Se conocieron en el CBC y todo fue increíble hasta que la vida los separó...
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Se enamoraron cuando tenían 19 años. Es curioso, pero muchos dicen que se parecían, tenían ojos oscuros grandes, eran muy delgados y ambos eran dueños de unos rulos rebeldes castaños que los hacían parecer más altos de lo que realmente eran: “A veces creo que es verdad eso de que uno busca a su espejo”, observa Valentina, mientras repasa su historia.
La primera vez que se vieron en realidad no se vieron, ella tan solo escuchó su voz en la clase de filosofía del CBC, él estaba allí para estudiar Comunicación Social, y ella, Letras. El timbre de Ignacio llegó profundo y ella pensó que él podría ser locutor de radio. En las primeras dos clases, Valentina intentó localizar de dónde provenían las palabras, pero no pudo divisarlo: había demasiada gente. ¿Era el chico de pelo largo y lacio, o se trataba de ese otro de los rulos salvajes? Era el de rulos nomás, lo supo la tercera vez, cuando ya sin disimulo, se dio vuelta para identificarlo.
El nacimiento de un amor: “¡Decime si no te saqué las papas del fuego!”
Será cosa del destino, o que Valentina trataba de estar siempre ahí, cerca de él, que lograron entablar la primera conversación. Claro, ella procuraba ir al comedor cuando él iba y estar en el patio interno cuando Ignacio se paseaba por allí. La cuestión es que Valentina jura que, cuando se le cayeron la carpeta y los apuntes, no sabía qué él estaba prácticamente al lado: “Me gusta contar la historia como una casualidad del destino”.
Ella llevaba un vestido floreado azul largo (de moda, allá por los 90), y él sus rulos atados en una colita. Y entonces, mientras Valentina recogía sus pertenencias distraída, él se agachó para ayudarla. Ella no lo había visto, por lo que al levantar la mirada, su corazón comenzó a golpear su pecho con fuerza y sintió cómo la sangre se le subía a la cabeza para, con toda seguridad, teñir sus mejillas de un rojo intenso. Apenas sí le salió un gracias, e Ignacio, quien no era de pocas palabras, soltó un de nada seguido de un “vos estás en la clase de filosofía, ¿no?, la profe bastante genia, pero a veces se va de mambo con…”, pero Valentina no podía escuchar, ¿en serio le estaba hablando el chico que tanto le gustaba?
La siguiente vez, el encuentro fuera de la clase fue en el primer piso. Un chico se acercó a hablarle y ella, que no quería saber nada con él, intentó en vano deshacerse de su presencia. Fue entonces que apareció Ignacio en escena con una rosa hecha de papel de servilleta (¡esas clásicas que no sirven de servilleta!) y se la extendió. Luego miró al extraño a los ojos y le dijo: “¿Todo bien con mi novia?” Y ni bien quedaron solos, la miró a ella y le dijo con una gran sonrisa: “¡Decime si no te salvé las papas del fuego y te saqué al plomazo de encima”.
Desde entonces, fueron realmente novios, hasta seis años más tarde, cuando sus caminos se separaron.
Un mensaje, treinta años después
Cierto día, treinta años más tarde, Valentina sacó un pie de la cama con menos esfuerzo que durante los últimos tres meses. La vida la había golpeado varias veces desde aquellos dulces tiempos de primera juventud. Dos relaciones posteriores marcaron su vida, así como un matrimonio que apenas sí duró unos pocos años, luego de que ella descubriera a su marido en una relación formal paralela. Un padecimiento, mientras tanto, había afectado asimismo sus planes de ser madre. ¿Dónde habían quedado los sueños adolescentes?
“Vivos, muy vivos, tener 50 tampoco es el fin del mundo, de hecho, ¡queda tanto por vivir!, a pesar de los golpes de la vida, siempre fui una mujer aventurera, soñadora y positiva”, asegura Valentina hoy.
Fue por aquellos días, que Valentina recibió un mensaje por Facebook que causó un profundo impacto en ella. Se trataba de Ignacio, su primer gran amor, un hombre que siempre la había respetado, admirado y cuidado. ¿Por qué habían terminado su vínculo?: “Dejé de amarlo”, confiesa ella hoy. “Éramos muy jóvenes cuando comenzamos nuestra relación y para cuando cumplimos los 23, él quería casarse y yo quería explorar el mundo”.
¿Acaso era ahí donde debía haber permanecido? ¿Cómo sería su vida si hubieran decidido casarse y formar una familia? Valentina decidió contestar el mensaje y ver qué había sido de Ignacio, treinta años más tarde.
“Que Facebook no una lo que la vida separó”
Ironías de la vida, la noche anterior al encuentro con Ignacio, Valentina fue a la pizzería de la vuelta a buscar un pedido, cuando por primera vez le prestó real atención al cartel perdido entre otros carteles en la pared del mostrador: “Que Facebook no una lo que la vida separó”.
Le dio gracia, teniendo en cuenta que estaba a horas de volver a ver a su exnovio, pero la frase también la dejó pensativa, ¿por qué había aceptado volver a verlo? ¿Creía acaso que algo del viejo amor podría revivir? ¿Estaba siendo atacada por el miedo a la soledad? A pesar de no haber pensado casi en él en los últimos treinta años, ¿empezaba a creer que el verdadero amor no necesitaba de fuegos artificiales, tan solo de compañerismo y respeto? Tal vez debía considerar que allí podría sentir una especie de felicidad permanente…
Se encontraron a las 21 en un bar de zona norte. Los rulos cortos de Ignacio estaban salpicados de hebras plateadas y su voz seguía igual de seductora. Valentina lo miró con pudor y él, tras dos sorbos de vino, le dijo que jamás había dejado de pensar en ella, que había sido el amor de su vida y, ¿qué les había pasado en el camino? Ella, mientras tanto, deseó dejarse envolver por el halo de la nostalgia y juntos rememoraron viajes, recitales y noches con discos de vinilo (mucho Zeppelin y Peter Gabriel) y amor.
Valentina e Ignacio se vieron cinco veces más. Ella quería enamorarse, quería volver a sentir la magia de los días del CBC, quería pensar en todas esas parejas que Facebook sí había vuelto a unir con éxito: “Pero no sucedió”, revela Valentina. “Hace treinta años yo lo había dejado de amar, no es que la vida nos había separado amándonos. ¿Se puede acaso volver a encender el sentimiento de manera genuina después de haber dejado de amar? Yo no lo creo”.
“Tampoco creo que el amor sea solo respeto y compañía, para eso tengo amigos. Y, descubrí, por sobre todo, que el miedo a la soledad jamás me va a atacar ni atar. De hecho, no le tengo miedo a la soledad, amo a la soledad y jamás la dejaría de lado por menos que un amor verdaderamente correspondido. Por respeto a mí y por respeto al otro”, continúa Valentina. “Que Facebook no vuelva a unir lo que uno mismo en su momento buscó separar. Y que los buenos momentos queden atesorados en forma de recuerdos”, concluye.
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