La campaña del ELMA Formosa, en la voz de uno de sus tripulantes
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El 1 de mayo de 1982, el buque ELMA Formosa fue víctima de un brutal ataque perpetuado por tres aviones caza que, por uno o varios milagros, no fue exitoso. De hecho, pudo haber contribuido a mejorar la tecnología de las fuerzas argentinas, como describirá uno de sus extripulantes más adelante.
El Formosa tenía de 159 metros de eslora y 20 mil toneladas de peso. Contaba con una tripulación de 41 marinos civiles que navegaban bajo las órdenes del Capitán de Ultramar Juan Cristóbal Gregorio.
Es importante aclarar que su trabajo no era la guerra. En rigor, formaba parte de la empresa ELMA, la unión entre la Flota Mercante del Estado y la Flota Argentina de Navegación de Ultramar. Era un barco mercante y como único armamento su tripulación contaba con una pistola de emergencia que era propiedad de la compañía.
Para cuando comenzó el Conflicto del Atlántico Sur, se encontraba navegando rumbo al puerto de Buenos Aires, regresando de uno de sus habituales viajes al norte de Europa. Fue enviado a Malvinas el 13 de abril de 1982.
Juan Carlos Nusshold (65) llevaba tres años en el Formosa, era el segundo oficial a bordo. Recuerda que antes de fijar rumbo a Puerto Argentino, el buque descargó mercadería en el puerto de Campana y continuó camino hacia Buenos Aires.
“Fue entonces cuando el primer oficial comentó que íbamos a cargar personal del Ejército y pertrechos: combustibles para avión, camiones, jeeps, ambulancias, explosivos, municiones... también llevamos una pista extensible de aluminio, uniformes de abrigo, cocinas de campaña y 45 contenedores con víveres. De pronto, la fisonomía del barco empezó a ser totalmente distinta”, dice Nusshold.
-Juan Carlos, ¿qué tipo de tareas realizaba usted en el buque?
-Era oficial del área en cubierta: atendía tanto la navegación como la parte de carga y estiba. Además cumplía otras funciones que tienen que ver con seguridad, salvamento y administración de personal.
-¿Cuántos días pasaba navegando al año, aproximadamente?
-Hacía aproximadamente 3 o 4 viajes anuales de 75 días de duración cada uno.
-¿Qué recuerda del viaje a Malvinas?
-Partimos el 13 de abril con destino a Puerto Deseado. Próximo a llegar allí, el capitán recibió la orden de dirigirse más al sur, a Punta Quilla, en la desembocadura del río Santa Cruz. Finalmente, el 18 de abril, con un representante de la Armada a bordo, zarpamos rumbo a Malvinas. En ese momento existía la zona de exclusión. El buque hizo su navegación, entró por el sur de las islas y el 20 de abril fondeamos en la rada exterior de Puerto Argentino. Y durante el resto del mes de abril nos dedicamos a llevar mercadería al puerto. Se la pasábamos a barcos más chicos que la llevaban hasta el muelle.
-Ustedes eran marinos mercantes, pero estaban en una zona de guerra. ¿Le costó a la tripulación acostumbrarse a este nuevo escenario?
-La entrada al escenario bélico progresiva. Empezó en Buenos Aires, con el movimiento de pertrechos no habituales para la carga normal. Siguió al día siguiente con la presencia de personal militar. Una de las experiencias más extremas se dio en Puerto Argentino, la noche anterior al 1 de mayo, cuando dos buzos tácticos de la Armada tiraron granadas de explosivos plásticos cerca de la popa del barco. Nos dijeron que estaban ensayando para el supuesto caso de que buzos ingleses intentasen abordar nuestro buque... Respecto al comportamiento de la tripulación, fue excelente. Todos se adaptaron perfectamente a la situación. No hubo pánico, no hubo miedo. Ni siquiera el 1° de mayo, día del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina, cuando fuimos atacados por los aviones caza.
-¿Qué sucedió el 1° de mayo con el ELMA Formosa?
-Habíamos amarrado al muelle para descargar la maquinaria más pesada. El buque termina la descarga el 1° de mayo, más o menos a las 2 de la mañana, y tiene que salir a fondear porque estaba completamente vacío. Y por una situación de seguridad de navegación, necesitaba “lastrar” (sumar peso a la embarcación cargando agua). Por eso se vuelve a trasladar a la rada de Puerto Argentino. Durante la maniobra de fondeo yo estaba en proa y escucho el vuelo de un avión lejano... Fue el primer ataque de bombarderos Vulcan británicos sobre la pista aérea de Puerto Argentino. Eso nos fue metiendo en clima. Una vez que el buque termina de hacer la operación de lastrado, emprende la navegación. Durante un tiempo, nos pusieron “custodia”: nos sobrevoló un avión Pucará mientras emprendimos la navegación por el sur de las islas, de regreso al continente. Había sido un día muy largo, estábamos todos bastante cansados, pero no dormidos. Yo recuerdo que finalizada mi guardia, a las 4 de la tarde, fui a mi camarote. Me recosté vestido, sin intención de dormir, cuando siento el sonido de un avión... pero esta vez muy cercano. Me incorporo, me asomo por el ojo de buey que daba a proa y veo venir un avión volando a gran velocidad, a unos 30 metros sobre el mar.
-Habrá imaginado que los atacaban los británicos, lógicamente.
-Sí, pero pasó tan rápido que no llegué a divisar qué tipo de avión era, ni qué bandera o escudo tenía. Lo que sí vi, mientras volaba el avión, fue algo que dejó caer, que venía directo hacia el buque... Esa fue la última visión que tengo, porque automáticamente me separo del ojo de buey, me calzo, me pongo un chaleco salvavidas y me voy a cubierta. Al parecer, el piloto no quedó conforme con el ataque y volvió a acercarse, esta vez, para dispararnos con su cañón.
-¿Qué pasó con ese artefacto que usted dijo haber visto caer desde el avión?
-Cuando se produce el ataque, el capitán ordena parar las máquinas. Luego, cuando ya no aparecían más aviones, ordena retomar la marcha. El buque continúa su navegación, en forma sigilosa, con luces apagadas. A la mañana siguiente, el contramaestre sale a hacer su recorrida habitual por la cubierta y cuando pasa por la banda de estribor, a la altura de la escotilla de la bodega, descubre un agujero en la escotilla y ve un trapo colgando. No lo sabía aún, pero el trapo era el paracaídas de orientación de una bomba. Ahí le comenta al capitán “debe haber algo adentro de la bodega”. Y recién ahí nos dimos cuenta de que nos había impactado una bomba. El primer oficial baja a la bodega y la ve: estaba intacta, no había explotado. Entonces avisan a la Armada y reciben instrucciones para asegurarla, para evitar que se moviera. Luego nos dan la orden de navegar a la bahía de San Sebastián, en Tierra del Fuego, donde iba a concurrir un técnico de la Fuerza Aérea para revisarla y ver en qué estado se encontraba.
-¿Qué tipo de bomba era?
-No tenía idea. Cuando la revisa el personal de la Fuerza Aérea, descubren que tenía una inscripción que decía “Comando en Jefe de la FAA” (Fuerza Aérea Argentina)... ¡Recién ahí nos enteramos de que nos había atacado un avión argentino! Habíamos recibido fuego amigo. Afortunadamente, en la madrugada del 3 de mayo el técnico nos dijo que no había ninguna posibilidad de que la bomba explotase porque tenía el mecanismo de ignición totalmente destruido. De todas formas, nos ordenaron regresar a Buenos Aires.
-¿Supo quién fue el piloto que, accidentalmente, los atacó?
-Sí, claro. Fue Pablo Carballo en un A-4B Skyhawk (Carballo, que hoy tiene 76 años, es uno de los 4 pilotos que hundieron al destructor HMS Coventry el 25 de mayo de 1982). Según le escuché decir después al capitán Carballo, fue la única vez en la guerra que tuvo tiempo para pensar y utilizar el cañón. Hizo 85 disparos. El buque se salvó, increíblemente. Las bombas no explotaron, las balas agujerearon la chapa, pero milagrosamente sin ningún herido.
-¿Guardó, o guarda, algún tipo de rencor hacia él?
-Para nada. Yo lo entendí perfectamente. Estaba en el llamado ‘trance de combate’ que tienen los pilotos cuando se concentran en el objetivo. El famoso encandilamiento del objetivo. Así que yo lo entendí perfectamente. Y obviamente él se sintió muy mal cuando llegó a San Julián y le contaron lo que había pasado. Un poco recobró el ánimo cuando le dijeron que no había habido heridos, que había sido solo temas materiales y nada más.
-¿Qué reflexión hace de la campaña del Formosa y del inesperado ataque de fuego amigo?
-Quiero destacar al Formosa y su actuación. El buque tuvo la fortuna de tener un capitán excelente que tenía un alto grado de profesionalismo, con un interés supremo por el cuidado de su gente y de su barco. El capitán Gregorio había participado en la construcción del barco. Era como su hijo. La misión principal que tenía Gregorio era cumplir con la tarea encomendada de llevar los pertrechos a Malvinas. Y una vez cumplida esa misión, la nueva tarea sería devolver a su tripulación a sus familias, y devolver a su barco. Cumplió ambas con creces. La tripulación se comportó como si hubiera tenido años de adiestramiento y años de enfrentar situaciones de conflicto. Y después, un poco, el tema del destino. Al mismo tiempo, el ataque tuvo un lado positivo.
-¿Qué fue lo positivo de haber recibido “fuego amigo”?
-Lo positivo es que sirvió para corregir los mecanismos de ignición y las espoletas de las bombas. Los aviones volaban bajo y las bombas tenían poco recorrido. No se llegaba a armar el dispositivo de ignición. Con el contacto con la chapa, las espoletas se destruían y dejaban la bomba inerte. Después del ataque al Formosa se hicieron modificaciones. No sé si le cambiaron el capuchón de metal por uno de madera y eso sirvió para que las bombas funcionaran mejor durante el resto de la guerra...
La campaña del Formosa en Malvinas terminó tras el ataque. Nusshold trabajó en el buque hasta finales de 1982. En la década de 1990, cuando se liquidó la flota de ELMA, el Formosa -como los otros barcos- fue vendido.
“¡Ah, es usted el que casi me deja viuda!”
Los tripulantes del Formosa mantuvieron una estrecha relación durante los años siguientes a la guerra. Maximiliano Gregorio-Cernadas, hijo del capitán Gregorio, cuenta a LA NACION: “Fueron condecorados por aquella heroica hazaña y distinguidos de varias maneras, incluso designando con su nombre, ‘Tripulantes del Formosa’, a una plaza de Buenos Aires. Fue la única nave civil argentina que logró burlar dos veces –a la ida y a la vuelta- el bloqueo de los submarinos nucleares británicos alrededor de las islas. A mi padre le encantaba reunir a toda la tripulación en su casa cada 1° de mayo para compartir un asado y recordar juntos aquella epopeya. Incluso hasta invitó a uno de esos encuentros al célebre piloto Carballo que los había atacado, al que mi madre recibió exclamando: ‘¡Ah, es usted el que casi me deja viuda!’. Hoy, que mi padre y muchos de aquellos héroes del “Formosa” ya no están, como le hubiera gustado hacer a mi padre, envío a los que aún viven y a los parientes de los que se fueron, un fuerte abrazo. ¡Viva la patria!”.
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