El empresario Carlos Spadone cuenta, al detalle, cómo se definió la formula presidencial “Luder-Bittel” y cómo observó, desde una posición de privilegio, la quema del ataúd con los colores del radicalismo
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Es el tercer hombre en la foto. El primer plano, el rol protagónico, lo tiene Herminio Iglesias, que aparece colgado de la estructura tubular con un papel encendido en su mano. Detrás suyo asoma Norberto Imbelloni, el indomable, alentándolo a prender fuego ese cajón pintado con los colores de la Unión Cívica Radical y el nombre de Raúl Alfonsín. Fue quien alcanzó el primer encendedor, que Herminio no logró encender por el viento que corría esa noche por la Avenida 9 de Julio. Por último, en el margen derecho de la imagen, con saco negro, se destaca la figura de Carlos Spadone. En los videos de la época se observa cómo el empresario resolvió el problema: armó un cono con una hoja de papel y lo entregó a Iglesias e Imbelloni, que lo encendieron como una antorcha. Está a punto de concretarse una escena que haría historia en la política argentina: “La quema del cajón de Herminio” será recordada, desde entonces y para siempre, como el símbolo del error político.
Carlos Pedro Spadone (86), hombre de negocios y militante histórico del peronismo, es el único de los tres protagonistas de la imagen que sigue vivo. Aún recuerda aquel viernes 28 de octubre de 1983. El empresario teatral, que acompañó a Juan Domingo Perón durante su exilio, fue uno de los dirigentes que subió al palco para acompañar al candidato a presidente Ítalo Argentino Luder en el cierre de campaña del Partido Justicialista, al pie del Obelisco, frente a más de un millón de personas.
“La quema del cajón fue una gran estupidez”, dice Spadone a LA NACION. Y comienza un relato fascinante e increíble al mismo tiempo.
-Pasaron 40 años de aquella elección histórica. ¿Cómo la recuerda?
-La gente estaba muy interesada porque salíamos de la opresión del gobierno militar y entrábamos en la democracia. Llegar a ese momento requirió mucho trabajo y, en parte, fue obra del peronismo. Aunque después el título se lo dieron a Alfonsín, “el demócrata”. Está muy bien, él era una gran persona.
-Aún hoy se cuestiona la fórmula justicialista. ¿Eran el doctor Ítalo Argentino Luder y el escribano Deolindo Felipe Bittel los mejores candidatos? ¿Cómo llegaron a esa decisión?
-Cuando Lorenzo Miguel salió de prisión vino a verme para pedirme ayuda. ‘Carlos tenemos que rearmar el partido’, me dijo. Y dibujó en una hoja un espiral para explicarme que teníamos que empezar a rearmar el partido ‘desde afuera hacia adentro’. Y eso fue lo que hicimos. Movilizamos a toda la gente que pudimos para resucitar al peronismo. Con Lorenzo Miguel y Diego Ibáñez hicimos una convocatoria al teatro Lola Membrives. Concurrieron 690 representantes del peronismo de todo el país y yo fui designado secretario político y, casualmente, fue ahí donde se eligió la fórmula Luder-Bittel, en una mesa redonda que tenía en mi oficina del teatro.
Spadone cuenta que días antes de elegir la fórmula, Lorenzo Miguel, el presidente en ejercicio del partido, estaba indeciso sobre los candidatos. “Habíamos ido con Lorenzo Miguel a la cancha a ver el partido de Vélez y Boca. Almorzamos con Cafiero y otros compañeros. Cuando terminamos, llevé a Lorenzo Miguel hasta su casa de la calle Murguiondo, en Mataderos, y le di un ultimátum: ‘Lorenzo, mañana tenemos que resolver este problema: ¿es Cafiero? ¿es Luder? ¿quién va a ser? Nos estamos atrasando’, le dije”.
-Dijo que la fórmula peronista se definió en su oficina, en el teatro Lola Membrives. ¿Qué recuerda de aquella reunión?
-En la mesa estábamos Bittel, Luder, Cafiero, Lorenzo Miguel, Diego Ibáñez, Herminio Iglesias y yo. Éramos los que tomábamos las decisiones, la mesa chica del partido. Le pregunté a Bittel si él quería ser presidente. “No, yo me anoto para vice”, me respondió. Entonces, pregunté quién más quería ser vicepresidente y nadie dijo nada. Luder dijo que quería ser presidente y Cafiero igual. Ahí tomó la palabra Herminio y dijo: ‘Bueno, ya tenemos al vicepresidente y el presidente saldrá de ustedes dos. ¿Quién quiere ser gobernador de la provincia de Buenos Aires?’. Él era muy hábil e inteligente y, como nadie respondió, dijo: ‘Bueno, entonces ya tenemos al gobernador de la provincia de Buenos Aires”, y se colocó él. ‘¿Luder y Cafiero, ustedes elegirían a Carlos Spadone como intendente de la ciudad de Buenos Aires?’, preguntó. Porque en ese momento el intendente de la ciudad lo elegía el presidente. Cafiero respondió: ‘Cómo no hacerlo, si yo a Carlitos lo quiero mucho, claro que sí’. Y Luder, que era más parco y estructurado, dijo: ‘Sí, sí, yo también lo voy a nombrar como intendente’. Ahora, solo quedaba ver quién iba a ser el presidente. Cafiero explicó su propósito, habló del peronismo con ese encanto que tenía él. Pero después llegó el turno de Luder, que dijo algo así: ‘Sin dudas, Antonio tiene más peronismo que yo, pero yo voy a captar todos los votos independientes porque los votos peronistas ya los tenemos’.
-¿Como lo definieron?
-Votamos. Lorenzo Miguel preguntó al doctor Bittel quién quería que lo acompañe como presidente. Él dijo ‘Luder’. Luego fue uno por uno preguntando a viva voz a quién elegían. Todos dijimos ‘Luder’. ‘Bueno, entonces no me queda más que decirles que Luder es el candidato a presidente. La fórmula será Luder presidente, Bittel vicepresidente. Y en la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias’. Cafiero quedó afuera.
-¿Cómo reaccionó Cafiero?
-Cafiero se paró enseguida, muy enojado, dijo varias palabras fuertes y salió de la oficina. Yo salí detrás. En un momento lo alcancé y le dije: ‘Antonio, entrá porque si no te llevamos a vos como gobernador para la provincia de Buenos Aires perdemos las elecciones. Antonio, te pido por favor, como sé que me apreciás, como hijo de italiano que somos los dos...’. Pero no hubo manera. ‘Yo que tanto luché por el partido... me maltrataron. Yo soy presidente o nada’, dijo. Y se fue. Salió del edificio, en la puerta había un montón de periodistas, los esquivó como pudo y caminó rápido hasta su oficina que estaba en Lavalle, casi Carlos Pellegrini. Lo seguí. Cuando llegué, Carlos estaba con sus hijos a las puteadas contra el peronismo y la política. Yo traté de explicarles que Luder y Bittel era una fórmula distinta a lo que es el peronismo, y que necesitábamos el voto peronista... ‘Si Antonio va a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, nosotros ganamos las elecciones. Si no, vamos a perder las elecciones’, les dije. Pero no, no hubo caso y me volví.
Otra polémica que Spadone recuerda con humor fue el armado de las fórmulas de los candidatos a senador y diputados. “El candidato a senador era Torcuato Enrique Fino, pero recibí un llamado de Luder: ‘Fino no puede ir como senador porque vamos a hacer los carteles y como sabrá... no tiene una buena figura. Spadone haga todo lo posible para ver si puede ir otro en su lugar’, me dijo Luder. Claro, Fino era bizco”, cuenta.
-¿Y cómo lo resolvieron?
-Fino era muy buen tipo, le planteé el cambio a diputado y aceptó. De senador se nos ocurrió poner a Carlos Ruckauf con Carlos Grosso, pero Grosso no quería ser segundo en la fórmula. ‘Si la fórmula es Grosso-Ruckauf acepto, de otra forma no’... y no aceptó. Así que se nos ocurrió llamar a Juan José Taccone que estaba en Río de Janeiro. “Juan, estamos armando la formula para senador, pensamos en ponerte con Ruckauf porque la gente te pide”, le dije cuando lo llamé y enseguida aceptó. Listo, teníamos la fórmula.
-Por lo que cuenta, las candidaturas, que parecieran ser fruto de una decisión elaborada y consensuada, se resolvieron de una manera diferente.
-Así se maneja todo en política, por lo menos se manejaba así en la época mía...
“El discurso de un perdedor”
28 de octubre de 1983. “Ese día no paraba de llegar gente al acto. Fue maravilloso, hubo muchos más que en el último acto de Alfonsín que también lo había hecho ahí”, cuenta Spadone. Dos días antes el cierre de campaña del Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical había hecho su acto final en el mismo lugar, la Plaza de la República, al pie del Obelisco, y según las crónicas de la época la concurrencia fue de 800.000 personas.
“En una suite, en el último piso del Hotel República, estábamos Luder, su mujer, mi señora Graciela y también mis hijos. Cuando llegó el momento, bajamos para decir el discurso. Le dije a Luder que yo me iba a parar detrás suyo para tirarle los títulos de 10 temas importantísimos para que él los desarrollara. Cuando salimos del hotel y empezamos a caminar entre la gente, Luder pierde un zapato. ‘¡Carlos me quedé sin un zapato!’, me gritó. ‘¡Doctor, siga! ¡Siga! ¡Qué va a hacer, se perdió el zapato!’, le respondí. Luder siguió caminando y subió al escenario sin el zapato derecho, rengo. Y dijo el discurso sin el zapato”, recuerda entre risas.
-Casi como un presagio.
-Sin su zapato derecho, Luder empezó a decir su discurso. Estaba nervioso. Había mucha gente y él no era el hombre indicado para dirigirse a la masa peronista. No tenía la oratoria de Cafiero. Cuando empezó a hablar, se puso a nombrar a los candidatos a gobernadores que teníamos en las distintas provincias. Y yo, de atrás, le pedía: ‘Doctor háblele a la juventud’, ‘háblele a las Pymes’... y ni bolilla. No habló de ninguno de los títulos que teníamos preparados. Los nervios lo traicionaron. Fue un discurso opaco, chato, de perdedor. Con él, los peronistas se llevaron una desilusión.
Aquella noche, Luder fue el único orador. En el palco (una precaria estructura tubular, con techo de chapa acanalada) se ubicaron los “pesopesado” del partido: Deolindo Bittel, Herminio Iglesias, Antonio Cafiero, Lorenzo Miguel, Alberto Triaca, Saúl Ubaldini y Norberto “Beto” Imbelloni, entre otros dirigentes. Carlos Spadone fue el primero en saludar al candidato a presidente cuando terminó su discurso.
-Y luego sucedió lo más recordado: prendieron fuego un cajón con las siglas de la UCR y el nombre de Alfonsín.
-Unos cuantos nos quedamos en el palco. En un momento, comenzaron a buscar para hacer fuego. Encontraron un papel e hicieron un rollito. Vi que Cafiero lo prendió fuego y se lo llevaron a Herminio. Ahí Herminio trató de quemar el cajón, una gran estupidez. De todos modos creo que no tuvo nada que ver...
-Siempre se dijo que la quema del cajón condenó al peronismo, que fue el empujón final hacia la derrota.
-No. Nosotros ya habíamos perdido, porque Luder no supo convencer al peronismo. El discurso que el dio fue vano, no fue un discurso peronista. En cambio, si lo hubiera dicho Cafiero, posiblemente hubiéramos ganado. Pero claro, esta es mi opinión. La culpa de que hayamos perdido las elecciones la tuvo Antonio Cafiero porque si él iba como gobernador de la provincia de Buenos Aires nosotros ganábamos las elecciones. Pero dicen que fue Herminio... y el pobre Herminio solo tuvo ese acto de quemar el cajón. Pero siempre hubo de esas cosas... ¿Cuántas banderas de los Estados Unidos se han quemado? En los actos peronistas siempre se quemaba algo. Perdimos porque el discurso fue malo, no convenció a nadie y porque Antonio Cafiero no quiso ir a la provincia de Buenos Aires como gobernador.
-¿Qué tenía Cafiero que le faltaba a Luder?
-Cafiero atraía a la gente, la forma en que le hablaba a las masas, él tenía un peronismo que le salía espontáneamente y esa voz, además, su dialéctica.
-De todas maneras, es contrafáctico, no se puede saber.
-En esas elecciones en la provincia de Buenos Aires ganó Alejandro Armendáriz. ¡Almendáriz! Cuatro años después, en 1987, hubo elecciones... ¿y quién se presentó? ¡Antonio Cafiero! ¡Y ganó! Algo increíble. Debió haberlo hecho cuatro años antes para ayudar al peronismo y no lo hizo.
-¿Alguna vez habló de esto con Cafiero?
-Sí, cuando él fue gobernador. Nosotros teníamos mucha confianza, los dos éramos hijos de italianos. Lo felicité y le dije que si se hubiera presentado antes seguramente hubiésemos ganado.
-Volviendo al acto, ¿qué pasó cuando bajaron del palco?
-Muchos de los que estaban ahí, gremialistas y empresarios que yo había logrado aglutinar, me dijeron: ‘No... ya está... hemos perdido’.
-¿Habló después con Herminio Iglesias? ¿Qué opinaba él de la repercusión que tuvo su acto, la quema del cajón?
-Se sentía muy mal, pero después se le pasó. Siguió muy presente en el partido, venía a todas las reuniones. Fue intendente de Avellaneda y fue muy bueno porque era un tipo honesto, alguien que no robó. Herminio, al igual que Manuel Quindimil, que fue intendente de Lanús, fueron personas muy humildes, nunca vivieron de la política. No eran como es Insaurralde en este momento: eran intendentes sanos.
¿Mito o realidad?
Aún hoy se repite como verdad que el peronismo perdió las elecciones presidenciales de 1983 por aquella imagen de Herminio Iglesias prendiendo fuego el ataúd con los colores del radicalismo. Sin embargo, distintos periodistas e historiadores aseguran que el hecho no influyó en el resultado de las elecciones. Basan sus argumentos en que minutos después del acto de cierre de campaña del Partido Justicialista, a la medianoche, comenzó la veda electoral, que se respetaba a rajatabla. No existían las redes, ni los virales por wathsapp, ni las señales políticos transmitiendo las 24 horas. Y los cuatro canales de alcance nacional se “apagaban” por la noche.
El sábado 29, LA NACION publicó una extensa crónica sobre el acto justicialista. En un recuadro, destacó distintos hechos que ocurrieron alrededor de la figura de Raúl Alfonsín. Dice “Se vio, en efecto, cómo fue destrozado con saña un muñeco con el cuerpo de gorila al que se le había puesto como rostro la imagen de Alfonsín. O cómo el público, también, quemó más de una bandera con los colores radicales y leyendas favorables a Alfonsín. El candidato a gobernador Herminio Iglesias se encargó personalmente, cuando finalizaba el acto, de poner fuego a un ataúd con esos colores que tenía la leyenda ‘Alfonsín q.e.p.d.’”.
El domingo 30 se realizaron las elecciones, que dieron por ganador a la fórmula radical “Raúl Alfonsín-Víctor Martínez” con una ventaja de más de 11 puntos. Pero recién el miércoles 2 de noviembre, cinco días después del acto, la escena incendiaria tuvo difusión masiva a través de la revista GENTE, que publicó una secuencia de fotos con título de escándalo: “Un agravio innecesario”. Vendió cientos de miles de ejemplares. A partir de entonces, todos hablaron del hecho. Pero el destino del país estaba definido.
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