Fue una broma que puso el punto final a una etapa de su vida que recuerda con cierta tristeza. Sucedió a principios del año pasado, cuando un amigo le dijo: "te abrí esta cuenta en Instagram. Ahí vas a poder subir tus fotos, que merecen ser compartidas". La bautizó @unhippieconosde (inspirado en la cuenta de Facebook Es de hippie con Osde, cuyos primeros posteos se remontan a 2015 y donde algunas contradicciones están a la orden del día bajo el lema la hippiada cheta nos invade). La historia detrás, también merece ser contada.
Nacido en el barrio de Villa Urquiza, pero criado a lo largo y ancho del mundo, Ignacio de Asúa (35) creció entre estetoscopios y maquetas del cuerpo humano. "Desde muy chico quise ser médico y me interesé por la cirugía. A los 5 años amputé exitosamente la pierna de mi muñeco He-Man. A los 8 reduje y entablillé una fractura de ala en una paloma que se aterrizó en mi jardín. Pasé el verano entre 6to y 7mo grado perfeccionando mis habilidades con el juego de mesa Operando. También le pedía a mi padre pediatra que me enseñara a usar su estetoscopio e intentaba memorizar el nombre de todos los huesos. Ya en el secundario, soñaba con ser como George Clooney en la serie E.R. Emergencias y practicaba mis primeros diagnósticos con mis compañeros de clase".
Durante su infancia, Ignacio vivió sucesivamente en Alemania, Estados Unidos e Inglaterra. Completó el secundario en un colegio Salesiano: el Don Bosco de Ramos Mejía. Terminó la facultad de medicina y su primera residencia (en Medicina Interna) en el CEMIC. "Disfruté mucho la carrera de Medicina y una vez terminada esta etapa decidí especializarme en Terapia Intensiva. También quería conocer un sistema de salud distinto, de modo que en el 2012 me mudé a Oxford, en el Reino Unido, para continuar mi formación en el Hospital Universitario de esa ciudad". Terapia Intensiva es la rama de la medicina que se ocupa del cuidado de los pacientes más graves del hospital: infartos, sangrados cerebrales y politraumatismos, entre otros. Ignacio estaba interesado por el desafío intelectual que representaba la especialidad y sentía una especial atracción el ritmo vertiginoso de las guardias y la adrenalina de la urgencia.
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La adaptación al nuevo sistema no fue sencilla. Como todos los médicos, estaba desbordado de trabajo. Las guardias se hacían interminables, la exigencia académica era muy alta y como él era el extranjero tenía que esforzarse el doble para demostrar que estaba al mismo nivel que sus compañeros.
Su vida social era muy limitada. Estaba siempre en la Terapia Intensiva y trabajaba unas 70 horas por semana. Para colmo, cuando no estaba de guardia, ¡se sentía demasiado cansado para salir! Intentaba hacer deporte cuando podía (running y basket en el parque) y un hobby que cultivaba en esa época era bailar tango. Pero todas esas actividades habían quedado relegadas por las nuevas obligaciones. En el 2015 una oportunidad única tocó su puerta para trabajar en el helicóptero ambulancia de Londres. La experiencia iba a ser única, pero los costos también. Entre otros sucesos, tuvo que abrirle el tórax a un paciente y tapar un agujero de bala en su corazón con el dedo.
"Por esos años, uno de los acontecimientos que mas me impactó fue el suicidio de un colega, que estando de guardia, lamentablemente se quitó la vida en el baño del hospital. No pudo soportar la presión que conllevaba el trabajo. En ese entonces, yo desconocía que los médicos de Terapia Intensiva tienen cinco veces más riesgo de suicidio, cuatro veces más riesgo de abuso de sustancias y tres veces más riesgo de padecer depresión que la población general. Estaba tan obsesionado con demostrar que yo podía que no me daba cuenta del impacto emocional que mi trabajo implicaba. Todos los días enfrentaba situaciones límite y tenía que decirle a una madre que su hijo había muerto, a un hijo que su madre jamás despertaría o alguien de mi misma edad que nunca volvería a caminar".
Asumir el riesgo
Fue entonces cuando se manifestaron los primeros signos de un problema que le llevaría algunos meses resolver. Comenzaron cuando se mudó a Londres para trabajar en la Terapia Intensiva del hospital St.Mary’s . Inicialmente, eran intermitentes, pero luego se fueron haciendo más regulares: ansiedad, angustia, insomnio, irritabilidad. "Ya nada me daba placer y me costaba sostener vínculos afectivos. Pensaba que estaba perdiendo los cabales o que tenía alguna enfermedad. En realidad, lo que estaba experimentando eran los síntomas clásico del Síndrome de Burn-out, un trastorno muy común entre profesionales de la salud que trabajan en áreas críticas".
No podía ocultarlo. Y en el momento menos pensado, alguien le sugirió que para combatir de estos sentimientos negativos empezara alguna actividad artística. Nunca había tenido facilidad particular para las artes plásticas o la música, de modo que se anotó en un curso introductorio de fotografía en la London School of Photography. No tenía grandes expectativas, pero luego de la primera clase supo que había descubierto su nueva pasión. Desde un principio, le fascinó la idea de poder contar historias complejas a través de una imagen y quedó impactado con el poder de comunicación de la cámara. A medida que se adentraba más y más en el mundo de la fotografía, los síntomas de burn-out comenzaron a desaparecer.
Un hippie con Osde
Sorprendido por los cambios en su vida, Ignacio continuó formándose en fotografía y aprendiendo nuevas técnicas narrativas. Hace poco mas de un año no había tenido ningún contacto con redes sociales. A principios del 2019, un amigo le abrió una cuenta en Instagram y a modo de broma, la bautizó @unhippieconosde. Tímidamente, allí Ignacio empezó a compartir sus imágenes, intentando contar historias sobre sus experiencias como médico y como viajero. A pocas semanas del primer posteo, la cuenta empezó a crecer, primero lentamente y luego con mayor ímpetu. A un año de su inicio, superó los 50 mil seguidores, con una comunidad sumamente participativa, que le abrió la posibilidad a su autor de gestionar numerosos Instameets (encuentros fotográficos gratuitos) y de organizar una escuela de fotografía virtual.
"Mi amigo eligió ese nombre porque, a pesar de provenir de una familiar de clase media donde nunca me faltó nada y teniendo la posibilidad de viajar con cierto estilo, siempre preferí los viajes low cost: micro o en tren, alojamientos económicos e interesado siempre en el lado B de los destinos que visitaba. El siempre me llamaba hippie con OSDE porque decía que hacer viajes con bajo presupuesto es fácil si sabés que ante cualquier dificultad tu familia te va a sacar de apuros".
Ignacio aclara que no se considera un influencer en el sentido habitual del término. Las historias que cuenta muchas veces no son felices -tocan temas sensibles o visibilizan problemáticas sociales-. Sus fotos siempre están acompañadas de una narración en formato de cuento corto que concluye con una pregunta a través de la que intenta involucrar a la comunidad y generar debates constructivos. "Gracias a la fotografía, he logrado alcanzar un equilibrio más saludable en mi vida. Debido a motivos familiares, en el 2020 regresé a la Argentina y ahora trabajo en el Sanatorio Güemes. Durante el fin de semana, cambio el estetoscopio por la cámara".
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