Llegó a California a visitar parientes, se quedó sin planificarlo, y pasó de servir en un restaurante a ser director general, viajar por el mundo y descubrir su legado.
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Para Martín Esquenazi, como para tantos otros seres de este mundo, emigrar no conlleva un trauma, ni significa una tragedia, simplemente es parte del camino, una etapa más en la vida: “La primera fue en mi país natal, Argentina, que me brindó la educación, mis costumbres y mi ética. El haberme forjado ahí me permitió comenzar la segunda etapa de mi vida en mi segundo país, Estados Unidos”, manifiesta.
Aun así, su historia atravesó senderos impregnados de lágrimas -tanto de alegría como de dolor-, donde el esfuerzo y la gratitud emergieron como sus grandes pilares en una travesía en la que su país de origen estuvo y estará siempre presente en sus días de añoranza y en su corazón.
Estados Unidos: ir de visita y quedarse para siempre
Martín nunca pensó en quedarse en Estados Unidos, tan solo sucedió. Como muchos, conocía al gran país del norte a través de la narrativa: el cine y las series yanquis formaban parte de su cotidianidad, pero, cuando tuvo la oportunidad de recorrer el verdadero territorio, comprendió que poco sabía de él.
Primero viajó en los años 80 a visitar familiares en Los Ángeles, y a viejos amigos estadounidenses que residían en Carolina del Norte, y que había conocido en su temprana adolescencia argentina. Pero fue años más tarde, en 1995 y ya graduado de la universidad, que su vida cambió para siempre. Por aquella época, su familia en California le dio la bienvenida una vez más y, junto al cálido recibimiento, llegó la sugerencia: “Mi prima me dio la idea de hacer un postgrado allí, en UCLA (Universidad de California en Los Ángeles)”, cuenta Martín.
El joven siguió el consejo y se quedó en California por dos años. Realizó su postgrado en Bussiness Management y, para poder solventar sus estudios y su estadía, ingresó a trabajar en un restaurante argentino, sin imaginar hacia dónde se estaba encaminado su vida. Con pocas expectativas, comenzó a gestionar la ciudadanía, un trámite que hoy no considera tan sencillo como por aquel entonces. Al año, se convirtió en ciudadano estadounidense y así, casi sin buscarlo, le dio inicio a la segunda etapa de su vida.
Un viaje revelador: conocer las verdaderas caras de Estados Unidos
Cuando terminó sus estudios hizo lo que muchos residentes hacen por placer o al finalizar un tramo importante de sus vidas: subió a su auto con el objetivo atravesar casi todo Estados Unidos.
Primero recorrió los 3880 km que separan Los Ángeles de Charlotte, donde visitó a sus viejos amigos. Luego, simplemente manejó sin destino, dejándose conquistar por cada rincón en su camino. Anduvo por parajes no turísticos y se maravilló al visitar ciudades tales como Wyoming, a tan solo una hora de uno de sus parques nacionales preferidos: Yellowstone.
“Pasé de haber ido a Miami, Nueva York y San Francisco, a conocer lugares como Coeur d’Alene, Billings, Gardiner, Montana, Boise en Idaho, Ashville, Carolina del Norte, entre otros: ahí me di cuenta de que antes no podía llamar al país `mi país´, ya que no conocía más que los puntos turísticos”.
Aquella travesía no solo le abrió los ojos a una nación mucho más rica en cultura y paisajes de lo que jamás hubiera imaginado, sino que lo ayudó a elegir dónde vivir. Martín se decidió por Charlotte (la ciudad más grande en Carolina del Norte), una urbe bancaria con amigos locales, que le mostraron en profundidad la cultura estadounidense por dentro, y terminaron de desmitificar mucho de lo que había visto en las películas. “Extrañaba Argentina, pero a la vez era tanto lo que estaba absorbiendo, que no me ganaba la nostalgia y, de a poco, comencé a mezclar mi cultura argentina con la americana, costumbre que hasta el día de hoy conservo”.
El amor: Río de Janeiro y Buenos Aires se encuentran en California
Los días en el restaurante habían quedado atrás y el mercado laboral – siempre en movimiento - abrió sus puertas, abundante pero muy competitivo. Luego de pasar por cargos medios, logró incorporarse como gerente de producto (Product Manager) en una compañía de comidas étnicas, especializada en elaboración kosher. Aquel empleo lo llevó a mudarse nuevamente a California.
“Elegí Santa Bárbara, una pequeña ciudad del otro lado de Ojai Valley, sobre el Pacífico. Muy lindo, pero nuestras oficinas estaban en Los Ángeles y el viaje diario se hacía muy pesado, Finalmente, después de dos años allí, me mudé a Marina del Rey, mucho más cerca”.
Fue en Marina del Rey donde llegó su amor, Renata, una mujer oriunda de Río de Janeiro. Ahí estaban -ella de Brasil, él de Argentina-, dos latinos en un rincón impensado de Estados Unidos: “Cuando miramos hacia atrás nos reímos de las coincidencias que trae la vida. Risas que muy rápido desaparecen cuando miramos algún partido de fútbol entre Argentina y Brasil”, agrega entre risas.
Texas: el mejor lugar para echar raíces
A McKinney, Texas, llegaron en el 2015, luego de que Renata, quien trabaja para Toyota corp., fuera transferida. A esa altura de su vida en Estados Unidos, Martín ya había comprendido que, para los habitantes de aquel suelo, el desapego hacia las casas y las comunidades era algo usual: la migración interna se producía a cada instante en una nación compuesta por estados diversos, colmados de reglas y costumbres propias a las que rápidamente se debían adaptar.
“Texas es otro mundo, como bien dicen acá, es otro país. La economía de Texas es más grande que la del resto de Estados Unidos junto. Es completamente autosuficiente, lo cual atrae muchísimas oportunidades”, asegura el argentino. “No nos costó la adaptación; a diferencia de California, es mucho más tranquilo, la gente te saluda en la calle; sus costumbres son distintas al resto de los estados: se vive más despacio y, a su vez, la gente es amigable y les da la bienvenida a todos. Por otro lado, Dallas, su núcleo comercial y cultural, está estratégicamente ubicado en el país, algo maravilloso para nosotros, que nos gusta mucho viajar: sin escalas, se puede estar en Río, Buenos Aires, Beijing o Dubái”.
“Al ser una persona positiva, me cuesta encontrar lo negativo en Texas, pero si tuviera que elegir diría que la carne no se compara con la de Argentina, ¡sigo extrañando un buen bife de chorizo!”.
Estados Unidos: un país en constante movimiento
Los años pasaron, Martín y Renata les dieron la bienvenida a sus tres hijos y en Texas encontraron atmósfera de hogar. Con su espíritu siempre optimista y trabajador, el argentino comenzó a ascender laboralmente, hasta llegar a su puesto actual como director general de Recursos Humanos, con más de 1500 empleados distribuidos en seis estados, el Caribe, Canadá y México, bajo su responsabilidad.
“Texas es el mejor estado para echar raíces en la actualidad, hay oportunidades a la vuelta de cada esquina. No por casualidad, compañías como Tesla, Virgin Galactic, Spacex, Raytheon, Toyota o Fedex, ahora lo eligen para sus nuevas sedes, atrayendo así a miles de personas. ¡El movimiento humano en Estados Unidos es constante! Sin ir más lejos, aunque elegimos Texas, hoy estamos viviendo temporalmente en Carolina del Sur por mi trabajo. Que te trasladen de estado en estado es común y lo llaman Corporate Life (vida corporativa). Debido a mi ocupación, me mudé doce veces desde que emigré”.
El legado más poderoso
Entre mudanzas, vida cotidiana y trabajo, la existencia no siempre fue sencilla. En el camino, las vicisitudes y el dolor también surgieron, así como el cansancio provocado por tanto esfuerzo y presión, en un país donde la carrera laboral tiene un gran protagonismo. Pero Martín no se arrepiente de su segunda etapa de la vida, todo lo contrario, agradece cada una de las oportunidades que lo desafiaron a encontrar el balance entre el trabajo, la familia y el amor por los road trips -nacionales e internacionales-, siempre presentes.
Hoy, cuando mira hacia atrás, el argentino recuerda casi incrédulo aquellos días en los que llegó de visita y simplemente se quedó para trabajar en un restaurante y estudiar, sin imaginar su futuro, tan solo dejándose llevar por aquellas puertas que se abrieron en el camino.
“La última vez que estuve en Argentina fue en el 2011 y no lo voy a ocultar: extraño mucho mi gente, mi país, los sonidos y los aromas de mi ciudad. Eso siempre será irremplazable”, se emociona. “Me duele cuando leo las noticias y me angustio al ver a mis familiares, amigos, a mi gente pasarla mal. Las puertas seguirán siempre abiertas para ellos”.
“Emigrar fue más que una experiencia de vida para mí, por eso digo que lo veo como una etapa. Agradezco mi primera etapa, la Argentina, por darme alas para vivir la segunda etapa en Estados Unidos, un país donde el movimiento está naturalizado y que me permitió alcanzar cada una de mis metas, así como seguir trabajando por nuevos sueños”.
“Conocer nuevas culturas nos posibilita conocernos más a nosotros mismos. El mundo está ahí, siempre abierto a que los descubramos. Tengo la fortuna de haber viajado junto a JayJay (Jaden), mi hijo de 13 años, a lugares como la gran muralla China, Mongolia, las montañas de Atlas en Marruecos, el desierto de Dubái, la gran mezquita de Abu Dabi; ciudades como Doha, Beijing, Madrid, Londres, Río, Roma, Buenos Aires, Marrakech, Shanghái, Tokio. Haber conocido todo Japón en tren en un viaje de un mes, tan solo él y yo, fue increíble. ¡Y lo que nos queda por visitar! Salir de las fronteras me enseñó lo vasto de un mundo que nos pertenece. Eso es lo que más atesoro de mi etapa en Estados Unidos: me ayudó a comprender que no somos ciudadanos de un país, sino ciudadanos del mundo; me abrió a la posibilidad de conocer nuevas culturas y pasar ese legado a mi familia”.
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