El 25 de agosto de 1944, Benjamín Josset entró a La Ciudad Luz a bordo de un tanque junto a las Fuerzas Francesas Libres
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Benjamín Josset nació el 4 de septiembre de 1924 en Siria, pero fue en Tucumán, Argentina, donde forjó su identidad. Su familia emigró cuando él era aún un niño pequeño y se estableció en la ciudad de San Miguel de Tucumán, a los pies de la sierra. Allí creció Josset, un joven que desde temprano intuyó que su destino estaba íntimamente ligado a la guerra.
Un 14 de junio de 1940, cuando tenía tan solo 16 años, tras salir de la escuela técnica, paró en un kiosco para leer las noticias del diario local, La Gaceta. Quería seguir las novedades del frente europeo. Ese día leyó una noticia que lo sacudió profundamente: “Las tropas alemanas han ocupado París”. La pequeña multitud que se agolpaba frente a las noticias quedó en shock. Benjamín, criado entre las historias de héroes legendarios y el “ideal francés”, se quedó inmóvil. Esa fecha marcó el rumbo de su vida.
“Me voy a liberar Francia”
Un mes más tarde, el 4 de julio de 1940, Benjamín supo de la fundación del “Comité De Gaulle para la Liberación de Francia” en Buenos Aires. Decidido a participar en la lucha, tomó contacto con ellos y el 28 de agosto de ese mismo año formalizó su compromiso. Sin embargo, no fue una elección sencilla. “Les dije a mis padres que me iba. Se enojaron mucho, pero no me detuve”, recordaba con firmeza en una entrevista que concedió a Silvia Pisani, periodista de LA NACION, en 2004. En octubre, dejó una carta a sus padres que decía: “Me voy a liberar a Francia”. Y partió hacia Buenos Aires, donde se embarcó de manera clandestina en un navío británico. ¿Su destino? el comando central de las Fuerzas Francesas Libres (FFL), en Gran Bretaña. “Llegué a Buenos Aires, mentí sobre mi edad y de allí partí en barco al largo cruce del Atlántico, con enormes rodeos para evitar a los submarinos alemanes”, contó.
Desembarcó varias semanas después en Glasgow. “Allí formamos frente a De Gaulle. Él tuvo palabras de emoción al ver que había jóvenes sudamericanos entre los que se sumaban a La Resistencia. Lo decía por mí pero también por un paraguayo que estaba conmigo, junto con dos franceses y dos ingleses”, recordó.
Al llegar enfrentó las típicas dificultades que se le presentan a los extranjeros que viajan a Francia, incluso, hoy. “Al principio, no me separaba de mi diccionario”, decía con una sonrisa. Tampoco tenía instrucción ni sabía lo que era disparar un fusil.
Conoció la peor cara de Europa: un continente abatido por la guerra, donde las ciudades, los campos y hasta los corazones se encontraban destrozados tras años de destrucción.
Gracias a su formación en radiotelegrafía con código Morse, adquirida en Argentina, fue destinado a las tareas de transmisiones. Se las ingenió con un idioma extraño, combinando palabras con acento español y algunas bretonas que aprendió de sus compañeros de cuarto. Su entusiasmo y su firmeza le permitieron integrarse rápidamente a las filas de las Fuerzas Francesas Libres.
Tras un breve período de formación en Inglaterra, Josset fue enviado a África, donde se incorporó a la recién formada 2ª División Blindada del general Leclerc en Brazzaville. “No me gusta hablar mucho de todo eso. Pero puedo asegurarle que no existe ni en la historia ni en los mitos algo que se asemeje a esa aventura por la libertad. Era un honor estar allí y había que ganárselo “, solía decir.
Normandía y la Liberación de París
El 6 de junio de 1944, en el recordado Día D, Josset desembarcó en Normandía. Como radiotelegrafista y cargador en el tanque Friedland, vivió una experiencia que marcaría definitivamente su vida: “Vi tantas muertes... Compañeros que ardían dentro de sus tanques mientras yo no podía hacer nada... Y luego, la gente civil, los ancianos sin refugio, los niños... todos atrapados entre los escombros”, rememoraba con tristeza.
A pesar de la atrocidad vivida, la batalla de Normandía significó el principio del fin para las tropas alemanas en Francia. Pero para Josset, la victoria traía consigo un peso emocional abrumador. “La guerra es ante todo un olor particular: el de los tanques quemados y la carne quemada. Nos gustaría pagar, expiar el honor de haber sobrevivido”, decía.
El avance hacia París fue una travesía larga y cargada de sufrimiento. Finalmente, el 25 de agosto de 1944, su tanque entró en la ciudad por la Porte d’Italie en las últimas horas de la noche. “Fue la felicidad de ver un sueño hecho realidad, entrelazada con la desolación de haber visto morir a tantos compañeros durante la batalla de Normandía”, reflexionaba. El repicar de las campanas de Notre Dame, anunciando la libertad, quedó para siempre impreso en su mente. “Sí, había mucha gente en las calles. Sí, la gente lanzaba flores y besos, y el sonido de las campanas de Notre Dame proclamando la liberación todavía resuena en mi cabeza”.
Sin embargo, la alegría de ese instante estaba ensombrecida por el recuerdo de los camaradas que ya no estaban. “Muchos afirman que fue un paseo, que la ciudad estaba ya ganada y que fue más que nada una fiesta. Se equivocan: no fue así. La novena perdió 160 hombres en ese asalto final, chocando contra el cinturón alemán, protegido con artillería antitanques”, puntualizaba Josset, destacando el elevado costo humano de la liberación. Fue un instante de triunfo, pero también de tristeza, y esa mezcla de emociones lo dejó profundamente marcado.
El Horror de la Guerra y el Campo de Dachau
Luego de la liberación de París, Josset continuó participando activamente en la guerra, avanzando hacia Estrasburgo y más allá. El 30 de agosto de 1944, fue asignado como jefe del tanque Auerstredt. Con ese vehículo, tomó parte en los combates en la región de los Vosgos y Alsacia, destacándose en las duras batallas de Grussenheim, los días 27 y 28 de enero de 1945.
A principios de mayo de 1945, bajo el liderazgo del general Leclerc, su división logró penetrar en Berchtesgaden, la residencia preferida de Hitler en el Berghof. La historia gloriosa de la 2ª División Blindada culminó en ese sitio cargado de simbolismo, aunque la guerra aún guardaba varios golpes de horror: cerca de Dachau, los soldados de la división se encontraron cara a cara con los campos de concentración.
Las escenas de prisioneros demacrados y montones de cuerpos quedaron grabadas en la memoria de Josset para siempre. “Nada en el mundo se compara a esa atrocidad. La humanidad debe conocerla y nunca olvidarla”, insistía.
Josset colaboró activamente en la asistencia a los deportados, aunque el impacto emocional de aquella experiencia lo acompañaría por el resto de su vida. En ese lugar, se reencontró con compañeros de sus primeros días en La Resistencia. “Lo primero que me dijeron fue: ‘¿Por qué tardaron tanto?’”. El horror de Dachau lo marcó para siempre, reafirmando su creencia de que, aunque la guerra podía ser justificada, su brutalidad era intolerable.
Un héroe tucumano en Francia
Joseph fue “desmovilizado” durante el verano de 1945 y tomó la decisión de establecerse en Francia. Durante las celebraciones de la liberación de París, conoció a un hombre en silla de ruedas. Este hombre, impresionado por el joven soldado, le escribió una carta meses después, invitándolo a reencontrarse en la capital francesa. Fue así como Josset conoció a la hija de aquel señor. Y ella terminaría convirtiéndose en su esposa.
Después de la guerra aceptó su invitación, encontró al hombre en silla de ruedas y se comprometió con su hija. Tras una breve estadía en Argentina, regresó de manera definitiva a Francia para casarse y comenzar una nueva vida.
Josset fue nombrado Caballero de la Legión de Honor por decreto del 24 de noviembre de 1984. Fue ascendido a Oficial de la Legión de Honor por decreto del 11 de julio de 1997. Tanto sus compañeros como sus superiores lo recordaban como un valiente soldado.
Benjamín Josset falleció el 15 de agosto de 2017, a los 92 años. Sus restos descansan en Villenauxe-la-Grande, Francia.
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