Luis Ferrero hizo su servicio militar entre 1981 y 1982; cuando le tocó la Armada, se entusiasmó: navegaría por primera vez en su vida... pero nunca imaginó lo que sucedería durante y después del ataque del HMS Conqueror
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Luis Ferrero nació un 5 de octubre de 1962 en la localidad de Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Aun recuerda cómo, durante su infancia, añoraba con pasión conocer el mar.
Tuvo que esperar hasta sus 18 años para poder cumplir ese sueño. Mientras tanto, se dedicó a trabajar en el campo. “Ayudaba a mi papá que era empleado de la Fiat. Manejaba cosechadoras y arreglaba tractores. Yo terminé la primaria en la Escuela Nro. 7, la General San Martín. Luego empecé la secundaria, pero solo completé los primeros dos años”, se presenta.
En 1976, el gobierno adelantó la edad de ingreso al Servicio Militar Obligatorio: dispuso que los varones deberían cumplirlo a partir de los 18 años. Así fue que, en lugar de estudiar o continuar trabajando, Luis ingresó en la Armada en 1981.
El destino de los candidatos, en qué arma iban a prestar servicio, se determinaba por sorteo. A Luis le tocó el número 924. Se puso feliz cuando recibió la noticia. Ingresar en la Armada le permitiría cumplir su sueño: ver el mar, navegar, conocer la costa argentina...
-¿Cómo fueron sus primeros días en la marina?
-Honestamente, al entrar no padecí nada. Aprendí el oficio de panadero, que fue a lo que me dediqué durante todo mi servicio. Había otros que aprendían mecánica, chapista y distintos oficios. Luego, sí, muchos la pasaban mal; había quienes lloraban hasta cuando les cortaban el pelo... Los primeros dos meses todos hicimos un entrenamiento general: práctica de tiro, cuerpo a tierra en el pasto, en las heladas, sobre excremento de vaca...
-¿Cuál fue su primer destino?
-El crucero Belgrano. Me lo confirmaron en agosto de 1981, un mes después de haber empezado el servicio militar.
-¿Cómo fue su experiencia en el Belgrano antes de la guerra?
-Disfruté mucho. Antes de la guerra, navegamos un montón. Enero del 82 lo pasamos arriba del agua. Fuimos a Isla de los Estados, a Puerto Madryn y a Ushuaia. También estuvimos unos días en Punta del Este.
-¿Cómo era su jornada laboral en el crucero?
-Yo hacía el turno noche. Empezaba a trabajar a las 22 y salía a las 6 de la mañana. El barco era una mini ciudad, había que preparar mucho pan. Por eso, en total, había tres turnos en la cocina. La cocina no paraba de trabajar. Mi equipo preparaba 2 bolsas grandes de pan y facturas. Había una máquina que lo amasaba, y después nosotros cortábamos los bollitos con la mano. Los hornos eran eléctricos. No era fácil trabajar ahí. A veces, con el movimiento del barco, era un lío, porque los productos calientes se caían de las bandejas de cada horno. Después de quemarme un par de veces, aprendí a realizar el trabajo correctamente.
“Me salvé del primer impacto”
El domingo 2 de mayo de 1982, en pleno conflicto de Malvinas, dos torpedos lanzados desde el submarino nuclear inglés HMS Conqueror impactaron contra el casco del buque, condenándolo a un rápido hundimiento. A las 15:56 horas, el primer torpedo golpeó en la mitad del casco, en la sala de máquinas de popa, donde había mucha gente de guardia, y generó una explosión ascendente que atravesó las cuatro cubiertas. Minutos después, el segundo torpedo pegó en la proa y cortó 15 metros del barco, que se fueron al agua, desaparecieron. El buque quedó 15 metros más corto.
El Belgrano, herido de muerte, luchó una hora contra el mar y eso le dio la posibilidad a 700 tripulantes de salvar su vida (de un total de 1093 que iban a bordo). Luis Ferrero no se olvida más de aquella tarde:
“La noche anterior, además de haber trabajado, me había tocado cubrir guardia hasta las 11 de la mañana. Cuando pegan los torpedos, yo estaba durmiendo... Mi cuarto, que compartía con muchísimas personas, estaba en la parte delantera del buque; por eso me salvé del primer impacto”, relata.
-Se despertó y...
-Me desperté directamente en el suelo. Me había caído de la cama. No entendía bien lo que estaba pasando. Estaba todo oscuro, solo se veían rendijas de luz. Yo pensaba: “¡¿Qué chocamos?! ¿Una montaña, una isla? Estaba perdido, pero escuchaba voces. Agarré mi bolsa de emergencia, donde tenía comida y bebida, y empecé a subir las cubiertas corriendo, como podía. Era difícil, el piso estaba resbaladizo, era de acero inoxidable y se había llenado de petróleo. El torpedo justo había dado en uno de los tambores de combustible… Yo iba con zapatos, un pantalón y sin remera, en cuero. Subí 4 cubiertas. Cerca de la despensa encontré un saco que pertenecía a un tal Crocco de apellido. Lo llamé pero no respondió, entonces tomé el saco y me lo puse. Ahí, en eso que voy a subir, vi que venían 3 pibes lastimados. Los dejé pasar primeros.
Sigue sin Luis: “En la cubierta de arriba, había unos cantineros civiles. Querían bajar, pero yo les aconsejé fuertemente que no lo hicieran: ‘Hay explosiones y mucha temperatura’, les dije. No me hicieron caso, fueron igual porque uno quería buscar a su hermano. Justo en ese momento se escuchó una explosión interna y la onda expansiva nos levantó a los 4. Subimos la escalera, prácticamente, sin tocarla. Y terminamos en la cubierta principal.
Ahí vi que estaban tirando balsas al agua. Todavía no sabía que nos habían atacado. Pero el cabo Cabrera, que estaba a cargo de todos los panaderos, nos dio la noticia. Cabrera estaba todo negro, bañado en petróleo. Después agregó: ‘Hijos, vayan y hagan todo lo que les ordenen. Cuídense y obedezcan todo. Vamos a tener que saltar a las balsas’.
Tiramos la primera balsa, pero la soga se cortó, y la balsa se fue... Fui a buscar otra, al fondo de la cubierta. El buque ya estaba muy escorado, costaba mantenerse de pie por la pendiente. En ese momento cantamos el himno nacional y acto seguido, nos ordenaron que evacuáramos. Pero la balsa iba y venía, no era fácil. Estaba la chance de caerse al mar helado. Encima se estaba levantando una tormenta con olas de 9 metros de altura. Yo calculé, me tiré, y por suerte caí bien. Mi compañero, el que venía atrás, se tiró prácticamente detrás mío y aterrizó sobre mi espalda con sus rodillas. Por suerte no pasó nada”.
Luis estuvo 43 horas en la balsa, junto a 12 compañeros, hasta que fueron rescatados. A pesar de haber sobrevivido al momento más violento del naufragio, recuerda que esos dos días de eterna espera no fueron apacibles: “Habré dormido 4 minutos en total. No nos permitían dormir, porque si lo hacés, las pulsaciones te bajan y te podés morir del frío. Y el clima era un problema. Estaba tan helado, que a veces, cuando vomitábamos, lo hacíamos sobre nuestros pechos, para mantenernos tibios”.
Finalmente fueron rescatados por el destructor ARA Piedrabuena.
-¿Qué se le pasaba por la cabeza durante las 43 horas en la balsa?
-Pensaba en mi madre. Ella tenía presión alta, y yo temía que se hubiera enterado: quizás podía morirse del susto. Además yo, dentro de todo, estaba relativamente sano, estaba vivo y estaba bien.
Pero no fue hasta que se reencontró con su madre que se dio cuenta de que no había estado tan bien.
“En la balsa tuve una... llamémoslo un sueño. Me vi a mí mismo de chico, en una ilusión. Estaba caminando con un yeso. Sentí curiosidad. Cuando le pregunté a mi mamá si yo de joven me había quebrado, me confirmó que sí, que efectivamente me había roto los dedos del pie tras haber metido el pie en los rayos de la bicicleta. Cuando le conté todo esto a un médico, él me dijo que yo estuve ‘un poquito más allá'... me dijo que había tenido una experiencia cercana con la muerte.
“No conseguía trabajo”
Después del Servicio Militar, de Malvinas, Luis empezó una nueva vida. Se casó con Claudia, su novia por aquel entonces, con quien había mantenido la relación por medio de cartas durante todos los meses de navegación. La había conocido antes de embarcarse en el 81. Hoy tienen seis hijos, frutos de un amor ininterrumpido.
Sin embargo, hubo otros planos en los que la vida no se le presentó fácil. “Los primeros años no conseguía trabajo. Había un prejuicio fuerte contra los que habían peleado en Malvinas. Muchas personas temían que yo hubiese quedado mentalmente tocado y por eso no me contrataban. Fue mucho después cuando me contrataron en una carnicería”, cuenta.
Luis estaba perfectamente bien, apto para trabajar. Aunque sí tenía recuerdos que lo molestaban en su interior: “Por las noches me levantaba mojado, transpirado. Por mucho tiempo soñé con que nadaba por debajo del agua buscando a los compañeros que se habían ahogado, y que los quería reflotar. Soñaba un montón de cosas por el estilo”, cuenta.
“También, a veces, salía a correr, disparado, sin destino. Durante unos años, mi vida fue blanco y negro, pero en serio: veía las cosas sin sentido, sin motivación. Intenté matarme dos veces , pero no lo hice. Me quería tirar desde un tercer piso, pero escuchaba una voz que me decía que no lo hiciera. Pensaba en mi esposa y mis hijos”, agrega.
A los 29 años sufrió su primer ACV, que lo dejó hemipléjico de una pierna y un brazo. El segundo fue años después, en sus 60. “Hoy estoy bien”, dice Luis, que pudo volver a caminar.
En 2001 fue invitado a dar una charla en un colegio. Contó vivencias de Malvinas, del Belgrano. Su historia. Las invitaciones siguieron llegándole cada vez con mayor frecuencia. Hace 5 años, una maestra le propuso que también tomara la jura de la bandera de sus alumnos. Luis respondió que no tenía problema. Su primer acto fue en la ciudad de Luis Guillón, en el partido de Esteban Echeverría, en 2016. Llegó al colegio con otros ex combatientes y dieron un discurso que dejó muy entusiasmados a los estudiantes.
“Ese día invitaron a todos los padres. Fue hermoso, emotivo. Malvinas es una causa que une al pueblo. Y a mí me sirve contarla. Y a los jóvenes les sirve como ejemplo; prestan atención, se interesan. Después los veo en la calle del pueblo y me saludan. Me hace muy bien, me ha ayudado a recuperarme”.
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