Frankenstein: 200 años de ciencia
La historia es conocida: una noche de 1816, el "año sin verano" de Europa, cuatro amigos en un castillo aceptan el desafío del anfitrión, lord Byron, de urdir una historia de fantasmas. Mary Shelley, una joven de 19 años, comienza a gestar en esa misma noche una historia memorable que aun hoy nos interpela: Frankenstein o el moderno Prometeo; sí, la del científico trastornado y su criatura hecha de retazos humanos y que cobra vida gracias a la energía de una tormenta eléctrica. El libro saldría publicado poco de después, en 1818, y hoy, dos siglos más tarde, nos sigue llamando desde aquel castillo y aquella verdadera noche de brujas.
Sabemos de memoria la narración y sus múltiples versiones de celuloide, sí, pero ¿imaginamos que este Frankenstein, el doctor y científico, también rebosa de la ciencia de su época? Se cuenta que poco tiempo antes Mary y su amante-futuro marido Percy Shelley (un fanático de la química) habían asistido a un verdadero show científico en el que se mostraba cómo la electricidad generada por dos metales era capaz de contraer músculos "como si estuvieran vivos", de la misma manera que el italiano Luigi Galvani lo había mostrado con ancas de rana que se agitaban como por arte de magia. ¿Habrán presenciado Mary y Percy la presentación de Giovanni Aldini en el Colegio Real de Cirujanos de Londres, cuando aplicó una corriente eléctrica a un preso recientemente ejecutado, que le produjo convulsiones y movimientos en el rostro? La imagen le debió haber quedado muy marcada a la joven Mary, que la llevó la animación de lo inanimado en el ático del Dr. Frankenstein. En el camino, la novela nos lleva de paseo por la conciencia, la biología sintética, la ciencia de los transplantes y la ética del científico. No es extraño el tema de la resucitación; en esa época se intentaba volver a la vida a los ahogados (como sucedió con la madre de Mary, la pionera feminista Mary Wollstonecraft) forzando aire y con masajes cardíacos.
La historia se pregunta sobre el principio de la vida, la misma pregunta que la biología sigue empeñada en perseguir. Lo de siempre: qué significa ser humanos. No está exenta de profetizar la sociología de la ciencia, aquella que investiga el lugar del científico en la sociedad o la dinámica de ese teatro llamado laboratorio.
Poco sabemos sobre las artes quirúrgicas del doctor obsesionado con su proyecto, pero lo cierto es que prefigura la ciencia de los transplantes, ese trabajo casi artesanal que requiere de la unión de vasos sanguíneos, la continuidad de los nervios y la adecuada perfusión de los fluidos corporales. Está bien: nadie pretende una quimera de partes humanas (menos aun, robadas del cementerio a la luz de la luna), pero la medicina sí que ha perfeccionado
Y cómo no emocionarse cuando la criatura le pide a su padre que le haga una compañera (e irse con ella a vivir a "las selvas de América del Sur"). Quizá el doctor haya finalmente accedido a los deseos desesperados de su creación, y el monstruo y su pareja –o sus tataranietos– estén aun por aquí cerca, cuestionándonos todo lo que conocemos. Un monstruo a la medida de lo humano... y de la ciencia.
NOTA: El unipersonal Frankenstein, del actor Gabo Correa, se presentará en el Centro Cultural de la Ciencia (ccciencia.gob.ar) los sábados 15, 22 y 29 de septiembre, con entrada libre y gratuita.