De chica realizaba actividades relegadas a los hombres y de grande el miedo a perder la libertad la llevó a rebelarse; gracias a su disciplina logró retirarse joven para conquistar sus sueños y emprender sola un gran hito a los 54 años: cubrir el tramo Alaska-Ushuaia por tierra.
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Por el cuerpo de Adriana Mazzeo corrió un escalofrío y el miedo se apoderó de ella. Del otro lado del teléfono una voz le anunciaba que la habían elegido para formar parte de uno de los proyectos de obra de vialidad más ambiciosos de Sudamérica. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si fallaba y sepultaba su carrera? ¿Y si la pasaban por encima en un mundo dominado por hombres? Tal como cuando era niña, en apenas unos segundos la mujer mendocina desafió a sus miedos, levantó la frente y respondió: “Acepto, vamos para adelante”. Y con aquella decisión su vida cambió para siempre.
Una disciplina férrea, una infancia extraña entre el barro y los deportes extremos, y el primer hito en soledad: “Fui la primera mujer en cruzar los Andes en moto”
“Pondré el pecho hasta que el miedo me tenga miedo”. Es el lema que acompaña a Adriana desde que tiene memoria. Hija de un padre estricto, pero cultivador de espíritus libres, la mujer nacida en el 68 y criada en Mendoza, creció extraña para el resto del mundo. Venía de una familia acomodada, con un progenitor ingeniero a cargo de importantes proyectos como el centro médico Fundación Favaloro y la construcción del Palacio de Justicia de Mendoza.
Aquel hombre fue quien le trasladó su amor por el campo durante los inolvidables días en la finca que poseían en Tupungato, colmada de animales y viñedos. Se educó en un colegio de monjas, pero, en un comportamiento confuso para una comunidad que esperaba ciertas actitudes de quien se rodea de religiosas, los fines de semana Adriana los dedicaba a entrenar, hacer equitación, incursionar en deportes extremos, y hasta domar su primer caballo a los 12 años. Aún era una niña cuando aprendió a usar armas y apenas una adolescente cuando se subió a una moto, una pasión que se transformó en un modo de vida: “Mis padres siempre me permitieron explorar territorios que eran guardados para los hombres. Mi madre era una pionera en muchos sentidos, una vikinga valiente”, explica.
Por aquellos años, donde las mujeres obedecían a ciertos estereotipos, las historias de Adriana llegaban peculiares y extraordinarias a los oídos de sus pares. Su hermano había fallecido muy joven en un accidente y ella, de alguna manera, era como el hijo varón para su padre, quien le inculcó una disciplina que marcó su vida entera. Las actividades en la naturaleza y los deportes que le exigían entrenamiento eran complementadas con sus estudios, siempre con buenas calificaciones. Nunca tuvo la oportunidad ni el impulso de acercarse a la vida nocturna.
“Me levantaba a las seis de la mañana para entrenar, también fui instructora de esquí desde muy chica, con un permiso de por medio. No sé cómo me daban los tiempos. Pero ese ritmo me sirvió para cultivar una disciplina militar super estricta, la cual agradezco”, dice.
“También agradezco el buen pasar económico que me permitió acceder a ese mundo que me fascinaba, así como a viajar y aprender idiomas, pero fue una infancia y adolescencia solitaria, muy para adentro”, continúa. “No sé si es pertinente usar la palabra feliz, pero mi infancia sí fue muy libre y conectada a la naturaleza. Pero lo cierto es que siempre me sentí un bichito raro. Era la extraña que andaba a caballo, en moto, vestida con botas, que no salía de noche ni andaba con chicos, que no tenía una vida como toda compañera mía”.
Peculiar para el mundo ordinario, cada día Adriana se enfrentaba a nuevos retos, que le inspiraban miedo, una emoción que siempre la acompañó, pero que cada una de las veces eligió desafiar “como una valkiria”. Y así, su infancia, adolescencia y juventud transcurrió acompañada de personas aventureras, pero abrazando cada día más la soledad hasta que en el año 92, a los 24, se transformó en la primera mujer en cruzar los Andes en moto. Lo hizo sola y, a partir de entonces, inició su amor por los viajes.
Un estudio, un casamiento, y una rebelión: “Fue una instancia que me devolvió la confianza que mi matrimonio me estaba quitando”
Terminado el secundario, y siguiendo los pasos de su padre, Adriana decidió estudiar para ser arquitecta, una profesión que la llevó a participar de importantes proyectos urbanísticos y viales. Aquel camino, sin embargo, comenzó impregnado de temores: “Lo que hago siempre es atravesar los miedos. Por eso siempre digo: hasta que el miedo me tenga miedo”.
Antes del éxito, hubo tiempos en los que la mujer parecía haber olvidado su rumbo. Cuando llegó el último año de estudio, Adriana comenzó una relación con quien se convirtió en el padre de su hijo, una persona que admira y quiere hasta el día de hoy. Junto a él, un chileno descendiente de árabes, decidió irse a Chile para casarse y formar una familia, todo justo antes de concluir sus estudios. En el nuevo mundo tuvo un hijo y se encontró con costumbres antiguas y con la imposibilidad de incluir sus deseos de viajar y trabajar: “La mujer debía quedarse en casa, tener hijos, sin libertad económica y financiera”, asegura. “El país, por otro lado, era uno conservador que se manejaba por contactos, ser la hija de, la sobrina de”.
En aquel matrimonio, Adriana comenzó a ahogarse, a sentir la pérdida de libertad: libertad de trabajar y hacer deportes. Aun así, cargada de miedo, decidió retomar su carrera en Chile, convalidó sus estudios con la mejor calificación e hizo su tesis. De 45 que se habían presentado, solo dos lograron el título, entre ellos estaba Adriana: “Fue una instancia que me devolvió la confianza que mi matrimonio me estaba quitando”, manifiesta. “Con mi ex a esa altura ya estábamos mal. Hoy somos muy amigos, pero no estoy preparada para un matrimonio donde la gran familia se involucra y donde todo funciona como un clan. Hoy todos me apoyan en todo, pero estando casada era diferente”.
Por aquella época, Adriana recordó a sus padres, su educación y los años libres de su infancia y juventud. La fuerza de los recuerdos la impulsó a rebelarse. Su hijo tenía cuatro años cuando recibió su título y decidió separarse. Fue ahí que se involucró en una rama de la arquitectura en donde ninguna mujer solía ingresar: la obra civil, que la impulsó a trabajar en diferentes empresas hasta comprender cómo funcionaba ser contratista.
“Entendí el sistema desde adentro. Comprendí que a uno lo van a contratar por dos motivos: o porque les harás ahorrar plata o ganar plata. A partir de ahí fue olfato, siempre me consideré una loba esteparia”.
Un camino para conquistar la cima laboral y retirarse a los 45
En un comienzo, Adriana consiguió el cargo de gerente en una corporación municipal, donde coordinaba 14 escuelas, consultorios, bibliotecas, áreas verdes, y comenzó a vivenciar cuestiones políticas que no le gustaban, empleos otorgados a personas que no aparecían, ni respondían a situaciones, como un incendio en un colegio. Allí se encontraba siempre ella, mojada, llena de barro, con arnés un domingo, mientras que veía los tantos puestos tan solo dedicados a tomar café unas pocas horas a la semana: “Y no había apoyo, me sacaban personas eficientes para poner cupo político”.
El día que dejaron sin trabajo a su mano derecha, Adriana no lo dudó y presentó su renuncia sin plan B. Apenas llegó a su casa dispuesta a llorar, dentro de ella creció un fuego que le impidió regodearse en la pena, “salió una valkiria de adentro”, cuenta. “Me dije no, acá no se llora, ya sabés cómo funciona esto, vos ahora te montás tu estudio. Cuando estoy a punto de caer me suele pasar eso, sale una valkiria y me rescata”.
Todo el equipo que trabajaba para Adriana renunció y la acompañó en su nuevo estudio. En ella veían a una líder positiva y real, donde si había que mojarse todos se mojaban, si había que comer pan duro todos lo comían: “Se lo debo a mi padre, que, a pesar de ser un hombre muy exitoso, me educó con una humildad tremenda. Me enseñó que en obra uno se ensucia como el obrero, come lo mismo que el obrero y pasa las mismas horas al sol que el obrero”.
Aquel fue el secreto de Adriana, y lo que la llevó a ganarse el respeto. A medida que se presentaba a licitaciones, los trabajos surgieron hasta que llegó aquel llamado telefónico que la llevó a tener a cargo una obra cúlmine: el Túnel San Cristóbal, en toda su parte externa y parquizado.
“Fue un proyecto que duró seis años, que encaré primero con los miedos inevitables, pero que superé”.
Semejante proyecto dejó a Adriana en una posición económica muy privilegiada. A partir de entonces, invirtió en propiedades, un suceso que le permitió retirarse muy joven para perseguir sus mayores sueños y pasiones. Apenas tenía 45 años.
Ver el mundo y experimentar las pasiones: “La adrenalina es como una mente hambrienta que siempre te pide más”
Los deportes siempre habían formado parte de la vida de Adriana, pero ahora estaba dispuesta a dedicarse a ellos de lleno, a lo largo y ancho del mundo. Las motos (junto a las competencias de enduro), el windsurf, el kitesurf, el buceo y tantos más, pronto llenaron sus días: “La búsqueda de adrenalina la relaciono con mi modo de ser en general, tiene que ver con ese espíritu de guerra, no de guerra contra el mundo, sino de ponerle pecho al miedo. La adrenalina es como una mente hambrienta que siempre te pide más”, afirma.
Para acompañar sus sueños, adquirió un departamento en Miami, que se transformó en un segundo hogar y punto neurálgico desde donde emprendió viajes por agua y tierra, en especial por Centroamérica. Asimismo, se dedicó a recorrer el mundo entero, donde también se dejó conquistar por numerosos países de Europa, Asia y África. Sus experiencias fueron buenas, pero también peligrosas.
“Considero que Sudamérica es una de las partes más peligrosas para viajar”, señala. “Recorrí todo el sudeste asiático y si bien Malasia y Vietnam no me terminaron de convencer, me sentí muy pero muy seguro. Todo ese recorrido lo hice en moto. El sudeste asiático en general me impactó. Quisiera volver, en especial la isla Koh Tao en Tailandia”.
Adriana sumó una nueva pasión cuando compró una Land Rover para recorrer otro tipo de geografías y participar de circuitos internacionales (como el encuentro de las Américas), siempre como única representante mujer de la Argentina y donde en vez de interesarse por su vehículo, varios le preguntaban dónde estaba su marido.
“Me sorprende que sigan existiendo personas que no entiendan que una mujer puede andar sola kilómetros y ser dueña de su vida. Me apasionan los fierros”, asegura.
De Alaska a Ushuaia, un nuevo hito con una casa rodante y tres perros: “Demorará unos cuatro años, todo dependerá de lo que pase en el mundo a nivel medioambiente”
A pesar de estar retirada en lo que respecta a la obra civil, Adriana jamás dejó de emprender de forma privada. A la par de sus viajes (donde también se dedica a rescatar animales abandonados), se volcó a la construcción de cabañas. Tanto en el camino como en sus proyectos, en ella comenzó a crecer una fuerte conciencia hacia el medioambiente, que le recuerda a sus años de niña en el campo, donde tener la propia huerta y cuidar el agua eran conceptos naturalizados.
“Eso también me hizo dejar de ser turista para ser viajera, que significa salir del hotel y del resort e involucrarse con la gente”, dice Adriana, quien aparte de español, habla inglés, francés, italiano y un poco de portugués. “También significó para mí el hecho de prepararse para dejar de vivir en las grandes urbes susceptibles a lo que se vendrá (grandes crisis energéticas, contaminación ambiental, escasez de agua) y vivir en la montaña. Construí una pequeña aldea ecológica en Chile que vendí cuando me rompí la espalda haciendo adobe, tengo implantes de titanio”, agrega con una semi sonrisa.
Y con aquel mismo espíritu, Adriana decidió delinear una nueva travesía que hoy llama Proyecto Valkiria, que surgió ante la necesidad de conquistar un nuevo hito antes de que las condiciones para viajar se compliquen a nivel mundial, tal como ella anticipa.
El viaje se pondrá en marcha el 6 de abril y será documentando en el camino, ya que involucra una de las travesías más osadas: unir los puntos extremos del continente americano, es decir, hacer el tramo Alaska- Ushuaia por tierra: “Cuando llegás a Alaska te ponen medio sello, y si llegás desde allí a Ushuaia te ponen la otra mitad. Para mí ponerte una meta y lograrla siempre fue algo fundamental en la vida”.
“Me compré una motorhome - La gigante de las rutas- en Miami, viajaré con mis tres perras hasta allí en avión. Y el 7 de abril subiré hasta Alaska vía terrestre y una vez allí, comenzará mi viaje también por tierra hasta Ushuaia, zigzagueando en el camino”, revela.
“No tengo apuro con los tiempos. Calculo que me demorará unos cuatro años - aunque se estiman cinco- todo dependerá de lo que pase en el mundo durante ese tiempo a nivel medioambiente, así como de la salud de mi madre. Soy consciente de que no será un viaje sencillo, pero soy muy responsable y no voy sola en el camino, voy con mis perros y con mi compañía. Desmitifiquemos que la mujer necesita un hombre al lado para estar bien. Estamos completas, no necesitamos de medias naranjas; si viene alguien a la ruta que sea a sumar, a traer bonita energía”.
“El camino te provee. Cuando uno se funde en la naturaleza el sendero se te abre y aparecen ángeles en el camino que te invitan a su mundo y te enseñan, como me pasó con las tribus que me incluyeron en su comunidad en el desierto de Sahara”, continúa Adriana, cuyo hijo tiene 28 y, en ocasiones, visita a su madre en algunos puntos del planeta.
La importancia de no olvidar la esencia, diseñar una vida y entender que el mundo está cambiando: “Salgamos a ver nuestra Tierra lo más que podamos, mientras sea posible”
Adriana recuerda con orgullo sus días de disciplina, campo y barro. En ella siempre habitó una guerrera, un ser humano decidido a luchar por sus sueños. Aun así, en algún momento, cuando la niñez y primera juventud se despidieron, el deber ser quiso atraparla, pero fue el mismo miedo a la pérdida de la libertad y la independencia, la que la ayudó a movilizarse ante los miedos paralizantes normalmente impuestos por la sociedad.
Y en el camino, para ella, no importan demasiado los títulos, importa poseer un espíritu emprendedor, que permita el manejo de la propia economía, lo que equivale a un pase a la libertad: “Siento que es fundamental que diseñes tu vida de manera tal - y sé que es difícil decirlo en un país tan convulsionado-, que logres autonomía. Para ello hay que creer en tus habilidades”, reflexiona.
“Me preguntan siempre cómo logro viajar tanto. Lo logré porque cuando hubo que trabajar no me achiqué y cada peso que tenía lo invertía, cada proyecto que me proponían, por más que me diera mucho miedo, decía sí, vamos. Se trata de vencer los miedos. La gente cree que no tengo miedos... ¡tengo tantos miedos como todo el mundo!, pero creo en mí y le pongo el pecho. Y nunca esperé para crear mi independencia, nunca se trató de esperar una ayuda de la familia, un buen matrimonio, una jubilación o ganarte la lotería”.
“También hay muchos viajeros que van generando su sustento en el camino, y es válido, pero no fue mi elección. Siento que me sentiría muy vulnerable y dependiente de la gente que me voy encontrando en la ruta, de su ayuda, aun así, admiro a ese viajero”, agrega. “Por otro lado, es importante entender la propia esencia para diseñar el camino de vida, un diseño que debemos tratar de acuñar desde chicos. En mi caso nunca me vi ama de casa con seis hijos, me aseguré de no dejar varios hijos a la deriva, que sería una irresponsabilidad. Con una disciplina extrema, me garanticé libertad económica y financiera. Aun así, al final del día nunca se trata en el fondo de lo económico, sino de vencer los miedos”.
“Por último, soy una persona muy optimista, pero aun así quiero dejar también el mensaje de cuidado. Cuidado, el mundo como lo conocemos se va a acabar, hicimos y hacemos estragos en él, las consecuencias ya son evidentes, y los impedimentos serán cada vez mayores, lo vimos con la pandemia. Entonces cuidémoslo mucho, ayudemos también a los que están caídos y, en ese camino, encontremos nuestras fortalezas y salgamos a ver nuestra Tierra lo más que podamos, mientras sea posible, sea lo que eso signifique para cada uno. Andá tras la búsqueda de tu santo grial que el camino se va a abrir bajo tus pies”, concluye.
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