Por primera vez, un libro recopila imágenes de las 152 obras de la impactante artista mexicana
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Es la más famosa artista mujer de todos los tiempos, su imagen es instantáneamente reconocible e inevitable. Frida Kahlo se puede encontrar por todas partes, plasmada en remeras y cuadernos y tazas. Cuando estaba escribiendo este artículo, me topé con una selección de textos con graciosas caricaturas de ella en una vitrina, tal vez a unos tres minutos a pie de mi casa.
Apuesto a que muchos lectores también se encuentran a poca distancia de alguna representación de ella, con sus cejas unidas y vestimenta mexicana tradicional, sus peinados floridos y su lápiz labial rojo.
Esto se debe en parte a que su propia imagen fue uno de los temas principales de Kahlo: casi un tercio de sus obras fueron autorretratos.
Aunque murió en 1954, su obra todavía se percibe como llamativamente fresca: sus autorretratos dicen mucho sobre la identidad, la necesidad de trabajar su propia imagen y contar su propia historia. Se pinta a sí misma mirando al espectador: directa, feroz, desafiante.
Eso significa que Kahlo puede caber perfectamente dentro de ciertas narrativas feministas contemporáneas, la fuerte mujer independiente, que se convierte a sí misma en tema central, explorando sin tapujos los aspectos complicados, desordenados y dolorosos de ser mujer.
Sus pinturas representan intensamente los elementos dramáticos de una vida dramática: un aborto y la imposibilidad de tener hijos; dolor corporal (fue víctima de un horroroso accidente a los 18 años y sufrió físicamente toda su vida); un gran amor (tuvo una tempestuosa relación con el artista mexicano Diego Rivera, así como muchos amantes más, hombres y mujeres, incluyendo a León Trotsky), y grandes celos (Rivera le fue infiel repetidamente, inclusive con su propia hermana).
Pero eso no es todo lo que muestran, su arte no es siempre sobre su vida, aunque se puede excusar que así lo creas. Se escribieron libros sobre su trauma, su vida amorosa; fue objeto de una película de Hollywood protagonizada por Salma Hayek.
Kahlo se convirtió en un tema rentable de taquilla, que garantiza atraer un público a las galerías, a pesar de que lo que suelen ver está más relacionado con su vida que con su arte.
Pero, ¿qué ocurre con su obra? Para algunos historiadores, la implacable atención en la persona en lugar de en su creación artística se volvió algo negativo.
Pero ahora, un nuevo y monumental libro, Frida Kahlo: sus pinturas completas, que acaba de ser publicado por Taschen, ofrece por primera vez una visión de toda su obra.
Kahlo como artista
El historiador mexicano Luis Martín Lozano, en colaboración con Andrea Kettenmann y Marina Vázquez Ramos, aporta notas de cada una de las obras de Kahlo de la cual existe una imagen: un total de 152, incluyendo muchas piezas perdidas que apenas conocemos de fotografías.
En conversación por videoconferencia desde Ciudad de México, le pregunté a Lozano por qué era hora de un estudio completo de su obra, a pesar de que hay tantas exposiciones sobre ella por todo el mundo.
“Como historiador de arte, mi interés principal en Kahlo fue en su trabajo como artista. Si ese hubiese sido el principal foco de la mayoría de los proyectos en décadas recientes, tal vez hubiese dicho que este libro no tendría razón de ser. Pero la verdad es que no fue así”, dice.
“La mayoría de la gente en las exposiciones está interesada en su personalidad -quién era, cómo se vestía, con quién se acostaba, sus amantes, su historia”.
Por eso, las exposiciones y sus catálogos frecuentemente se concentraron en esa historia, y tienden a “repetir las mismas pinturas y las mismas ideas sobre las mismas pinturas. Dejan de lado una cantidad de obras”, comenta Lozano.
Los libros también pisan el mismo terreno: “Repiten las mismas cosas, y vende, porque todo lo de Kahlo vende. Es triste decirlo, pero ella se convirtió en mercancía. Pero eso explica por qué [las exposiciones y los libros] no van más allá, porque no tienen que hacerlo”.
El resultado es que se cometen ciertos errores, pinturas con títulos o fechas equivocadas, o la reproducción de fotos con mala calidad y color. También significa que las ideas sobre el significado de sus obras son repetidas ad infinitum. “El nivel de interpretación se contamina”, señala Lozano.
“Lo único que dicen de las pinturas, una y otra vez, es ‘ah, es porque amaba a Rivera’, ‘porque no podía tener un hijo’, ‘porque está en el hospital’. En algunos casos, es cierto, pero hay mucho más que eso”.
El número de pinturas -152- no es una obra enorme para una artista importante. Sin embargo, sorprende que nunca antes se hubiese escrito nada sobre algunas de estas: “¡nunca, ni una frase!”, dice riendo Lozano.
“Es casi un desastre, en términos de historia del arte”.
El ofrecer un estudio completo de su obra significa reunir piezas perdidas o pocas veces vistas, incluyendo aquellas que surgieron durante subastas en la última década o algo parecido, y otras que raras veces son prestadas por los coleccionistas privados y por eso se mantuvieron en las sombras. Lozano espera ampliar nuestro entendimiento de Kahlo.
“En primer lugar, ¿quién era como artista? ¿Qué pensaba de su propio trabajo? ¿Qué quería lograr como artista? Y ¿qué significan estas pinturas por sí solas?”
Esto quiere decir echarle otra mirada a sus primeras obras, que pueden no ser lo que asociamos con Kahlo, pero revelan cuánto se inspiró en su padre, Guillermo, un fotógrafo profesional y pintor aficionado de naturalezas muertas (bodegones) florales. Piezas como la poco conocida Naturaleza muerta (rosas) de 1925, que no se expone desde 1952, son notablemente similares al estilo del padre.
Kahlo continuó pintando increíbles y vibrantes naturalezas muertas durante toda su carrera, aunque son menos conocidas entre el público en general que sus autorretratos, menos coleccionables y menos estudiadas.
La perspectiva de la importancia que tenían para ella se vio fortalecida desde que Lozano y sus colaboradores descubrieron documentos que revelan el interés permanente que tuvo Kahlo sobre el significado simbólico de las plantas.
Eso lo aprendió de su padre, y lo discutió en cartas con su media hermana Margarita (hija de su padre de un matrimonio anterior), que se volvió monja.
Los eslabones perdidos
Las cartas de Kahlo y Margarita “hablan del significado simbólico de las plantas y las frutas y del jardín del Edén, que nuestro cuerpo es como una flor que tenemos que cuidar porque fue arrancada del paraíso”, explica Lozano.
“Esto es increíble, y prueba por qué este tema de naturaleza muerta y flores tenía tanto significado para ella”.
Él ofrece una nueva interpretación de una pintura de 1938, llamada Tunas, en la que representa tres de estas frutas en diferentes estados de madurez -desde verdes y parcialmente maduras hasta vibrantes de jugo y rojo ensangrentado-, como si estuvieran ilustrando la propia noción de Kahlo sobre su maduración como artista y persona, pero también con un potencial simbolismo religioso (la carne sangrienta que evoca el sacrificio).
El libro de Las pinturas completas… también se esfuerza por revelar las profundidades del compromiso intelectual de Kahlo con los desarrollos en el mundo del arte, contradiciendo la noción de que simplemente estaba influenciada por su encuentro con Rivera en 1928, o que su obra es un tipo de desgarrada expresión autodidacta, instintiva de dolor femenino.
Sus pinturas revelan la investigación y los experimentos de Kahlo en los movimientos artísticos, desde la juvenil interpretación mexicana del modernismo, del estridentismo, pasando por el cubismo y luego el surrealismo.
“Las pinturas de Frida Kahlo no solo fueron el resultado de sus asuntos personales, sino que miró a su alrededor a quién estaba pintando, cuáles eran las tendencias, las discusiones”, dice Lozano.
Destacan sus primeros intentos en pintura de vanguardia -”Pancho Villa y Adelita” de 1927, y la obra perdida “Si Adelita”, las dos hechas con líneas y ángulos modernistas marcados, como prueba de que “se estaba fijando en las tendencias del arte mexicano antes de conocer a Rivera”.
También se puede ver su interés en los antiguos maestros del Renacimiento, que descubrió en copias en la biblioteca de su padre, en sus primeras obras: se sugiere que su pintura de 1928, Dos mujeres (Retrato de Salvadora y Herminia), que ilustra a dos muchachas contra un fondo frondoso, fue inspirada en la tradición del retrato renacentista, como se puede apreciar en la obra de Leonardo da Vinci.
El paradero de este retrato, vendido el año en que se pintó, se mantuvo desconocido hasta que fue adquirido por el Museo de Bellas Artes de Boston, en 2015.
Teniendo en cuenta que tan solo hizo unas 152 pinturas, sorprende la cantidad que se perdieron. Al mismo tiempo, Kahlo no tuvo mucho éxito en vida, no tuvo muchas exposiciones, ni vendió muchas obras a través de galerías y comerciantes.
En vez de eso, muchas de sus pinturas fueron vendidas o regaladas directamente a artistas, amigos y familia, así como a estrellas de cine y otros brillantes admiradores, muchos de los cuales vivían en el exterior. Eso significa menos pruebas documentales, lo que hace más difícil rastrear sus obras.
Eventos traumáticos
La verdad es que mirar fotos en blanco y negro de pinturas perdidas probablemente no va ofrecer nada revelador a nadie excepto a los más acérrimos académicos, aunque hay unas increíbles pinturas que todavía están desaparecidas.
Una imagen perdida de 1938, Niña con máscara de la muerte II, ilustra a una pequeña con una máscara de calavera en un paisaje vacío; es espeluznante, y sabemos que Kahlo trató esta pintura en relación a su tristeza por no poder concebir.
También hay que rebuscar entre los áticos la horrorosa pintura El accidente de avión -de la que solo existe una foto-, que se sabe que elaboró durante un período de gran agitación personal, después de descubrir la relación de su hermana con Rivera en 1935.
Lo mismo que otra de sus muy conocidas pinturas, “Apasionadamente enamorado” o “Unos cuantos piquetitos”, que muestra a una mujer asesinada por su esposo, “El accidente de avión” estuvo basada muy de cerca en una noticia de la vida real.
Mientras Kahlo pudo haber estado atraída a estos eventos traumáticos porque sufría en su vida personal, no se debería ignorar el grado de precisión casi documental de noticias externas.
Compromiso político
Kahlo era una comunista declarada, y comprometida políticamente de por vida, pero es en las obras menos conocidas de sus últimos años en las que esto emerge más explícitamente.
Para entonces, padecía mucho dolor, y se sometió a varias operaciones, incluyendo finalmente la amputación de una pierna debajo de la rodilla.
Sin embargo, Kahlo continuó pintando hasta 1953, con dificultad pero también con un renovado propósito. Su biógrafa Raquel Tibol la documentó diciendo: “Estoy muy preocupada por mi pintura”.
“Más que cualquier cosa, con cambiarla, para convertirla en algo útil, porque hasta ahora lo único que pinté son autorretratos fidedignos, pero eso está tan lejos de lo que mi pintura podría hacer para servir al Partido [Comunista]. Debo luchar con toda mi fuerza para que el poco de bien que pueda lograr hacer con mi salud en el estado en que está sea dirigido hacia ayudar a la Revolución. Esa es la única razón de vivir”.
Esto resultó en obras como Congreso de los pueblos por la paz de 1952 (que no se expone desde 1953), que ilustra una paloma en un ancho árbol de frutas y dos hongos nucleares, representando la pesadilla de Kahlo de una guerra atómica.
La artista fue miembro activista de varios grupos pacifistas, recolectando firmas de artistas mexicanos en apoyo del Consejo Mundial de la Paz, ayudando a conformar el Comité Mexicano de los Partidarios de la Paz, y creando esta pintura para que Rivera la llevara al Congreso de los Pueblos por la Paz en Viena en 1952.
La paloma figuró en muchas de sus naturalezas muertas posteriores, igual que un creciente número de banderas mexicanas o diseños con los colores nacionales (usando sandías para reflejar el verde, blanco y rojo de la bandera), sugiriendo que la intención de Kahlo fue que su obra debería representar su nacionalismo y comunismo.
Un poco más incómodas, sus pinturas finales incluyen representaciones amorosas de Stalin, a medida que su política se tornó más militante.
No obstante, tal vez la más conmovedora de sus últimas pinturas es un autorretrato: “Frida en llamas” (autorretrato dentro de un girasol). Es desgarradora, pintada con un colorido y grueso empaste; poco antes de su muerte, Kahlo las rasgó con un cuchillo, raspando la pintura, frustrada por su incapacidad de poder trabajar o tal vez en reconocimiento de que el fin se acercaba.
Tibol, que fue testigo de ese acto decisivo y destructivo, lo llamó un “autosacrificio ritual”.
“Es muy interesante en términos estéticos -cuando tu cuerpo ya no funciona, cuando tu cerebro no es capaz de plasmar lo que querés pintar, el único recurso que le queda es la deconstrucción de la imagen. Esta es una postura muy contemporánea, conceptual del arte: que la pintura no solo existe en términos de su arte, sino también en lo que yo pienso que representa”, dice Lozano.
Hay algo tremendamente conmovedor que una artista tan reconocida por moldear su imagen use su último acto creativo en la deliberada destrucción de esa imagen. Hasta en su propia erradicación, Kahlo logró que su obra nos hablara a gritos.
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