Hace 41 años, Marcelo Rosas encontró los restos de la HMS Swift, un navío británico que había naufragado en la ría Deseado en 1770
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La ciudad de Puerto Deseado, fundada en 1884, mantuvo durante sus primeros 91 años de historia un secreto enterrado a escasos pasos de su costa. En las profundidades de la entrada a la ría Deseado yacía en silencio un auténtico “tesoro” de la historia de Inglaterra: la corbeta Swift. En su interior, conservaba joyas intactas de un siglo anterior junto a los restos de dos marinos británicos.
La Swift permanecía allí desde marzo de 1770, cuando su destino fue sellado por un fatídico encuentro con la furia de una violenta tormenta. La corbeta se encontraba en una expedición, había partido el 7 de marzo de se año del puerto Egmont, en las islas Malvinas, con el propósito de investigar las costas argentinas, donde por entonces ejercían soberanía los Tehuelches. El 13 de marzo, 91 tripulantes se acercaron a lo que hoy se conoce como Puerto Deseado, pero no pudieron continuar su trayecto porque los sorprendió el furor de la lluvia y el viento.
Ante la embestida de las olas, el capitán George Farmer decidió adentrarse en la ría Deseado en busca de un refugio seguro donde esperar hasta que amainara la tempestad. Sin embargo, en el momento de la entrada, el casco del navío impactó con una roca subacuática y se hundió en cuestión de minutos: la Swift fue tragada por el océano en un abrir y cerrar de ojos, cobrando la vida de tres marineros.
Lo 88 sobrevivientes lograron alcanzar la costa nadando. Se refugiaron en cuevas naturales que había en la zona y establecieron un campamento temporario. Nadie sabía de su paradero. Entonces, la semana siguiente, un pequeño grupo de seis valientes improvisó una chalupa de madera y emprendió el viaje de regreso hasta las Islas Malvinas en busca de auxilio. Finalmente, en abril de 1770, el buque “Favourite”, también de bandera inglesa, llegó para rescatarlos.
Durante un siglo completo, nadie supo nada más sobre esta historia. Fue recién en 1975 que un australiano, de nombre Patrick Rodney Gower, llegó a Puerto Deseado para darla a conocer. La primera vez que lo vieron, los habitantes de la zona no podían disimular su sorpresa: el hombre hablaba un idioma ajeno y tenía un aspecto de extranjero indisimulable. Pero lo que les despertó aún más curiosidad fue lo que tenía para decir. El hombre les mostró una bitácora que había traído consigo desde Oceanía. Esta especie de diario, repleto de anotaciones, había pertenecido a un tal Erasmus Gower, un viejísimo antepasado suyo que había sido tripulante de la HMS Swift, y que había dejado por escrito, con lujo de detalles, todas las peripecias del viaje de la corbeta, incluido el naufragio y una rigurosa descripción de todo lo que ocurrió después.
El relato de Gower se difundió con rapidez entre los habitantes de Deseado, convirtiéndose en tema de conversación de cada mesa familiar. Hubo deseadenses que quisieron ayudarlo, buscar el buque hundido. Pero ni él, ni las personas que lo acompañaron, dedicaron demasiado empeño a esa misión. Finalmente Gower terminó volviendo a su país sin muchas respuestas. Pero sembró una leyenda...
La historia no era ficticia. Las pruebas existían en los archivos de Inglaterra, donde la tragedia había sido registrada en una Corte Marcial, ya que los marinos de la Swift tuvieron que dar testimonio por haber perdido el barco. Pero esto no era conocido por los ciudadanos del pueblo santacruceño. Con el transcurso del tiempo, la historia se diluyó, prácticamente fue olvidada. Sin embargo, el destino de la Swift era, tarde o temprano, ser encontrada.
5 años más tarde, en una clase de matemáticas
Corría 1980. Marcelo Rosas tenía 16 años y era alumno del Colegio Salesiano de Puerto Deseado. Un día, durante una clase de álgebra, él y sus compañeros comenzaban a perder el hilo de las explicaciones de Ricardo Locardelli, su profesor. Entonces éste se avivó y recapturó el interés de sus alumnos contándoles una historia.
Recuerda Marcelo Rosas, que hoy tiene 59 años, es escribano y sigue viviendo en Puerto Deseado: “Locardelli era marino, pero nos enseñaba matemática y también era profe de gimnasia. Era un hombre muy culto, de esos que saben explicar muy bien. Y no sé quién fue, si yo u otro chico, que le preguntó si había barcos hundidos en la ría. Y él nos habló de la Swift. Me llamó la atención porque dio muchos detalles y demás. Nos dijo que era un barco inglés que había entrado y que sus tripulantes posiblemente se habían refugiado en cuevas, y que creía que, para comer, habían buceado para rescatar la comida que había quedado en el barco. También pensaba que quizás habían arrancado las velas para hacer algún tipo de carpa, pero que no sabía dónde habían hecho este presunto campamento. Yo quedé totalmente deslumbrado por lo que contaba. Para mí era como si me dijeras que tenés un mapa del tesoro”.
-Y se quedó con ganas de saber más...
-La mayoría ya no le estaba dando bolilla, se tiraban papelitos entre ellos, esas boludeces, entonces yo esperé a que se terminara la clase, me le acerqué y le pregunté: “Profesor, ¿de dónde sacó eso?”. Él me respondió que había escuchado la historia por parte de Leandro Caruso Roberts, quien justo era amigo de mi familia. Yo sabía que Roberts había sido director de Cultura, Turismo o algo por el estilo unos años atrás. Resulta que Roberts había sido quien recibiera a Patrick Gower aquella vez... Entonces fui a visitarlo.
-¿Qué información le aportó Roberts?
-Él había entrevistado a Gower. Y además tenía las transcripciones de la bitácora de Erasmus Gower. Las escuchamos juntos. Pude oír a Gower contar que su antepasado era un Mayor retirado de la Marina y que había llegado a ser Almirante, y que había estado a bordo de la Swift en el viaje del naufragio.
-¿Cuándo se propuso salir a buscar la Swift?
-En ese mismo momento. Yo tenía tres amigos que estaban interesados en el tema, Mario Brozoski, Daniel Guillén y Marcos Oliva Day. Juntos, creamos una especie de comité de búsqueda. Lo primero que hicimos fue buscar las cintas de la entrevista que Roberts le había hecho a Gower y se las llevamos al papá de Marcos, el capitán Marcos Oliva Day de la Armada. Me acuerdo que buscó una carta náutica y, escuchando las cintas, me hizo, como buen marino, una explicación en detalle sobre qué es lo que él creía que había pasado. Nos tomó muy en serio. Luego nos dijo: “Miren, organícense de esta manera y háganlo presidente de su búsqueda al director del Museo Naval, así le dan más seriedad al tema”. Así se creó la Subcomisión de Búsqueda y Recate de la Corbeta Swift, dependiente del club náutico “Capitán Oneto”.
-¿Cuál era la teoría de Oliva Day?
-Que el buque navegaba cerca de la entrada a la ría en un momento de marea alta. Y que entonces, por la diferencia de profundidad, la corriente “chupó” al barco hacia adentro, momento en el cual chocó con una roca que él conocía por nombre. “Debe haber encallado en la roca Beagle”, decía.
-¿Hoy los deseadenses conocen la roca Beagle?
-Sí, aunque es subacuática, se la ve muy poco, únicamente en los días en los que la marea está muy baja.
“Recorrimos la zona bastantes veces”
La subcomisión comenzó una tarea de investigación que duró dos años. “Empezamos preguntándole a la gente, pero todos nos decían que no sabían nada. Estuvimos un año sin conseguir información”, recuerda Rosas.
-¿A quiénes entrevistaban?
-A gente conocida. Al principio hablamos con un hombre que tenía cierta relación con el mar, un yugoslavo, un hombre grande. También con los pescadores. Pero nadie sabía nada. Igual, una vez un pescador, de apellido Zizich, nos dijo que alguna vez en esa zona había arrancado un pedazo de madera con su ancla. No fue un testimonio clave, pero sí nos dio la pista de que había algo ahí.
-¿Salían a recorrer la zona?
-A veces pasábamos con una lancha para ver si encontrábamos algo. Pero sin mucho éxito.
-Hacían investigación “de campo” y también estudiaban archivos y testimonios.
-Sí, ambas. Transcribimos todas las cintas de la entrevista a Gower y devolvimos las que nos habían prestado. Las escuchamos cientos de veces. También buscábamos información en libros, para tener más precisiones sobre la topografía del ingreso a la ría y, así, poder saber dónde estaba la roca.
-Guiándose con la teoría de Oliva Day, si hallaban la roca “Beagle”, se incrementaban las chances de encontrar la Swift.
-Exacto. Recorrimos la zona bastantes veces. No era fácil ir seguido, porque en esa época no todos tenían una lancha para prestarnos. Cuando podíamos ir, intentábamos, pero, simplemente, no aparecía.
-¿Habían pensado qué hacer en caso de hallarla?
-Sí, a modo de preparación, aprendimos a bucear, en caso de que tuviéramos que sumergirnos a explorar. Estuvimos dos años así, buscando, pero sin obtener resultados.
“Fue como haber entrado a la tumba de Tutankamón”
-¿Cómo fue el día en el que, finalmente, vieron la piedra?
-Era verano del 82, 4 de febrero, día de marea muy baja. Estábamos con Guillén dando vueltas por la costa y yo vi algo y... me pareció que podía ser. Eran las 4 de la tarde. Guillén me preguntó: “¿Vos viste esa roca?”. Y yo le dije: “Sí, me parece que es esa”. Mario Brozoski no estaba. Marcos, no recuerdo. Éramos nosotros dos nada más. Uno de los integrantes del grupo tenía acceso a un bote, entonces fuimos a buscarlo. Me acuerdo que volvimos a la costa en el auto de mi mamá, que nos llevó y nos esperó desde la orilla. Sentíamos mucha incertidumbre. Era el momento de saber si la historia era cierta, si no era una leyenda, si Gower no era un loco que simplemente había llegado y contado eso... Dejamos el auto en la costa y nos metimos caminando, vestidos para bucear. Llegamos caminando a la roca. Había una marea bajísima ese día, y mucho calor, recuerdo. No había casi nadie, solo dos chicos que estaban pescando unos metros más allá. Nos sumergimos, el agua estaba muy turbia, y creo que emergimos a los cinco minutos. “Me da claustrofobia, me cuesta bucear sin visibilidad”, le dije a Guillén. Él era buzo profesional, así que me ayudó: nos agarramos de la mano por una cuestión de seguridad, para no perder el uno al otro. Avanzamos y en cuestión de 10 minutos estábamos en el barco. La sensación de aquel momento fue como la de haber entrado a la tumba de Tutankamón. Me quedé perplejo... “¡Lo encontramos!”, me gritó Guillén cuando subimos a la superficie. Yo me quedé mudo. No hablaba. Salimos un rato y nos paramos en la roca, y luego yo volví a sumergirme, para recorrerlo más. Más tarde, Guillén me preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Por qué no hablas?”. “Nada, me quedé estupefacto”, le respondí.
-¿Reportaron el hallazgo?
-Sí, en Prefectura, pero no inmediatamente. Al principio decidimos esperar unos días por si acaso, por si alguien quería depredarlo y demás... Y después, obvio, le dijimos a los nuestros, y la noticia voló y los diarios locales nos hicieron una entrevista. Hubo una especie de conferencia de prensa a la que invitaron al intendente. Pero bueno, luego, la noticia no perduró en el tiempo, cayó rápido en el olvido. A mí, una vez que se encontró, no me interesó más. Me pareció que ya no era más trabajo nuestro. Volví una vez más a explorar la zona, pero después no me interesó más. Para mí ya estaba. Después yo me fui a estudiar a Santa Fe y llegaron arqueólogos a hacerse cargo de la investigación.
Hoy hay varias piezas de la Swift excelentemente conservadas en el museo “Mario Brozoski”. Brozoski se terminó convirtiendo en buzo profesional. Murió en 1986, en un trágico accidente bajo agua. Las autoridades del museo decidieron bautizar el edificio con su nombre, en honor a su legado y su trabajo en la búsqueda del barco inglés.
-Además de Mario, otro protagonista fundamental de la historia es Gower. ¿Llegó a conocerlo?
-Sí, lo conocí muchos años después. Alguien, no sé quién, tuvo la feliz idea de invitarlo a Deseado. Era una hombre mayor, ya tenía 84 años. Vino con una señora que no era su esposa, sino una amiga, una compañera de viaje. Para mí, hablar con él fue muy gratificante; se sintió como cerrar el capítulo. Siempre lo quise conocer, pero no me daba para ir a visitarlo, se me complicaba por cuestiones de tiempo, dinero y demás. Sentí... no un alivio, pero como que había terminado y cumplido con algo.
Varios hallazgos y una duda... ¿eterna?
Durante los años siguientes, un equipo de investigadores del Programa de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (Inapl) se sumergió para explorar los restos de la Swift. En 2005, inesperadamente, hallaron restos humanos.
“Durante la excavación, encontramos un zapato con huesos de un pie que se continuaban con los de una pierna. Luego de consultar a las autoridades británicas, terminamos desenterrando un esqueleto completo. Nunca imaginamos encontrar el cuerpo de un sobreviviente, siempre pensamos que la corriente se los habría llevado”, dijo la doctora Dolores Elkin, investigadora del Conicet y directora científica del equipo. Además hallaron una hebilla de corbatín, vajilla de Stanford, granos de mostaza y huevos de pingüino enfrascados.
Los expertos realizaron investigaciones para identificar a cuál de los dos marinos desaparecidos pertenecían los huesos. Se sabía los apellidos de ambos, Ballard y Rusker, que tenían 23 y 21 años, respectivamente, al momento de su muerte. “Ya tenemos el ADN del esqueleto. Si pudiéramos encontrar algún descendiente para compararlo estaríamos haciendo un aporte humanitario, que es darle nombre y apellido”, decía Elkin. Sin embargo, no detectaron a ningún descendiente.
Finalmente, los restos del tripulante inglés fueron enterrados en el cementerio británico de la Chacarita, en Buenos Aires, con la (quizás) eterna incógnita de saber si se trataba de Ballard o de Rusker. En la tumba, reza la inscripción “An unknown private marine HMS SWIFT 18 March 1770″.
Entre los asistentes a la ceremonia estuvo Marcelo Rosas, que fue invitado junto con algunas autoridades de Puerto Deseado por el Agregado de Defensa británico en la Argentina, Christopher J. Hyldon.
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