de gente, ¡no podíamos cerrar la boletería!”, recuerda Jean Pierre.
Para 2006, describe Raemdonck, “el Cerro Bayo se había convertido en una gallina de huevos de oro”. Sólo quedaban 80 metros de montaña vírgenes. El resto estaba ocupado por las pistas de esquí, bares y telesillas. Había dinero, voluntad también. Sin embargo, ocurrió algo imprevisto: Jean Pierre y sus socios se vieron obligados a vender.
-¿Porqué vendieron Cerro Bayo después de 30 años de esfuerzo, cuando comenzaba a dar ganancias?
-En ese momento, emprendedores asociados a la provincia quisieron abrir un centro de esquí en una montaña muy cercana al Bayo, pero sabían que nunca iban a poder competir con nosotros. Entonces, empezaron las trabas. La provincia nos enviaba inspectores que, en vez de darnos permisos que duraran por un tiempo razonable, nos daban permisos que vencían cada fin de año. Cada vez complicaban más las cosas.
-Se desprende de su relato, de lo que escribió en su diario, que los querían desgastar económicamente.
-Sí, fue así. De pronto nos obligaron a repetir todas las pruebas de seguridad cada seis meses. Eso costaba mucho dinero.
En 2006, desgastados, Jean Pierre y sus socios decidieron vender Cerro Bayo. Pero tampoco resultó sencillo: la base se encontraba sobre una parcela que tenía títulos de propiedad a nombre de las hijas de Ricardo Gerosa, quienes al principio se opusieron a la venta. Cuando finalmente lograron convencerlas, comenzó la búsqueda de un comprador. La danza de candidatos fue larga.
“Algunos parecían más interesados por el capital inmobiliario que por la parte comercial. Un primer interesado estaba de acuerdo de comprar las tierras con la condición que retiráramos las instalaciones, lo que era impensable. ¿Cómo íbamos a destruir una realización de 30 años tan necesaria para la comunidad?”, dice Jean Pierre. Ellos vendían una empresa sana, con ganancias, una contabilidad bien ordenada y buenas instalaciones, pero nadie aceptaba pagar lo que pedían. “Al final aceptamos una oferta menor e indemnizamos a todo el personal, para que los nuevos pudiesen incorporar de cero, como quisiesen”, insiste.
La vida después del Bayo
Pasar de página fue difícil, tanto para Raemdonck como para el resto de los socios de la Asociación Cerro Bayo. No obstante, lograron reinventarse: “Apenas vendimos el cerro, abrimos un centro de canchas de tenis. Hoy están completamente techadas, por lo que pueden estar abiertas durante todo el año”, dice a LA NACION.
A sus 84 años, Jean Pierre sigue activo, trabajando. Además de administrar el complejo de tenis, ayuda a pintar los techos de la parroquia local y conduce un aserradero. El tiempo libre lo dedica a la familia.
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