Tras su salida del gobierno, Sebastián Galiani abrazó el yoga y la meditación para lograr una mejor calidad de vida
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A pesar de su rigurosa formación académica, siempre había leído con interés aquellas historias de transformación personal en las que el yoga -en sus diferentes variedades- había sido una puerta de entrada hacia un estilo de vida mucho más armónico y equilibrado. En esa misma línea de pensamiento que lo llevaba a construir imaginarios posibles para su bienestar personal, recordaba la figura de su tía paterna, que practicaba yoga y meditación. “Mi papá era una persona con bajísima tolerancia a la frustración, algo que considero una debilidad personal. Sin embargo, a mi tía se la veía fuerte y serena. En ese entonces no podía discernir si aquel carácter era fruto de su práctica de yoga y meditación, o de haber procesado distinto los obstáculos en la vida”, recuerda Sebastián Galiani.
Criado en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, cuando promediaba los 12 años el traumático divorcio de sus padres lo marcó para siempre y definió, quizás, su futuro profesional. “Siendo el hijo mayor, quedé en medio de muchas de sus peleas, especialmente aquellas referidas al dinero. Mi mamá también tenía una baja tolerancia a la frustración, pero nos protegió mucho. Cuando percibió que se tendría que divorciar de mi papá, con tres hijos, decidió estudiar psicología y luego trabajó de su profesión, permitiéndonos seguir viviendo sin carencias materiales y dándonos la posibilidad de estudiar”, cuenta.
Sebastián se concentró en el estudio. Su padre, que fabricaba zapatos femeninos, deseaba tener un hijo contador para sumarlo a la empresa. Era un buen diseñador de calzado, pero tenía dificultad con las finanzas. Sin embargo, cuando Sebastián ingresó a la Universidad de Buenos Aires -donde más tarde obtendría su título- ya no tenía relación con su padre y su interés se inclinó hacia la Economía. “Era la época del Plan Austral y la economía era tema de interés. No sabía que me dedicaría a la investigación, y mucho menos que uno podía tener un buen pasar vinculado a la actividad académica. Todo eso lo fui descubriendo mientras iba avanzando en mi carrera”, revive.
Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Economía por la Universidad de Oxford, Galiani fue Secretario de Política Económica del Ministerio de Hacienda de la Nación entre enero de 2017 y junio de 2018. Además, ejerció la docencia en la Universidad Torcuato Di Tella, en la Universidad de San Andrés, en la Universidad de Washington en St. Louis y, actualmente, en la Universidad de Maryland.
El quinto piso del Ministerio, trampolín hacia el cambio
Cuando le llegó la oportunidad de sumarse al Ministerio de Hacienda durante la gestión de Nicolás Dujovne, Galiani vivía en Estados Unidos con su mujer y sus hijos, que entonces tenían 12 y 8 años. Así recuerda su convocatoria: “Era amigo de Nicolás desde la universidad. Me llamó un miércoles temprano y me pidió que me sumara a su equipo para ayudarlo con las reformas microeconómicas. Le dije que si mi familia y la universidad me lo permitían, iría por un año ya que no quería dejar a mis hijos y a mi esposa en Estados Unidos por más tiempo. Ese viernes viajé a Buenos Aires y el lunes ya estaba en el quinto piso del Ministerio de Hacienda”.
El primer año estuvo dedicado al diseño técnico de las reformas fiscales. No participaba mucho de las cuestiones macroeconómicas. Como tenía experiencia en el área de prensa de sus años como académico, también cumplía funciones en ese sector. “El gobierno del presidente Macri era un gobierno de gente normal y el trabajo y las reuniones eran constructivas. Desde luego, tuve diferencias con funcionarios de mayor jerarquía que yo, pero, en general, todas se resolvieron dialogando adultamente”, asegura.
Trabajaba de lunes a lunes. Pero no era algo a lo que no estuviera acostumbrado. La academia y el cargo en el Ministerio, le resultaron, en la práctica, trabajos similares. “Uno nunca se va a su casa. Nunca puede apartar la mente de sus obligaciones”, define. En abril de 2018, Galiani anunció que dejaría su puesto y volvería con su familia a Maryland. Así lo había planeado el mismo día que aceptó el cargo, su salida había sido consensuada con Dujovne desde el principio.
“Cuando regresé a Estados Unidos, quedé muy enganchado en el debate público, defendiendo la gestión de gobierno desde los medios de comunicación y las redes sociales. Pero las redes no tienen un nivel de debate adulto, hay mucha agresión y poco interés por entender las cuestiones de fondo. Por suerte ya logré desconectarme de ellas. Que el debate político se haya trasladado a Twitter no es bueno. Además, seguí trabajando en varias reformas de índole previsional, laboral y tributaria que podrían haberse implementado si el presidente Macri era reelecto. El resultado de las PASO de 2019 fue un duro golpe. Al principio me deprimí viendo el desastre político y económico que vendría. Estaba muy desganado. Pero me había comprometido a dictar clases en la New York University de Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos, y el cambio de aire me hizo muy bien”, asegura.
Hacer nuevas amistades, reencontrarse incluso con un amigo de la infancia, descubrir una cultura nueva... Todo ayudó para ver las cosas en perspectiva. Pasar tiempo en la inmensidad del desierto, también.
“Uno es irremplazable como padre, no en el trabajo”
De regreso en los Estados Unidos, Galiani decidió retomar su vida académica al 100 por ciento. Sin embargo, la pandemia cambió sus planes. “Toda crisis es una oportunidad de cambio. Después de haber estado viajando tanto, e incluso viviendo separado de mi familia 18 meses (cuando formé parte del gobierno) resultó una gran experiencia. Pasar tanto tiempo sin viajar, e incluso en casa, cuando además los chicos no iban a la escuela, fue muy bueno para profundizar mi relación con ellos. A veces uno no se da cuenta lo importante que es para su familia que uno esté en las pequeñas cosas”, insiste.
Lentamente, desde su paso por la Argentina y más intensamente en esos meses de pandemia, Galiani había comenzado a reflexionar sobre algunos episodios en apariencia insignificantes, pero que luego cobraron sentido para una transformación personal, como aquellas sobre las que había leído en tantos momentos de ocio.
Recordó entonces cuando, por cuestiones laborales, viajó a Washington DC junto a Nicolás Dujovne “sólo por una noche”. Si bien estaba corto de tiempo, aprovechó la ocasión para visitar a su familia. Llegó a su casa cerca de las seis de la tarde. “Mi hijo me estaba esperando en la puerta con la pelota de fútbol para ir a jugar. Eso hicimos y fue feliz. A su edad, lo importante era poder disfrutar a su papá una hora para jugar”, recuerda.
Además, pudo conectar con su hija desde un nuevo lugar. “Mi hija ama sus dos gatos y yo nunca fui amigo de los animales. Ella nunca aceptó mi comportamiento indiferente hacia los gatos. Pero en ese momento, mientras ella cumplía con sus tareas escolares, sentí que era una oportunidad para cambiar. Decidí ocuparme de los gatos e incluso inyectarle insulina a diario a uno de ellos. Noté lo feliz que ese hecho menor le hizo a mi hija y reafirmó lo venía pensando: hay que ocuparse de las pequeñas cosas familiares. Uno es irremplazable como padre, no lo es en el trabajo”.
También en esos meses de aislamiento, cuando advirtió que pasaría mucho tiempo en su casa, decidió hacer yoga. “Esto me hizo muy bien y naturalmente me fue llevando a la práctica de la meditación. Recomiendo mucho practicar yoga y meditación. Puede tomar una hora por día pero contribuye mucho al bienestar general”, asegura.
“Muchas veces leo historias fantásticas de gente que a través del yoga y la meditación cambia su vida, incluso su carrera. Pero también percibo que mucha otra gente piensa que un cambio de carrera no siempre es posible. Mi mensaje es el siguiente: no es necesario cambiar de carrera para mejorar la calidad de vida. Lo importante es hacer cambios pequeños que lo conecten a uno mejor con su capacidad de amar y fortalecerse internamente. Ahí recordé a filósofos estoicos, y releí a Epíteto quien decía algo fundamental: lo importante no es lo que nos pasa sino lo que nos decimos que nos pasa. Tenemos que trabajar mucho en nuestro diálogo interno para aumentar nuestra tolerancia a la frustración y poder tener mayor paz interior y ser más felices”.
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