Juan Gregorio Valenzuela intentó detener a los líderes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros que intentaban una fuga masiva de la prisión de máxima seguridad
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El 15 de agosto de 1972, hace exactamente 52 años, murió acribillado Juan Gregorio Valenzuela. Se preparaba para regresar a su casa tras una jornada de trabajo de 12 horas. Todavía estaba de guardia en el puesto de control, “la única salida” de la Unidad Penal 6 de Rawson, cuando detectó un movimiento extraño. Un grupo de personas se acercaba a su posición caminando por el cuerpo central del edificio. Si bien estaban uniformados, no lograba identificarlos. En un acto reflejo, gritó: “¡Alto!¡¿Quién vive?!”. Sin respuesta ni tiempo para tomar su arma, Valenzuela recibió 13 disparos en el cuerpo. Una ráfaga de ametralladora. No murió en el instante: mientras agonizaba, tendido en el suelo, una mujer lo remató con un tiro en la cabeza.
“Tenía 10 años cuando mataron a mi papá. Y aunque pasaron más de 50, aún sigo golpeando puertas reclamando justicia para mi padre. Sé que algún día lo voy a lograr”, dice Mirtha Valenzuela (61), hija de Juan Gregorio, con la voz entrecortada por la emoción antes de comenzar relatar su historia.
-Imagino que para usted estas fechas no son fáciles de transitar.
-Se recuerda como “la fuga del penal de Rawson”, pero para mí se cumple un nuevo aniversario de la muerte de mi papá. Yo tengo mucha bronca, estoy muy dolida, porque la historia de la masacre de Trelew comienza en la Unidad 6, cuando asesinaron a mi papá, Gregorio Valenzuela.
“Era un correntino de ley, nunca se iba a entregar”
Juan Gregorio Valenzuela nació el 17 de noviembre de 1933 en Monte Caseros, Corrientes. Allí conoció a su esposa, Ramona Felisa Gómez. Y allí también nacieron los dos primeros hijos de matrimonio, Juan Carlos y Enrique. Luego se formó como agente penitenciario en la Unidad 8 de Misiones.
-¿Cómo llegó su padre a Rawson?
-Desde Misiones lo enviaron “de pase” a la cárcel de Devoto, en la ciudad de Buenos Aires. No recuerdo qué edad tenía, pero era jovencito. Después, en 1962, lo envían a Chubut. En principio viajó solo, mi mamá se quedó en las casas de la cárcel de Devoto hasta que mi papá encontrara vivienda en Rawson. Mi mamá me contó que llegaron a la Patagonia un 20 junio, el Día de la Bandera. Ese día hacía mucho frío, y para ese entonces, ya ella estaba embarazada de nosotras (Mirtha tiene una hermana melliza, Mónica, que falleció durante la pandemia del coronavirus).
-¿Sabe por qué enviaron a su padre a Rawson?
-Hablando mal y pronto, lo enviaron porque acá estaban todos esos terroristas, delincuentes, y necesitaban gente. En ese tiempo, en la unidad también había mujeres. Eran todos jóvenes, zurdos e inteligentes... La Unidad 6 era una cárcel de máxima seguridad, era imposible que alguien escape de allí sin la ayuda de alguien de adentro.
-¿Cómo era la vida de la familia en Rawson?
-Mi padre trabajaba en el Servicio Penitenciario. Mi mamá, al principio, trabajó de empleada doméstica y en una fábrica de pescado. Pero éramos muchos hijos y se le complicaba dejarnos, así que con el tiempo se quedó en la casa.
El día de la fuga
Aunque a Mirtha solo le quedan vagos recuerdos de su padre, no olvida el último día que lo vio con vida. “Lo más presente que tengo es cómo se arreglaba el uniforme para ir a trabajar a la Unidad”, dice. Quizá por eso fue que decidió seguir sus pasos e hizo carrera en el Servicio Penitenciario. Trabajó, durante décadas, en el mismo penal donde fue asesinado su padre.
-¿Qué recuerda del 15 de agosto de 1972?
-Aunque era chica, tenía solo 10 años, recuerdo bien todo el lio que se armó porque nosotros vivíamos a dos cuadras de la Unidad 6. Ese día mi padre tenía que regresar del trabajo a casa a las siete de la tarde, pero no llegaba... Mi mamá comenzó a inquietarse. Decía que algo había pasado, que era raro que él no regresara. Y tenía razón porque nunca volvió.
-¿Cómo se enteraron de lo que había sucedido?
-Mi mamá fue hasta la esquina, a la casa de una vecina, y volvió diciendo que algo había pasado en la Unidad porque vio pasar a los penitenciarios poniéndose la ropa en la calle... Claro, había sonado la alarma y todos iban a ver qué había sucedido. Los comentarios eran que habían escapado presos. Más tarde, tocó la puerta de nuestra casa un enfermero del hospital y le dijo a mi mamá que mi papá había fallecido y que debía ir a reconocer el cuerpo. En ese momento, mi mamá se cayó desmayada. La reanimaron y la llevaron al hospital para que viera a mi papá.
-¿Pudo reconstruir lo que había pasado?
-Acá hubo un entregador. En un documental que hicieron por Telefé, Gorriarán Merlo contó que cuando estaban detenidos, en la Unidad 6, planificaron la fuga. Les llevó seis meses averiguar la vida de todos los penitenciarios hasta que llegaron a Carmelo Facio (también agente penitenciario). Era un jugador que vivía endeudado. A Facio los guerrilleros le ofrecieron una gran suma de dinero: la mitad se la dieron antes de que se produjera la fuga y la otra después de salir del penal. Facio aceptó y su mujer, que también era empleada del Servicio Penitenciario, se sumó. El 15 de agosto, el día que estaba planificada la fuga, la mujer de Facio se descompuso y se retiró antes del trabajo.
-¿Cuál fue el rol de Facio en la fuga?
-Facio estaba encargado de la llave principal y actuó como un supuesto rehén. Él iba adelante diciendo “¡Entréguense que la Unidad está tomada!”. Entonces, los agentes no hicieron nada y se entregaron. A la par, les ordenaban que sacaran la ropa y los prisioneros se pusieron los uniformes de los agentes. Lo primero que tomaron fue la Sala de Armas, que estaba arriba, y se armaron.
-Y su padre, Juan Gregorio, ¿dónde estaba?
-Mi padre estaba en la salida del Penal, en el puesto de Control, junto con dos compañeros. En el momento de la fuga era justo el cambio de guardia. Él se estaba por ir cuando ve que a unos metros se aproximaba un grupo de personas vestidas con la ropa del servicio, pero que no eran agentes. Desconfió de los que venían caminando, supo que no eran sus compañeros. Les gritó: “¡Alto! ¿Quién vive?”. Pero no se detuvieron ni le contestaron. Mi padre atinó a llevar la mano a la cintura para tomar su arma, pero no la llevaba encima: la había dejado debajo de la mesa de trabajo. Fue a buscarla y al regresar recibió una ráfaga de ametralladora. Mi papá, como buen correntino y leal a sus convicciones, no iba a entregar su trabajo. Y yo siempre pienso: ‘Maldita sea esa decisión papá, hubieras dejado que se fueran todos a la mierda’. Era él solo contra diez o quince tipos todos armados. No llegó ni a disparar.
-¿Qué sucedió con el compañero de su padre?
-Justino Galarraga recibió unos disparos y cayó al suelo, boca abajo. Una de las mujeres le pegó una patada en las costillas, pero él no se movió, aguantó la respiración. Entonces la mujer dijo: ‘Vámonos que este está muerto’. Pero estaba vivo y gracias a él pudimos conocer la historia. Galarraga estuvo seis meses internado acá, en Chubut, y después lo trasladaron al Churruca, en Buenos Aires. De grande fui personalmente a verlo a Misiones, donde estaba viviendo, para que me contara todo lo que había sucedido ese día. Quería escucharlo de su boca. El otro señor, Montenegro, que ya falleció, en ese momento se escondió en un lugar y también se salvó, pero no supe más nada de él.
-¿Y su padre, Mirtha?
-Después que mi padre recibió los 13 disparos, quedó tendido en piso, muy herido. Dicen que fue la mujer de Santucho, Ana María Villarreal, quien se le acercó y le disparó el último tiro de gracia en la cabeza y le levantó la tapa de los sesos. A mi papá lo velaron con una venda en la cabeza porque no se podía reconstruir, para que no se vea nada. Falleció en el acto, no llegó con vida al hospital. Lo acribillaron porque no pudo defenderse. Yo creo que, además de Facio, hubo más cómplices, estaban todos prendidos... Compañeros de mi padre me dijeron que hubo movimientos extraños antes de ese día.
La fuga del penal de Rawson fue la antesala de lo que luego se conoció como la “Masacre de Trelew”, que ocurrió una semana después, el 22 de agosto de 1972 en la Base Naval Almirante Zar de la ciudad de Trelew, durante el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse.
El 15 de agosto de 1972 un grupo de guerrilleros pertenecientes al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros que estaban detenidos en la Unidad 6 de Rawson llevaron adelante una fuga masiva. Aunque el plan original, ideado por el “Comité de Fuga”, consistía en lograr que más de 100 prisioneros se escaparan, solo pudieron salir 25. Cuando lo lograron, fueron al aeropuerto de Trelew, ubicado a 20 kilómetros de la cárcel. Pero solo seis fugitivos llegaron: ¿casualmente? los de más alto nivel de las estructuras guerrilleras, que lograron abordar un avión de la aerolínea Austral rumbo a Chile. Ellos eran: Mario Roberto Santucho, Marcos Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna. Buscaron asilo en el gobierno de Salvador Allende, y luego viajaron a Cuba.
Mientras tanto, los otros diecinueve se refugiaron en el aeropuerto hasta que finalmente acordaron rendirse y fueron trasladados a un centro de detención naval. Siete días después, 16 fueron ejecutados clandestinamente y tres sobrevivieron. El hecho es conocido como “la Masacre de Trelew”.
“La mujer de Santucho, la que mató a mi papá, fue una de las que murió en la masacre... y a ella le pusieron una placa en la plaza de Rawson”, agrega Mirtha.
En octubre de 2012, el Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia resolvió declarar a los crímenes cometidos en Trelew de “lesa humanidad” y condenó a prisión perpetua a los marinos Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas. En el 2014 la Cámara Nacional de Casación Penal ratificó las condenas.
“‘Alguien tiene que morir’, le dijo Hebe de Bonafini a mi sobrina”
-¿Cómo sobrellevó su madre la muerte de su marido?
-Mi mamá quedó viuda con 33 años... La muerte de mi padre la destruyó. Ella no quería reclamar nada porque decía que eso no le iba a devolver el marido y nosotros, sus hijos éramos chicos. Jamás rehízo su vida, se deprimió y se murió joven, a los 62 años.
Mirtha explica que según la reglamentación que rige a las Fuerzas de Seguridad cuando se produce la muerte en servicio -o el agente resulta gravemente herido- deben ascenderlo, aunque sea post mortem, al último grado superior, en este caso a Ayudante Mayor. “A Justino lo ascendieron automáticamente, pero a mi padre no... Mi mamá nunca reclamó, aunque le correspondía. Al morir, mi padre tenía el grado de ayudante de quinta, que era el más bajo porque hacía 10 años que estaba en la repartición.”, dice.
-Mirtha, ¿hubo justicia en el caso de tu padre?
-No. Primero porque mi madre nunca reclamó nada. Pero cuando yo tomé conciencia de todo lo que había pasado y empecé a golpear puertas, logré que lo ascendieran hasta ayudante de segunda. Pero eso fue todo lo que pude hacer. En este país, cuando no se entiende mucho y no tenés alguien que te ayude, es difícil. Y después vinieron esos gobiernos de mierda...
-¿A qué se refiere?
-Fui a ver una abogada reconocida que me dijo que no se podía hacer nada porque estaba Cristina [Kirchner]. El crimen de mi padre no fue declarado delito de lesa humanidad, pero sí es delito de lesa humanidad que las Fuerzas Armadas hayan matado a estos sinvergüenzas. Mi papá era ‘milico’, como dicen ellos, pero estaba trabajando, cumpliendo con su laburo. También, hace tiempo, le escribí a “Víctimas del Terrorismo”, la organización de la vicepresidenta Victoria Villarruel (NdEd: “Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas” CELTYV), porque escuché en un programa al Tata Yofre decir que la hija Santucho había recibido un dinero porque su papá había sido político y zurdo. Y lo primero que pensé fue “¿Y mi mamá? ¿Mi familia? Mi papá había ido a trabajar”... Pero me dijeron que durante el gobierno kirchnerista no se iba a caminar. Por eso cuando ganó Milei y Villarruel me puse contenta porque tal vez ahora reconozcan la muerte de mi padre. Que se haga justicia.
-¿Qué le provoca ver que algunos de los que huyeron ese día están en libertad e incluso han tenido cargos en el gobierno?
-Firmenich y Vaca Narvaja, el consuegro de Cristina, que su hijo que está de embajador en no sé dónde... y también Perdía... todos con una impunidad... Yo hace mucho tiempo que voy a terapia y no puedo dejar porque tengo dolor, bronca e impotencia por lo que le hicieron a mi padre. Ellos hablan como mártires de los muertos de la base naval y, ¿mi papá? Encima tuve que bancarme que vinieran a la Unidad a hacer actos por la Masacre de Trelew y nadie recuerda a Valenzuela. Esos jóvenes de la Cámpora que venían a la Unidad 6 y hablaban como si supieran lo que había pasado... Tengo mucha impotencia porque siempre se cuenta una sola campana.
-¿Alguna vez habló con los que participaron de la fuga?
-No, para qué. Una vez vino Hebe de Bonafini a dar una charla en un cine de acá y mi sobrina fue a verla sin decir quién era para escucharla. Después de que la señora largara todo ese veneno que tenía, dijo al pasar que durante la fuga había muerto un guardia cárcel de apellido Valenzuela... En ese momento mi sobrina levantó la mano y le dijo que ella era la sobrina de ese señor y que la familia aún esperaba justicia. ¿Qué le respondió Hebe de Bonafini? ‘Alguien tenía que morir’, eso le dijo la caradura.
Todos los años, en la Unidad 6 hacen un acto para recordar a Valenzuela. “Es el único lugar donde lo recuerdan, en un pequeño monumento que hay en el penal. Ahí ponemos ofrendas y decimos unas palabras en su honor. Este año ya me llegó la invitación y, como siempre, voy a ir”.
-Lleva más de 50 años reclamado Justicia. ¿Qué queda hacía adelante?
-A mí lo único que me queda es la esperanza de que ahora, Patricia Bullrich o Victoria Villarruel me den una audiencia y se pueda reivindicar la memoria de mi padre.
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