Cuando se enamoró de una mujer californiana, decidieron empezar de cero en Manhattan, una ciudad desconocida para ambos; allí él buscó conquistar el mundo del cine y develó los secretos para alcanzar la cima
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Una chica californiana cambió el curso de su historia. Sebastián Almeida promediaba la tercera década de vida, cuando su mirada se cruzó con la de ella en un tiempo sin tiempo en Buenos Aires. Entonces no importó demasiado que su conquista fuera tan solo una viajera de paso, con una vida hecha en la costa oeste de Estados Unidos. Lo inesperado, sin embargo, impactó en ellos, y lejos de permanecer en lo efímero, unos pocos días bastaron para que emergiera el deseo de seguir su romance, incluso a distancia. Y así, sin buscarlo, lo que parecía ser un idilio del momento se transformó en un gran amor.
Pero estar separados por miles de kilómetros de distancia no era sencillo. El nuevo milenio aún no había comenzado y las comunicaciones por entonces no brindaban la cercanía que tanto anhelaban, lo que derivó en tiempos de definiciones: “Los dos sabíamos que alguno tendría que dejar su lugar de origen si queríamos apostar en un futuro juntos. Fue cuando decidimos que nos jugaríamos por la relación y decidimos irnos a una ciudad que sea nueva para ambos, Nueva York”, revela Sebastián, mientras rememora aquellos días.
Ni Buenos Aires ni California: “Queríamos que todo fuera por mérito propio”
La noticia para las familias fue abrumadora por igual. En definitiva, no solo Argentina estaba lejos, California se hallaba en la punta opuesta de Nueva York, a seis horas de vuelo. Tanto los padres de Sebastián como los de su enamorada debieron resignarse a la idea de tener a sus hijos fuera de su cotidianeidad, dos jóvenes dispuestos a entregarlo todo por emprender su aventura juntos y sin aceptar ningún tipo de ayuda: “Queríamos que todo fuera por mérito propio”.
Sebastián vendió lo que pudo para juntar algo de dinero, compró un pasaje y se anotó en una escuela de cine, una carrera que había comenzado en Buenos Aires: “Eso me garantizó una visa de estudiante por dos años y una de trabajo en relación a mis estudios por un año más. Suficiente tiempo para desarrollar una verdadera experiencia en otro lugar”, asegura.
A la Gran Manzana llegaron con un par de valijas y un enorme puñado de sueños, sin imaginar que el camino sería mucho más rocoso de lo esperado.
Nueva York y la dificultad de volver a empezar: “Todos tenemos un plan hasta que recibimos la primera trompada”
El primer impacto llegó de inmediato. Junto a su pareja, Sebastián salió a buscar un departamento para alquilar en Manhattan, sin conocer demasiado los barrios y con la presión de tener que hallar algo de inmediato. El primer espacio que encontraron tenía “el tamaño de un closet”, y entre alquiler, depósito y pagar la escuela, su cuenta bancaria cayó a cero de inmediato y todavía no había pasado ni una semana.
“Como dice el boxeador Mike Tyson: `todos tenemos un plan hasta que recibimos la primera trompada´, entre el 11 de septiembre del 2001 y luego la crisis financiera de Argentina, mi plan se fue cayendo a pedazos”, confiesa.
Pero Sebastián nunca fue del tipo de pensar demasiado en las consecuencias. Lejos de paralizarse por el miedo al futuro, se ocupó del aquí y el ahora, y en ese acto, entregó su energía a conocer gente nueva y formar amistades. Y así fue que de esas relaciones comenzaron a salir pequeños trabajos con los que pagaba su alquiler. A su vez, en el ámbito del cine, aceptaba faenas por las que no cobraba ni un dólar, pero donde tenía la comida asegurada, que a veces oficiaba de desayuno, almuerzo y cena: “Lo hacía solo para conocer gente nueva, trabajaba en cortometrajes y películas de estudiantes. Claro que era más fácil a los 25 años y sin familia que dependiera de mí”.
“Siempre seguí con la mentalidad de que esto es una aventura más y que no se debe definir por su final ,sino que hay tanto más en el medio que nos va formando como personas adultas”.
Cuando ser extranjero se transforma en una ventaja
Sebastián siguió adelante, plantando semillas para ver cuál de ellas daría un fruto. Poco a poco, sus inseguridades de ser un extranjero en otra sociedad dejaron de ser un problema y pasaron a ser su fuerte. Su acento, su cultura argentina, eran algo le sumaba. La diferencia, una ventaja.
Por otro lado, en relación al choque por las costumbres, ¡no existía realmente tal coalición! Cada habitante de la ciudad traía sus propias diferencias, su forma de ser única, porque, en definitiva, allí no era especial ser extranjero: “Nueva York está casi completamente formada por ellos”, enfatiza Sebastián.
“Puedo decir que en más de veinte años que llevo viviendo acá, como mínimo, crucé palabras con una persona de cada país de este mundo”, continúa. “Estamos expuestos diariamente a comida y cultura de todos los rincones del planeta, un día puedo almorzar en mi restaurante favorito comida de Sri Lanka, ir a una milonga argentina llena de japoneses y al día siguiente experimentar un concierto de músicos del Sahara, y todo esto en un martes o jueves, cualquier día de la semana en Nueva York”.
Alcanzar los sueños: “Que la intención sea seria y hablar de igual a igual, no ir como un fanático pidiendo un autógrafo”
Los días neoyorquinos cobraron intensidad y propósito. Con el paso del tiempo, Sebastián develó uno de los mayores tesoros de la ciudad: “Cualquier cosa que alguien quiera lograr, es 100% posible”, dice.
Ya sea que se trate de empezar un negocio o conquistar un sueño laboral, el cineasta argentino entendió que los caminos estaban a disposición y que se podían conquistar reuniéndose con personas influyentes y obteniendo consejos diferenciales. Esas vías no eran inalcanzables, tan solo requerían de algunas pautas: “Que la intención sea seria y hablar de igual a igual, no ir como un fanático pidiendo un autógrafo”, explica.
Y así, con todos estos conocimientos y experiencias acumuladas, Sebastián abrió su propia puerta en el mundo del cine, donde ganó su espacio. Una a una, comenzó a trabajar en películas cada vez más grandes y a relacionarse con profesionales que hasta ese momento estaban tan solo en su imaginación.
“Toda esa gente siempre me trató con mucho respeto y me dieron las oportunidades para progresar en mi carrera. Antes de salir de mi país esto no era real en mi forma de ver el mundo, ahora me cruzaba día a día con billonarios y con gente viviendo en la calle, las personas más talentosas y creativas y también las más corporativas y estructuralistas. Tantas Nueva Yorks diferentes para cada persona, infiernos para algunos y un paraíso para otros. Así de reales son las oportunidades pero también es la competencia. Toda la gente que llega a esta ciudad , llega con el mismo hambre de éxito que tenía yo. Por eso se dice que esta ciudad es tan difícil; aprender a relajarse en un ámbito tan competitivo me llevó unos años”.
¿Y la chica californiana?
Desde la ciudad que condensa el infierno y el paraíso, Sebastián repasa su vida con gratitud, serenidad y orgullo. Veinticinco años pasaron desde que comenzó a danzar en la industria del cine, en un universo alejado de su Argentina natal. La misma cantidad de años que tenía cuando halló su primer departamento, ese del tamaño de un closet.
Hoy tiene la fortuna de haber recorrido el mundo filmando para los más grandes estudios de cine y televisión. Siempre que puede regresa a Buenos Aires a ver a su familia y amigos: “Claro que los extraño”, dice. “Aunque con el tiempo la pieza que representa Argentina en mi rompecabezas va cambiando de forma y ya no encaja de la misma manera que antes. Así y todo volver es una bocanada de oxígeno necesaria para seguir siendo quien soy”.
¿Y la chica de california por la que empezó esta historia? Sebastián lleva casado veinte años y ella es la madre de sus dos hijas.
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