Soledad y Sonia crearon el programa “Proyecto abdomen”, una técnica saludable que, en muchos casos, evita la cirugía de diastasis abdominal.
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Soledad Santarelli (43) es kinesióloga. Desde chica jugaba al hockey y, si bien le gustaba todo lo relacionado con el arte, no se animó a seguir por ahí: “Estudié kinesiología porque era canchero. Cuando me recibí hice bastante de deportología pero el ambiente, al menos en esa época, era muy machista. Me gusta la profesión, yo soy muy del servicio, me gusta mucho estar con la gente y ayudar”, cuenta y recuerda que el día que se recibió fue a la peluquería y encontró una tarjeta de un profesor de arte, llamó, se anotó y empezó a estudiar pintura, talleres de reciclado, acuarelas, oleo y todo aquello que le gustaba y que ahora forman parte de su pasatiempo.
“En un momento de mi vida empecé con una crisis existencial de la profesión y quería ver qué me pasaba. Trabajé diez años en un consultorio, estudié RPG y no me terminaba de cerrar, me aburría, no era lo que yo esperaba y caía en todo el tema de la obra social. Empecé a estudiar un montón de cosas, como yoga, buscando lo que yo necesitaba en ese momento”, dice.
Trabajando en RPG conoció a Javier, un kinesiólogo que también buscaba hacer algo distinto dentro del rubro y se les dio la posibilidad de poner un consultorio juntos, “nos gustaba mucho todo el tema de hernia de disco, columna lumbar, pero teníamos que hacer algo distinto, no podía quedar solo en RPG”, explica Soledad. Tenían un consultorio chiquito donde de a poco fueron sumando kinesiólogos y sentían la necesidad de buscar algo más grande. Además los pacientes les pedían recomendación de a dónde ir a hacer gimnasia y otras actividades, “nos pasaba que los habíamos ayudado un montón a los pacientes y después caían en lugares que trabajaban mal y era volver a empezar”, cuenta Soledad.
Javier a su vez trabajaba en un centro de pilates y como Soledad estaba buscando hacer algo físico le recomendó que la viera a Sonia, la entrenadora. “Yo era la típica flaca con panza, entonces Javi me dijo que fuera a ese lugar que estaba Sonia que entrenaba el core o centro del cuerpo”. Entre clase y clase se fueron conociendo, Sonia le explicaba el por qué de la técnica y cómo se hacía cada cosa. Fueron intercambiando conocimientos y fantaseando con algún día hacer algo juntas.
El camino de Sonia, gimnasta y jueza
Sonia Marra (54) desde los 12 años que es gimnasta, “todos nos entusiasmamos con Nadia Comaneci y a los 13 años salía del colegio y me iba al club, hacía danzas clásicas, mi tiempo libre lo ocupaba con alguna actividad. Entrené muchas horas todos los días de la semana. A los 16 años ya tenía mi grupito de gimnastas y las preparaba. Yo era jueza metropolitana, después fui haciendo carrera hasta llegar a ser jueza internacional”, recuerda apasionada. Al terminar el secundario estaba entre estudiar profesorado de matemática o de educación física. Pero fue a conocer el Instituto Romero Brest de educación física y se enamoró. Mientras, puso una escuela de gimnasia artística, ocupaba rangos en la federación y era una apasionada por lo que hacía.
“Pero la vida te da volantazos, a los 38 años me separé y los entrenamientos eran después del horario escolar. Yo tenía dos hijos chiquitos que no los podía dejar, así que tenía que estar en casa. Vendí tortas, hice lo que pude, y me ofrecieron trabajo en pilates así que hice la certificación”, cuenta.
Por otro lado a los 29 años Sonia tuvo muchos episodios, originados por el esfuerzo de cuidar a otras gimnastas, de columna lumbar, se hizo una hernia muy grande, tuvo que hacer reposo, varias inyecciones, no sentía la pierna. “Cuando hago el certificado en Pilates escucho por primera mantener las curvas de la columna y la palabra transverso abdominal. Mirá que había estudiado educación física, hice tres años de Nutrición en la UBA y nunca nadie me habló del transverso hasta que empecé a entrenar pilates. Yo también bailaba y el médico me lo había suspendido. Pero entrenando pilates no me volvió a doler nunca más nada de la columna y pude hacer lo que quería”, cuenta Sonia sobre cómo mejoró su vida.
Trabajando en el centro de pilates lo conoció a Javier, un kinesiólogo con el que intercambiaban clases de pilates por conocimientos en temas de kinesiología.
“¿Y si la contratamos a Sonia?”
Cuando Soledad quedó embarazada suspendió sus clases de pilates. A los tres meses del nacimiento de su hijo, Javier le dijo: “¿Te acordás de ese lugar que te encantaba? Bueno, lo conseguí. Yo pensé, ¿qué vamos a hacer con todo ese monstruo? Yo con un bebé no tenía ganas de nada. Era un lugar grande, y como tenía un salón grande le dijimos a Sonia que viniera a dar pilates, también hacer RPG y tener toda la parte de entrenamiento”, cuenta Soledad del plan que idearon y del centro al que llamaron Kings Global.
Pero cuando Sonia fue a ver el salón se encontró con un problema: las camas de pilates no entraban. “Le prometimos el lugar y las camas no entraban, no sabíamos cómo hacer, nos sentíamos presionados, le prometimos y era decirle chau porque no entran”, recuerda Soledad.
Pero Sonia igual fue a la inauguración, llevó flores y Javier le preguntó: “¿Vos qué haces con los que no tienen cama de pilates?” y Sonia le mostró, “yo tenía todo un sistema que hacía con los alumnos particulares que tenían que hacerlo en el piso. Me pasó que trabajando en pilates hice una formación que se llama Gimnasia Postural Global y empecé a bajar gente de la camilla. Si no te sale hacer determinada cosa no podés hacer lo otro. Por otro lado tenía alumnos particulares a domicilio que no tenían cama de pilates y empecé a armar un sistema de entrenamiento propio”, explica Sonia.
“¿Están preparadas para que les explote el consultorio?”
Un día llegó una paciente que había sido compañera de hockey de Soledad y le preguntó si ella rehabilitaba lo que decía en su orden médica: diástasis abdominal. “Yo por una cuestión de afecto y de que soy kinesióloga y siempre trato de ayudar. Le aclaré que no era algo frecuente en el consultorio pero la invité a probar nuestro método. Yo soy kinesióloga, no profesora entonces trabajo de otra manera. Llamé a Sonia y le dije tenemos que hacer algo de este tipo, enseñame y armamos un programita”, cuenta Soledad.
Sonia por su lado ya había trabajado con alumnas con diástasis, “yo sabía cómo no lesionar, sabía que los oblicuos no, que los rectos no, que sí el transverso abdominal. Nos juntamos y fuimos juntando lo que cada una sabía y le armamos un plan para ella”, recuerda Sonia de la que llaman la paciente cero.
Un día la paciente le cuenta a las chicas que sus médicos estaban encantados con el trabajo que venían haciendo. Tal fue el entusiasmo que uno de los médicos, Nicolás Nardelli, la llamó a Soledad: “Hola, soy el Dr. Nardelli del equipo de cirujanos del Dr. Osvaldo Santilli, vos estás tratando una paciente nuestra y queríamos hablar con ustedes porque lo que están haciendo es lo que buscamos hace un montón”.
Pero Soledad le contestó: “Te agradezco pero yo no trabajo con cirujanos, nosotras tratamos de no operar”. Y eso mismo es lo que buscaban los médicos: tenían una buena técnica pero se diluía con la falta de rehabilitación, era como la pieza del rompecabezas que estaban buscando.
“Nos cuentan que tienen un equipo de investigación, que no se opera pero les faltaba esa pata y no lograban los resultados que esperaban. Entonces nos dijeron de traer ecografistas para que nosotras les mostremos lo que hacíamos. De golpe nos cae gente capa, ecografistas grosos, nosotras recién arrancábamos, cuando venían ellos comprábamos el café bueno”, admite Soledad entre risas.
Las chicas mostraron su método y fue un éxito, “¿Ustedes están preparadas para que este verano les explote el consultorio?”, les dijeron.
“Proyecto abdomen”, presentado a nivel internacional
En un mes las chicas acomodaron horarios, prepararon el centro pero no fue nadie. Se miraron y se dieron cuenta de que tenían que armar algo ellas para que fuera redituable y no depender solo de un equipo médico.
Entonces armaron el programa “Proyecto abdomen” con protocolos y evaluaciones. Todos los viernes, al día de hoy, se juntan en un bar y empiezan a proyectar, ordenar, armar. “Una vez el Dr. Santilli nos pidió si podíamos escribir un paper. Ahí empezamos a darle forma a todo, nos reuníamos con él. Nuestra primera alta que fue al control con ellos y en la ecografía se vieron los resultados nos latía el corazón, estábamos felices”, cuenta Sonia. El proyecto se presentó a nivel internacional con una excelente aceptación en el ámbito de la salud.
“Logramos hacer que la kinesiología se fusione con el entrenamiento y entonces vos que venís a rehabilitar una cosa logres un cambio total de hábito. En unos meses vos enseñas un poco pero no hay un cambio rotundo y real de patrón ni de hábito de vida. Entonces es muy frecuente que eso reincida porque te va a ganar el patrón. Es un proceso largo pero para nosotras es clave esta unión”, explica con orgullo Soledad.
El programa es individual, el ojo entrenado de Sonia de sus años como jueza la ayudan a mirar el detalle de cada paciente y se personaliza según lo que la persona necesite. “Buscamos que se automatice, que el transverso responda solo, es un regalo de por vida, la idea es que vos después juegues al tenis y sepas gestionar bien el mecanismo de activación del core, que se vuelva automático”, explican las chicas.
“Hay mujeres que empezaron con una diástasis pequeña y ahora no se nota, eso es muy reconfortante. Una paciente es música, toca la flauta traversa y cambió su técnica porque ella tocaba empujando el suelo pélvico. Yo a veces lloro, hay cosas que no esperábamos, una persona que en 15 sesiones hizo cambios que no esperábamos, cada alta, cada logro sigue siendo un festejo”, dice Sonia emocionada.
En el centro uno puede hacer el programa Proyecto Abdomen o bien tratar lo que se necesite con kinesiólogos, profesoras de entrenamiento, especialistas en suelo pélvico, en RPG, nutrición. Por la pandemia no les quedó otra opción que atender virtual, pero no solo encontraron la forma sino que la mantienen para quienes son del interior o viven en otros países.
Las chicas buscan expandirse pero sin dejar de lado lo que las distingue que es el trabajo personalizado. Con paciencia acompañan un largo camino que ayuda a muchísimas mujeres a sentirse mejor consigo mismas y a estar saludables. Es que Sonia y Soledad no solo transmiten su pasión y su vocación de servicio en sus palabras, también lo hacen en sus actos con el amor que ponen cada día en su trabajo y en un método que ellas mismas experimentaron: “Hoy estoy más armada en mi cuerpo que antes de mis hijos”, concluye Soledad.
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